Caiga quien caiga brindo sobre la luz de una vela,
Toda la noche brindo y que la mañana venga.
No es un momento triste, ya que brindo con amigos,
Brindo por el futuro con la noche de testigo...
Si alguna vez no brindo siquiera por tonterías,
Brindaré con silencio por la fortuna perdida.
Brindaré muy en serio por una vez en la vida,
Brindo hasta la cirrosis por la vacuna del sida...
Desde un rincón del mundo...brindo contigo... ¡salud!
Salud (Dinero & Amor) Los RodríguezCansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
Cansancio - Oliverio Girondo
SIDA los inicios [1]
Ron Woodroof, electricista de profesión, torero de alma, llevaba una vida de excesos en drogas, mujeres y alcohol. Estafaba, si podía a sus amigos en las apuestas del rodeo, se jactaba de sus habilidades viriles, era el macho de América adicto al sexo que consumía. Un accidente de trabajo lo lleva al hospital donde, además de atenderlo, le hacen los chequeos de rutina. Corría julio de 1985.
Dos médicos con barbijos le informan que le dio positivo el test para HIV que es el virus que causa el SIDA y le preguntan acerca del uso de drogas intravenosas o de alguna involucración en conductas homosexuales, primeras cuestiones que se indagaban frente al estallido de la enfermedad. Nadie sabía muy bien qué pasaba, pero ya empezaban a circular algunas metáforas respecto de la enfermedad. Se la conoció como la peste rosa al ser los homosexuales los primeros afectados. Esto generó muchísimos prejuicios, discriminación y desconocimiento que contribuyo por un lado a expandir la enfermedad hasta la pandemia que es hoy en día, cobrando la vida de varios millones de personas, pero también cambiando drásticamente la sexualidad humana.
Woodroof se ofende por estas preguntas, él no es ningún maricón, ningún muerde almohadas…. Él es un maldito cowboy…Los médicos son contundentes: basados en su salud, basados en su condición, basados en todas las evidencias que tienen hasta el momento, estiman que le quedan 30 días de vida.
Los inicios de la enfermedad siguen siendo hoy en día, 30 años después, un misterio. Se la interpretó como un castigo divino, cimentando la hipótesis de que los afectados eran los que habían equivocado el camino, se pensó también al contagio producto de rituales satánicos proveniente del continente africano, se pensó finalmente en la creación de un virus de laboratorio como proyecto de arma de destrucción biológica masiva. Lo cierto es que la enfermedad ha movilizado a los gobiernos y a la sociedad civil en todos los países del mundo.
“Como efecto de una biopolítica cada vez más expansiva, asistimos a una axiología de las enfermedades. Aunque -justo es reconocerlo- no se trata de un patrimonio exclusivamente moderno ni posmoderno. Siempre existieron enfermedades vergonzantes, indiferentes, o prestigiadas. Hubo pueblos de la Antigüedad que consideraban que la locura era una enfermedad sagrada. En los comienzos de la modernidad comenzó a ser vergonzante. En cierta medida, todavía lo es. La lepra ha sido el paradigma del castigo divino. La sífilis aún hoy es difícil de confesar. Otro tanto ocurrió con la tuberculosis y con el cáncer, pero siguen mutando. Actualmente el sida parece desplazarlas a todas sin detrimento de que se impongan otras, por ejemplo la anorexia y la obesidad. Uno de los parámetros para medir estas valoraciones ético-sanitarias podría ser su relación, o no, con lo sexual. Pero no puede generalizarse. Sea como sea, el denominador común que atraviesa a las enfermedades es que la impureza siempre proviene del otro. Las pestes venían de Asia, la sífilis de Francia, el SIDA de África, Estados Unidos o Brasil. Las regiones son intercambiables según el lugar del mundo considerado. Siempre lo inmundo proviene de los demás. Lo que con mayor violencia nos subleva parecería que nunca residiera en nosotros.” (Díaz, 2014, 22)
El poster-calendario que cuelga de la pared se le vuelve a Woodroof más real que nunca… intenta perderse en los excesos, pero ya no alcanza, ya no es suficiente, la cancelación tóxica del dolor no surte efecto, el mes calendario se impone. La dimensión del enigma fundante de la condición humana –su no saber sobre la muerte, se presentifica alucinatoriamente en la materialidad del signo: el número 30. Existe, para el caso de los diagnósticos de enfermedades terminales, cierto tiempo que transcurre entre la negación y el anoticiamiento subjetivo. Este anoticiamiento puede leerse en términos de posicionamiento respecto de la enfermedad y de la inminencia o no de la muerte. Posicionamiento singular y para el cual no hay recetas. Woodroof comienza a leer los primeros memos sobre la enfermedad.
