Universidad de Buenos Aires
Resumen
Nos propusimos llevar adelante un análisis intertextual entre la cinematografía almodovariana y la grafía platónica, pues reconocemos su hermandad en tanto el cine logra ser un vehículo eficaz para la vivencia filosófica (Michel Fariña & Gutiérrez, 1999), y el diálogo platónico logra ser un modesto antecedente del séptimo arte (Solbakk, 2012; Fierro, 2017; Michel Fariña, 2019). De este modo buscaremos resaltar la manera en que en ambas tramas se hace presente el continuo retorno tanto de personas que ya han muerto, de sus espectros o de sus almas; aunque también son los recuerdos o las tragedias las que regresan y nos interpelan, sin dejar de inquietarnos no sea que por un instante. Nos detendremos en algunas ocasiones en las que tal viento emerge tanto en la narrativa almodovariana del film Volver como en la narrativa platónica del diálogo Fedón, con el fin de aproximarnos a su valencia inescindiblemente poética y filosófica (Bacon, 2005; Bossi, 2016) en lo que respecta a la reflexión e imaginación que ambos autores nos estimulan sobre el alma y el cuerpo, la vida y la muerte, acompañadas de cerca por la propiedad profética del canto.
Palabras Clave: Alma | Muerte | Platón | Almodovar
Came with the wind: The sorrow of the soul and the sweetness of memory. From Almodovar to Plato
Abstract
We will go ahead with an intertextual analysis that will allow us to achieve a counterpoint between Almodovarian cinematography and Platonic writing, since we recognize their brotherhood in the possibility of making a reading from the aesthetics of both genres, while cinema manages to be an effective vehicle for the philosophical experience, and the Platonic dialogue manages to be a modest antecedent of the seventh art. In this way we will seek to highlight the way in which in both plots the continuous return of people already died, their ghosts or their souls is present, but it can also be memories or tragedies that keep on returning and challenging us, without also ceasing to freak us even if it is not for an instant. We will put an eye, on some occasions, in which such a wind emerges both in the Almodovarian narrative of the film Volver as in the Platonic narrative of the Phaedo dialogue, to get closer to its inescapably poetic and philosophical valence in regard to reflection and imagination that both authors stimulate us on the soul and the body, the life and the death, accompanied closely by the prophetic property of the act of singing.
Keywords: Soul | Death | Plato | Almodovar
En el presente trabajo nos proponemos analizar el papel que desempeña el viento en Volver, película de Pedro Almodóvar, y en el diálogo platónico Fedón. Nos resulta de particular interés la manera en que la aparición de este elemento simbólico insiste una y otra vez en ambas tramas. Y es así que gracias a éste en ellas se da el retorno tanto de personas que ya han muerto, de sus espectros o de sus almas, aunque también son los recuerdos o las tragedias las que regresan y nos interpelan, sin dejar de inquietarnos no sea que por un instante. Todas estas situaciones están atravesadas por la presencia cómplice del viento, el cual juega opera ambos relatos. Nuestra escritura -lúdica, como la platónica (Fierro, 2017)- pretende actuar de un modo similar a la manera en la que dicho viento juega y se divierte en ambas historias con las almas (pshykhés). Para ello, efectuaremos el arrimo a estos elementos significantes mediante un análisis intertextual que nos permitirá el contrapunto entre la cinematografía almodovariana y la grafía platónica, pues reconocemos su hermandad en la posibilidad de realizar una lectura desde la estética (Sataraín, 2014) de ambos géneros, en tanto el cine logra ser un vehículo eficaz para la vivencia filosófica, y el diálogo platónico logra ser un modesto antecedente del séptimo arte (Solbakk, 2012; Fierro, 2017; Michel Fariña, 2019).
