Introducción
La película “Letras Prohibidas. La leyenda del Marqués de Sade” [1] (Quills, es su título original) cuenta la historia de los últimos años de Sade internado en el hospicio de Charenton. Esa ficción cinematográfica que cuenta el final de su vida no se comprende sino conociendo las alternativas de su vida que se desarrollaron a finales del siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX. También es imprescindible comprender el tiempo histórico en el que vivió.
En ese tiempo histórico cuando Pinel (1745-1826) realizaba una denuncia: “¿Cómo pueden los locos, los prisioneros políticos, los idiotas, los pervertidos sexuales, los onanistas, los pobres, estar encerrados en la misma celda? ¿Qué grupalidad los reúne bajo el mismo mecanismo asilar?”
Pinel desnudó ese patrón común: era una instancia política la que los mandaba encerrar y no una razonabilidad científica. La monarquía mandaba a encerrar a todo aquel que desentonaba con sus criterios reales pero en un tiempo histórico que aun le era favorable. Los vientos estaban cambiando. Su poder estaba siendo cuestionado, mucho más que eso, estaba siendo socavado por un nuevo sistema que Foucault llamó: del poder disciplinar [2] y que yo prefiero llamar como el tiempo histórico de la Modernidad Madura.
Pinel no sólo denunciaba la inclusión excesiva, autoritaria de la política monárquica, la ridiculez de sus emblemas y necio manejo de las cuestiones de la “racionalidad humana” sino que también su denuncia era “para adentro”. Si las “las disciplinas científicas” estaban coronándose, en su interior, acontecían conflictos, acomodamientos. Algunas disciplinas “plenamente reconocidas como tales” tenían ya siglos y estaban en su momento de madurez. Esas disciplinas “reconocidas” cuestionaban a las disciplinas “con poco reconocimiento. La psiquiatría era una de ellas.
Pero la ciencia se daba a sí mismo el mandato de la inclusión bajo ciertos parámetros que debían ser alguna tecnología de contrastabilidad y una mirada objetivista, cosificadora. Con estas coordenadas, no tenía tantas dificultades de abrirse hacia nuevos actores. Había que fundamentar los límites de lo que se admitía como ciencia. Tras estas disputas había filósofos que eran grandes maestros. Llevaban en sus espaldas la tarea de la fundamentación epistemológica y crítica de la ciencia. Kant era uno de ellos y no cualquiera, aún hoy es considerado como un personaje fundamental de esa época, hasta el punto de ser llamado padre del iluminismo, por ser quien fundamenta el sistema donde se estaban coronando las disciplinas científicas.
Kant [3] planteaba al sujeto como dividido (no fue Lacan el primero que lo dijo ni aún Freud), dividido entre la ley y la fenomenología, entre la condición de posibilidad de la ley y el largo brazo de la acción sobre los objetos y los otros. Por un lado, lo universal de la ley y por otro lado, lo general de la regla que se lleva adelante por intermedio del imperativo moral. Y en el borde más allá de esas categorías y formas puras, ubicaba en un lugar estelar a la cosa; un topos fuera de espacio y tiempo, operante en todo momento pero imposible de aprehender. El noumenos, la cosa en sí kantiana [4], resultaba incognoscible. Kant era el corolario de un largo desarrollo de la Modernidad. [5] La cosa en sí kantiana era la imposibilidad de aprehensión, el límite al afán humano pero al mismo tiempo, era la partición de la razón en dos: el sujeto trascendental y el sujeto empírico. De esa tachadura del sujeto, Hegel, unos pocos años después, hablará de la dimensión del deseo, que impulsa a un sujeto tachado contra otros sujetos tachados en búsqueda del reconocimiento de su deseo humano como sujeto político-deseante. El deseo lucha por ser reconocido por otro deseo pero el callejón sin salida es que jamás puede haber correspondencia entre quien reconoce y quien es reconocido.
Kant plantea el imperativo moral como la necesidad de un elemento ser incluido necesariamente en el universal, no hacer lo que no se pueda ofrendar a la regla general, “no hacer lo que no queremos que nos hagan” fue la bajada tipo slogan que guía la relación entre los hombres/mujeres.
Descartes, al comienzo de la Modernidad, había sostenido una nueva forma de pensarse al individuo, y de esta forma construía una nueva noción de moral, una moral que puede ser puesta en duda, y la llama una moral provisional, una moral “mientras tanto” halla una moral clara y distinta, evidente, incuestionable. Una moral que tiene determinados atributos: es reflexiva, inclusiva, destaca la autonomía del uno frente al otro, y valida una objetividad de la experiencia con los objetos, una objetividad de objetos. Una forma, al fin, no dogmática y autoritaria entre los hombres, estaba en el comienzo de esta nueva época [6]. El hombre era arquitecto de su destino. Decir arquitecto es hablar de su gran metáfora, el destino del hombre ya no pasaba por las líneas del destino escrito por los dioses sino él mismo realizaría el trabajo de deconstrucción y reconstrucción desde el fundamento. Descartes tirará la casa abajo para volver a construirla desde sus cimientos pero ahora sabiendo qué materiales y cómo reconstruirla [7]. Pero mientras que realiza este trabajo de refundación, se tendrá que manejar con lo que llama una moral provisoria.