SIDA la industria
“Azidotimidina o AZT fue desarrollado como tratamiento para el cáncer. Sin embargo con la aparición del HIV en Industrias AVINEX empezamos pruebas en donde administramos AZT a animales de laboratorio infectados. Hallazgos iniciales sugirieron un incremento en el conteo de CD4 restaurando la inmunidad de las células-T. ¿No es verdad que también tenía preocupantes efectos secundarios en los animales de laboratorio como una significativa disminución en las células rojas y blancas? Sí, pero su efecto contra el virus es mejor que cualquier cosa que se haya probado. Pero en 1964 cuando se desarrolló el AZT para el tratamiento del cáncer fue archivado debido a su falta de eficacia contra el cáncer y su toxicidad. Creemos que esos problemas eran por las dosis. ¿Entonces están haciendo otro estudio con animales? De hecho, la FDA nos ha dado permiso para ir directo a pruebas con humanos… que es lo que me trae aquí hoy. Estamos llevando a cabo un experimento doble ciego, una prueba controlada aleatoria con placebo a través de los Estados Unidos. Dallas Mercy es uno de los lugares propuestos. Tristemente la crisis del SIDA empeora antes de mejorar. Y sé que hablo por todos en Aven Exem cuando digo que esto es una oportunidad única. Una oportunidad para estar en la vanguardia de la búsqueda de una cura…”
De este modo se presenta la industria. Con sus representantes farmacéuticos que pueden ser o no médicos, pero que ante todo son comerciantes, comercializan, es decir son agentes de marketing para la industria que representan. Existen muchísimos trabajos que sitúan el eje de la comercialización de la salud y las controversias éticas que presentan los ensayos clínicos. Lo que me interesa destacar aquí es cómo frente a la desesperación del estallido de la enfermedad se obtienen permisos que de otro modo no se obtendrían, como por ejemplo pasar directamente a pruebas con humanos. Situaciones como estas de terror social nublan el accionar ético de los médicos y muchas veces los hacen cómplices y los complican en sus ideales (narcisismo de por medio que sitúa tanto el mérito en los ideales de la cura, como en la carrera por una vacuna que todavía no llega…)
En el año 2005 la UNESCO aprueba la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos [2]. En tanto marco normativo este instrumento reglamenta una serie de artículos de amplio espectro sobre las problemáticas bioéticas contemporáneas. Pero a su vez estas problemáticas complejas cruzan muchas veces varios artículos interrogándolos. La problemática que presenta Dallas Buyers Club cruza tangencialmente todo el articulado propuesto por la Declaración UNESCO 2005. La intención es la de esbozar algunos puntos conflictivos, en su intersección con los principios que define la Declaración, sin pretender ser exhaustivos:
Estos son sólo algunos de los interrogantes que despliega el film, pero existen muchos otros que involucran el consentimiento (Art. 6), la privacidad y la confidencialidad (Art. 9), no discriminación y no estigmatización (Art. 11). Como vemos a partir de un marco normativo universal se pueden desplegar las distintas cuestiones bioéticas que afectaron y afectan hoy en día nuestros cuerpos y fundamentalmente nuestra condición humana.
