Universidad de Buenos Aires
Resumen
El llamamiento que recibimos de Schopenhauer a darle la espalda a la vida, desoyendo los interminables reclamos del deseo, herramienta de la voluntad que nos lleva a una efímera satisfacción, sumado a que nuestra existencia es un constante e inútil aplazamiento de la muerte, nos deja parados frente a la angustiante idea de que la felicidad es una quimera. Esto, junto a la afirmación de que nuestra realidad parece estar gobernada por el azar, nos envuelve en un pesimismo que parecería ser infranqueable. El film Vodka Lemon, se nos aparece entonces, como un viaje de redención, un abrazo cálido –como la sensación que nos da un trago de vodka–, que aprovecha los pequeños resquicios que el filósofo alemán nos habilita para alcanzar una sensación de paz, de sosiego momentáneo. Eso es mágicamente logrado mediante, por un lado, la contemplación estética a través del cine, convirtiendo la tragedia y el sinsentido de la vida en arte, y por el otro el amor, acontecimiento único que trae sosiego a los protagonistas de esta historia, y con ellos a nosotros, quiénes no dejamos de preguntamos acerca de qué es lo que podemos desear en esta vida y quiénes podremos finalmente lograrlo.
Palabras Clave: pesimismo | redención | amor | arte
Art, love and vodka! as weapons of redemption from the nonsense of life
Abstract
The call from Schopenhauer to turn our backs on life, ignoring the endless claims of desire which leads us to a fleeting satisfaction, plus the fact that our existence is a constant and useless postponement of death, leave us faced with the agonizing idea that happiness is a chimera. Moreover the affirmation that our reality seems to be governed by chance, surrounds us in a pessimism that seems to be insurmountable. The film Vodka Lemon then appears, as a journey of redemption, a warm embrace - like the sensation that a drink of vodka gives us -, which takes advantage of the small loopholes that the German philosopher enables us to achieve a feeling of peace, no matter if it’s just for a moment. This is magically achieved through, on the one hand, the aesthetic contemplation that comes to us from the hand of cinema, turning the tragedy and the nonsense of life into art, and on the other, love, a unique event that brings peace to the protagonists of this story, and with them to us, who can’t stop wondering about what we can desire in this life and which of us will finally be able to achieve it.
Keywords: pessimism | redemption | love | art
No resulta sencillo evitar sentirnos invadidos por un halo de pesimismo luego de llevar adelante la lectura de los textos de Arthur Schopenhauer, en especial de aquellos que tienen por objetivo analizar el sentido de la vida. Y no es para menos, ya que de la pluma del filósofo alemán podemos leer que nuestra existencia "es un negocio cuyo beneficio no cubre ni con mucho los costes" [1], por lo que no nos sorprende cuando afirma que nuestro recorrido en este mundo se trata de “una continua lucha contra obstáculos que al final obtienen el triunfo” [2]. Estas ideas lo llevan entonces a sentenciar que la felicidad es una quimera, una esperanza que como tal se cree posible pero que no lo es, en tanto dejamos que nuestra voluntad nos lleve de las narices de deseo en deseo. Como parte de ese ciclo de repeticiones que se vuelve interminable, ante la inmediata satisfacción de una necesidad generada por un apetito, pasamos casi instantáneamente a poner los ojos en el siguiente objetivo, el cual será el próximo anhelo a satisfacer y hacia su conquista apuntamos los cañones de nuestro empeño. Llegará a comparar al deseo, cuando ha sido satisfecho, con una limosna que se da a un mendigo, a quien le sirve hasta que la utiliza por completo, momento en el cual se verá en la situación de volver a pedir una nueva dádiva [3]. Su análisis de la realidad humana nos da una nueva bofetada de desilusión cuando insiste en justificar que la felicidad sobre la tierra es inalcanzable porque “la vida es un continuo aplazar la muerte, una ilusión” [4], y en esta tarea nos enfocamos durante toda nuestra existencia, actuando como si fuéramos inmortales. Sin embargo, esta empresa resulta infructuosa, ya que, como bien sabemos, tarde o temprano la muerte vencerá. Esa es la única verdad indubitable que tiene el ser humano, y que por esa simple razón, creemos, se le debería dar más crédito del que tiene, y no dedicarnos a temerle tanto como solemos hacerlo y por ese motivo continuamos negándola a diario. Este destino que nos conduce a la muerte, sostiene Schopenhauer, vuelve contradictorio todo impulso de vivir, ya que resulta infructuoso ante la evidencia