Este breve pantallazo histórico nos permite vislumbrar la preocupación de la Modernidad por las cuestiones de la ética y la moral.
La Modernidad madura de Kant está construída sobre la Modernidad “propiamente dicha” de Descartes y ésta modernidad está construída a su vez sobre una pre-Modernidad que se llamó Renacimiento que se asienta en el cuestionamietno de la edad media y el descubrimiento de nuevos mercados y de nuevas colonias, entre los que se destacan las Américas.
¿Qué relación puede haber entre un Sade que escribe en el Hospicio de Charenton, apresado por todos los sistemas políticos de aquella convulsionada Francia de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX con un Kant, que en la misma época pero en Königsberg escribe durante décadas y da clases en la universidad y escribe su sistema crítico de Filosofía.
Relacionar a Kant con Sade es una hipótesis lacaniana [8] muy interesante para inmiscuirnos en los enfrentamientos que se estaban desarrollando en esa Modernidad Madura.
Pero el objetivo de nuestro trabajo es que entrecruzar a Kant con Sade nos permitirá ubicar el nacimiento de la ética moderna. Es este entrecruzamiento lo que nos permitirá pensar la separación entre moral y ética y como el movimiento de la ética implica un deseo paradójico de “quedar afuera” del reconocimiento del otro para generar un nuevo universo de reconocimiento. Kant al igual que Sade representan más de lo que sus “plumas” (quills) han podido borronear en un hoja, en sus teorías, en sus cuerpos.
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Lo que tiene de novedoso el asombro y la denuncia pinealiana, no es entonces el cuestionamiento del poder real que ya llevaba siglos sino la lucha por pleno reconocimiento que una nueva disciplina estaba llevando a adelante. La psiquiatría no era una disciplina como las otras. Su validación era complicada, su legitimidad era resistida por quienes sostenían que no era una especialidad del logos, su fundamento de objetividad y racionalidad científica eran bien distintos a la ciencia física matemática.
La psiquiatría no podía ir hacia la piedra de toque de la objetividad, no parecía poder realizar semejante movimiento, y el obstáculo no sólo era la persona misma del psiquiatra sino el escenario que se creaba con el paciente al que llamamos la clínica. La psiquiatría era una especialidad clínica, y su mismo fundamento era un escollo para su fundamentación científica. [9] El tema, ya estaba planteado y se relacionaba con la legitimidad científica que podía conferirse a la escena clínica, al encuentro entre un enfermo y un practicante de la ciencia que tenía que poner el cuerpo para llevar adelante su práctica.
Esta es una dimensión de la modernidad, la otra es la que representa las posiciones sadeanas que cuestionaban las nociones de la ciencia con posiciones eróticas muy ligadas a los agujeros y salientes del cuerpo, un cuerpo que suda por sus agujeros y en el afán de desesperación dibuja, escriba y deletrea con sus heces, con su sangre, con sus entrañas.
En la película, el conflicto es Sade, él es el escenario, el lugar donde se desarrolla el conflicto. Su imaginación, su escritura, sus desechos, su vida.
Veamos este fragmento de la película, en el cual se acentúa el erotismo http://www.youtube.com/watch?v=DSwroiEFUAk&feature=fvst
La Modernidad está en esta escena. Desde Platón y Sócrates, el dualismo mente-cuerpo se ha desarrollado sin parar, hasta llegar a ese miedo espantoso de la Modernidad acerca de la suerte que podríamos correr si nos dejáramos llevar por las pulsiones del cuerpo, por la erótica que sudan los cuerpos al entrechocarse. Ese dualismo que, la Modernidad lleva hasta el paroxismo, aleja, deja por fuera, sepulta, descree, deja caer, discrimina a las posiciones pulsionales que nacen en el cuerpo.
Anotemos antes de continuar que esa definición de “dejar caer” es como el psicoanálisis ubica al pasaje al acto. En francés, laisser tomber significa además de “dejar caer”, abandonar, dejar de lado, dejar plantado. Esta conceptualización de dejar caer, de pasaje al acto la utilizaremos para hablar de la ética moderna. Siguiendo con el psicoanálisis, en el seminario 7, Lacan propone pensar una nueva articulación a partir de la comprensión de lo que denomina pasaje al acto, al referirse a la joven homosexual cuando, después de la mirada colérica del padre y el desdén de la señora XXX, se “deja caer” (laisser lomber) a las vías del tren. El acto está antes que el sujeto, no es que la joven decide suicidarse sino que se deja caer. El universo de la caída antecede al universo de la decisión de tirarse. El acto antecede al sujeto, es más crea al sujeto.
En palabras de Ignacio Lewkowicz: “En el medio de la nada un acto, a partir del acto un sujeto posible. Un acto ético es un acto existencial, da existencia. La existencia crea el saber. En el momento en que colapsa el universo moral, colapsa el sujeto por tanto no hay nadie, un acto da existencia nuevamente. Un acto viene a introducir un plus en el mundo, de otro modo sería un hecho común”. [10]
George Bataille sostiene en “Sade y la moral” [11], prólogo del libro “La filosofía en el tocador”:
"En otros tiempos se entendía, y es probable que hoy suceda lo mismo, que el mundo opone dos principios; por una parte el del espíritu y por otra el de la materia. No se sostiene, por lo común, que la materia sea el mal y el espíritu el bien. Pero, no obstante, la tendencia de las grandes religiones es la de de conceder a la materia el sentido del mal y al espíritu el sentido del bien...
