Introducción
La película “El Conde de Montecristo”, dirigida por Kevin Reynolds (2002), comienza cuando Edmund Dantés y su amigo Fernando Mondego, ambos representantes de un navío francés, llegan a la Isla de Elba, en busca de ayuda para su capitán a punto de morir. Allí se encuentran con Napoleón, quien le pide a Edmund que entregue una carta a un amigo suyo en Francia, aclarando que es algo completamente inocente, pero que no quiere que los británicos se enteren.
Al llegar a Marsella es acusado de ser un agente bonapartista, por el magistrado Villefort, quien dice saber de la existencia de la carta que Napoleón le dio. Decide enviarlo indefinidamente a la cárcel del Castillo de If. Desesperado, Edmund recurre a su amigo en busca de ayuda; y termina descubriendo que es él quien lo traicionó.
En el Castillo se hace amigo de un anciano que se convierte en un maestro para él. Cavan juntos un túnel buscando salir, y llegado un punto, el anciano sabiendo que va a morir le confía a Edmund el escondite de un gran tesoro en la isla de Montecristo.
Dantés consigue escapar, encuentra el tesoro, y decide regresar a Francia en busca de venganza, convertido en el Conde de Montecristo.
En su regreso descubre que es padre, ya que Mercedes, la que era su novia, quedó embarazada antes de que él fuera encarcelado; y el hijo que engendró fue criado por ella y Fernando como propio. De este modo, su retorno en busca de venganza termina siendo la ocasión para pensar en un nuevo posicionamiento, frente a lo inesperado de su condición de padre.
Circuito de la responsabilidad
A continuación se analizarán las coordenadas de los 3 tiempos lógicos de la responsabilidad, tomando como personaje a Edmund Dantés, protagonista de la película.
En la película puede ubicarse un Tiempo 1 en el que Edmund Dantés acepta llevar a Francia la carta que Napoleón le da para un amigo en Marsella, quien le aclara que es algo completamente inocente, pero que no quiere que los británicos se enteren (más adelante en la película, los espectadores se enteran de que Edmund no sabe leer, entonces no fue casualidad que Napoleón Bonaparte lo eligiera a él como transmisor de la carta). Es decir, allí se ve cómo el sujeto emprende una acción con determinado fin, entendiendo que se agota en ese fin para el que fue propuesta. Se trata de un momento mudo, del que no hay noticia. Tal es la forma en la que se plantea la acción: no debe decirle a nadie la existencia de la carta, ni siquiera a su mejor amigo, Fernando.
Sin embargo, al llegar a Marsella es acusado de ser un agente bonapartista, por el magistrado Villefort, quien dice saber de la existencia de la carta que Napoleón le dio. Decide enviarlo indefinidamente a la cárcel del Castillo de If. Puede ubicarse allí algo del orden de la necesidad: Edmund traicionó a la monarquía francesa y debe ir preso por eso. No importa lo que él haga o intente justificar, inexorablemente ése va a ser su “destino” [1].
Desesperado, Edmund se escapa antes de ser llevado, y recurre a su amigo en busca de ayuda; y termina descubriendo que es él quien lo traicionó. En la película puede verse claramente ese instante en el que el protagonista es interpelado por un Tiempo 2, queda completamente desconcertado, ya que su acción se revela yendo más allá de ese primer tiempo; “Tiempo donde el universo particular soportado por las certidumbres yoicas se resquebraja, posibilitando la emergencia de una pregunta sobre la posición que el sujeto tenía al comienzo del mismo” [2]. Recibe indicios de que algo anduvo mal allí, su acción llevada adelante en un Tiempo 1 fue más allá de lo esperado. Aparece así una fisura, una grieta en el universo particular que organizaba su vida: su amigo, en el que confiaba, lo traicionó y a causa de ello debe ir preso por tiempo indeterminado; sus creencias y convicciones tambalean “se desvanece (la inscripción en la pared de la cárcel de If), igual que Dios se desvaneció en mi corazón”, y ya no tiene a qué aferrarse.