del resultado final, y la vida así vivida carece de sentido. Postula entonces la conveniencia de darle la espalda a esa forma de llevar adelante la existencia, dejando de atender los reclamos que la voluntad repite una y otra vez, negando nuestros deseos y el propio yo. Podríamos decir que el filósofo alemán, al exigir que dejemos de escuchar a nuestra voluntad, desatendiendo al egoísmo del yo, se ubica en una posición similar a la del Sócrates platónico cuando plantea la conveniencia de desapegarse de los asuntos corporales, utilizando la existencia en el mundo sensible como una preparación para la muerte, como una purificación [5]. En realidad lo que argumenta Schopenhauer como la mejor forma de vivir la vida sensible, y mostrando una notoria influencia de sus lecturas de textos hindúes, es la posibilidad de alcanzar cierta liberación mediante el auto-conocimiento de la propia realidad y la comprensión de la constitución del mundo material [6].
Así presentada nuestra realidad encarnada, Schopenhauer parece dar un paso más allá del juego dialéctico utilizado por Descartes en sus Meditaciones metafísicas. Allí encontramos expuesta la posibilidad de la existencia de un genio maligno que nos lleva a engañarnos sistemáticamente y podría ser el autor de las ideas confusas que tenemos. El filósofo de Danzig, por su parte, cree también en una figura del genio maligno pero a quien se le puede atribuir no solo cierta permisibilidad a la hora de habilitar la existencia de los males que azotan al género humano, sino que se lo puede acusar incluso, y no con poca razón, de ser él mismo el creador de las numerosas penurias que a diario padecemos. Es así que afirma estar convencido de que tenga asidero “la idea de un mundo que parece haber sido confeccionado por un espíritu chapucero y malvado, incluso demoníaco, que consiente la existencia de grandes contrastes en lo tocante a la felicidad humana” [7]. De modo que esos contrastes que generalmente inclinan la balanza hacia el lado del sufrimiento, parecen estar administrados bajo un estricto influjo del azar, por lo que lejos está lo que nos sucede de quedar sujeto a una política de premios y castigos. Como consecuencia de esto, el ser humano se convierte en una víctima de un mundo que lo ubica en una posición de completo desamparo tan terrible como angustiante. Y es así que resulta válido preguntarnos ¿si no podemos ser felices, qué sentido tiene la vida? o ¿cuál es entonces la mayor aspiración, en cuanto a realización personal, a la que el ser humano pueda tener legítimas aspiraciones?
Esas sensaciones con las que terminamos las lecturas de los textos de Schopenhauer, en lo tocante a nuestra situación como seres humanos inmersos en un “mundo como un infierno que sobrepasa al de Dante” [8], plagado de miserias y sufrimientos, son las mismas que nos transmiten la mayor parte de las escenas del film de 2003, Vodka Lemon. La historia está situada en un poblado armenio, víctima tanto de los azotes de un clima extremadamente riguroso como de los problemas económicos que trajo aparejada la reciente caída de la Unión Soviética. El nombre de la película es seguramente un guiño, por un lado, a las costumbres del pueblo kurdo, al cual pertenecen los personajes retratados y que son bien conocidas por el director del film. Los soviéticos en general, caen bajo el estereotipo de personas bebedoras, en especial de vodka, costumbre que bien podría justificarse como herramienta para apaciguar el frío de esas latitudes, o quizás, como afirma Schopenhauer [9], para buscar despertar a su espíritu del letargo, encontrando en el alcohol una estimulación externa, que también la consiguen a través de relacionarse con sus semejantes. Y es así que los hombres, afirma, se sienten volcados a vivir en sociedad solo por hastío y desagrado de sí mismos, teniendo que enfrentar la incapacidad para soportar la propia soledad. Se atraen porque se necesitan pero se repelen por sus diferencias. Por ello, no importa el contexto de la escena, sea trágico o cómico, solemne o informal, ellos tendrán una petaca o su medida de vodka a mano con la cual poder brindar y así apaciguar sus dolores y sus soledades. Por otro lado, como Vodka Lemon es la marca de la bebida que toman los personajes, podría ser una burla al capitalismo, recién ingresado en la región para la época en la que se sitúa la trama, y a sus burdos recursos de marketing que buscan acercar los productos al consumo masivo. Ese nombre nos resulta bastante edulcorado, más apropiado para nombrar a un mero trago que para nombrar a una bebida que está llamada a ser usada como paliativo de una vida signada por el sufrimiento.
