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Una mirada a … la eutanasia

por Domínguez, María Elena

Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Abraham Lincoln

Un niño mira con asombrosa atención las obras expuestas en una muestra de arte mientras escucha al guía que va explicando en su recorrido el origen y cualidades de estas. Su mirada, llamativamente, se deposita en una escultura que tiene su misma altura y que en lugar de ojos presenta dos huecos azules.

Su compañera de aventuras y quien lo ha llevado a la exposición es su tía Elizabeth May, una joven de veintitrés años, quien posee una peculiar personalidad, pues es esquizofrénica. Ella es la encargada de mostrarle en su infancia lo creativo que puede plasmarse en el mundo que lo rodea a fin de hacerle frente a la atrocidad que se avecina: el nazismo y su ideología de muerte orientada sobre aquello considerado degenerado, significante utilizado, también, para nombrar a los artistas creadores de algunas obras presentes en la muestra, sin nombrarlos por su nombre de autor. La creación artística será una vía privilegiada para él que marcará el rumbo de su vida [1].

La condición mental de su tía conlleva a una consulta médica con la autoridad sanitaria la que, desdichadamente, es coincidente con la puesta en acción del plan dispuesto por Burghart Kroll, Jefe del Programa de Eutanasia. Es en una reunión con los médicos de los soldados de las SS, un grupo de elegidos, que les encomienda –con el objetivo de liberar las camas para la atención de los soldados heridos–, que no cumplan más funciones como sus médicos sino que los nomina, en ese momento, expertos del Tribunal de Salud Hereditaria. La herencia genética se muestra cuestionada y sentenciada en esa reunión.

La joven Elizabeth es llevada contra su voluntad a un centro de internación. El pequeño Kurt Barnert mira atentamente la escena pavorosa, con la misma intensidad que ella le había enseñado a no apartar su mirada de las cosas que lo rodean: no dejes de mirar, tal el título en inglés del film o no dejes de mirarme, recorta toda una invitación que es proferida desde la ambulancia y que él no olvidará por el resto de su vida. Así, nosotros vemos como el protagonista no deja de mirar ni de asombrarse ante cada nueva ventura.

Recortaremos, en esta oportunidad, y de este film, una de las temáticas propias de la bioética, nos referimos a la eugenesia soportada en el ideal de purificación de la sangre vía la esterilización y posterior eliminación de aquellos que no eran considerados aptos para reproducirse en la Alemania Nazi: los mogólicos, los enfermos mentales y otros individuos deformes.

Las órdenes de Kroll, en ese proyecto, son claras todo paciente que haya sido esterilizado, a fin de evitar su reproducción, o mejor dicho la reproducción de su material genético, si sus historias clínicas son rubricadas con un guion azul, permanecen en la institución médica; mientras que si se les asigna una cruz roja, serán trasladados a donde se los liberará de la existencia sin sentido, vía las cámaras de gas propias de cada clínica médica. Así, ellos, los expertos integrantes del Tribunal como engranajes o brazo ejecutor instrumental necesario para el proyecto totalitarista reinante son designados como los encargados de definir los destinos de otros humanos al indicárseles que su pluma es su espada en esa cruzada y deben hacer uso de ella tal como les es indicado. ¿Cuál es la diferencia de ese accionar con el que es llevado a cabo por Eichmann en su eficiencia del traslado de judíos?, acaso ¿la condición de médicos y su brazo ejecutor en las esterilizaciones? [2].

Elizabeth es entrevistada por el Profesor Carl Seeband, uno de los expertos del Tribunal de Salud Hereditaria, y como ella sabe mirar bien rápidamente ve en su despacho un dibujo infantil y una foto familiar y dice: “es muy linda su hija, se ve muy linda en la foto… no tiene sentido artístico. Es un alivio para usted y es bondadosa. Tengo un sobrino de esa edad que por desgracia tiene talento”. Estos dichos impactan en el frío doctor quien reconoce cierta veracidad y pese a descolocarse por un instante, no obstante cumple su trabajo y sentencia a la joven cometiendo el crimen burocrático de obediencia a la autoridad superior, sellando su destino al colocar con su pluma devenida espada una cruz roja en su ficha médica (Bauman y Sivan, 1999:22).

Nos hemos preguntado en otras oportunidades, dado que sabemos el destino de los hijos de los más odiados y considerados no aptos para la vida en los regímenes totalitarios [3]: ¿cómo era el tratamiento dado por los jerarcas nazis a sus propios hijos?, aquellos que consideramos los amados o, extrapolémoslo al caso argentino y pensemos en los casos de los hijos de los partícipes del Terrorismo de Estado. En este último conocemos la voz de algunas hijas en lo que se han dado autodenominar “desobedientes” y han cuestionado el lugar de padre del devenido perpetrador llegando incluso hasta cambiarse el apellido paterno por el materno.

