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Amor y duelo, azar y destino

por Laso, Eduardo

"Sin el amor, ¿qué sería del mundo para nuestro corazón? Lo que una linterna mágica sin luz. Apenas se introduce la lamparilla, cuando las imágenes más variadas aparecen en el lienzo diáfano. Y aunque el amor no fuera otra cosa que fantasmas pasajeros, esto bastaría para labrar nuestra dicha cuando, deteniéndonos a contemplarnos como niños alegres, nos extasiamos con tan maravillosas ilusiones"

Goethe, Werther

Los amantes del Círculo Polar propone una reflexión sobre el amor romántico, la convicción en la omnipotencia del deseo como condición absoluta, la pasión idealizada, la creencia en el destino y en la unión perfecta y aquello que ilusoriamente vela: lo real traumático de la pérdida, lo efímero, el desencuentro, el sinsentido y la muerte. Film sobre el desencanto que paradójicamente invita al espectador a ser arrastrado por la ilusión de la pasión romántica, para ser finalmente desencantados en la última escena, en la que se nos devuelve brutalmente lo real de una mirada.

Los amantes del Círculo Polar es un film que comienza por el final, y nos lleva hacia atrás en el tiempo [1]. En este comienzo -que es el final- hay un enigma: aquel que encierran el primer plano de los ojos de Ana. ¿Adonde miran? ¿De quién es ese rostro que se refleja en sus ojos? Su mirada, ¿es de dolor? ¿De felicidad? ¿De tristeza? Solo al final sabremos que esos ojos están muertos y que sin embargo miran. Y todo el film nos irá revelando que lo que Ana mira es un instante, que como todo instante, está fuera del tiempo. Ella fija en su mirada, y según su deseo, un imaginario instante de encuentro gozoso destinado a la eternidad, como modo de velar un trágico desencuentro.

El director del film, el español Julio Medem, comenta que su proyecto fue escribir una historia de amor narrada por cada uno de los protagonistas desde su respectiva subjetividad y parcialidad. Para ello organizó la historia en capítulos, la mayoría de ellos se llamados alternativamente “Otto” y “Ana”, indicando los diferentes puntos de vista de sus dos protagonistas.

¿Qué nos muestran estos capítulos alternados? Los disímiles puntos de vista de Ana y Otto y cómo esas diferencias, ignoradas por cada uno, son lo que los lleva a quedar unidos apasionadamente ya desde la infancia.

Cuando el sujeto demanda una mirada, el otro nunca mira desde donde el sujeto lo ve, e inversamente lo que el sujeto mira no es jamás lo que quiere ver. El enamoramiento viene a velar ese desencuentro. El amor encuentra su soporte a partir de cierta relación entre dos saberes inconscientes. Se anuda allí donde dos decires a medias no se recubren, apoyándose en el malentendido. Función de desconocimiento, el flechazo amoroso es una superposición de fantasmas cuya condición es que el objeto de encuentro coincida con la imagen fundamental del Yo ideal. Así, Otto sin saberlo, se hace el soporte del lugar del padre muerto de Ana y es desde allí que recibe la mirada de amor de Ana que lo cautivará. Atrapado por esa mirada que ignora su causa, se enamorará a su vez y será fiel a ese amor, no como su propio padre que no sabe de fidelidades y ha engañado a su madre.

Todo el film está plagado de escenas recurrentes que alimentan la idea de Ana de que en la vida hay un destino: autobuses contra los que se choca, aviones, indicadores de nafta vacíos y sobre todo círculos: el primer plano de los ojos de Ana, la porción de la puerta del patio del colegio por la que vuelan los aviones de papel de Otto, la ventana a través de la cual Otto ve el féretro de su madre, el sol de medianoche en el Círculo Polar, los nombres de Otto y Ana, que al ser palídromos sugieren circularidad. Incluso el pasado es también un ciclo que se repetiría circularmente. Así, el piloto alemán Otto, que quedó colgado de un árbol al caer en paracaídas, es un precursor de Otto el amante, también colgado de un paracaídas a un árbol en su accidentado camino hacia la reunión con Ana.

Medem comenta: “El film establece una relación en la que el frío contiene el calor de un modo que cuanto más frío es el afuera, más calor será posible en el interior. La estructura de los diálogos, la puesta en escena, especialmente moderada, austera y contenida, y la fotografía, contrastante y fría, trabajan para preservar la secreta intimidad de estos dos amantes. En este sentido, desde el comienzo de su secreto, Ana y Otto están construyendo una cápsula de protección que los aísla de su ambiente, incluso de aquellos tan cerca como sus propios padres. Nadie aparte de ellos sabrá de su pasión”. En ese sentido, el título del film no sólo remite a un lugar, sino también al amor de los protagonistas por ese círculo que han formado para protegerse del encuentro con lo real. Ese círculo secreto, ese mundo autocontenido y esférico que han armado, parece remitir al mito de los andróginos de Aristófanes, esos seres esféricos autosuficientes. En esa esfericidad imaginaria, lugar de goce de los amantes, todo cobra un sentido de predestinación.

