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No hay relación pornográfica: vicisitudes del deseo

por González Pla, Florencia Paula , Michel Fariña, Juan Jorge

Fue una relación pornográfica. Sí, una relación simplemente, específicamente pornográfica. La pornografía es eso, ¿me explico? sexo, sólo sexo y nada más que sexo. Y nosotros estábamos allí sólo por el sexo.

Con este monólogo, dirigido en el film a un entrevistador en off y en el teatro al público en vivo, se inicia Une liaison pornographique, la obra del dramaturgo belga Philippe Blasband. Compuesta en 1999 fue llevada al cine por Frédéric Fonteyne y en 2013, y quince años más tarde, representada en el Paseo La Plaza de Buenos Aires bajo dirección de Javier Daulte, con Cecilia Roth y Darío Grandinetti.

¿Qué separa al film francés de la puesta porteña? ¿Qué novedad impone el paso del tiempo a los personajes? Y especialmente, ¿qué nos enseña esta obra sobre las relaciones así llamadas “sexuales”?

En ocasión del estreno de la película, Miguel Malagreca publicó un comentario que resumía las peculiares condiciones del encuentro entre este hombre y esta mujer: el contacto previo vía correspondencia, el acuerdo posterior para verse reiteradamente en el mismo café y la promesa de mantener una relación estrictamente sexual, anudada en un pacto de silencio acerca de sus nombres, profesión e incluso edad. En lugar de repetir el patrón de cita, flirteo y sexo, los personajes primero se acuestan, luego se citan y por último, pretenden nunca conocerse [1].

El carácter transgresor de la historia no fue bien digerido por las distribuidoras, que impusieron una censura pacata a la película. En Argentina fue estrenada como “Una relación particular”, en España como “Una relación privada” y en Estados Unidos como “An affair of love”, logrando el raro milagro de que las per-versiones de los títulos superaran por mucho las de la pantalla.

Pero ¿existe o no existe la famosa “relación pornográfica”? La respuesta no es sencilla y justifica este breve artículo. Requiere ante todo de un pequeño rodeo terminológico. Curiosamente el escollo no está tanto en la palabra “pornográfica” sino en el vocablo “relación”. Nótese que el original francés dice “liaison”, que es el término habitual para designar lo que en español llamamos relaciones amorosas o sexuales. Así lo muestran las tres versiones cinematográficas de la novela epistolar Les Liaisons Dangereuses, escrita por Choderlos de Laclos en 1782, o el título Liaison Fatale, con el que se estrenó en Francia el thriller con Michael Douglas y Glenn Close, conocido entre nosotros como Atracción fatal.

Les liaisons dangereuses, Liaison fatale, Une liaison pornographique… todas ”relaciones” sexuales tormentosas, retorcidas, inquietantes, desequilibradas, podríamos decir. Es interesante que en español se utilice también el término “relación” para hacer referencia en matemáticas a ciertas propiedades de los conjuntos –se habla de “relación unaria” o de “relación binaria”, ya sea que se trate uno o de dos de los productos cartesianos–.

Y finalmente hay una tercera acepción de “relación”, que es la que se utiliza para traducir la expresión acuñada por Jacques Lacan “Il n’y a pas de rapport sexuel” –no hay relación sexual– En síntesis, tres palabras francesas, liaison, relation y rapport, son volcadas al español con el mismo término: relación.

La distinción nos permite ir rodeando al film y a la obra teatral de categorías que pondrán en cuestión la evidencia intuitiva de la “relación pornográfica”.

Liaison : un anillo culinario

Consideremos el axioma lacaniano Il n’y a pas de rapport sexuel, el cual instala un desequilibrio, una desproporción estructural entre los sexos que no permite establecer una “rapport” entre ambos [2]. Una vía de acceso a la comprensión de tal complejidad son los tres registros Real, Simbólico e Imaginario, anudados de modo borromeo, es decir, sin que exista supremacía de un registro por sobre los demás. El modelo metodológico es rico en connotaciones, como lo muestra la presentación que del mismo hace Fabián Schejtman:

Si cabe suponer la posibilidad de que dos anillos se complementen uniéndose por la via que denominamos “interpenetración”, es decir, la cadena más simple, la de los dos eslabones que se ponen en relación, justamente, pasando cada uno por el agujero del otro, el planteo de Lacan descarta tal posibilidad para los seres hablantes, toda vez que su “no hay relación sexual” supone, en primer lugar, la impugnación de esa ilusión… de que los sexos son complementarios. (Schejtman, 2005, pp. 192-193)

Siguiendo el modelo borromeo, para que se produzca un encuentro entre un hombre y una mujer es necesaria la presencia de un tercero que los enlace, justamente en el punto en el que lo que no hay es relación sexual. Se trata de un encadenamiento donde el mínimo es tres, y no dos con su ilusión de complementarse en uno…

Aquí resulta interesante volver a la cuestión terminológica. Justamente una de las acepciones de la palabra liaison refiere a un procedimiento del ámbito culinario a través del cual algunas preparaciones líquidas, como cremas o salsas, consiguen espesarse y tomar cuerpo hasta alcanzar la consistencia deseada. A partir de este procedimiento de liaison, ingredientes de naturaleza heterogénea logran mezclarse, fusionarse, logrando una preparación homogénea.