Es interesante la relación que podemos trazar entre lo hasta aquí mencionado del análisis de la realidad que nos trae Schopenhauer con la trama de Vodka Lemon. Todas y cada una de las situaciones que suceden con los personajes están teñidas de una profunda tristeza y desolación. Estas emociones se transmiten a partir de los aspectos de sus ropas, de sus gestos, del cansancio que tienen sus miradas, las cuales, a pesar de todo, nos dejan entrever –o al menos eso quisiéramos creer– que persiste la esperanza en un futuro algo más benévolo. Además los paisajes, los caminos que transitan y los lugares donde habitan, reflejan decadencia, hostilidad y también cierto dolor, conformando la puesta en escena de una tragedia, la vida misma, que nos remite directamente a las descripciones dadas por el filósofo alemán y que a duras penas no se traducen en llanto perpetuo para quienes lo padecen y para nosotros, los espectadores. Pero es ahí, en medio de toda esta fatalidad actuada, en donde se hace presente la genial mirada del director del film, y es esa peculiar manera de ver las cosas, la que nos permite convertir tanta desdicha en belleza, a través del arte, como elemento de redención.
El pesimismo de Schopenhauer no es concluyente, no se vuelve definitivo, en la medida en que brinda ciertos resquicios, ciertas posibilidades puntuales de acceder en vida a una paz momentánea, a una especie de suspensión de vejámenes, dolores y penurias a los que constantemente nos somete el diario vivir. Y es a través del arte, dentro del cual, por supuesto, el cine es parte fundamental, pero también de la lectura y de la contemplación estética que junto con la religión, dan a la mayor parte de los individuos, según Schopenhauer, la posibilidad de liberarse en vida, aunque mas no sea por unos instantes, de la pesada carga del drama de la existencia [10]. Son esos salvavidas los que nos brindan escasos momentos de sosiego, hasta que volvamos a caer bajo la tiranía del sufrimiento y de las necesidades, por medio de las cuales somos víctimas del deseo como herramienta ejecutora de la propia voluntad humana.
Lo que logra Hiner Saleem [11] mediante la dirección de la película y también a través de sus diálogos, de cuya autoría es copartícipe, es llevar a cabo la extremadamente difícil tarea de transmitirnos belleza, más allá del drama que atraviesan todas y cada una de las escena. Cuando Nina, la protagonista, recibe la noticia de que su única y endeble fuente de ingresos, el bar de ruta “Vodka Lemon”, en donde vende a los cada vez más ocasionales clientes, cierra definitivamente sus puertas, recorre a pie y entre sollozos el camino de regreso a su casa. El trayecto lo hace con la solitaria compañía melancólica de la nieve que cae copiosamente y el frío que traspasa sus viejas ropas. Pero aún allí, bajo esas dolorosas circunstancias, la escena logra transmitirnos belleza. Nos hace empatizar con el dolor de Nina, claro está, pero al mismo tiempo nos sitúa mágicamente en una clara posición de espectadores, impertérritos en cuanto al dolor, pero plenamente apasionados en tanto observadores de una puesta estética, al modo de críticos de una obra de arte. También la belleza de Nina y sus cincuenta años y tantos sufrimientos a cuestas, que incluyen la muerte de su marido, se deja ver magistralmente a través de una ventana en una de tantas noches ventosas y frío extremo. Irradia belleza, aunque matizada por la tristeza de sus gestos, luego de enterarse de que su hija acaba de perder su trabajo. Ella tocaba el piano en un bar del pueblo, sin sueldo fijo pero ganando míseras y ocasionales propinas. Viéndose así forzada a ejercer la prostitución fue víctima de la cobardía, los golpes e insultos de uno de sus festejantes. A pesar del dolor que atraviesa la escena, el encanto de Nina se hace protagonista, se vuelve arte, nos trae paz, nos consuela.