Es un soplo la vida
En Volver, film escrito y dirigido por Almodóvar en 2006, es el viento Solano el que aviva el fuego de las tragedias, pero también es el encargado de enloquecer a las almas encarnadas de Alcanfor de las Infantas, un pueblo ficticio que el director ubica en la región de La Mancha. De este modo, allí se crea una atmósfera que hace posible que Raimunda, sensualmente interpretada por Penélope Cruz, se tope con su madre, de carne y hueso, quien ha regresado luego de una supuesta muerte trágica, donde fue víctima de las llamas del fuego avivadas por el incesante viento, abrasada junto a su padre. O quizás, lo que Raimunda encuentra es el espectro de su madre, o su alma en pena, que ha vuelto luego de vencer a la muerte, aunque no lo sepamos y no lleguemos, quizás, a tener nunca certezas al respecto. Pero también es posible que el viento cálido, y su superstición a cuestas, le permita imaginar que tiene enfrente a esa presencia, aunque se trate simplemente de los recuerdos que regresan con una realidad muy vívida. Y es así como ambas mujeres se cruzan en un diálogo que nos plantea la temática del film: “-Mamá, en el pueblo creen que eres un fantasma. / -Eso es lo bueno de estos pueblos tan supersticiosos. Para mí ha sido más fácil seguirles la corriente que decir la verdad [...] aunque todo este tiempo te juro que he vivido en un auténtico purgatorio.”
Son esos mismos recuerdos los que no dejan de volver para atormentar a Raimunda. Y lo hacen trayendo imágenes trágicas que ella guarda secretamente desde su juventud. Los recuerdos siempre están volviendo y lo hacen para encontrar una redención de la mano de la tragedia, que se repite con una simetría que asusta. Pero la copia de la fatalidad se da, en este caso, cuando su hija mata a su padrastro, al defenderse de un intento de abuso. La redención de Raimunda la alcanza encubriendo a su hija. Ella le cree, la protege, como hubiera querido ser protegida por su madre, y esa omisión se vuelve una y otra vez en contra del personaje de Penélope Cruz, lastimándola. Se ha vuelto ya un asunto pendiente con su madre, aunque no sabe si algún día lo podrá resolver. Los recuerdos hieren, entristecen; la realidad también, pero están a tiempo de encontrar una tregua.
La escena icónica de la película la tiene a Raimunda poseída por una de las manías divinas, como las que Sócrates describe en el Fedro [1]. Esa locura, generada por el viento, la viste con el traje de Pitonisa para predecir el regreso de aquellos que no logran liberarse del pasado y con el que tienen cuentas que saldar, como de su madre, personaje interpretado por Carmen Maura. Y lo hace con una canción, que su madre les enseñara, a ella y a su hermana, para participar en un concurso de talentos infantiles hace ya unos cuantos años. Las estrofas de la canción, la cual da el nombre al film, van surgiendo de sus entrañas, brotan a través de sus labios y, al mezclarse con sus lágrimas, no podemos escapar a la emoción. Y son nuestros fantasmas, nuestros temores y tragedias pasadas, los que no cesan de retornar, que se apoderan de nuestras emociones poco a poco, en tanto se escucha desgarradoramente: “Volver / con la frente marchita. / Las nieves del tiempo / platearon mi sien. / Sentir / que es un soplo la vida, / que veinte años no es nada, / que febril la mirada, / errante en las sombras / te busca y te nombra. / Vivir / con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez.”
Profética, no es Raimunda quien canta, encarnada por la actriz Penélope Cruz. Ella dona su imagen, su cuerpo, pero su voz viene de otra parte. Es por intermedio de estas estrofas que se hace presente, al mismo tiempo y de una manera mágica, el cantar de la cantante flamenca Estrella Morente, quien supo interpretar este tema, tendiendo, además, un puente para que retorne a nuestro pensar la imagen más lejana aún de Gardel y de Le Pera quienes fueron sus autores. Este guiño sorprendente, nos hace reflexionar sobre el pasado y su trasnmigración, y sobre el continuo retorno de los recuerdos, que no cesan, como si fueran ajenos al tiempo, a los espacios y a los cuerpos.