Existen dos métodos para “ligar” de este modo los elementos. Uno de ellos es por incorporación de la roux, una mezcla o liga en partes iguales de algún elemento graso (puede ser manteca) y un elemento seco (como harina o fécula de maíz) que se incorpora a la preparación con la ayuda de una fuente de calor. De esta manera la liga se suma a la preparación hasta unificar todos los ingredientes. Lo que antes era una concatenación de elementos dispersos deviene una preparación que ha tomado cuerpo –y que aunque la contiene no delata la presencia de una liga (a)gregada–.

El otro método es por reducción. La premisa en este caso resulta de extraer el exceso de líquido hasta alcanzar la consistencia deseada, es decir, quitar lo que estaría de más.

En este sentido, el significante liaison utilizado en la cocina nos permitiría pensar de otra manera cómo se hace posible sostener un encuentro entre un hombre y una mujer allí donde no hay relación sexual. Así como la mezcla de cualquier ingrediente no logra que una preparación tome cuerpo si no es por efecto de la liaison (ya sea por añadidura o por reducción), el encuentro entre un hombre y una mujer no se puede pensar en términos de proporciones sino como un encuentro sostenido con la presencia de un tercero.

Tyché

Es en este punto donde interesa la premisa amatoria de Une liaison pornographique. Sus personajes se proponen de manera deliberada agotar la relación en su dimensión estrictamente sexual. Pero al hacerlo, no pueden sustraerse de la dimensión de liasion que hace posible el encuentro.

Aquí el visionado del film o el disfrute de la obra teatral son insoslayables. Los monólogos de los personajes, que intentan dar cuenta “con objetividad” de la experiencia, no hacen sino entrar en permanentes contradicciones y malentendidos. Esto está especialmente subrayado en la puesta de Javier Daulte, donde por momentos los parlamentos de Grandinetti y Roth son dichos de manera simultánea, a la manera de un dueto, en una curiosa armonía disonante, en la que terminan acabando al mismo tiempo pero habiendo dicho cosas ligeramente diferentes.

Dentro de los múltiples hallazgos de la pieza, interesa detenernos en uno que será crucial para el tema que nos ocupa. Todos los encuentros, como así también sus condiciones de restricción, son íntegramente calculados por los personajes. Buscan así “asegurarse” de que la “relación” no se salga de los cauces sexuales en que fue concebida. Pero el azar mete la cola y hay una única escena que resulta profundamente disruptiva. Un hombre mayor, que ingresa por error al cuarto del hotel en que se encuentran los amantes, tiene un ataque y debe ser hospitalizado de urgencia. La pareja se ve forzada a asistirlo y para sorpresa de ambos, en su agonía, el viejo se saca el anillo matrimonial y se lo entrega al hombre con el insólito pedido de que lo conserve: Hace 40 años que me estoy muriendo. Díganles que no avisen a mi mujer. No aguanto más a mi mujer. La pareja, consternada, acompaña la ambulancia y termina encontrándose con la esposa quien ya había sido convocada por el personal médico. La mujer, agotada por la vida y la inminente muerte de su marido, dirige a la pareja un parlamento especialmente conmovedor: No necesito su presencia, ¿saben? Sólo necesité saber que está vivo en alguna parte, en cualquier parte, con eso me bastó. Él me dejó, era un hombre infiel. Buscaba a otras mujeres, a zorras, putas, llamémoslas por su nombre. No se lo reprocho. Nunca se lo reproché. Sabía que siempre volvería a casa. Pero ahora, si se va, nunca volverá. Y eso es muy duro. No saben lo que es eso, ojalá lo sepan algún día, porque es importante. Sacrificamos nuestra vida por el otro. Y entonces, evidentemente, cuando el otro ya no está, nos quedamos sin nada. Sólo nos queda pegarnos un tiro.

Unos días más tarde la mujer termina suicidándose y al enterarse, la pareja ya no puede volver a hacer el amor. Interpelada por la tyché situacional, termina enfrentándose con los límites últimos del pacto establecido.