Algo similar nos sucede cuando el otro de los personajes principales, Hamo, con los ojos vidriosos de tristeza y desilusión, sentado fuera de su casa, los pies enterrados en la nieve, fuma su dolor, volviendo más amarillo su bigote por el tabaco, la mirada perdida en la negrura de la noche. Él intenta encontrar respuestas pero no las consigue, esperanzas, pero escasean en el poblado kurdo perdido en alguna parte de Armenia. Uno de sus tres hijos, quien se mudó a París en busca de un porvenir más benévolo no resulta ser un alivio, como él esperaba, para su penosa situación económica, peor aún, es él quien termina pidiéndole dinero a su padre, lo cual no solo le genera a Hamo una profunda desilusión, sino que además ensancha su tristeza por el futuro incierto de su hijo. También lo azota la preocupación por otro de ellos, quien al borde del alcoholismo se ve empujado a entregar en matrimonio a su hija, por unos dólares y una promesa de trabajo cerca de Moscú, promesa que finalmente no se cumple y casi genera una desgracia, evitada solo por el azar de un disparo ejecutado por una mano temblorosa.
Igual de desgarradora nos resulta la imagen de Hamo, con sus setenta años a cuestas, llevando apoyado en su aún fuerte espalda el ropero que comprara con motivo de su casamiento. Marcha en dirección al pueblo, con varias caídas en la nieve espesa mediante, y ya casi sin aliento. Hace el recorrido con la intención de vender el mueble nupcial y así obtener algunos dólares que le permitan subsistir a corto plazo. El futuro parece no existir, solo el presente preocupa. La pensión de militar retirado es escasa, sumado a que las condiciones del país son ahora muy distintas tras la caída de régimen comunista de la Unión Soviética. “Los servicios ahora hay que pagarlos, la luz, el agua...”, le dice Hamo al retrato de su mujer fallecida, y es por eso que se hacen cada vez más frecuentes los viajes al pueblo para obtener dinero. Al armario le siguen el televisor y el viejo uniforme de militar del ejército soviético, y con Hamo se arrastran sus recuerdos y el dolor por la pérdida de su compañera. La pena es intensa, los recuerdos lastiman, las cargas son pesadas, el clima golpea, pero la belleza en las escenas no desaparecen, y el sosiego, a nosotros, los espectadores, nos va envolviendo sigilosamente de la mano del cine. La tragedia, la vida, los sufrimientos, hechos arte, vueltos sosiego.
Nuevamente la asociación con Schopenhauer se vuelve inevitable cuando en la película aparecen con claridad, inconfundibles, unos fieles representantes de aquellas personas que convierten en una actividad de tiempo completo la constante búsqueda de la satisfacción de sus necesidades pasajeras, una y otra vez, tal cual fueran mencionadas en párrafos previos. Se trata de una pareja de gente mayor, que con su hijo y su flamante esposa, compran luego del siempre pintoresco juego del regateo, cada una de los objetos que Hamo lleva al pueblo para vender y ganarse algo de dinero. Como contrapartida, la casa de nuestro héroe se va quedando cada vez más vacía y se acrecienta el dolor y la soledad en sus charlas con su difunta esposa. Lo que no se pierde es la compañía fiel, calurosa y reconfortante del vodka. Vivir y sufrir parecen ser verbos sinónimos bajo el panorama que nos relata a cada escena Saleem.