De este modo, entonces, vemos cómo las memorias del pasado vuelven una y otra vez a la vida de los protagonistas de la película. Los abusos, la tragedia, los pesares, los muertos; todos retornan, regresan, se recuerdan, se repiten. Es el propio viento [2] el que se dedica a traer de vuelta a la vida terrenal a aquellas almas con cuentas pendientes, aquellos recuerdos que buscan redención. Y de este modo, son esas almas las que deambulan entre los vivos en el pueblo de La Mancha, que fue ficcionado por la prolífica e inagotable imaginación de Almodóvar, sensible y descarnada a la vez; única. Estas apariciones son aceptadas con total naturalidad por sus habitantes, con sus supersticiones a cuestas, como lo resumen Raimunda y su hermana: “–¡Habla de nuestra madre como si siguiera viva! / –Es que para ella no ha muerto y no se hace a la idea.”. Son esos personajes los que no dejan de llevar adelante el ritual de limpiar las tumbas una y otra vez. Las limpian del polvo con el que las viste el viento, quizás para que los propios muertos, en sus apariciones, las vean en condiciones, y se sientan orgullosos de sus propias moradas en su regreso al mundo de los vivos. La superstición y la sugestión, que el viento cálido ayuda a crear, facilita el contacto con los muertos, por eso no nos sorprende cuando en una escena nos cuentan que hasta los vivos compran sus propias tumbas para tener un lugar de descanso luego de desencarnar y se dedican a limpiarlas, pasando así paradójicamente las horas “muertas”. El pasado, los recuerdos, los muertos, no dejan de retornar, de volver, de la mano del viento.
Vivir con el alma aferrada
En el diálogo platónico Fedón, por su parte, también esa figura del viento se entromete en la narrativa. Por un lado, es un viento el que prolonga la vida de Sócrates impidiendo el retorno de la procesión de Delos a Atenas [3]. Para ese entonces, en la ciudad natal de Sócrates, no se realizaban ejecuciones públicas, con el fin de mantener pura a la ciudad mientras durara el viaje de ida y vuelta del navío que se había enviado a Delos en agradecimiento al dios. De este modo, la acción fortuita del viento, tanto como su ausencia, es la que permite que se desarrolle el diálogo, el cual relata las últimas horas de vida de Sócrates en prisión.
Por otra parte, el viento es un mojón ineludible para la dialéctica de la trama del Fedón. Se presenta de la mano del temor y la desconfianza que generan en la gente los asuntos relativos al alma. Puntualmente, ellos temen que esta, al desencarnar, si lo hace en un día ventoso, desaparezca, salga volando; que se la lleve el viento, se disipe o disperse como el soplo o el humo [4]. Este temor es expresado por Cebes [5], uno de los interlocutores de Sócrates, quien le da el pie para desplegar los bien conocidos argumentos en favor de la inmortalidad del alma con los que intentará traer consuelo a sus discípulos y amigos ante la inminencia de la ejecución de la sentencia que sobre él recae. El viento, omnipresente en el pensamiento popular, se vuelve enemigo de las almas, pero Sócrates buscará convencerlos, asegurándoles que no será él al que estarán velando, ya que su alma habrá partido, volando en viaje hacia su morada definitiva, el Hades.
Tarea importante resulta rastrear los orígenes de esas creencias que Platón pone en boca de su maestro. Y no podemos eludir la proximidad a Homero, quien en sus relatos épicos no utiliza términos griegos que posibiliten la separación en vida del ámbito sensible del espiritual en el ser humano. El cuerpo viviente representaba un conjunto unificado de actividades, las cuales tenían sus propios términos con los que eran referidas. Una vez muerto, del cuerpo o sõma, en tanto cadáver, se desprendía la psykhé entendida como algo similar a la fuerza vital, una especie de soplo, que abandona el cuerpo sin vida y viaja volando hacia el Hades [6]. Nuevamente se hace presente la figura del viento, en los antecedentes que Sócrates incorpora a sus teorías, en este caso haciendo que la imagen espectral, eídolon del cuerpo viviente, en viaje a su morada final. Pero es a partir de las teorías órfico-pitagóricas que se da la separación cuerpo-alma, que no estaba presente en Homero, y de este modo se hace posible una resignificación del Hades homérico, como el destino del alma.