Mientras tanto Woodroof intenta comprar infructuosamente AZT en el hospital… pero como respuesta obtiene la dirección y el horario de un grupo de apoyo. Esto no lo detiene. Entre el destino y el azar encuentra en el cabaret a un enfermero del hospital, quien accede a venderle clandestinamente la droga (AZT). Woodroof consume el fármaco sin prescripción ni control médico hasta que el enfermero no puede venderle más. Toma su dinero y a cambio le entrega la dirección de un médico en México que puede conseguirle el medicamento. Woodroof se enoja, intenta golpearlo, pero se descompensa y es hospitalizado por segunda vez.
Drogas, fármacos y otras hierbas…
El día 30, Woodroof al borde del abismo, llega a México. Allí lo atiende un doctor, al que le han quitado la licencia para ejercer la medicina por algo que no se anima a confesar, pero quien le ofrece un tratamiento no convencional.
“¿Cocaína, alcohol, metanfetamina…AZT? Eso es lo que llamo una receta para el desastre. Estas drogas que estas tomando están destruyendo tu sistema inmune haciéndote susceptible a infecciones. Pensé que el AZT me iba a ayudar… A las únicas personas que ayuda el AZT es a las que lo venden. Mata cada célula con la que entra en contacto. Te prescribiré un régimen de vitaminas así como el mineral Zinc para fortalecer tu sistema inmune. También tomaras aloe y ácidos grasos esenciales.”
Existen muchos estudios psicoanalíticos en toxicomanías que plantean a la droga en su función de suplencia o suplemento. Le Poulichet lo denomina como operación del farmakon. Se hace necesario distinguir la utilización de las distintas sustancias químicas y aquí es donde nuestros términos se confunden: ¿qué dicen estos excesos acerca de la droga, del fármaco, de la medicina y de los medicamentos? ¿Qué dice de los compradores y de los consumidores? ¿Se trata de distintos revestimientos imaginarios para un mismo objeto tóxico? El farmakon alude a esa propiedad particular de ciertas substancias, que de acuerdo a la dosis suministrada pueden ser tanto un remedio como un veneno. Cuando Woodroof empieza a tomar el AZT que consigue contrabandeado del hospital, el fármaco se pone en la serie de los objetos tóxicos que también consume, lo mezcla con alcohol y con cocaína. No hay aquí una distinción, no hay objeto que colme el vacío de la angustia y la desesperación, el empuje al goce es total y absoluto, borra las coordenadas del sujeto dejándolo de cara al vacío. No hay suplencia posible frente al dolor, no hay medicamentos ni recetas.
Sin embargo encuentra en México algo diferente. Luego de haber sido medicado durante tres meses con DDC –antiviral similar al AZT pero menos tóxico y Péptido-T que es una proteína totalmente no tóxica Woodroof comienza a restablecer su sistema inmunológico recuperándose considerablemente. Y es justamente aquí donde se produce un vuelco en la historia, que nos impulsa a corrernos de una visión moralista inicial sobre el estigma social de la enfermedad y nos convoca, nos mueve a preguntarnos por el deseo en juego, deseo que nos pone sobre la pista de una dimensión subjetiva que trasciende la tragedia y el padecimiento. Woodroof tiene una idea. Se le ocurre contrabandear estas medicinas alternativas no aprobadas a los Estados Unidos. Si bien importar drogas sin aprobación para su venta es una ofensa muy seria… ¿podemos hablar en este caso de un “drug-dealer” (su acepción al castellano como: narco-traficante no permite el deslizamiento que introduce allí el término inglés “drug”: droga como medicamento y droga como sustancia tóxica) Este “negocio” ¿responde a un objetivo mercantilista –en términos de encontrar “un nicho de mercado” frente al estallido de la enfermedad y sacar provecho de ello- o se trata de una acción altruista y/o combativa frente a los deshonrosos manejos de la FDA y la industria farmacéutica?