Pero no nos sentimos indefensos ante el desfile continuo de sufrimientos, de padecimientos. De algún modo la película nos entrena, nos prepara para recibir los infortunios que padecen sus protagonistas. Y para ello, además de la habilidad del director para generar planos interesantísimos, el guión utiliza una herramienta más que efectiva, el humor. El humor como lenguaje para contarnos las tragedias, para reducir los efectos del impacto terrible de la realidad que muestra. Y así es como, ya desde la primera escena, quedamos advertidos de lo que nos espera. Desde el primer minuto, este film evidencia la belleza del paisaje natural sin poder ocultar lo desmesurado de las condiciones climáticas adversas que azotan sin piedad al poblado armenio en el que se cuenta esta historia. Y sin darnos respiro se presenta ante nosotros un funeral en el que unas señoras mayores sollozan acompañando el ritmo de una triste canción interpretada por un grupo de músicos. El ritual funerario le da la espalda a Hamo, quien se encuentra en el cementerio, como todos los días, hablándole a la tumba de su esposa, contándole las vicisitudes de su cotidianidad, y en especial la suerte de sus tres hijos. Esta escena, innegablemente triste, más allá de su cruda realidad, está maquillada con imágenes bizarras, pasos de comedia, que nos hacen olvidar, por un instante, de la tragedia y que marcan el tono que tiene la película de comienzo a fin. Inolvidable es la secuencia en la que los músicos se trasladan en camioneta en su viaje al cementerio, al tiempo que van remolcando una cama - ¡sí, una cama! en cuyo pie encontramos una lira tallada -, con el integrante de la banda de mayor edad acostado en ella, quien ceremoniosamente, al llegar al cementerio, deposita su dentadura en un vaso con agua que le acercan solemnemente, para poder ejecutar la pieza musical con su instrumento de viento y darle la despedida a la persona que acaba de partir.
Llegados a este punto es importante remarcar que, con lo dicho, se ha intentado mostrar una de las variadas formas en las que el arte trae sosiego, haciendo que la tragedia que representa la vida se vea bella como hecho artístico. Pero dentro de la propia trama de la película también encontramos que los protagonistas alcanzan ciertos momentos de paz especialmente a través del amor, pero siempre de la mano de la tragedia que está constantemente allí, agazapada, paciente, incansable. Es conmovedora la escena en la que sentadas en una cama, Nina y su hija sin perder ni por un segundo la conciencia acerca de los problemas económicos que atraviesan producto de las consabidas dificultades que tendrán incluso para asegurarse el alimento, aún así, se dejan abrazar por el amor entre una madre y su hija. Las dos se ríen y se besan, se consuelan, y aunque mas no sea por un instante, se liberan de la esclavitud de las necesidades, de los sufrimientos, de los dolores, de las tragedias y pesares.
Pero toda la atención del film se lo lleva la relación amorosa que nace entre Hamo y Nina, relación que surge a partir de las visitas que cada uno por su cuenta hace diariamente al cementerio para visitar a sus respectivos cónyuges fallecidos. Este encuentro y el fortalecimiento de la relación se logra gracias a la ayuda de un personaje interesantísimo, una especie de cupido muy particular, chofer del destartalado colectivo que en su recorrido pasa por el cementerio. En ese micro, en ese viaje, nuestros protagonistas se buscan, se encuentran, se desencuentran, se miran, se gustan, se cortejan, acariciados por la voz del chofercupido que canta diariamente una canción en francés – no se nos ocurre pensar en otro idioma como el más apropiado, por lo romántico y bello de su sonido - sobre la interpretación de Salvatore Adamo. Nuevamente la tragedia y la belleza, el sufrimiento y la paz. La relación crece mientras el chofercupido desafina: Tombe la neige / Tu ne viendras pas ce soir / Tombe la neige / Et mon cœur s’habille de noir [...] Tombe la neige / Tout est blanc de désespoir / Triste certitude / Le froid et l’absence / Cet odieux silence / Blanche solitude / Tu ne viendras pas ce soir / Me crie mon désespoir / Mais tombe la neige / Impassible manège [12]. Se trata de una canción que llora un desencuentro que va muy bien con el paisaje y con la historia de ambos personajes. Hasta que en uno de los viajes, cuando el encuentro ya ha sido consumado, habiendo superado ambos su timidez -quizás ayudados por el vodka omnipresente-, yendo juntos, los cuerpos sentados, pegados, uno al lado del otro, por el frío y por las ganas, sucede un misterioso y bello acontecimiento fortuito, que pudiendo parecer nimio, elegimos aceptar como mágico, repleto de significado. Y es que el estéreo que reproduce la canción, elemento mecánico que nada sabe de magia ni de belleza, toma protagonismo y hace un nuevo aporte a la tarea de construir el sosiego tan anhelado, en este caso para el espectador. El cassette se rompe y nuestro conductor lo arroja por la ventanilla. Magnífico guiño de la historia, marcando que la tarea del adorable chofercupido, ese embajador del amor platónico, ya ha sido cumplida, ya que la soledad y la tristeza que salen de su canto asume su derrota ante el amor de nuestros protagonistas, y ya no volverá a aparecer en la película, nunca más.