Es el viento (ánemos) el que detiene que la procesión de Delos vuelva a Atenas. Y es el viento también el que detiene el proceso de condena a Sócrates y su ejecución. Escenario ventoso, el del Fedón, que al calmarse dará lugar a la muerte de Sócrates. Escenario ventoso, el de Volver, que barre el polvo de las lápidas, alimenta el fuego del trágico asesinato, alucina las mentes de los habitantes de La Mancha. Escenarios, ambos, en los que se teme que el alma (psykhé) no llegue a su destino al desligarse del cuerpo.
Ánemos y psykhé, viento y alma, se cruzan en su raíz etimológica de aliento, aire, soplo. Ya el alma, en su significado pre-homérico, habría estado ligada a este aspecto físico, asociada a aquello liberado como aliento tras los desvanecimientos (Bremmer, 2002: 30-1). El temor de que el alma se pierda al dejar su sustrato terrestre es manifestado por los interlocutores de Sócrates, y he allí donde los vientos podrían amenazar:
Lo relativo al alma le produce una gran desconfianza a la gente: ¡no vaya a ser que al abandonar el cuerpo ya no exista más en ningún sitio, sino que se destruya y perezca el mismo día en que la persona muere, ni bien abandona el cuerpo, y que al salir se disperse y volatilice como el soplo o el humo, y ya no sea nada en ninguna parte! (Fedón 70a)
El temor de morir un día en que haya un gran ventarrón y el viento (ánemos) disipe y disperse al alma. El temor infantil de que el alma liberada del cuerpo naufrague sin rumbo, se pierda, y que nada ni nadie pueda calmar ese sentimiento, salvo un conjuro (epodé), un encantamiento de la palabra socrática; o bien, la búsqueda filosófica conjunta cuando Sócrates ya no esté. [7]
Irene, la madre de Raimunda, está perdida. Mas no ha podido el fuerte viento arrastrarla a la nada. El viento puede arrebatarlo todo. Vemos cómo, por más fuerte que sople, los contenedores de basura de la ciudad son azotados, pero no se elevan por los cielos. Irene, muerta, aparece fantasmalmente cual alma en pena en La Mancha, puesto que algo aún la liga a la tierra.
Aquí recordamos la concepción de lo corpóreo como prisión de un alma que no logra liberarse. Imagen órfico-pitagórica encauzada por Platón en el Fedón, y legada a la posteridad, para quienes el alma no sería tanto un atributo racional, ni empírico, sino como algo que yace oprimido, muerto, en la prisión del cuerpo en la que debe purgar su culpa (Dodds, 1999; 149). El alma como un yo “oculto” que ha de ascender para liberarse mediante la filosofía; o que se libera excepcionalmente mediante los efectos del sueño o del trance:
Y es necesario suponer, querido amigo, que tal «elemento» constituye una carga: es terroso, pesado y visible. Ahora bien, al poseerlo en sí, el alma que se encuentra en tal condición se vuelve pesada y es empujada nuevamente hacia la región visible, por miedo a lo invisible y a Hades. Y anda así dando vueltas, según se dice, en torno a los sepulcros y las tumbas, en torno a los cuales se ha visto también, de hecho, algunas sombrías apariciones fantasmales de almas, que son las imágenes que ofrecen las almas en tal condición, es decir, las que no se han liberado en estado de pureza, sino que llevan consigo parte de lo visible. (Fedón 81c-d)
El alma, invisible en estado puro, decolorada como los cabellos de la vieja Irene, es teñida de un carácter moral desde esta concepción dado que, en la tierra, no puede sino encontrarse sofocada por los sentidos en disputa, por el apetito tiránico, por una existencia trágica como la representada por Almodovar. Un alma en la mácula de la carne; un alma oculta en el pueblo de La Mancha.