Esta noción se encuentra en la moral de Platón (aun cuando fue una realización de los gnósticos platónicos) y puede anunciarse de la siguiente manera: el bien no es el espíritu, tampoco es la idea o la razón, sino el gobierno de la razón; en consecuencia, el mal consiste en el hecho de que la razón sea gobernada por la materia, vale decir, si se trata de las costumbres, por las pasiones. El mal comienzo cuando las pasiones dominan la razón.
Sade le dio una forma sorprendente a un principio diametralmente opuesto…”
Las disciplinas científicas (hablar de ciencia sería una entelequia) desconfiaban del cuerpo, desconfiaban de ese escritor que además de hablar de esos agujeros, en su afán de meterse en todos los agujeros, creaba más agujeros, y si no existían, ¡no importaba!, mejor, por eso mismo, los va a crear simplemente para después meterse dentro, dejarse lamer, hacerlo estallar con gritos de basta, más allá del límite de lo aguantable. Desconfían de ese autor que centraba sus letras en la cuestión de la imaginación y del goce sexual.
Sade representaba más que ese personaje tan sufrido y escandaloso que pasó más de treinta años en diferentes cárceles y manicomios. Sade escribió aun cuando fue dejado de lado, cuando no tenía quills (plumas) alguna con qué escribir, cuando cae escribe con lo que no tiene nombre, con los desechos de su cuerpo, con lo que cae de su vida misma. Es esa caída, esa apertura de los agujeros y la tinta, de lo trascendente, de las palabras, lo que constituye la posición ética, que no puede ser sin el compromiso del cuerpo, en una caída que produce el pasaje a otro universo que en este caso, el de la película, es a la muerte pero que en muchos otros casos, podría ser a nueva forma de vida.
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La Modernidad es un tiempo de luchas encarnizadas, todos ponen la carne al asador, la psiquiatría luchaba por su reconocimiento en el campo de las disciplinas científicas ya instituidas. ¡No se podía fundamentar en la funcionalidad del órgano o en la incontrastabilidad y certeza de las proposiciones lógicas! Debía tomar a su mismo escollo como su fundamento, debía lograr el reconocimiento de la persona y del lugar donde llevaba a adelante la práctica: el manicomio. De aquí su nombre que no acentuaba el logos sino el “tría”. No se llamó psicología sino psiquitría. Poner énfasis en el sufijo “tria” era darle un lugar central a la escena clínica y a la persona que llevaba adelante esa práctica [12].
Lo que se pone en juego con la denuncia pineliana es, una doble lucha, un doble campo de batalla, con el poder monárquico por un lado pero, sobre todo, para adentro de las disciplinas científicas, con la forma de validación científica de la escena clínica. Se le exigía a la psiquiatría que aceptaban las dificultades de su práctica, su objeto de estudio, pero debía exponer no solamente los logros sino sobre todo la manera de transmisión de su conocimiento a las nuevas generaciones.
En el centro mismo de la Modernidad madura se ubica el cómo transmitir a nuevas generaciones lo alcanzado, cómo llevar adelante una pedagogía al interior de la disciplina. Se trataba de cómo alguien más avezado conducía hacia la formación a quienes comenzaban en el campo disciplinar.
Volvamos brevemente sobre lo alcanzado hasta aquí, se tratan de dos puntos de convergencias y una correlación entre las posiciones de Sade y de Kant.
Un primer punto de convergencia, ambos buscaban cómo transmitir lo que sabían a las generaciones más jóvenes, cómo transmitir lo que se sabía, el conocimiento. En “La filosofía en el tocador”, Dolmancé, el alter ego de Sade, es el maestro que enseña a una joven, hermosa, virtuosa joven llamada Eugenia que logra escapar por unos días del control familiar materno y que va a aprender “todo” de los libertinos más famosos de Europa, esa chiquilina tendría un adoctrinamiento completo, un seminario full time.
Un segundo punto de convergencia es que ambos autores son perseguidos y amenazados por la autoridad real a que detengan su enseñanza, su voz en público, su exposición de sus teorías y saberes, que dejen de expresar sus ideas en público, y que si no…. A los dos el monarca (distintos monarcas pero al fin el monarca) a finales del siglo XVIII y a comienzos del XIX, los amenaza de muerte.
“Sade se mantiene huyendo porque era perseguido por su suegra con una carta rubricada por el rey, lettre de cachet, que debe ser apresado inmediatamente se encuentre donde se encuentre. Sade ya había escapado a varios registros de su castillo en Lacoste, enterado de que su madre estaba agonizando, regresa a París junto a su esposa Renèe y, esa misma noche del 13 de febrero de 1777, es finalmente arrestado en el hotel donde se hospedaban y encarcelado en la fortaleza de Vincennes” [13]. Sade escribe a su suegra: De todos los medios posibles que la venganza y la crueldad podían elegir, convenid, Madame, en que habéis elegido el más horrible de todos. Fui a París para recoger los últimos suspiros de mi madre; no llevaba otro propósito que verla y besarla por última vez, si aún existía, o llorarla, si ya había dejado de existir. ¡Y ese momento fue el que usted escogió para hacer de mí, una vez más, su víctima… (Carta de Sade a Madame Montreuil «la Presidenta» desde Vincennes, febrero de 1777.) [14]
Sade, fue encerrado por primera vez en 1777, y esa historia no termina hasta 1814, el 2 de diciembre que muere en el hospicio de Charenton, más de treinta años de encierros. Esta última época, la segunda temporada en Charenton es la que aparece en la película, ahora el monarca era Napoleón. El encierro marca la vida de Sade.