La pareja de ancianos introduce así el encuentro mediado por un tercero, que puede estar representado por las amantes, por el anillo al que se encuentra curiosamente encadenado el hombre, así como por la fantasía de seguridad que otorga a la mujer saber que aun en compañía de putas, su esposo estaba vivo en alguna parte [3].

Pero el anciano se saca la alianza de matrimonio y se la entrega al hombre de nuestra historia. La escena da cuenta de la función del anillo, alternativamente simbólica, imaginaria y finalmente real, que signa la relación en torno a su objeto. El anillo comienza a circular inesperadamente entre los protagonistas y será determinante en el desenlace de la trama.

Ética: no ceder en el deseo

Desenlace que no deja de desconcertar. El público sale del cine o del teatro sumido en una profunda desazón. Tomemos como ejemplo el siguiente fragmento de una crítica teatral aparecida en un diario de Buenos Aires: Es poco creíble que los integrantes de una pareja que ha logrado tal intensidad de comunicación, y no sólo en el plano sexual, no intenten averiguar cuál es el obstáculo real que impide que la relación continúe, más allá de la mera sospecha o suposición –como plantea la obra- de que el otro casi con seguridad desea la separación, pero que no es más que una suposición porque, individualmente, cada personaje dice que no desea romper. ¿Ninguna pregunta o curiosidad de por qué no se puede seguir ese vínculo, aun en condiciones parecidas a las que tuvo si es que los dos son libres y no tienen algún impedimento poderoso? [4] El texto evidencia el anhelo de complementariedad. Para el autor la pareja debe unirse nuevamente.

Lo que la crítica no llega a comprender es el núcleo mismo de la obra: ya no hay relación pornográfica y por lo mismo, los encuentros tienen que cesar. Como lo sugiere Miguel Malagreca en el texto antes citado: En tal perspectiva, prometer un amor de por vida sería renegar del sentido pornográfico, revelador que tuvo para cada uno de los protagonistas este encuentro. La apuesta ética de este film es la que aboga por la sustracción. Su clave no radica en un prometerse al otro, como vía obscena de satisfacción, sino en el riesgo que implica el acto de sustraerse como opción del sujeto que desea existir.

Referencias

Schejtman, F. "Una introducción a los tres registros", en Psicoanálisis y psiquiatría: encuentros y desencuentros, Berggasse 19, Buenos Aires, 2005.



NOTAS

[1Miguel Malagreca, “Una relación particular”. En Michel Fariña, J. y Gutiérrez, C. Etica y Cine. Buenos Aires, Eudeba, 1999.

[2Como lo consigna Guy le Gaufey “Lacan intentó primero sostener el enunciado Il n’y a pas de rapport sexuel con la ayuda de sus fórmulas de la sexuación, instalando un desequilibrio tal entre los sexos que ya no se podía establecer una “rapport” entre ambos. Después forjó una restricción del sentido de la palabra “rapport” reduciéndola a una concatenación de dos consistencias anudadas una a la otra. Eso permitía entonces enseñar el nudo borromeo como un lazo que no sería una “rapport”, y concebirlo como un ejemplo positivo de una “non-rapport”. Se arriesgó así a deslizarse de la negación de una existencia a la afirmación de una inexistencia, apoyándose en la existencia del nudo borromeo como prueba convincente de la existencia de una tal “non-rapport”. Pero, a fines de su enseñanza, terminó reconociendo que no, que no se podía sostener semejante existencia negativa, y que el “Il n’y a pas de rapport sexuel” no se fundamentaba más que en su propia enunciación, en el hecho de que él, Jacques Lacan, lo había proferido y sostenido. Una manera de reconocer que un axioma no pierde su fuerza por no poderse demostrar. Es decir, por lo tanto, que no se tratará de interpretar este enunciado sino, más bien, de apreciar la estrategia en la que se encuentra atrapado.” Ver http://mecayoelveinte.com/1059/il-nya-pas-de-rapport-sexuel, publicación de la École Lacanienne de Psychanalyse, extractado el 25 de Julio de 2013.

[3Más adelante, la reconstrucción de la escena por parte de la pareja, mostrará el efecto de interpelación suscitado:

Él: La alianza del anciano… él me la dio. No quería que se supiera que estaba casado. No quería, sobre todo, que avisaran a su mujer. Y me la dio. La conservé porque… Era una señal, ¿no?

Ella: Fue el único incidente externo en nuestra historia. La única vez que nos pasaba algo que no habíamos decidido ni él ni yo. Algo tenía que pasar, no podíamos seguir así, en nuestra burbuja. Para mí no era casualidad. Significaba algo.





Película:Una relación particular

Titulo Original:Une liaison pornographique

Director: Frédéric Fonteyne

Año: 1999

Pais: Francia

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