Errante en las sombras, te busca y te nombra
Dando un paso más en nuestro juego de asociaciones, vemos cómo nuevamente los caminos de la película de Almodóvar se entrecruzan con los del Fedón. En los intentos que lleva adelante Sócrates para demostrar que el filósofo deber tener esperanzas en que lo que le espera luego de morir será algo bueno para él -ya que estará en contacto con dioses y personas buenas, y podrá tener acceso a la verdad, algo que el cuerpo le impedía mientras se desarrollaba su existencia encarnada-, encontramos en el Fedón que se hace presente la profecía. Aquí es también mediante un canto que aparece la tarea de adivinación, como la que interpreta Raimunda en Volver, pero en este caso son los cisnes quienes vaticinan su propia muerte y cantan de modo más fuerte y más bello de lo que lo hicieron hasta el momento. Es un canto de regocijo ya que conocen los bienes que les esperan en Hades, al contrario de lo que el común de la gente piensa, que lo harían por temor. ¿A qué refiere este canto de cisne socrático, de mayor intensidad, ante la inminencia de la muerte? ¿De qué se trata ese hálito divino de Raimunda ante el retorno de lo que vuelve informe a ella como el viento?
Hay quienes dirán que este cantar simboliza la cadena de razones que utiliza Sócrates para construir su esperanza en vencer la ley de transmigraciones y evitar así que su alma sea también partícipe del continuo retorno de la mano del viento. Aquellos argumentos a favor de la inmortalidad del alma que tanto atraen a lectores y lectoras del campo de la filosofía.
Pero no solo son las almas las que están siempre volviendo en este diálogo. También encontramos que los que no dejan de regresar son los recuerdos, y lo hacen a través de la reminiscencia de las Ideas, con lo que Sócrates pretende probar que las almas preexisten a la vida encarnada. Este argumento [8] busca demostrar que el alma existe tras la muerte y que conserva cierta capacidad de conocer. Eso que el alma conoce, luego de desprenderse del cuerpo, es lo que recordamos, ya que por intermedio de los sentidos no podemos acceder a determinados conocimientos. Suponiendo que el alma tuvo un acceso al ámbito de lo ideal antes del nacimiento puede justificarse ese proceso de rememoración. Se da así un retorno de las experiencias que tienen las almas en el mundo de lo que es en sí, separadas del cuerpo [9].
Sin embargo, la filosofía y su solidez argumental no alcanzarán para demostrar fehacientemente que el alma es inmortal. Quizás por ello la multiplicidad de argumentos, con su potencia esperanzadora como canto de aquel ave de alas blancas antes de morir. Y la solidez de la razón no es completa al demostrar la vida después de la muerte, la conservación de una identidad ligada a un origen inmutable, modulada en el existir presente, abierta al legado y a la promesa de conservación futura. Un viento se filtra en la solidez argumental, y toma forma de mito, de escena, de intervalo, de sospecha, de conjuro; trópoi que hacen al subtexto del filosofar platónico, que emergen en el devenir de un filosofar sensible que por momentos se viste de austero.