En el caso de Kant, el monarca le manda una carta de puño y letra instándolo a que dejara de escribir y de exponer sus pensamientos en público a costa de si no cumplía, pagaría con su vida. “Kant se apresuró a ser público su acto de contrición, declarando que “como el más leal y sumiso de los súbditos de Vuestra Majestad, me abstendré totalmente en delante, tanto en mis lecciones como en mis escritos, de toda exposición pública referente a temas de religión, sea la ya la natural como la revelada”, y aunque limitaba el tiempo de su promesa a la circunstancia de ser “súbdito de Vuestra Majestad” su sumisión no fue bien recibida por la intelectualidad” [15].
Kant llevó adelante otro tipo de respuesta que la de Sade pero en algo semejante, si en uno la caída es al encierro, el otro resuelve su destino con el aislamiento.
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En Francia, al monarca no lo desvivían esas luchas al interior a las disciplinas científicas, ni las peleas escandalosas que tenía el marqués de Sade con su suegra que lo intentaba llevar a la cárcel, lo que ponía nervioso a sus fibras reales era que, fuera quien fuera, en esa convulsionada Francia, necesitaba a las cárceles y ahora a los hospicios para encerrar a todos lo que contrariaban su ley “real”.
¡NO, NO!....
No entregaría tan fácil ese emblema de poder. ¡era lucha por el poder! Se le ocurre una idea, que va a producir de las más variadas consecuencias para la historia tanto de Kant como de Sade. Decide enfrentar a las disciplinas científicas con Sade. ¿Por qué? ¿Le traería algún beneficio poner a pelear a dos de sus adversarios más poderosos? Mataría dos pájaros de un tiro, desacreditaría a los psiquiatras encomendándoles que lleven adelante el tratamiento del Marqués de Sade encerrado en el manicomio de Charenton y por otro lado, a Sade lo callaría. Ese Sade había pasado ya tantos años en diferentes cárceles y manicomios, y ahora al final de su vida, seguía publicando su apología de las distintas formas del gozar sexual, seguiría con sus novelas escandalosas tipo “Juliette” donde en orgías increíbles se incluye al Papa bajándose los pantalones, y teniendo sexo en la misma capilla Sixtina.
En Quills se aprecia al emperador, Napoleón reunido con su consejo de notables, decidiendo mandar a la psiquiatría para constreñir al marqués a entrar en sus cabales, y nombran para esto a un psiquiatra con nombre y apellido para que se haga cargo de este caso. Sade no era una colegiala virgen, ya estaba muy curtido, había pasado más de trece años en Vincennes, luego había pasado a la cárcel de La Bastilla, de la cual se lo habían llevado solamente unos días antes de que se desarrollaran los días de la revolución francesa. De allí pasaría la primera temporada en el manicomio de Charenton, al que suplicaría volver al final de su vida, frente al estar encerrado en la cárcel de Bicetre donde había sido encerrado en la época de la República, desde tenía una vista directa del terror de la guillotina, viendo las decapitaciones, las caídas del cooter en las cabezas que rodaban aún con vida.
La tercera convergencia es una correlación
Es la relación entre el singular y el universal que constituye una instauración necesaria para pensar el acto ético, se comienza a demarcar en la Modernidad madura.
Kant se sabe con el imperativo categórico que es uno de sus pilares fundamentales para pensar la cuestión de la moral pero aparece de una manera novedosa en la correlación con Sade quien no solamente habla de la virtud y el vicio sino que le sale un acto ético cayendo de los agujeros de sus entrañas.
¿Cuántos agujeros tiene el hombre para que desde allí se instaure el acto ético? Esta hipótesis sigue el desarrollo freudiano-lacaniano y debe ser puesta una y otra a prueba para circunscribir la especificidad del caso, en este caso peli, de la que hablemos.
Sade hablar de la virtud, el vicio, de las costumbres, de la moral, temas que también desarrolló Kant en su imperativo moral. Metámonos, otra vez brevemente, en su enunciado que puede ser leído de dos maneras diferentes.
Separemos para comenzar el plano de lo universal y el plano de lo general. Lo general puede ser recorrido, en cambio lo universal es un concepto tan concreto como abstracto, un concepto topológico, inestimable, o como diría Juan Samaja “no decidible” [16].
La definición de la acción moral es aquella cuya fórmula bien conocida da Kant en la “Crítica de la razón pura”: Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal. [17]
Ese “al mismo tiempo” nos pone en aviso de que se trata de dos fórmulas sintetizadas en una. La primera fórmula apunta a lo universal, al campo de la condición de posibilidad de la ley. Y la podríamos re-enunciar de la siguiente manera: Haz de modo tal que la máxima de tu acción puede ser considerada como una máxima universal.