En este caso, el Profesor Seeband, nos deja espiar algo de ello cuando su hija: Elli, devenida una bella joven luego de cruzarse por azar con el joven Kurt terminan por enamorarse. Eso lleva a ingeniar un plan, a la joven, para vivir en la misma casa con él alquilándole un cuarto allí, pues sus padres viajan mucho y querían obtener un usufructo de la propiedad. Finalmente, producto de su romance se produce un embarazo. El padre de la joven, ginecólogo de profesión, rápidamente lo advierte y mediante un artilugio médico engaña a la joven y a su novio respecto de que debe ser intervenida por su propia salud. Inventa así una afección que en realidad no padece con el fin de destruir la relación de la joven pareja.

Enuncia, entonces, que a partir de una infección en la pelvis que padeció de niña se le produjo una fibrosis en las trompas que le dañó los cilios, unos pequeños pelos en las trompas de Falopio que transportan el óvulo al útero y que un embarazo para ella sería mortal. Y sin más, termina practicándole él mismo, un aborto en su propia casa.

Además de lo obsceno de la situación, en el sentido en que lo despliega Jean Baudrillard, “más visible que lo visible” (1984: 57), la escena misma es en sí siniestra y se instituye como un momento bisagra en la vida de los jóvenes amantes en el que se combinan y confunden lo extraño, lo extranjero del padecimiento de la joven con lo familiar y lo familiar con lo extraño. Y es que ese padre se vuelve un extraño que opera sobre el cuerpo sexuado de su propia hija interviniendo allí a su antojo. Lo siniestro queda localizado en esa torsión del destino, así como en el infortunio al que Ellie y Kurt sucumben o, si lo leemos deteniéndonos en la etimología del término ominoso, del latín “ominosus” cargado de malos presagios a lo que le adicionamos el sufijo oso del latín “osus” que indica "abundante en algo" podemos localizarlo en lo excesivo del pronóstico que las palabras que el experto arroja rubricando el cuerpo de su hija que conducen a la ejecución de tal abominación.

Sin más, nos encontramos, finalmente con un padre esterilizando a su propia hija para que la pureza de su sangre se mantenga evitando que se una con la de Kurt en su descendencia. Es muy interesante recortar la posición de este médico, instrumento, padre, categórico a la hora de trazar el destino de tantas mujeres no aptas para reproducirse, en un pasado cercano que oculta, que sea él mismo quien procure esterilizar a su hija desconociendo que Kurt es el niño del que le habló anteriormente su antigua “degenerada paciente”. Y más oscuro que el espectador sea el portador de ese secreto: conocer el lazo que une a los amantes por las acciones del pasado del padre de Elizabeth (Ellie) pues él es quien da la orden de exterminar a la tía de él en los años en que se ocupaba de preservar la salud hereditaria, pero acaso ¿no es el mismo trato al que somete a su propia hija esterilizándola?

De esta manera leemos como ese ideal de purificación de la sangre afecta a la propia descendencia, impidiéndola. Y el ginecólogo nazi solo lo lleva a cabo como parte de la rutina que llevaba a cabo a diario, en su clínica, cuando formaba parte de esa maquinaria nazi obrando las esterilizaciones femeninas, que parecían ser sin autor [4]. Ese era su lugar, ser parte de la continuidad de un proyecto que, deja incapacitada de reproducirse a su propia hija o, eso cree, en esta oportunidad. Su propia sangre es sacrificada en aras de sostener un ideal o una nominación que signó su proyecto ser uno de los expertos del Tribunal de Salud Hereditaria. Esa nominación dada por el otro lo nombro para (Lacan, 1973-74: Clase del 19/3/74) [5] ese proyecto, obteniendo un lugar en lo social, esa es su identidad. Ese orden de hierro, implacable no deja lugar para el amor, para su ejercicio, al menos en la relación de un padre con una hija. Y la madre allí, tampoco profiere sus cabeceos como lo indica Lacan profiriendo un No, un no por amor nombrando a su cría, sustrayéndola de ese destino al introducir un no amoroso que dice de su referencia, la padre como función.

Vemos claramente como este accionar se localiza a contramano, de la nominación paterna y su père-version (Lacan, 1974-75: 21/1/75), esa versión del padre que opera en la estructura anudando y trenzando los hilos de las estirpes. Un padre nombrante que Lacan presenta cuando introduce la noción de nominación en el Seminario 22 (1974-75), en la clase del 15/4/75 que opera para cada quién y anuda a los hijos y a las generaciones, posibilitando el lazo social haciendo familia. Esa función que entraña un decir que produce acontecimiento “No es ni verdadero ni falso; es o no es” (Soler, 2011: 372) y que requiere, por parte del otro, de su aceptación o su rechazo. Ahora bien, esta nominación paterna, es diversa del “nombrar para”, esa nominación rígida que instaura un lugar en lo social, que tiene allí la función de nudo determinando un destino, trazando el rumbo de tantas existencias. Pero no olvidemos que es fundamental también el consentimiento a ese decir del padre pues “sólo hay acontecimiento de un decir” (Lacan, 1973-74, 18/12/73), lo que comporta que ese decir, tiene asiento si el sujeto hace lugar a ello. De este modo, no se trata ya de la historización relativa a lo simbólico sino a lo real “que agujerea al cuerpo con el sinsentido de lalengua” (Álvarez, 2013). Un cuerpo marcado por un decir de goce … del padre.