Escapar de la pérdida

Tanto Otto como Ana intentarán en algún momento hacer del otro el soporte de un ser querido perdido: Ana sostiene hasta la adolescencia que su padre vive en Otto. Otto, luego de un intento de suicidio, le pedirá en sueños a Ana si puede ser su madre y ya despierto le preguntará donde está su madre. "No lo sé... donde tu quieras" le responde ella.

El primer encuentro entre Ana y Otto se produce azarosamente, a la edad de 8 años, en un momento traumático para la vida de ambos. Cada uno ha salido corriendo hacia el bosque cercano al colegio. Ana corre porque acaba de saber de la muerte de su padre en un accidente automovilístico y está tratando de huir de la tragedia, rechazando lo que ha ocurrido. Otto está corriendo a pocos pasos detrás de ella, persiguiendo una pelota de fútbol perdida. Él viene de saber que sus padres están a punto de separarse. Su padre le ha explicado que el amor, como todas las cosas, no dura para siempre. Otto rechaza esa afirmación: el amor es algo indestructible si es auténtico, como el que siente por su madre. Que su padre deje de amar a su madre es la marca inequívoca de un padre en falta.

Cuando Ana cae a tierra y se vuelve a ver a Otto, en ese cruce de miradas, cada uno ve una respuesta a sus problemas. Ana decide que el espíritu de su padre muerto ha tomado residencia en Otto, haciendo del azar del encuentro el signo de que su padre continúa a su lado, e iniciándose en ella una firme creencia en las coincidencias. Para ella no habrá azares: el destino, de acuerdo a un secreto mapa de coincidencias, le ofrece a Otto para rescatarla del dolor de la pérdida. Ana se sostiene en la vida desde su imaginación, abrazando coincidencias dondequiera que ella las encuentre [2].

Para Otto, que fue devastado de niño por la separación de sus padres, la constancia y fidelidad son ideales fundamentales y el amor no debería agotarse. La reacción al hecho de que su padre ha dejado de amar a su madre es embarcarse en la búsqueda del amor eterno. El no será como su padre: no se le va a acabar la nafta de la pasión. Y en ese contexto se encuentra con la mirada de amor de Ana, desconociendo el lugar del que acaba de hacerse soporte. Es en ese cruce de miradas donde, afectado por el amor de Ana que esa mirada transmite, el se enamora de ella. Otto se convence que encontró a Ana gracias a una vuelta del destino a través del cual debería dejarse guiar. Malentendido fundante de una pasión amorosa que irá creciendo entre ambos y en donde las creencias de los dos sobre el destino y el amor formarán una esfera protectora, creando un secreto lugar que los acoge y protege del resto del mundo y sus sufrimientos. Con su encuentro, empezarán a vivir en un mundo imaginario en donde cada uno da prioridad al otro por razones, en el fondo, completamente diferentes.

El film va construyendo una intrincada red de coincidencias, paralelismos y cruzamientos que circundan y dan forma a las vidas de estos amantes. Las coincidencias iniciales que causan la intersección de sus vidas son aparentemente insignificantes, comenzando con la carrera en el bosque en el mismo día y en la misma dirección. Un avión de papel, uno de los muchos lanzados por Otto desde la escuela, enciende un romance entre Olga -la madre de Ana-, y el padre de éste, lo que dará como consecuencia que el secreto amor entre Ana y Otto se resignifique como una relación entre hermanastros, y por lo tanto devenga prohibida y secreta.

Llegados a la adolescencia, Otto le cuenta un día a Ana cómo obtuvo su nombre de un piloto alemán, historia que para Ana cambia todo. La escena de ese relato se vuelve determinante por su valor nominante: no sólo por la relación del nombre de Otto a un aviador alemán, sino porque cifra el hecho de que Otto no es el padre de Ana. Él es otro que el padre. Ana pasa a separar a su padre de Otto. También nombra el amor de Otto por ella: si no es el padre, es que entonces Otto la ha estado amando como hombre. Con su característica curiosidad e impulsividad, Ana decide entonces que también quiere estar enamorada de Otto. Una noche, mientras ve con Otto el mapa del Círculo Polar, ella inicia el primer beso entre ellos. Amor secreto a causa de haber devenido hermanastros y donde la idea de amor como círculo que los lleva al fin del mundo los aísla de las pérdidas sufridas.

