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A cada cual su cruz

por Domínguez, María Elena

Una ambulancia viaja enloquecida por las calles de Mar del Plata. Un robo premeditado entre dealers desencadena la tragedia... que en verdad ya había comenzado. Cinco puntos tatuados en una mano femenina, un mapa de la costa sur Argentina y el viaje en la ambulancia sitúan la emergencia de la búsqueda. Nora busca desesperadamente la cruz que indique el lugar donde su padre ha sido enterrado vivo. Sólo dos datos la guían: una cruz a la vera de la ruta y una tranquera.

Las cruces en el mapa se multiplican en el camino que conduce a la escena del robo. Amores desencontrados, celos incestuosos, perfilan la trama. La línea blanca en la ruta no logra anestesiarlos de la inmensidad desoladora del invierno en la costa atlántica. Mientras tanto, el ruido del mar es presencia insoslayable.

La oscuridad del cine, sumada a la de la trágica trama fílmica enciende sin embargo en el espectador una luz, algo puede esclarecerse. El director nos invita con su obra a sumergirnos en diversos y muy diferentes modos de escribir allí lo castrastrófico del pasado reciente. Se tratará de recortar para cada quién la cruz que portará quizás como insignia o aquella que guiará los gustos del cuerpo.

Si bien Nora busca la tumba paterna para identificarla, otra tumba no señalada se nos hace presente infatigablemente y sin necesidad de búsqueda. El mar que acompaña con su clamor todo el viaje anticipa la localización del cementerio-balneario: “El Marquesado”, donde otros dos padres -Rodolfo y Mecha, los padres de Javier- custodian en el enmudecido invierno el arrullo que el mar ofrece a los no identificados que acuna.

Una invitación a leer esas marcas escritas por ese pequeño grupo de sobrevivientes del sur. Tal como lo enunciara el director al presentar su obra, “La Cruz del Sur no es un film para ver”… sino para leer. Allí, bajo la Cruz del Sur, proliferan historias de padres, madres, hijos, traiciones, amores marginales, asesinatos, favores a militares, violencia, consumo de indiscriminado de drogas, venganza mafiosa, apropiaciones y desaparecidos.

Sólo cuarenta y ocho horas de carrera en la historia de estos personajes bastarán para leer la historia de la búsqueda de un padre. La ausencia del padre como ley desaparecida es convocada desde la femenina presencia para hallar un orden...que advendrá como del cielo.

La constelación guiará los rumbos en la tierra, “el Puntero” con su blanco brillo hará inconfundible la línea del camino. Cuatro estrellas brillantes en el hemisferio austral oficiaran de brújula en la búsqueda de otro destino ante el oscuro y previsible final que encadena delito y persecución.

Fallidamente la blanca línea de la droga que recorre estos cuerpos tenazmente, se enlaza en cruz con aquella de la ruta. Pero el nuevo rumbo, la verdadera y ansiada Cruz del Sur, sólo podrá constituirse a partir de la emergencia de una tercera vía. Únicamente el cuerpo tatuado proveerá el mapa posible para una nueva escritura y otra ventura.

Otro escenario aparece. Allí el sonido del mar no llega. Entre tanto, otras tantas tumbas no marcadas se han generado, la tragedia que ya se ha cobrado las vidas de Rodolfo, Mecha y Wendy, y ahora es el turno de Javier –el padre imposible-. Solo una madre, el quinto personaje de la historia, el quinto punto tatuado de la cruz, posibilitará el anudamiento. No habrá más desaparecidos sino apariciones.

Nefastamente las dos rectas blancas entrecruzadas constantemente en el film, la del camino y la de la droga se han mostrado insuficientes para localizar el punto buscado, es por ello, que se requerirá de una tercera: parental, aquella que va de madre a hijo, de padre a hijo, que reinstaurará la ley. Ahora la constelación podrá conformarse a partir del quinto elemento que hará las veces de puntero. Y ese nuevo conjunto creado portará un nombre que le será dado para distinguirlo de otros, un nombre que inscribirá filiación entre los elementos.

Una y otra vez se ha jaqueado en la trama la definición euclidiana del punto, producto de la intersección de dos rectas, al hacer de ello una dimensión no localizable. La búsqueda frenética emprendida en la ambulancia, esa cruz roja, sólo logra situar un multiplicidad de trazas en cruz en el mapa que Nora arrulla en un intento desesperado por dar consistencia al punto asignado para el descanso del cuerpo del padre. Sin embargo una imagen previa puede evocarse, aquella que ha sido elegida para el afiche publicitario, un descanso a la vera de la ruta, una precaria cruz de madera no identificada, en una suerte de revelación articula un otro comienzo para la trama que anuncia el final.

Extraña geometría que entrará en escena y hará de un punto una dimensión localizable a través de tres líneas que se enlazarán de modo tal que si una se extravía las otras se desvanecen. Relación borromea entre tres rectas consistentes que acuñan un punto como tal [1]. Si hay algo que se pondrá en cruz en esa cartografía es la paternidad fallida. La aparición será la de una mujer-madre que oficiará de intérprete del enigma... del padre del nombre.

El arrasamiento de la ley, la usurpación del lugar del padre, de un padre desaparecido virará al encuentro de un padre imposible por estructura. Nora pone en jaque la cruz que porta. Si para cada cual hay una cruz en el horizonte, no será la de la desaparecida tumba paterna su sostén, sino la restitución de un padre que la enfrentará con la encrucijada de su suplencia. Escritura borromea: real, simbólica e imaginaria, como los nombres del padre, una escritura cifrada presta para ser leída.



NOTAS

[1Lacan, J., Seminario 22: “RSI”, clase del 10-12-74. Inédito.