Hay un momento de quiebre del universo previo, regido por la lógica de la consistencia y la completud, que se revela impotente para contenerlo todo. Tal como plantea Lewkowicz (1998), dado un universo previo, si existiera algún elemento por fuera, diverso y heterogéneo, ese elemento tendría la potencia de demostrarle al universo un punto de inconsistencia, algo por fuera que no fue contemplado. Y si ese término fuera leído, producido y nominado, constituiría una singularidad (habrá que ver entonces, si Edmund da lugar a la emergencia de esa singularidad). Un instante en el que lo universal se manifiesta, haciendo caer las legalidades constituidas por el universo particular de los valores, costumbres, sentidos, que organizan la existencia del sujeto en ese momento determinado.
Tal como lo plantea D’Amore (2006, pág 153), “…dado un tiempo 2, el de la interpelación, la ligadura al tiempo 1 es ya una obligación a responder a esa interpelación. No hay forma de no responder, pues la interpelación exige respuesta.” Como primera respuesta en Edmund aparece la venganza “tienen que sufrir igual que yo sufrí. Deben ver todo su mundo arrebatado, igual que me lo arrebataron a mí”, respuesta que se ubica dentro del plano de la moral. El tiempo 1 es ahora un tiempo resignificado por la interpelación a través de la culpa, ya que esta “ob-liga” a responder. Siguiendo a D’Amore [3], podemos leer esa venganza como una culpa proyectada, en el sentido de que, para el personaje, lo que le pasó nada tiene que ver con él, fue una desgracia que le sucedió; “Le aseguro que soy inocente… Todos deben decir lo mismo, pero le aseguro que lo soy” es lo que le dice al jefe de la Cárcel de If. Podríamos pensar también en una culpa que hunde sus raíces en lo jurídico, que lo desresponzabilizaría, eximiéndolo de responder [4]. Edmund se ubica en la posición de víctima: víctima del engaño de Napoléon Bonaparte, víctima de la traición de su amigo, víctima de la corrupción del magistrado. Esa posición le permite desimplicarse subjetivamente, desentenderse de su posición de Sujeto deseante; en su sufrimiento no hay nada que le concierna; “…la alienación al sentido que se le ofrece es un campo al que el sujeto suele entregarse para librarse de la angustia de pronunciar una palabra como sujeto, hablando en su nombre, en posición de sujeto de deseo.” [5] Esto impide que surja la singularidad del sujeto. Será necesario que se produzca un desplazamiento de esta posición para que emerja la singularidad.
Como él “no es culpable”, surge la venganza contra los “verdaderos culpables”, respuesta particular que viene a taponar el surco abierto de la moral. No hay allí singularidad, porque no hay lugar para la dimensión ética.
Se trata de una respuesta que vela, que oculta la castración estructural, suturando la fisura abierta en el universo particular, y generando la ilusión de completud en el Yo. Hay una venganza sin límites, al punto que cuando al encontrar el tesoro un pirata del que se hizo aliado le dice que con el dinero que tiene puede comprar cualquier cosa, que vaya y mate a sus enemigos y disfrute de su riqueza, a él no le alcanza, hay un exceso de venganza.
Sin embargo, el autor plantea a la culpa como el reverso de la responsabilidad subjetiva. Así, mientras por un lado vela la castración, por el otro devela la responsabilidad subjetiva. La venganza es esa respuesta culposa del sujeto que vela una responsabilidad pendiente; pero a su vez es la vía de acceso para plantear una Hipótesis Clínica: la interpelación lo confronta con la castración estructural mediante la pregunta por el lugar que ocupa en el deseo del Otro: ¿quién soy yo para mi amigo que me traicionó? ¿qué lugar ocupo en su deseo? ¿qué lugar ocupo en el deseo de mi novia, que al ir a la cárcel se casó con mi mejor amigo?; incluso ¿quién soy yo para el Estado? Como ese Otro de la ley, que lo deja como alguien insignificante, despojándolo de todo [6]. Se podría pensar que estas preguntas siguen en la misma línea de la venganza, preguntas para las cuales podría llegar a haber algún tipo de respuesta anticipada por parte del sujeto.