En suma, se trata de la introducción de un cuerpo ya no objeto de intervenciones médicas sino de “un cuerpo hablado por ciertas contingencias de un decir que produjeron acontecimiento, y es un cuerpo que con su decir hace acontecimiento”. De allí la revuelta de Ellie al señalar respecto de su padre que estará siempre a su merced, pues su cuerpo ha sido marcado por un decir, del cual ella en su huida a la Alemania Oriental con su marido se sustrae, no sin miedo por la represalia, pero dando lugar a ese misterio que es que el cuerpo habla y hace acontecimiento, pues finalmente los esposos logran engendrar un hijo.

Por otro lado, encontramos otro ordenamiento el que plantea la Declaración Universal de Bioética (UNESCO, 2005) que en su formulación promulga el resguardo de la dignidad humana, de la igualdad, la equidad en materia de derechos y de la cual nos ha llamado la atención, en función del accionar eugenésico desarrollado, el artículo 16 Protección de las generaciones futuras en dónde se enuncia que: “Se deberían tener debidamente en cuenta las repercusiones de las ciencias de la vida en las generaciones futuras, en particular en su constitución genética”. Un redoblamiento de la necesidad de resguardar el cuerpo, al parlêtre, esa sustancia gozante que lo hace humano de cualquier intento de deshumanización posible en aras de llevar a cabo cualquier plan sistemático de eliminación.

Referencias

Álvarez, P. (2013). Hablar ¿con cuál cuerpo? En presentación en la Enapol, 2013. Recuperado de https://enapol.com/vi/portfolio-items/hablar-con-cual-cuerpo/

Calligaris, C. (1987). La seducción totalitaria. Revista Psyché, 1998, N°30.

Baudrillad, J. (1984) Las estrategias fatales. Anagrama.

Bauman, R & Sivan, E. (1999) Elogio de la desobediencia. Fondo de Cultura Económica.

Freud, S. (1919). Lo ominoso, Obras Completas, Tomo XXIII, (pp. 217-251). Amorrortu.

Lacan, J. (1973-74): El seminario. Libro 21: Los no incautos yerran. Inédito.

Lacan, J. (1974‐1975) El seminario. Libro 22: “R.S.I.”. Inédito

UNESCO (2005) Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos.



NOTAS

[1Abordaremos la vertiente de la creación de obra en un próximo escrito.

[2Situemos que en el Juicio a Eichmann en Jerusalén que se lo acusa del crimen burocrático, cometido por la estilográfica y el formulario administrativo armas en las que se sostenía su móvil: la sumisión a la autoridad y al que nada aparente distingue de un trabajo como cualquier otro, pues se trataba de no sentir para no pensar. (Bauman y Sivan, 1999: 22. Siendo su responsabilidad esa obediencia, que él ubica en función ser un buen funcionario en la actividad asignada: el traslado eficaz de los judíos en los trenes hacia los campos de concentración.

[3Nos referimos al destino de aquellos perseguidos por el nazismo exterminados en las cámaras de gas como también el caso de los hijos de los desaparecidos en la última dictadura cívico militar en la Argentina (1976-1983) que en su mayoría fueron apropiados trocando su destino buscando volverlos otros vía educación a través de la transmisión de los nombrados “valores occidentales y cristianos” para formar la “gran familia Argentina”. Pero que difieren, debemos señalarlo, uno del otro en que el primero se valió de la purificación de la sangre en su proyecto de allí la eliminación y en el segundo, la posibilidad del cambio vía transmisión de otros valores aportando e incorporándolos en sus familias para ello.

[4Un breve guiño al título original del film, Obra sin autor.

[5En el Seminario 21: Los incautos no yerran (1974-74), Lacan señala que cuando la función del Nombre del Padre desfallece, ésta es sustituida por el “nombrar para”, un nombramiento que se distancia de la nominación por su rigidez y porque opera según el mecanismo de una compensación imaginaria, opera “como si” fuese una nominación restituyendo un orden, que es de hierro. Sin embargo, este orden restituyente solo habilita el armado de un cuerpo de ese mismo “material”, cuerpos de hierro que se sostienen en un falso ser. Lacan sostiene que se traslada a lo social este poder del “nombrar para” y lo considera un modo de restitución, de suplencia, de reparación. Señalemos que ese es el discurso en que se sostiene el decir del padre lo cual no condena la existencia o la subjetividad que se produzca frente a ello. De allí la revuelta de la joven y su marido que se escapan de la Alemania Oriental.