La súbita muerte de la madre de Otto termina abruptamente con esta fase idílica. Cuando niño, Otto había jurado a su madre que él la amaría para siempre y nunca la dejaría como hizo su padre. Pero cuando se mudó a la casa del padre, de hecho la abandona por Ana, traicionando su promesa. Ahora ella está muerta y él concluye que es porque se le rompió el corazón debido a haberla dejado. Él se hace culpable de haberle faltado a su madre. Atormentado por sentimientos de culpa que lo llevan a un intento de suicidio, termina abandonando a Ana –que se ha vuelto el signo de su traición a su madre- por un incierto futuro como piloto de avión... como aquel alemán en el que se inspira su nombre.

La creencia de Ana en que las coincidencias la llevarán a reencontrarse con el objeto de su amor la llevan a mantener una relación con Javier, antiguo profesor de Otto. Esta tendencia se agudiza cuando Ana descubre que el padre de su nuevo padrastro posee una cabaña en el límite del Círculo Polar. Ahora el mapa de coincidencias se torna apremiante, ya que Ana descubre que el padre de su padrastro se llama Otto, es alemán y fue piloto, igual que el hombre en la historia que Otto le contó de adolescente. Encontrándose con el viejo alemán, Ana continúa la historia de Otto a su comodidad, cerrando el círculo que espera que los ponga en el sendero de retorno a la unión entre ellos.

Destino y azar

En Finlandia Ana le pregunta al alemán por el sentido del hecho de que se llame Otto y que sus nombres sean palíndromos. Otto le contesta que no sabe, que no todo tiene sentido. Él advierte en ella una avidez por las coincidencias, una loca pasión por el sentido, pero termina diciéndole que al tomar su mano siente la de su mujer. Ana se quedará con este último comentario y no con el anterior acerca del sinsentido de los azares y coincidencias. ¿Qué hace Ana en el fin del mundo? Entrando en el Círculo Polar, porque cree que no hay azares y que está destinada a reencontrar al objeto que ha perdido siguiendo esas coincidencias que el destino le propone.

Para Freud, el destino es una manera de leer el azar, proyectando en el mundo las propias mociones intrapsíquicas. En “Psicopatología de la vida cotidiana”, cuenta que yendo en carruaje a visitar a una paciente muy anciana a quien iba a ver a menudo, el cochero que lo llevaba se equivoca de lugar y lo deja en una casa parecida de una calle paralela. Entonces Freud se pregunta si tiene algún significado que lo hayan llevado a una casa donde no hallará a la anciana dama. "Para mí ciertamente que no, pero si yo fuera supersticioso vería en este episodio un presagio, un indicio del destino, de que es este último año para la anciana señora... " [3].

Para Freud el episodio es una casualidad sin otro sentido. Diferente sería el caso si, haciendo el mismo camino a pie, "ensimismado", "distraído", Freud hubiera llegado ante la casa de la calle paralela y no ante la casa correcta. Ahí estaríamos ante una acción con propósito inconsciente que requiere ser interpretada (por ej. la expectativa de que pronto ya no encontrará a la dama, o aún el deseo de no encontrarse con ella). Dice entonces: “Por lo tanto me diferencio de un supersticioso por lo siguiente: no creo que un suceso en cuya producción mi vida anímica no ha participado pueda enseñarme algo oculto sobre el perfil futuro de la realidad. Sí creo que una exteriorización no deliberada de mi propia actividad anímica me revela algo oculto, pero algo que sólo a mi vida anímica pertenece; por cierto que creo en una casualidad externa (real), pero no en una contingencia interna (psíquica). Con el supersticioso sucede a la inversa: no sabe nada sobre la motivación de sus acciones casuales y sus operaciones fallidas, cree que existen contingencias psíquicas; en cambio, se inclina a atribuir al azar exterior un significado que se manifestará en el acontecer real, a ver en el azar un medio por el cual se expresa algo que para él está oculto afuera." [4]

El supersticioso proyecta hacia afuera una motivación interior, no considerando el azar como azar sino como un sentido que debe ser interpretado. El supersticioso nada sabe de la motivación inconsciente de sus propias acciones casuales. Como esta motivación se esfuerza por ser reconocida, el supersticioso la ubica en el mundo exterior por desplazamiento. El oscuro discernimiento de lo inconsciente por parte del supersticioso se refleja en la construcción de una realidad suprasensible, la cual un análisis debería transformar nuevamente en psicología de lo inconsciente.

Con los elementos prestados del relato de Otto y del alemán, Ana reconstruirá un mito del encuentro en donde ella corre y es alcanzada por Otto-el-alemán-el-aviador-el-novio. Escena de encuentro que a la vez es idéntica a aquella del parque cuando se vieron por primera vez. Y esta escena es la que le propone a Otto repetir para reencontrarse. Creyendo firmemente en el destino, propone repetir la historia y así cerrar el círculo. "Salta valiente" le demanda Ana y es lo que Otto hará.