En esta primera fórmula se destaca la noción de lo universal. En cambio la segunda fórmula enunciativa plantea, en cambio, el campo de la legislación que ubica a las acciones en relación a una tipificación general, a una legislación que vale para todos y dice así: Actúa de manera tal que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como principio de una legislación que sea para todos.
La cuestión de lo general y de lo universal se pueden diferenciar a partir de la Kant. Una fórmula y la otra son tan disímiles, como son la moral y la ética que no continúan un derrotero lineal. Es necesario agregar más que un detalle, en un fórmula, en la que se formula el concepto de lo universal, se ubica también el “haz”, la interpelación al plano singular. En esta primera fórmula se relacionan de alguna manera enigmática, el plano singular y el plano universal.
Resulta necesario ubicar el escenario sadeano para comprender esa relación entre el “haz” [18] y el “universal”, entre el plano singular y el plano universal donde ubicaremos al acto ético.
Sabemos a partir de la Modernidad madura, a partir de Kant donde ubicar a la acción moral, como un imperativo que se debe volver legislación para todos. Una acción que pueda ser generalizada, es una acción jurídica, una acción “tipologizada” por las letras jurídicas.
Es el consenso social, los logros de cada época, su cotidianeidad sostenida en los usos y costumbres, sus valoraciones de la virtud y de lo vil, y sobre todo es el sentido común sostenido y cada vez con mayor intensidad en los medios masivos de comunicación.
La trasgresión es claramente sentenciada en forma de encarcelamiento pero sobre todo es dejada de lado, separada, excluida.
Los medios de comunicación no hablan (¿se dieron cuenta de ello?) de la problemática del bien y del mal sino que lo traducen como el combate entre los buenos y los malos. Nos han enfermado la cabeza marcándonos a los buenos y los malos. ¿Por qué son buenos los buenos sino porque llevan adelante el imperativo moral kantiano? Su acción particular forma parte de una acción jurídicamente irreprochable “para todos”. Rápidamente caemos en la cuenta de que ese para todos, nunca es “para todos” y que hubo una “lucha a muerte” para que una fracción del para todos pudiera ponerse por encima de otra fracción y nombrarse como la que englobaría a todos. Ese proceso de síntesis es un proceso de colonización, es un proceso de ponerse por encima y dejar algo abajo, soterrado, caído.
Hay que ir a buscar en eso dejado más allá del planteamiento general, a eso caído como una clave donde se esconde la posibilidad de pensar acerca del acto ético.
El otro día pensando, casualmente acerca de hacia dónde nos pueden conducir las acciones que siguen la lógica del bueno, esa acción que se sigue en sus consecuencias no podría ser sino “benéfica” [19] para la sociedad. La moral es el beneficio de nuestra sociedad, es la que marca la posibilidad de pertenecer a un grupo. El punto es a lo que nos lleva esa acción benéfica. La gran paradoja de los buenos es que al hacer el “Soberano Bien” permite pensar el tema de “la falta de agradecimiento”. Los que han surcado como por ejemplo Timón de Atenas, obra shakespeareana, saben de lo que se tratan. Cuando Timón se queda sin plata de tanto ayudar y ayudar a todo el mundo, espera que le devuelvan algo de lo que ha dado y se encuentra que no hay reciprocidad, que lo dado no vuelve de la misma manera. Timón cae en un odio a la humanidad, en una posición misántropa.
Nunca es dejado de observar, pensándolo a partir de esta consecuencia, en los que hacen el bien y dejo de indiferencia distante para quien estaban haciendo la buena acción. Pero de esto se puede hablar poco, de que los buenos conllevan en sí mismos la misantropía, un instante de odio al género humano, y esto no se puede decir muy fuerte porque no se puede generalizar, el goce del bueno, no se puede generalizar sin que volvamos a caer en estrepitosas paradojas.
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Volvamos a Sade.
Corría el año 1789, el rey aún con su cabeza en sus hombros, Sade encerrado en La Bastilla se queja de las condiciones de encierro y para quejarse siempre tiene ideas brillantes: saca un tubo del inodoro y se pone a gritar a los transeúntes contándoles como lo maltrataban en ese lugar. Sade aun hoy es considerado casi como un profeta, un visionario, un adelantada en todo lo que tiene que ver con las actividades políticas en las cárceles por eso es idolatrado en todas las cárceles del mundo.
Se lo llevan de allí por su “peligrosidad”, por su enorme apego al escándalo, y es mandado al hospicio de Charenton. En ese lugar se encuentran encarcelados juntos locos, pobres, adversarios políticos y ahora libertinos. Ese hospicio es el lugar de la denuncia de Pinel. Los manicomios debían quedar “limpios” de la política real, la psiquiatría debía tomar su lugar, desarrollarse, debería ser el lugar de la escena clínica, mostrar sus catálogos nosográficos, prácticas y artefactos de la cura. Ahí estaba una disciplina luchando por su reconocimiento.
A Sade le pasó lo peor que le podía pasar. No era estar encerrado, ni siquiera en los peores momentos, en los peores lugares, lo que lo desesperaba era que sus papeles, sus escritos, su pluma se volvieran nada, se los quemara, que su trascendencia no dejara rastro.