Un dulce recuerdo que lloro otra vez
¿Qué destino puede esperar el alma sino el aferrarse a un dulce recuerdo, como reza la canción aludida, y como reza el mito de la reminiscencia? En el mar trémulo de la vida, el alma ha de encontrar una balsa que la sostenga, y proseguir un destino:
En esta materia lo que hay que lograr es una de estas «dos» cosas: aprender «de alguien» o descubrir «uno mismo» cómo son «las cosas», o bien, si ello es imposible, asumir, al menos, la mejor y más difícil de refutar de las explicaciones humanas (antropínon lógon) «al respecto», y, montado sobre ella como sobre una balsa, arriesgarse a navegar a través de la vida (bíon), si es que uno no puede hacer la travesía de modo más seguro y menos riesgoso, sobre el sostén más firme de alguna palabra divina (lógou theíou). (Fedón 85c-d)
Y en esta tempestad de explicaciones contrapuestas, la necesidad de un sostén que guíe la vida, que no permita el hundimiento, el naufragio, la disipación. O la palabra humana y victoriosa de un filósofo odiseico con misión divina, que con argucia logre superar los avatares de la refutación. O la palabra del dios, incorruptible, profética, venida de un afuera de los tiempos, oculta, oracular. O seremos un viento sin destino, cual canto de las sirenas, que conduce a la perdición sensual, a la destrucción, a la tragedia, al exceso, al penar. O seremos otro viento, cual canto profético, que abre los mares del discurso racional y se revela, no obstante, en sueños, en voces, en mitos, en símbolos, como logos divino, como guía foránea de una travesía de retorno a un amado reencuentro, a una antigua y amada unión.
Referencias
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NOTAS
[1] Ver Fedro 244a-245c. En su intento por discutir acerca de a quién conviene entregar los favores, cuando de cuestiones amorosas se trata, si a aquél que está enamorado o al que no lo está, Sócrates afirma que no debemos decidirnos en función de la idea de que uno está loco y el otro no lo está. Cree que esto es así porque está convencido de que la demencia es un “don que los dioses otorgan”, y por medio de la cual “nos llegan grandes bienes”, tanto para el amante como para el amado. Para sostener este argumento presenta las cuatro manías divinas, de las cuales la primera es la que ejercen las Pitonisas. Ese bello arte de profetizar es una indagación acerca del futuro y está facilitado por el intermedio de los dioses.
[2] En el Symposio, en 197c y como parte del discurso de Agatón, el viento sólo puede se puede sosegar por intermedio del Amor.
[3] Ver Fedón 58b
[4] Ibid. 77d, 84b.
[5] Ibid. 70a.
[6] Ver Odisea Libro XI. Allí Ulises hacia un viaje al Hades, en donde se encuentra con una masa informe de espectros a los que solo bebiendo sangre de un ritual, les es dada la posibilidad de recuperar, aunque más no sea por un instante ciertas facultades de los vivos, para poder dialogar con el protagonista. Diferente es la imagen del Hades presentada por Sócrates, la cual tiene claras influencias órfico-pitagóricas.
[7] Ibid 78a.
[8] Ibid 72e1-78b3.
[9] En relación al argumento de la reminiscencia en el Fedón cabe remarcar la cuarta manía presentada en el Fedro como un don otorgado por los dioses y es este entusiasmo erótico el que lleva al amante a perseguir a la Belleza, cuyo resplandor es el que mas se deja ver en el mundo sensible, a partir del recuerdo que le dispara el amado. Toda alma humana ha visto en mayor o menor medida lo que es en sí, pero una vez encarnada solo los filósofos son quienes conservan mejor esos recuerdos, que como en Fedón y en Volver, no dejan de retornar y se asocian con la locura. Es por eso que buscan lo que los originó, abstraídos, mirando el cielo, olvidándose de los asuntos terrenales (Fedro 249b-e). Este comportamiento puede tomarse como una preparación para la muerte en tanto se aleja de las cuestiones humanas. Aquel que filosofa correctamente, o que ama a los jóvenes con filosofía, llevando una vida justa, se prepara para la existencia post-mortem haciendo que le crezcan alas a su alma, lo que le permitirá seguir a la caravana de los dioses en su recorrido cósmico y lograr finalmente estar en contacto con lo que más ama, con la verdad, con lo puro (Fedro 248e-249a). Es tachado por la gente como perturbado, cuando en realidad está entusiasmado y se la pasa mirando el cielo, desapegado de los asuntos corporales, en busca de lo que originó esos recuerdos que retornan una y otra vez.