Pero prontamente la trama detiene el reposo que experimentan Hamo y Nina, ya que los vuelve a enfrentar, en un abrir y cerrar de ojos, con los problemas cotidianos. Y es así que la mujer se ve forzada a tomar la desgarradora decisión de vender el piano que tanto ama tocar su hija. Nuevamente el sufrimiento, la tragedia, los pesares, se hacen presentes de una manera que parece salida directamente de las páginas escritas por Schopenhauer. Los momentos dulces son efímeros, pasan raudamente delante de nuestros ojos y tenemos que estar atentos para poder disfrutar de ellos hasta el último instante, hasta la última gota de vodka que nos alcanza una mano amiga. Geniales son las apariciones en varias de las escenas del film de un jinete montado a caballo que pasa raudamente, en ocasiones incluso entre la cámara y los protagonistas ocasionales, en otras lo vemos de fondo. Este recurso de realidad mágica, utilizando situaciones extrañas que se vuelven familiares a medida que pasan los minutos de la historia, nos permite, sin ofrecernos resistencia alguna, asociarlo con los instantes fugaces de paz que Schopenhauer no estaría de acuerdo en llamarlos felicidad. Y esto es así ya que cree que es preferible aspirar a la ausencia de dolor que a hacer un mundo feliz teniendo por meta placeres y alegrías. La que debe buscarse no es la felicidad como la entendemos, la cual es inalcanzable, sino que la búsqueda debe apuntar a evitar los males, por lo quimérico de la obtención de los placeres, resultando ridículo y estúpido afligirse por su pérdida. La carga de la vida se vuelve más ligera cuando, paradójicamente, actuamos alejándonos de lo más característico de la vida, es decir, cuando no se ambicionan los bienes que nos brinda. A lo máximo que podemos aspirar es a la ausencia de aburrimiento, escapándonos lo más posible del dolor. Esa es la sensación a la que podemos apuntar, y en esa dirección y en respuesta a las preguntas acerca de qué podemos obtener de esta vida, Schopenhauer sintetiza: “¿qué hay que desear? Apreciar una puesta de sol de igual forma desde un calabozo o desde un palacio: eso es lo que hay que desear, y nada más. ¿Quién puede alcanzarlo? Todos. ¿Quién lo pretende? Todos. ¿Quién lo obtendrá? Uno entre miles.” [13]
Y así es como el análisis de la realidad que hace Schopenhauer no escapa de lo que nos generan las escenas de Vodka Lemon, ni de lo que les sucede a los personajes que es también lo que diariamente nos sucede a nosotros, los espectadores, en mayor o menor medida. En esa misma línea, la escena final nos tiene preparados un último regalo tan maravilloso como sorprendente. Hamo y Nina van camino al pueblo arrastrando sus vidas y el piano para vender, cuando el cansancio los detiene en el medio de la ruta. Allí aparece el propio director del film, quien simula curiosidad e interés por comprarles el instrumento. Lo que sigue a continuación es pura magia, es arte, belleza: la mirada cómplice entre Hamo y Nina, la negativa de desprenderse del objeto que más ama la hija, a pesar de que necesitan fuertemente del dinero. El final nos muestra a la pareja sentada al piano, transportados en un mágico e imposible viaje de regreso al poblado, tocando una canción que no puede más que traeles paz, aunque mas no sea de modo efímero, y con ellos a nosotros, como el galope del jinete que se deja entrever al final del camino, y al que quisiéramos sumarnos.