Sin embargo, en la vida de Edmund se produce un encuentro inesperado: El azar hace que en la cárcel se encuentre con Abbé Faria, un anciano prisionero, sacerdote y ex soldado del ejército de Napoleón, que cavando un túnel para escapar llega justo a la celda en la que se encontraba Dantés. El anciano le pide que lo ayude a seguir cavando para salir, y a cambio le ofrece algo aún más valioso que la libertad: conocimiento. En la película se puede ver en Edmund la cara de esperanza y entusiasmo, mientras se acerca a un libro y le pregunta “¿A leer y a escribir?” El anciano se convierte entonces en su instructor en varios temas, desde la historia a las matemáticas, el lenguaje y la filosofía. Puede pensarse allí en un universo particular que lo condena a cierta posición por no saber leer y escribir, ciertos significantes que lo determinaron y lo dejaron fijado como un simple marinero, de clase baja. Pero él lo excede a partir del encuentro con el anciano. Se trata de aprender de otra manera, con un “padre”, que lo interpela frente a su primera respuesta, la venganza, y le enseña otro camino posible. Tomando las herramientas que la película nos brinda, se puede pensar en ese túnel que el anciano le propone cavar juntos, como ese otro camino impensado, por fuera de los caminos “establecidos” que conducen a la salida de esa cárcel.
Volviendo a nuestra Hipótesis Clínica, puede pensarse que el encuentro con Abbé le permitiría a Edmund desplegar la pregunta por el lugar que ocupa en el deseo del Otro, sin hallar ahí una respuesta anticipada. La pregunta “¿Qué lugar ocupo en el deseo de este anciano/padre?” no se despliega en el eje particular de la moral, sino en el eje de la ética, exige una decisión del sujeto, que pueda posibilitar la emergencia de la singularidad de su propio deseo. La ética no se juega en el campo de la conducta previsible, no hay garantía en el conocimiento previo, ya que el término que se presenta es heterogéneo.
Comienza a adquirir un nuevo sentido su sed de venganza, y logra hacer algo con el “destino” que le toca vivir. Sin embargo, no se trata sólo de necesidad y azar, ya que si sólo rigiera por completo una o la otra, no sería pertinente preguntarse por la responsabilidad del sujeto. Es necesario que entre ambas aparezca una fisura que de lugar a la misma. Tal como lo plantea Michel Fariña [7], citando a J. C. Mosca, entre la necesidad (imperiosa, forzosa, ineludible de estar preso en el Castillo, sin poder ver más la luz del día) y el azar (de que el anciano justo fuera a cavar para la celda de Edmund) puede vislumbrarse la grieta de la responsabilidad subjetiva.
Tiempo 3…
Cavan juntos un túnel buscando salir, y llegado un punto, el anciano sabiendo que va a morir le confía a Edmund el escondite de un gran tesoro en la isla de Montecristo. Acepta el papel en el que figura la ubicación del tesoro (como aceptó la carta de Napoleón), y lo encuentra.
Empieza a forjar otro nombre, ya no más Edmund, sino “el Conde de Montecristo”; ya no se trata de un sujeto de la responsabilidad jurídica, culpable o no de haber cometido lo que en ese momento histórico y social [8] constituía el delito de apoyar al imperio bonapartista, contrario a la monarquía reinante en Francia. Responsabilidad jurídica para la cual el sujeto es un sujeto de derecho, autónomo (y por ende sujeto de la voluntad y la intención conciente), capaz o no de responder por su acto transgresor. Tampoco es el sujeto de la responsabilidad moral, o social, que frente al mal ocasionado responde con un mal igual (respuesta que se queda en el plano del enfrentamiento imaginario). Sino que se trata del sujeto de la responsabilidad subjetiva, que “…interpela al sujeto más allá de las fronteras del yo, asentándose en la noción de sujeto del inconsciente” [9], sujeto de deseo.