En La Bastilla trabajé sin cesar, pero destrozaron y quemaron todo cuanto había, por la pérdida de mis manuscritos he llorado lágrimas teñidas de sangre. […] Las camas, las mesas o las cómodas pueden reemplazarse, pero las ideas… No, amigo mío, nunca seré capaz de describir la desesperación que me ha provocado esta pérdida.
Carta de Sade a su administrador. [20]
En el agujero carcelario, encerrado, Sade era capaz de escribir el discurso libertino más arrollador y erótico. Sade escribe libros que no se pueden leer como un libro común y corriente. Sade es místico. Solamente aquel que puede unir los opuestos más irreconciliables, puede creer en las palabras que calientan la cabeza y exacerban la imaginación.
Sade es un seductor que fue capaz de sacar la imaginación más exacerbada del encierro y contarla. Pero el costo fue enorme, nada más y nada menos, su cuerpo es tomado como escenario, y no precisamente de la sexualidad.
Sade representa esa posición que debe ser dejada de lado, debe ser arrojada, debe caerse. La colonización de lo general debe sintetizarse en un nivel donde la posición sadeana quede por debajo de la barra.
Una de las experiencias que podemos conocer por la historia de la colonización que hemos vivido es que la barra de la división nunca es vertical sino horizontal, separa un arriba de un abajo; una marcación desde donde se construye todo lo atinente al poder político-jurídico de las acciones morales.
Lo que intenta hacer Sade con la escritura es producir un lazo y no quedar deshecho frente a la impetuosidad del poder y al goce absoluto.
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“Una singularidad si se conserva como pura excepción no tiene existencia y desaparece” Ignacio Lewkowicz [21]
El universal tiene el aditamento de ser un nuevo agujero para gozar, es lo que nos dice Sade. Para qué arriesgarme a que me caiga encima todo el poder sino porque ese peso me hará caer a un nuevo universo y hablar de universo, y ese universal está agujereado, no es pleno.
A los manicomios se los quiere dejar caer de la regla del monarca, de sus cetros y símbolos de poder. La psiquiatría necesita producir el acto de desafiliar a los manicomios de la autoridad real.
Podemos pensar que instado por el monarca, al darle la tarea de acallar a Sade, los psiquiatras son puestos frente a un personaje al que debían “curar” (porque solamente un loco podía escribir Justine, o Juliette) pero al mismo tiempo se pode en peligro el lugar donde se tenía que llevar adelante la transmisión del saber, la pertinencia de la práctica profesional en la escena clínica.
Además de esta historia de poder, nos interesa la lucha que se estaba llevando a cabo en el interior de las disciplinas científicas pues al traer al primer plano a los psiquiatras y a la psiquiatría, el rey traía a primer plano al personaje de Kant.
Era, novedosa, la lucha antigua entre “mente y cuerpo” pero mucho más se trataba de la definición de la Modernidad Madura de su idea de moral y ética, para lo cual ese enfrentamiento tuvo un resultado inesperado.
Si Descartes planteó que durante la deconstrucción de su casa debía llevar adelante una moral provisoria. Al no tener evidencia clara y distinta, de que su forma de accionar se pudiera generalizar para todos, debería llevar adelante una moral atada a la moderación, el sentido común y cercana a las opiniones mejor consideradas.
El imperativo categórico moral de Kant debe ser correlacionado con el escenario que plantea Sade a su tiempo histórico para que cobre una luz diferente. Escribe Lacan en el seminario de la ética: Kant habla de una moral pura, cuyas aristas nunca habían sido vistas hasta entonces. Esa moral que se desprende de toda referencia a un objeto cualquiera de la afección, de toda referencia a lo que Kant llama objeto patológico [22].
Aún la moral queda desierta de su objeto, de lo que se trata es de conceptos, axiomas, leyes y reglas. En esta evacuación del sentido, de lo fenomenológico, Kant logra desnudar dos fórmulas diferentes que apuntan a conceptos tan diferentes como lo general y lo universal.
Sade pone al cuerpo en relación directa con el acto. El acto como “dejar caer” Kant planteó su imperativo moral, su relación entre lo particular, lo general y lo universal, entre la regla y la ley mientras que Sade planteó que la moral debe definirse por su negativo: por el crimen y por el erotismo que no se detiene en la lástima del otro en el momento del acto previo al sujeto, que podemos llamar singularidad.
Pero la correlación entre ambas, que no es lo mismo que decir la dialéctica, constituye un punto necesario para comprender lo concerniente a la moral y a la ética.
Sade que más allá de lo escribiera, escribía para los otros, para su inteligencia y su calentura, cuando sale del encierro y se encuentra nuevamente entre los hombres y mujeres de carne y hueso siente un enorme rechazo por el género humano, la misantropía sadeana no ha sido aún muy estudiada.
Sade sale de su largo encierro el 13 de marzo de 1790, noche de Viernes Santo, cuenta cincuenta y un años de edad, padece una obesidad que, según el mismo, apenas le permite caminar, ha perdido gran parte de la vista, sufre una dolencia pulmonar y está envejecido y moralmente hundido: «El mundo que tenía la locura de echar tanto de menos, me parece tan aburrido, tan triste… Nunca me he sentido tan misántropo como desde que he vuelto entre los hombres» [23].