Referencias
de Olaso E., Zwanck T (1980). Rene Descartes. Obras escogidas, Editorial Charcas, Buenos Aires.
García Gual C. (1988). Platón. Diálogos III, Editorial Gredos, Madrid.
González Serrano C. (2018). Arthur Schopenhauer. Parábolas y aforismos, Alianza editorial, Madrid.
Lledó, E. (2008). Platón. Fedro, Gredos, Madrid.
Olivelle, P. (1998), The early Upanisads, Oxford University Press, New York.
Schopenhauer, A (2015), Aforismos sobre el arte de vivir, Alianza Editorial, Madrid.
Schopenhauer, A (2009), El mundo como voluntad y representación II, Trotta, Madrid.
Schopenhauer, A (2009), Parerga y Paralipómena I, Trotta, Madrid
Vigo, A. G. (2015). Platón. Fedón. Colihue Clásica, Buenos Aires.
NOTAS
[1] Ver El mundo como voluntad y representación, II, Capítulo 28.
[2] Del libro Der handschriftliche Nachlaß, IV, 1, p. 101, 1832. Traducción tomada de Arthur Schopenhauer. Parábolas y aforismos, p. 49.
[3] Como contracara de la imagen que elabora Schopenhauer cuando refiere a lo efímero en cuanto a la satisfacción que resulta recibir una limosna, en comparación con los deseos y la búsqueda constante de su satisfacción, presenta la opción de recibir, en su lugar, una herencia. Con esta imagen se refiere a la posibilidad de alcanzar cierta resignación que se extiende en el tiempo, la cual nos libera de futuras preocupaciones. Ver Der handschriftliche Nachlaß, I, p. 173, 1814.
[4] Ver Der handschriftliche Nachlaß I, p. 109, 1814.
[5] En el diálogo platónico Fedón, el filósofo que está iniciado en los ritos, habiendo ejercido las virtudes éticas y llevando una vida encarnada desapegada lo más posible del cuerpo, al momento de la muerte - en tanto separación del alma del cuerpo - , su alma se encamina hacia el Hades desprovista de mácula alguna. De este modo, si las esperanzas de Sócrates están bien fundadas, el filósofo podrá gozar de una inmortalidad similar a la de los dioses, evitando castigos y venciendo a la ley de transmigración. De manera similar, en el Fedro, la cuarta manía divina, presentada en la palinodia al Amor que hace Sócrates en su segundo discurso, también actúa como una preparación para la muerte. Aquel que utiliza correctamente los recuerdos de lo que es en sí, a los que su alma tuvo acceso cuando seguía a los dioses en su recorrido cósmico, volverá alada su propia alma, despreocupándose de humanos menesteres y dirigiendo su mirada al cielo, esperando el momento de desencarnar y poder así gozar también de una inmortalidad cuasi-divina. La filosofía platónica, de este modo, puede ser considerada como una filosofía para la muerte.
[6] La Katha Upanishad es parte de un conjunto de libros sagrados del hinduismo y expone como tema central la muerte y lo que viene después de ella. En el recorrido por el cual nos llevan sus estrofas se hace clara referencia a la existencia de la posibilidad de cortar con el ciclo de reencarnaciones y alcanzar la inmortalidad. El joven Naciketas, personaje central de esta Upanishad, puede conocer lo que finalmente sucede luego de morir y devenir inmortal, es decir, liberarse de sus pasiones y alcanzar a Brahman. Y será capaz de esto una vez que alcanza la posesión del método del Yoga y del conocimiento acerca de la realidad que ha recibido por parte del mismísimo Yama, el dios de la muerte. Esta divinidad es referida por Schopenhauer en sus escritos con carácter doble, ya que por un lado le tememos porque su presencia implica el fin de nuestra existencia, pero por otro lado, lo calificamos como bondadoso porque nos acerca a la paz final.