Podemos ubicar de este modo una decisión del sujeto, en el sentido de la producción de una singularidad subjetiva, que no puede ser anticipada ni deducida, sino que se decide en acto. En ese sentido, puede pensarse en un acto ético, “la puesta en juego de lo universal-singular de la especie, realizado sobre una superficie particular” [10], y “…el acto ético coincide con el efecto-sujeto. Es decir, el sujeto del acto coincide con el de la responsabilidad subjetiva” [11], el sujeto dividido.
Ariel (Ariel, A., 1994) define a la ética como existencial (atemática y atemporal), es decir, da existencia. “En el momento en que colapsa el universo moral, colapsa el sujeto por lo tanto no hay nadie, un acto ético da existencia nuevamente” [12]. Cuando Edmund se entera de que su amigo lo traicionó y que irá preso indefinidamente por eso, colapsa su mundo, sus creencias, las legalidades constituidas, los códigos entre amigos. No hay allí referente alguno, el sujeto se encuentra solo frente a su soledad, “…frente a lo que está dispuesto a afirmar.” [13] Hay allí un acto creador por parte del sujeto (se crea un nuevo nombre) que no se contrapone a la moral, sino que la suplementa. Se apoya en lo particular, en aquello con lo que cuenta, incluso en la misma venganza en tanto respuesta moral, pero produce un salto, hace algo nuevo. Ya que para que lo universal-singular se manifieste requiere del soporte de lo particular.
En relación a lo planteado con respecto a la posición de víctima del protagonista, se puede ver acá un pasaje de víctima a sujeto, a partir de la operación historiadora. “La posición de sujeto (…) exige una ruptura con las determinaciones de la memoria. La historización no es la recolección prolija de las marcas de la memoria, sino de la operación de alteración de esas marcas por el advenimiento de un término productor del sujeto” [14]. Edmund cuenta con marcas que lo nombraban de cierta manera, como un marinero, que no sabe leer ni escribir, al que le tendieron una trampa por medio del engaño. Pero a partir de esas marcas, logra hacer algo distinto, resignificándolas. Logra salir de ese lugar de víctima en el que estaba cristalizado, dando lugar a la emergencia de una singularidad subjetiva.
Edmund entra en conocimiento de que Fernando tuvo un hijo, y regresa a Francia convertido en “el Conde de Montecristo”, con la intención de utilizar este conocimiento para su venganza. Sin embargo, en su regreso se entera que es padre, dado que Mercedes (la que era su novia) quedó embarazada antes de que él fuera encarcelado, y tuvo un hijo, que fue criado por ella y Fernando como propio. Se ubica allí el reencuentro inesperado con su condición de padre, que lo enfrenta nuevamente ante el dilema de vengarse o hacer algo distinto con esta nueva situación.
Este nuevo sujeto que se produce como respuesta, da cuenta de la división subjetiva entre Edmund, aquel sediento de venganza contra su amigo y Mercedes, y el Conde, en esta nueva posición decidida por su acto. Tal como se ve en la película cuando ella lo confronta y le dice que es Edmundo, y él a toda costa insiste en que no es así, “Dantés está muerto”.
En este sentido, tal como lo plantea Salomone (2006, pág. 128) “la responsabilidad subjetiva, en el corazón de la dimensión ética, surge de esa hiancia en lo simbólico que, en tanto campo de indeterminación, llama al sujeto a responder, produciéndolo”. Se abre nuevamente la pregunta bajo la forma de “¿Qué es ser padre?” El sujeto deberá posicionarse subjetivamente de determinada manera, allí donde los saberes previos no alcanzan, donde se juega lo no calculado de su lugar como padre.
Referencias
Ariel, A. (1994) “Moral y Ética. Una poética del estilo”. En: El estilo y el acto. Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1994.
Ariel, A. (2001) “La responsabilidad ante el aborto”. Clase Teórica de la materia “Psicología, Ética y Derechos Humanos”, Cátedra I, dictada por Alejandro Ariel el 16 de junio de 2001.
D’Amore, O. (2006), “Responsabilidad subjetiva y culpa”, En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
Dominguez, M. L. (2006) “Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis”. En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
Domínguez, M. E. (2013), “El acto de juzgar entre el dilema y el problema ético, En: Salomone, G. Z. Discursos institucionales, lecturas clínicas. Dilemas éticos de la psicología en el ámbito jurídico y otros contextos institucionales, Buenos Aires, Dynamo, 2013.
