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Vuelos

por Michel Fariña, Juan Jorge

Un sujeto debe responder ante la justicia por sus delitos pero encuentra un artificio jurídico a través del cual lograr impunidad desplazando la responsabilidad a terceros. El tema es abordado en el film El vuelo (Robert Zemeckis, 2012), y nos recuerda al capitán Scilingo y otros militares argentinos beneficiados en su momento por la Ley de Obediencia Debida. ¿Qué margen para la subjetividad frente a una estrategia aberrante de exculpación?

Es impostergable aclarar que el film de Zemeckis indaga un caso de negligencia criminal, mientras que las acciones de Scilingo comprometen crímenes de lesa humanidad. La analogía aquí sugerida se justifica no tanto por el peso del significante “vuelo” en ambas historias, sino por la posición del sujeto frente a su acción cuando ésta pretende ser amparada por la sombra ominosa de la impunidad.

El film introduce un escenario suplementario que interesa especialmente y que dejaremos para una segunda entrega de este comentario: hasta qué punto el horror de una catástrofe puede velar la responsabilidad subjetiva, cuando se trata de "pilotear" la función paterna. ¿Pueden las drogas -alcohol, cocaína o pastillas para dormir-narcotizar hasta el extremo de destituir a un padre? ¿Y si persiste una grieta, cómo hallarla para rescatar ese lugar en un análisis?

Nuestra entrada al problema será hoy indirecta. Partiremos de la pieza teatral de Eduardo Pavlovsky "El señor Laforgue", hallazgo estético y a la vez testimonio sobre la profunda imbricación entre inconsciente y responsabilidad.

Este artículo es por lo tanto una introducción a la lectura del film de Zemeckis y a la vez un homenaje a la obra de Eduardo Pavlovsky, uno de las más lúcidos abordajes del tema de la memoria y el olvido que nos ofrece la dramaturgia universal.

El señor Laforgue [1] fue escrita todavía bajo la dictadura militar argentina, razón por cual la historia debió ser ambientada en la isla de Haití. Relata las peripecias de un comandante de la aviación encargado de organizar la desaparición de opositores políticos durante el régimen de Papa Doc. La técnica empleada era tristemente conocida: se subía a los detenidos en estado de inconsciencia a las avionetas militares y se los arrojaba al mar bajo los efectos de una inyección. Una pesada carga permitía hundir los cuerpos y consumar la "limpieza" de la técnica de desaparición.

La obra de Pavlovsky sitúa el tema en una dimensión asombrosa: El comandante Laforgue acude a una cita en un centro militar, donde azarosamente se encuentra con un sobreviviente de sus operaciones nocturnas. El hombre había sido arrojado al mar con una dosis poco efectiva y milagrosamente rescatado por unos pescadores. Un accidente del sistema: no todas las víctimas habían sido adecuadamente eliminadas. Algunos desaparecidos reaparecen y son un peligroso testimonio viviente. La situación política de la isla va cambiando y se difunden versiones de los viajes nocturnos de la avioneta militar. La figura del piloto a cargo de las operaciones comienza a ser conocida y la inquietud de sus superiores ya se manifiesta de manera abierta. Se hace necesario tomar medidas urgentes.

Como en un mecanismo de relojería se planifica la "desaparición" del Comandante. En una moderna clínica militar se organiza su metamorfosis: se cambiara su apariencia física, se le adjudicará una nueva familia, se transmutara su personalidad, se borrara su memoria. El tratamiento es lento y dificultoso. Los recuerdos de Laforgue son muy resistentes. Se hace necesario intensificar las sesiones, incorporar nueva tecnología.

Pero se aceleran también las urgencias políticas en la isla: Papa Doc, el dictador, cae vertiginosamente en descrédito y el pueblo comienza a organizar su malestar. Los trascendidos y rumores ya son versiones generalizadas a viva voz. A causa de la crisis se economiza plomo para hundir los cuerpos. Los acontecimientos se precipitan inesperadamente: una fuerte tormenta azota la isla desencadenando el fin. El mar agitado comienza a devolver los cadáveres a la playa y retornan, como en una pesadilla, los cuerpos de los "desaparecidos".

Las autoridades se desesperan. Ya no hay opción. Laforgue se ha tornado más peligroso que nunca. La operación de transformación debe ser completada y es necesario sacarlo del país cuanto antes. En la clínica se ajustan los últimos detalles y se prepara el viaje de Laforgue y su nueva familia a los Estados Unidos. Pero a último momento la memoria no perdona y cuando Laforgue, enmascarado en su nueva personalidad debe embarcar, una última mueca se reserva al espectador. La inminente presencia del avión actualiza todos los recuerdos del piloto y le devuelve, como en un espejo, el siniestro destino de los embarcados de su avioneta. Su grito final de suplica "¡al avión no!, ¡al avión no!" cierra la obra testimoniando contra el olvido.