El final del film nos propone nuevamente dos miradas, de ahí que el director titule los dos últimos episodios “Los ojos de Ana” y “Otto en los ojos de Ana”. En el primero seguimos los acontecimientos desde la mirada de ella. Vemos a Ana esperar a Otto en una cabaña en Finlandia, o sea, en el fin del mundo, tal como lo habían soñado. Éste no llega. Recibe la noticia que el avión de Otto ha caído en el ártico. Sólo que no sabe que éste logró saltar en paracaídas y quedó colgado de un árbol muy cerca de donde ella se encuentra. Desesperada, se dirige al pueblo. Como ignora el idioma del lugar, al llegar a la plaza del pueblo ve en un diario la foto del avión caído pero no puede leer si su piloto se ha salvado. Su confianza en el destino de reencuentro se quiebra cruelmente: piensa que ha perdido a Otto y vuelve a correr, como aquella vez de los 8 años a la salida del colegio. Se dirige desesperada hacia el edificio donde se encuentra el alemán, a quien ve desde una ventana. Escuchamos entonces un ruido y un golpe. El diario que ella llevaba en sus manos sale volando por los aires y vemos durante unos segundos un primer plano de los ojos fijos de Ana. Entra corriendo al edificio, sube las escaleras y se encuentra con el alemán, quien ante su angustia por las noticias le dice que todo eso ya no tiene importancia, que hay alguien que la está esperando. Entra al departamento, y allí lo ve finalmente a Otto. Se abrazan y sus ojos fijos nos miran.

“Otto en los ojos de Ana” propone un cambio de punto de vista. Ahora volvemos a ver la secuencia pero a partir de la mirada de Otto, desde el momento en que es rescatado de su incómoda situación de estar colgado de un paracaídas entre los árboles. A los gritos logra que un auto que pasa cerca de allí se detenga. El conductor desciende y lo ayuda a bajar del árbol. Otto le pregunta si conoce a una española llamada Ana. Le dice que sí, que está viviendo en una casa frente al lago, pero que ha salido al pueblo. Le ofrece llevarlo hasta allá. Al llegar al centro del pueblo, ambos se cruzan súbitamente con un autobús. Frenan bruscamente. Otto se golpea la frente. Y entonces ve con horror cómo el autobús atropella a una transeúnte, que con el impacto se desliza como una cosa inerte por la calle. Otto descubre desesperado que se trata de Ana. Al acercarse a ella, ve sus ojos abiertos. Y entonces comprendemos que sus ojos abiertos reflejan el rostro de Otto. Otto está efectivamente en el círculo de los ojos de Ana.

Ana es arrollada por un autobús... como su padre. Corriendo desesperada para no ser alcanzada por lo real de la pérdida una vez más, encuentra la muerte. La muerte –y la muerte de su padre- la alcanzan. Lo que abre la pregunta de si el accidente de Ana es resultado del azar o está inconscientemente determinado.

¿Qué miran los ojos de Ana? Ana mira un instante: aquel del goce del encuentro con el objeto perdido, justo ahí, en el entre-dos-muertes: entre la tyché del encuentro con lo real y su muerte subjetiva. De manera que el encuentro de Ana con Otto al que hemos asistido en “Los ojos de Ana” ocurre en un instante fuera del tiempo y de la realidad, sostenido desde la fuerza de un deseo que se realiza en la Otra Escena, realización de deseos que plasma el suceso tan anhelado que podría haber ocurrido si la muerte no hubiera irrumpido. Allí, en lo imaginario, Ana alcanza finalmente a su objeto: Otto recuperado en sus ojos. Si el amor de Ana y Otto comenzó con un cruce de miradas, en la última escena ellos se verán y Otto en los ojos de ella será lo que se lleve como última imagen.

Referencias

Freud, S.; "Psicopatología de la vida cotidiana", en Obras Completas, Vol. VI, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.

Lacan, J.; Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Madrid, Barral, 1980.



NOTAS

[1Medem, J.; Los amantes del Círculo Polar, España, 1998, 112`.

[2Dice Medem del personaje de Ana: “su enorme capacidad para inventar es debida probablemente a su manera radical en que ella se defiende a sí misma ante el rostro del sufrimiento... Hay algo intensamente primitivo acerca de su modo de escapar de la tragedia; engendra -a pesar de que ella no es consciente de ello- un mundo imaginario tan poderoso que se eleva al nivel de sus deseos. Es un mundo en el que ella puede vivir indefinidamente”.

[3Freud, S.; “Psicopatología de la vida cotidiana”, en Obras Completas, V. VI, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, pág. 250.

[4Freud, S.; ob. cit., pág. 250.