Lewkowicz, I. y Gutierres, C., (2005), “Memoria, víctima y sujeto”, En: Índice, publicación de la DAIA, 2005.
Lewkowicz, I. Paradoja, infinito y negación de la negación. Reconstrucción de la clase teórica del 10/02/2004.
Lewkowicz, I (1998) “Particular, Universal, Singular” En: Ética: un horizonte en quiebra, Cap. IV, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
Lewkowicz, I. (2006) “Singularidades codificadas” En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
Michel Fariña, J. J. (1998) “Del acto ético”, En: Ética: un horizonte en quiebra, Cap. VI, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
Michel Fariña, J. J. (1998), “Lo universal-singular”, En: Ética: un horizonte en quiebra. Cap. III, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
Michel Fariña, J. J. (2000). “The Truman Show. Mar abierto (un horizonte en quiebra)”. En Ética y Cine, Eudeba, Buenos Aires, 2000.
Mosca, J. C. (1998), “Responsabilidad, otro nombre del sujeto”, En: Ética: un horizonte en quiebra, Cap. VIII, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
Salomone, G. Z. (2006) “El sujeto autónomo y la responsabilidad” En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
Salomone, G. Z. (2006) “El sujeto dividido y la responsabilidad” En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
NOTAS
[1] Y es necesario que esto pase, para que (más adelante) pueda pensarse en la puesta en juego de la responsabilidad subjetiva (Tiempo 3).
[2] Dominguez, M. L. (2006) “Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis”. En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006, pág 135.
[3] Ob. Cit.
[4] Sin embargo, allí “donde la noción de sujeto autónomo nos llevaría a desresponsabilizar al sujeto, la experiencia clínica nos guiará a confrontarlo con una responsabilidad inalienable (aún contra su voluntad, aún cuando el mismo sujeto la pretenda ajena).” Salomone, G. Z. (2011) “El sujeto autónomo y la responsabilidad” En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires
[5] Lewkowicz, I. y Gutierres, C., (2005), “Memoria, víctima y sujeto”,En: Índice, publicación de la DAIA, 2005, pág. 5
[6] Alejandro Ariel, en su texto “La responsabilidad ante el aborto” (2001), se pregunta "¿Que implica entonces la responsabilidad en el campo jurídico? la responsabilidad se reduce a ser castigado o absuelto por un delito que el Estado testifica. Y también implica el amor o la perdida de amor (…) del Estado, que castiga con un estatuto que es siempre igual, que es la condición de paria.” (pág 3)
[7] Michel Fariña, J. J. Responsabilidad, entre necesidad y azar. Ficha de cátedra.
[8] Ariel define a la moral como temporal, temática, y subsistencial; organiza la vida de un grupo de sujetos en determinado momento y lugar. (Ariel, A., 1994)
[9] Salomone, G. Z. (2006) “El sujeto autónomo y la responsabilidad” En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006, pág. 100.
[10] Michel Fariña, J. J. (1998) “Del acto ético” Cap. VI. En: Ética: un horizonte en quiebra., Eudeba, Buenos Aires, 1998, pág. 91.
[11] D’Amore, O. (2006), “Responsabilidad y culpa”, En: La transmisión de la ética: clínica y deontología. Vol. II: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006, pág. 145.
[12] Lewkowicz, I. Paradoja, infinito y negación de la negación. Reconstrucción de la clase teórica del 10/02/2004, pág 3.
[13] Ariel, A. (1994) “Moral y Ética. Una poética del estilo”. En: El estilo y el acto. Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1994, pág. 19.
[14] Lewkowicz, I. y Gutierres, C., (2005), “Memoria, víctima y sujeto”,En: Índice, publicación de la DAIA, 2005, pág. 8.
Película:La venganza del Conde de Montecristo
Titulo Original:The Count of Montecristo
Director: Kevin Reynolds
Año: 2002
Pais: Estados Unidos
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