Este escenario complejo que estamos analizando cuestiona desde diferentes perspectivas las signifcaciones de la enfermedad terminal, la marginación y la estigmatización de los primeros infectados, pero también cuestiona fuertemente el mercantilismo y las regulaciones de la salud pública, que piensa muchas veces en el negocio y en la rentabilidad económica por encima de la calidad de vida de los pacientes. Las implicaciones del SIDA son muchas y variadas en términos de una enfermedad que no sólo presenta un grave problema de salud sino que hace recaer sobre los afectados el peso de la moral, de la estigmatización, hasta los márgenes de la exclusión y la marginación.
El estudio con placebo y la baja efectividad de los resultados iniciales conduce a los doctores a preguntarse por la seguridad del “medicamento legal” (AZT) y de los efectos a largo plazo en el uso de la droga. Inquietud que es desestimada por los mercantilistas de siempre alegando que como la gente muere no hay efectos a largo plazo… El AZT fue el primer fármaco aprobado para la venta con receta en la lucha contra el SIDA. Pero no sólo se demostró su ineficacia y toxicidad, sino que además tuvo el deshonroso lugar en la historia de ser el medicamento más caro jamás comercializado, convirtiéndose en una medicina inoperante, clasista y de difícil acceso.
Entre el “negocio” y el “altruismo” resulta curioso cómo en ambos escenarios se transfigura una imagen potente que es la del visitador médico. Cualquiera que haya tenido algún contacto con la industria farmacéutica sabrá reconocer a un visitador médico (más cuando se trata de empleados de prestigiosos laboratorios medicinales). La imagen del visitador médico o APM -agente de propaganda médica-, es un cliché, un estereotipo de la industria farmacéutica: carismáticos, diestramente vestidos, recorren los consultorios de las distintas especialidades médicas, promocionando los últimos avances en materia de salud con su infaltable maletín de muestras médicas. Ron Woodroof ha devenido un visitador al estilo texano, sólo que no visita médicos sino pacientes portadores, posibles clientes para su Club de compradores.
Con la ayuda de Rayon –su improvisado socio trans recorren las calles, los boliches y los grupos de apoyo, promocionado “los productos.” Esto no será sin consecuencias. Lo que inicialmente pudo ser concebido como “un negocio”, ha convocado allí a un sujeto frente a su deseo. Muy a su pesar, el Woodroof homofóbico del inicio del film le va dando paso a un ser entrañable que sostiene su deseo de vivir más allá de “una cruzada épica”, donde sin traicionarse puede dejarse amar. Freud ubica que la salud está en la posibilidad de amar y trabajar… Woodroof encuentra un camino para la cura, por supuesto no de su dolencia orgánica, sino de la posibilidad de libidinizar un lazo que lo saca del ostracismo.
Comienza entonces una cruzada descarnada para conseguir las medicinas (desde México, Japón, y otros países del mundo) frente a un aumento cada vez mayor de personas infectadas. Mientras tanto en las calles crecen los disturbios, donde grupos de manifestantes, algunos de ellos enfermos de SIDA, bloquean la entrada al complejo de la FDA demandando acciones más rápidas para drogas contra el virus. Incluso los pacientes que se encontraban en el ensayo clínico de prueba del AZT se presentan en el Club de compradores, que ya no vende medicamentos sino membresías. A medida que Woodroof adquiere los gajes del oficio y la expertice en el negocio, su estado de salud y la de Rayon se van deteriorando. Mientras tanto los administrativos de la FDA empiezan a cerrarle todas las puertas bloqueando las órdenes de compra del exterior que no se ajustaban a las regulaciones locales. El Dallas Buyers Club se presenta desde el inicio como una acción alternativa y clandestina de distribución de fármacos no aprobados por la FDA para su comercialización en Estados Unidos; fármacos que eran utilizados en otros países para afrontar la enfermedad. El planteo se dirige desde un principio a mejorar la calidad de vida de los pacientes…porque “una vez que contraes el virus te casas con la enfermedad… hablamos de síntomas y de supervivencia.”