Maximiliano, gracias por tu lectura que invita a ampliar este universo fílmico y este espacio/tiempo de pensamiento.
Almodóvar y Platón poseen esa capacidad, desde el dolor del duelo, de crear ficciones taquilleras, en donde escabullir sus almas entre sus personajes. Platón se nombra a sí mismo en la.obra a la que aludimos. Y esto no solo muestra, a mi entender, autorreferencialidad, sino que sería una provocadora fisura en su texto, como un portal de ingreso a su juego..
¿Y Almodóvar? ¿Nos deja jugar entre sus colores y sus lutos? Evoco un diálogo entre una de sus personajes, Patty Diphusa, actriz porno, y él mismo, Pedro, su autor. Personaje y autor dialogan, casi platónicamente.
Patty le dice: -¿Entonces yo soy un reflejo tuyo, esa cosa tan horrible que se llama alter ego?
Pedro le responde, con el erotismo de siempre: -No. Tú eres una fantasía de los lectores.
Un abrazo.
Cristian
Una lectura inspiradora en la que se cruzan el universo almodovariano con las potentes imágenes platónicas del FEDÓN condensadas en la letra de este icónico tango. El alma puede ser dispersada por el viento; el alma puede ser arrastrada por el viento; el alma puede regresar como viento. El alma pareciera ser parte de un viento universal que sopla en distintas direcciones temporales e, incluso, epocales; los recuerdos que arrastra le dan aire o la afixian, según los casos, pero rememorar pareciera ser el único conjuro para que pueda emprender vuelo y reencontrarse con su esencia, como el alma del FEDRO cuyo amor alado la lleva de paseo a través del cosmos y las generaciones. En otro tango inmortal de Gardel y Le Pera encontramos, quizá, la expresión de una esperanza de superación de la tragedia en términos similares a los que se sugiere en la película VOLVER y en el FEDÓN: que en el recuentro con esos recuerdos, benditos o malditos, pero amados y añorados, se diluya su peso, nos liberemos y, finalmente, no haya "más penas ni olvidos" (Gardel y Le Pera, MI BUENOS AIRES QUERIDO, 1934).
Dentro de la filmografía de Pedro Almodóvar, sus dos películas más taquilleras en recaudación tienen un punto en común. El papel de las mujeres (madres) que “retornan” y hacen un recorrido inverso sobre su vida para enfrentarse al pasado que quedó con una pregunta que no cesa de pedir respuesta. En el trabajo seleccionado de la página https://www.eticaycine.org/, como mencionan los autores, el director utiliza al viento como el que atormenta las almas. En cambio, en Todo sobre mi Madre, es la tragedia de la muerte de un hijo lo que dispara ese recorrido al pasado.
Podemos pensar cuáles son los aspectos que el director busca interpelar en ambos films: tal vez negar la muerte, tal vez lo necesario de retroceder sobre nuestros pasos para seguir viviendo con aquellos que ya no están. También desarrolla un camino posible a la redención de un pasado que retorna. Como dicen los autores en su trabajo: “El pasado, los recuerdos, los muertos, no dejan de retornar, de volver, de la mano del viento.”
Es posible que ambos largometrajes, que tienen 7 años de diferencia entre sí, busquen abordar preguntas similares llevando una premisa común: el retorno del pasado es inevitable cuando quedaron cabos sin atar. “Volver”, que posee un clima mucho mas dramático comparada con su antecesora tiene la particularidad de ser realizada luego del fallecimiento de la madre del director. Tal vez que por esto último podemos decir que como mencionan los autores “los recuerdos siempre están volviendo y lo hacen para encontrar una redención de la mano de la tragedia, que se repite con una simetría que asusta.”
Película:Volver
Titulo Original:Volver
Director: Pedro Almodóvar
Año: 2006
Pais: España
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