[7] Ver Arthur Schopenhauer. Parábolas y aforismos, p. 7.
[8] Ver El mundo como voluntad y representación, II, Capítulo 46.
[9] Ver Parerga y Paralipómena, I, “Aforismos”.
[10] La otra posibilidad que sugiere para que el ser humano pueda redimirse en vida, venciendo al pesimismo, está representada por el ascetismo y la santidad, que brindan una paz no momentánea, como en el caso de la redención mediante el arte, sino definitiva, logrando anular por completo la voluntad.
[11] Saleem es iraquí de origen kurdo, y siempre tuvo en sus producciones artísticas, entre las que también encontramos a la pintura y a la escritura, la voluntad de visibilizar la extremadamente difícil realidad de su pueblo, la nación kurda. Es un exiliado político que no ha podido visitar su país durante un par de décadas.
En un artículo de 1978 publicado por la revista colombiana Eco y titulado “América Latina: exilio y literatura”, Julio Cortázar hace un llamamiento a los exiliados para que dejen de utilizar al exilio como un disvalor, como elemento negativo productor de lamentaciones o rebeldías, y que de algún modo contiene ciertas “connotaciones románticas” de las que es conveniente liberarse. De este modo, al poseer esas características, la condición de exiliado se convierte en una especie de afirmación del “triunfo del enemigo”, mediante la aceptación de la pena impuesta del desarraigo, en este caso por los gobiernos dictatoriales en toda América Latina. La propuesta de Cortázar, y que entendemos es la que lleva adelante Saleem, es revertir la polaridad de esa plataforma por un valor positivo que lleve además al análisis crítico. La herramienta preferida con la que el director iraquí cuenta para ejecutar tal empresa es principalmente el humor. En una entrevista, cita una frase de su abuelo acerca del pueblo kurdo que refuerza esto y que reza: “Nuestro pasado es triste, nuestro presente es catastrófico, pero afortunadamente no tenemos porvenir”.
(Ver url=http://www.grancine.net/pelicula.php?id=280#.YNsZjXUzbHw)
[12] Traducción propia: La nieve cae / No vendrás esta noche / La nieve cae / Y mi corazón esta vestido de negro [...] La nieve cae / Todo es blanco de desesperación / Triste certeza / El frio y la ausencia / Este odioso silencio / Soledad blanca / No vendrás esta noche / Grita mi desesperación / Pero la nieve está cayendo / Paseo impasible
[13] Ver Der handschriftliche Nachlaß I, p. 70, 1813.
Iluminador análisis filosófico de este hermoso y extraño film VODKA LEMON. Las menciones del autor acerca de las decisiones estéticas del director de la película para el tratamiento de los contenidos me traen remembranzas platónicas. Aquí el vodka, como el vino en el BANQUETE y en las LEYES, se transforma en un facilitador para "ablandar el alma" y habilitar una salvación de la soledad a través del encuentro con los otros. Por otra parte, el arte como la filosofía se convierte en un medio para elevar al espectador/lector a la contemplación de una belleza que trasciende el ámbito de la mutabilidad, de la generación y la corrupción, donde el placer y el dolor conviven para alcanzar momentáneo reposo de las visicitudes de la vida. Asimismo, como recomienda Sócrates al final del BANQUETE, el buen dramaturgo/cineasta debe ser capaz de escribir tanto tragedia como comedia; y esto nos muestra la obra platónica es crucial para poder abordar los grandes dramas y conflictos de nuestra existencia, incluida la angustia frente a la muerte muerte, como bien nos muestra el FEDÓN donde S. consuela a sus amigos con argumentos de la inmortalidad pero también con chistes e historias para que no se asusten frente al acecho de la muerte. Por último, el amor aparece como en los textos platónicos como el salvador para otorgar sentido a la vida a través del encuentro y la creación conjunta en la belleza..
Película:Vodka limón
Titulo Original:Vodka Lemon
Director: Hiner Saleem
Año: 2003
Pais: Armenia
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