¿Quién diría que está mal hacer el bien hasta las últimas consecuencias? La paradoja sostiene Lacan es que nadie puede llevar a cabo tal axioma moral. Lo que nos hace dar un paso más en el sentido de un desprendimiento todavía más acentuado, si no el más acentuado, de lo que se llama el Soberano Bien.
Sostiene Ignacio Lewcowicz: “El sujeto moral colapsa en la paradoja porque como sujeto moral ya no puede existir porque constituido en la moral deja de existir cuando ésta colapsa. La paradoja moral deja a un sujeto “desnudo y a los gritos”. [24]
Aquí se abre la cuestión de la ética, la parte de la máxima donde se plantea la relación entre una singularidad y lo universal.
La única forma de crear un universal que en realidad no existe, es crearlo, generarlo, parirlo; es “dejarse caer” de lo general, quedarse a un lado de lo general. Una ley diferente, a diferencia de una regla, que buscara la implementación universal de sus enunciados sería absolutamente revolucionaria, transgresora, utópica.
Sostiene Lacan: Las sociedades viven muy bien teniendo como referencia leyes que están lejos de soportar la instalación de una aplicación universal, sino más bien, como lo indiqué la vez pasada, las sociedades prosperan por la transgresión de esas máximas.
En este sentido, la transgresión siempre es la de una norma, en cambio, la creación sadeana lleva a cabo, pone el cuerpo a nuevas formas de escribir acerca del goce sexual, es la creación de un nuevo universo donde las heces no son las heces, donde la sangre no es la sangre, donde la vida no es la vida. Sade se queda afuera de su vida. Realiza una apología del crimen en sus textos, lo que nos escribe es que esa apología se descarga en su cuerpo.
El rey estaba siendo cuestionado, fue quizás una actitud suicida, un último acto desesperado, poner en relación a Sade con la psiquiatría. Las disciplinas científicas no querían saber nada de cómo Sade realizaba un recuento no solamente de los agujeros que “sirven” no solamente para expulsar desechos sino para gozar. Cuando a Sade le quitan las plumas para escribir, desesperado escribirá con la mierda, y la sangre. Y cuando ya no tiene ni mierda ni sangre, escribirá con su muerte. El gran agujero, la muerte, el agujero con el que se logra gozar que no tiene asiento en el cuerpo y es lo que podríamos llamar una singularidad. Un asiento para el gozar. Algunos lo llamarán deseo.
Lacan llama la atención de la imprescindible puesta en relación de Kant con Sade. Llama la atención no solamente de la simultaneidad histórica pues Kant escribe “Crítica de la razón práctica”, siete años antes que se publicara “La filosofía en el tocador” sino cómo ambas posiciones describen dos tipos de discursos [25] bien diferentes que deben ser correlacionados para comprehender las nociones de ética y moral.
Kant desarrolla el sistema de la ciencia y el mismo aísla su cuerpo de la amenaza del discurso del amo. Sostiene que si un poderoso se pone furioso, lo mejor es callarse. Ese aislamiento no produce ningún campo novedoso sino en el que nos movemos frente a la impotencia de no alcanzar el supremo bien, ser los buenos de la película que vivimos.
Entre estas dos posiciones enfrentadas, la posición de Sade es marginada, dejada de lado. Sade es mandado al encierro.
El rey no piensa que Sade fuese un hueso duro de roer. No le importaba tanto que formara parte de la alta alcurnia, ni que llevara adelante prácticas libertinas que eran pan común en los nobles y la monarquía de aquella época, ni que estuviera casado con la hija de la Sra. Montuiel, parentela de sangre real que tenía peso en la Corte, lo que pone sus pelos de punta es que el marqués fuera demasiado orgulloso y demasiado visible, que escribiera, dejara registro y fundamentara su libertinaje como una manera de ser justificada, y no mantuviera la doble moral de la monarquía.
Al ofrecerles a Sade para que investiguen y pongan manos en el asunto, intentaba sacarse dos problemas de encima. Decirle a los nobles que deben ser más astutos en esconder sus veleidades de alcoba y desafiar a una disciplina que intentaba validarse en el campo de la ciencia.
El rey y las disciplinas científicas coincidían en querer sacarse de encima a la escritura sadeada que dejaba registro y justificaba de manera inaceptable el más allá del principio del placer, el goce de tomar al cuerpo del otro para sodomizarlo, alcanzar el goce absoluto.
Sade gozaba de quedarse afuera, dejarse caer, hacerse a la mar sin orientación ni brújula, desafiliarse de lo conocido no es un acto heroico sino un acto que constituye un nuevo sujeto. La preocupación de los místicos siempre tiene su horizonte no en la moral sino en la ética.
Y no es que Sade represente una posición ética sino que le pone el cuerpo para un discurso que no puede tanto sin él como sin esa singularidad que crea un mundo distinto al que estaba antes. La posición sadiana en correlación con la posición kantiana, a pesar del cajón donde es mandado, abre el campo de la ética moderna.
NOTAS
[1] El título de la película en inglés es: Quills “pluma”, y en castellano LETRAS PROHIBIDAS: LA LEYENDA DEL MARQUES DE SADE, su director es Philip Kaufman y el personaje de Sade lo protagoniza Geoffrey Rush. Fue estrenada en el 2000, Inglaterra con Kate Winslet, Joaquín Phoenix, Michael Caine, Billie Whitelaw. Esta película nos guiará en el rodeo por esta época y volveremos a ella en más de una ocasión pero también en más de una ocasión nos alejaremos sin temor a qué en algún momento, nos pregunten qué tiene que ver esa película con lo que estamos diciendo.