Pavlovsky dibuja con maestría la estrategia del régimen y también sus fallas, las grietas por donde se desliza el síntoma. Como todo el teatro de Pavlovsky, "El Señor Laforgue" plantea la sutil anticipación estética de procesos que pueden luego reconocerse en el escenario social. Pero en el texto aparecen amplificadas las sutilezas, los pequeños detalles que marcan la especificidad y profundidad del verdadero drama.

Allí pueden reconocerse las múltiples facetas de la aniquilación. La lucha por la expansión del poder sin consideración de lo que se ha de sacrificar a ella. La "limpieza" de una técnica sofisticada que pretende reducir al máximo todo rastro (desaparición completa). Finalmente, la impersonalidad burocrática que promueve la "desaparición" simultánea del ejecutor diluido en la cadena infinita de las órdenes. [2]

APÉNDICE

La obra de Pavlovsky fue escrita en 1980. Quince años después, bajo el titulo "Los arrojábamos al mar desnudos uno por uno, de 15 a 20 cada miércoles", la revista Tiempo publicó una entrevista a Adolfo Scilingo, realizada por Horacio Verbitsky, quien presentaría luego el documento completo en su libro “El vuelo”. Reproducimos a continuación un fragmento del reportaje original:

— En las conversaciones entre ustedes, ¿cómo se referían a eso?

 Se le llamaba un vuelo. Era normal. Aunque en este momento parezca una aberración. (...) Cuando recibí la orden fui al sótano, donde estaban los que iba a volar. Allí se les informó de que iban a ser trasladados al sur y que por ese motivo se les iba a poner una vacuna. Se les aplicó una dosis para atontarlos, sedante. Así se los adormecía.

— ¿Quién la aplicaba?
 Un médico naval. Después se los subió a un camión verde de la Armada con toldo de lona. Fuimos al aeroparque, entramos por la parte de atrás. Se cargó como zombies a los subversivos y se embarcaron en el avión.

— ¿Usted sigue pensando en ellos con esa palabra o la usa ahora porque estamos grabando?
 Yo le estoy describiendo el hecho como era en ese momento.

— ¿Por eso le ha cambiado el tiempo? ¿Ahora sigue pensando en subversivos?
 No.

— ¿Cómo los diría con sus palabras hoy?
 Cuando yo hice todo lo que hice, estaba convencido de que eran subversivos. En este momento no puedo decir que eran subversivos. Eran seres humanos. Estábamos tan convencidos que nadie cuestionaba; no había opción. Que el país estaba en una situación caótica, sí. Pero hoy le digo que de otra forma se podría haber solucionado sin problema. Lo pienso hoy, y no había ninguna necesidad de matarlos. Se los podría haber escondido en cualquier lugar del país.

— ¿Quiénes participaron?
 La mayoría de los oficiales de la armada hizo un vuelo; era para rotar gente, una especie de comunión.

— ¿En qué consistía esa comunión?
 Era algo que había que hacer. No sé lo que vivirán los verdugos cuando tienen que matar, bajar las cuchillas o en las sillas eléctricas. A nadie le gustaba hacerlo, no era algo agradable. Pero se hacía y se entendía que era la mejor forma, no se discutía. Era algo supremo que se hacía por el país. Un acto supremo. Cuando se recibía la orden no se hablaba más del tema. Se cumplía de forma automática. Venían rotando de todo el país. Alguno pude haberse salvado, pero de forma anecdótica. Si hubiera sido un grupito... pero no es cierto, fue toda la Armada.

 (...) Se los desvestía desmayados y cuando el comandante del avión daba la orden se abría la portezuela y se los arrojaba desnudos uno por uno. (...) También había invitados especiales.

— ¿Qué quiere decir invitados especiales?
 Oficiales de la Armada de mayor jerarquía que no participaban pero que venían para darnos respaldo. Era una forma de dar apoyo moral a la tarea que uno estaba haciendo. (...) En mi primer vuelo, el cabo de Prefectura desconocía totalmente cuál era la misión. Cuando se dio cuenta entró en una crisis de nervios. Se puso a llorar. Al final lo mandaron a cabina.(...) El médico les daba la segunda inyección (a los detenidos) y luego se iba a la cabina.

— ¿Por qué?
 Decían que por juramento hipocrático.

— En aquel momento, ¿nadie tuvo un instante de duda sobre la legitimidad de esas órdenes de arrojar detenidos al mar desde un avión en vuelo? La formación cristiana, la educación militar, ¿no entraban en contradicción con eso?

 Los pocos que se fueron de la Armada se opusieron a esto. Casi todos pensábamos que eran traidores.



NOTAS

[1Pavlovsky, Eduardo, El Señor Laforgue, Editorial Busqueda, Buenos Aires, 1981.

[2Una descripción de estos mecanismos se puede ver en Maci, Guillermo y Michel Fariña, Juan Jorge, Tesis analíticas sobre la desaparición de personas tal como se presenta en la experiencia clínico-institucional, Buenos Aires, 1983.

Película:El vuelo

Titulo Original:Flight

Director: Robert Zemeckis

Año: 2012

Pais: Estados Unidos

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