Borges y el doblaje: setenta años después

por Michel Fariña, Juan Jorge

-Pero existen las armas de fuego, maestro -aventuró tímidamente Manolito de Soto-. La pistola, por ejemplo: parece mucho más eficaz que el florete, e iguala a todo el mundo -se rascó la nariz-. Como la democracia.

Jaime Astarloa arrugó el entrecejo. Sus ojos grises se clavaron en el joven con inaudita frialdad. -La pistola no es un arma, sino una impertinencia. Puestos a matarse, los hombres deben hacerlo cara a cara, no desde lejos, como infames salteadores de caminos. El arma blanca tiene una ética de la que las demás carecen.... Y si me apuran, diría que hasta una mística.

Arturo Pérez-Reverte, El maestro de esgrima

El doblaje de películas es una de las grandes tragedias que se ciernen sobre el porvenir del cine. Quienes consumen filmes a través del cable lo padecen a diario cuando deben aferrarse sin remedio a los pocos canales que todavía exhiben versiones originales.

Ya la televisión había inaugurado otros engendros, como las tandas publicitarias en medio de las proyecciones, que pervertían definitivamente el sentido del arte. Pero justo es reconocer que en lo atinente al doblaje, la moda fue anticipada por las salas europeas, que la instalaron con el argumento pseudo democrático de que "a la gente no le gusta leer subtítulos en el cine". Hace ya décadas que en Italia, España o Francia resulta imposible hallar versiones originales de algunos filmes. A fines de los ’80 me tocó asistir en Trieste al estreno de Danza con lobos, el alegato indigenista de Kevin Costner. En la versión original, como se sabe, los indios sioux hablan su lengua, con subtítulos en inglés, lo cual significó en su momento todo un pronunciamiento social para un país como los Estados Unidos. La versión que padecí, doblada, naturalmente, arrasó con todo, ya que hasta los sioux hablaban en italiano, con un inconfundible acento romano.

Otro ejemplo célebre es el de Adiós hermano cruel, estrenada en España bajo el franquismo. Como se sabe, la historia trata la relación incestuosa entre dos hermanos. La férrea censura española de entonces aprovechó el recurso del doblaje para cambiar el guión, ocultando al espectador el vínculo de sangre que unía a los amantes.

Menos conocido es el hecho de que, hace ya setenta años, Jorge Luis Borges anticipó el problema en un texto imprescindible: Sobre el doblaje, incluido en su obra Discusión, publicada en 1932 [1]. En la ironía de Borges, el doblaje se inscribe en una extensa serie de espantosas mutaciones humanas:

Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías foneticovisuales? (pág. 284)

Algunas de las cuestiones discutidas por Borges en el artículo, al cual remitimos a nuestros lectores, resultan cruciales: la distancia que separa la traducción literaria del doblaje cinematográfico; las diferencias entre la mímica de las distintas lenguas; la falacia de la inexorabilidad del progreso; el porvenir del cine.

Adelantamos aquí uno de sus argumentos: la relación entre la pragmática y el arte -o entre la farsa y la ficción- cuyos alcances resultan de especial interés para la ética:

También oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño. (pág. 284)

El psicoanálisis establece una diferencia entre la farsa y la ficción. Mientras que la segunda resulta esencial para la constitución psíquica, la primera deviene un déficit [2]. La traducción literaria comporta, efectivamente, una ficción. El lector conviene en ello cuando dispone su cuerpo para ser modelado por una lengua diferente. De allí que los grandes escritores hayan sido también eminentes traductores. De allí que la traducción constituya el más recóndito de los géneros artísticos, sólo comparable a la interpretación analítica. El doblaje, en cambio, con su pragmática igualitarista -irónicamente apoyada en el analfabetismo de tantos- resulta una farsa. Los acontecimientos artísticos lo son en situación. Y no todo es trasladable. Cuando los Beatles advirtieron que durante sus recitales en vivo la deficitaria amplificación de entonces los llevaba a desafinar, los interrumpieron.

En el cine, la sobreimpresión de la banda sonora, que producía desajustes entre el audio y el movimiento de los labios de los actores, representaba un alerta. Pero con el doblaje, la situación se agrava, porque la perfección técnica de su ejecución, lejos de disimular el engaño, lo subraya. ¿Qué significa que haya actores y actrices españoles o italianos que se "especializan" en doblar a Tom Cruise o a Gwyneth Paltrow? Cuando más eminente es el impostor, más evidente la estafa. Borges ya lo anticipó con una ironía genial:

Más de un espectador se pregunta: ya que hay usurpación de voces, ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a Juana González en el papel de Greta Garbo, en el papel de la Reina Cristina de Suecia?

Se nos ha pedido que en esta crítica seamos piadosos con una supuesta excepción: el cine infantil. Para los niños que aún no saben leer, se nos dice, el doblaje resulta imprescindible. Pero, una vez más, la voz de un actor no es contingente. Menos para un niño, que por estar educando su oído, merece una consideración que la sordera de los adultos ya ha resignado. Sin entrar en sutilezas, la fonética de Potter, con sus resonancias de alboroto, desparpajo y polvo de mágica alfarería son un atributo que definen al personaje de Harry. Privar a los más chicos de esa gama sensible en nombre del "sentido" carece de toda bondad.

Para finalizar, la oferta simultánea de versiones dobladas y originales se nos presenta como la pretendida panacea para saldar la discusión. Pero la libertad de oferta y demanda nada tiene que ver con el acontecimiento artístico. Como todo argumento mercantil, encubre su lógica en la demagogia y termina nivelando hacia abajo.

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