[2] Foucault, Michel: El poder psiquiátrico, Edit. Centro Fondo de Cultura Económica.
[3] Para esta exposición me sostengo en la enseñanza del Prof. Juan Samaja, cuya voz e inteligencia sigo escuchando como interlocutor privilegiado.
[4] Esa cosa, volvía imprescindible dentro de la ciencia a la epistemología, una nueva forma de nombrar a la antigua filosofía que se agregará como una tercera pata a las disciplinas duras y a las disciplinas empíricas.
[5] ¿Por qué sorprendernos de la cosa en sí kantiana si ya Descartes había ubicado como evidencia de sí, en su pura inmediatez, a la paradoja del salto al infinito de la multiplicación de la duda y la afirmación en ese mismo instante del ser pensante?
[6] Fechamos este comienzo cuando Descartes publicó “Discurso del método”, a mediados del siglo XVII, por la claridad de su pluma para hablar en “lengua de todos”, ubicar el pronombre personal “yo”.
[7] Por supuesto que esta época genera nuevos conflictos como es el elitismo que terminara en el siglo XX como el nacionalismo extremo, la sociedad tecnocapitalista que vuelve a apresar al sujeto en la técnica y el afán colonialista ligada al poder del más fuerte, al sentido común y a los medios masivos de comunicación.
[8] El tema de la moral y la ética son el punto de entrecruzamientos de ambos discursos, cuando se trenzan tienen una contradicción tal que, luego de ubicada, se vuelve imposible no ver la sombra de uno en el otro. Lacan, nos ha puesto en esta pista, la de la correlación entre Kant y Sade pero luego de tener esa pista, tratamos de hacer pie con nuestras fuerzas, seguir los indicios, ver hacia dónde nos lleva.
[9] Una ironía que, en la época donde se pronunciaba por primera vez “yo”, fuera un obstáculo la subjetividad del investigador.
[10] Lewkowicz, Ignacio, “Paradoja, infinito y negación de la negación”, texto realizado in memoriam por la cátedra de “Psicología, ética y derechos humanos”, cátedra del prof. Juan. J. Michel Fariña, facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires. Clase teórica de febrero del 2004.
[11] Bataille, George: Prólogo “Sade y la moral” del libro “La filosofía en el tocador de Marqués de Sade”, Edit Etre, pág. 7.
[12] La psiquiatría, que se podría haber llamado psicología, se nombró con el sufijo “tría”. Esto llama la atención a Allouch “El psicoanálisis ¿un ejercicio espiritual?”: en su mismo nombre está la disputa. La psiquiatría no se ha nombrado como lo han hecho: la cardiología, la traumatología, dermatología, la urología, la proctología, etc… que se fundamentan en el logos, no formaría parte a tiempo completo de ese grupo fundacional. Si bien ya se estaba formando la tercera pata del sostenimiento de la ciencia: las ciencias empíricas; había dudas acerca del lugar de esa “tría” que con tan compleja epistemología darán nacimiento más de un siglo después de las llamadas “ciencias del hombre”.
[13] En el diccionario wikipedia. http://es.wikipedia.org/wiki/Marqu%C3%A9s_de_Sade
[14] Ibid.
[15] Vanasco, Alberto: Vida y obra de Hegel, edit. Biblioteca Universal Planeta, Pág. 50.
[16] Samaja, Juan: El lado oscuro de la razón, Edit JVE. Pag. 26.
[17] Kant, Imanuel: Crítica de la razón práctica” Edit. Losada. Pag. 36.
[18] Para ubicar lo que significa el sujeto al que se dedica esta enunciación, debemos ubicar a Sade quien presenta una singularidad.
[19] Sabemos hoy más que nunca, ya sea por la ciencia ya sea por la psicología, las consecuencias de esa acción benéfica, sino basta ver lo que ha realizado la ciencia durante el siglo XX.
[20] Ibid.
[21] Lewkowicz, Ignacio, “Paradoja, infinito y negación de la negación” clase teórica realizada in memorian por la cátedra “Psicología, ética y derechos humanos” del prof. Juan J. Michel Fariña, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
[22] Lacan, Jacques: Seminario 7: La ética, Editorial Paidós.
[23] En el diccionario wikipedia. http://es.wikipedia.org/wiki/Marqu%C3%A9s_de_Sade.
[24] Lewkowicz, Ignacio, “Paradoja, infinito y negación de la negación” clase teórica realizada in memorian por la cátedra “Psicología, ética y derechos humanos” del prof. Juan J. Michel Fariña, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires
[25] Sobre el fondo de esos discursos se entretejen otros dos, el que hemos desarrollado como el discurso del rey (del amo lacaniano), y agregamos un cuarto discurso que se desarrolla mientras se practica, un discurso práxico, que solemos llamar psicoanalítico.
Película:Letras prohibidas, la leyenda del Marqués de Sade
Titulo Original:Quills
Director: Philip Kaufman
Año: 2000
Pais: Estados Unidos - Inglaterra - Alemania
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