La última escena corresponde al juicio que se lleva a cabo en el distrito de la corte de San Francisco entre Ron Woodroof y los representantes de la FDA. Aunque la sentencia que esboza el juez podría leerse como de tinte moralista y reduccionista respecto de las adversidades y la tragedia por la que tuvo que pasar Woodroof conviene analizarla, dice el juez: “la Constitución, específicamente la novena enmienda [7] no dice que tienes el derecho a estar mentalmente sano o físicamente sano. Sí dice que tienes el derecho a escoger tu cuidado médico, pero eso es interpretado como cuidado médico aprobado por la Administración de Alimentos y Medicinas.” El juez mira a los agentes de la FDA y continua: “En cuanto a la FDA, la corte está sorprendida por sus tácticas de intimidación e interferencia directa con una droga que la misma agencia ha dicho que no es tóxica. La FDA se formó para proteger a la gente, no para prevenir que consigan ayuda.” El juez suspira y concluye: “Algunas veces la ley no parece tener mucho sentido común. Si una persona ha sido diagnosticada como enfermo terminal… debería permitírsele tomar cualquier cosa que sienta que puede ayudarlo… Pero esa no es la ley.”
Aquí se abre, en el cierre del film, una cuestión central: ¿de qué tipo de legalidad estamos hablando entonces? A simple vista parecería ser que se trata por un lado de la legalidad que dictamina la FDA, en relación a las drogas aprobadas y probadas, suministradas vía la participación en el ensayo clínico del hospital de turno. Legalidad del “discurso médico” legitimado por la medicalización de la vida que impone la industria. Por otro lado tenemos la ilegalidad que se hace presente vía el Club de compradores, que como ente no tradicional suministra fármacos no aprobados pero que sin embargo ayudan a las personas a palear la sintomatología de la enfermedad. Tomando el recorte desde estos dos órdenes ¿qué margen queda allí para la ética? Si nos quedamos con un recorte tal, de dos ámbitos en principio contrapuestos, nuestro universo referencial se achica tanto que resulta inoperante para el análisis desde la perspectiva de la subjetividad –que piensa la posición del sujeto frente a su deseo. Si bien el Dallas Buyers Club se presenta en el film como una suerte de “desvío” a lo establecido, donde el tratamiento de la alteridad encuentra un fructífero exponente y la enfermedad del SIDA, en los márgenes del tabú, nos devuelve una perspectiva de reflexión sobre la libertad individual de las personas a decidir sobre sus vidas, entre la tutela del Estado o la forma en la que opera el aparato sanitario de los Estados y el discurrir del deseo en situaciones de padecimiento. Muestra de este modo el derrotero del deseo en los márgenes del exceso y de la obscenidad. Es obsceno un sistema que comercializa el padecimiento. Es obscena una institución que se sirve de la burocracia para la opresión y la marginación, convirtiéndose en mercaderes de ilusiones vacías. Lo único que resiste es el cuerpo, aunque esta resistencia no es heroica o positiva… tampoco es pasiva.
Referencias
Assef, J. (2013): La subjetividad hipermoderna. Una lectura de la época desde el cine, la semiótica y el psicoanálisis. Grama ediciones.
Conocente, M., Kameniecki, M. (2007): Adicciones – Desde el fantasma del flagelo a la dimensión de la pregunta. Artículos de las páginas 15, 35, 55, 73, 105, 137 y 183. Editorial Letra Viva, Bs. As.
Díaz, E. (2014): La sexualidad y el poder. Prometeo Libros.
Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. Obras completas. Vol. XXI. Amorrortu Editores.
Kameniecki, M. (2006): Clínica Institucional en toxicomanías. Una cita con el Centro Carlos Gardel. Cap.: Concepciones Clínicas e Institucionales en las toxicomanías”, Letra Viva – Bs. As.
Le Poulichet, S. (1996) Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Capítulos 2, 3, 4, 5 y 6. Amorrortu Editores.
Michel Fariña, J. J. & Lima, N. S. (2012): Cronenberg-Wagner y el subtexto musical de la relación entre Jung y Freud. Ética y Cine Journal | Vol. 2 | No. 1 | 2012 | pp. 36-42
UNESCO (2005): Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos.
NOTAS
[1] El SIDA recorre el cine norteamericano como un fantasma. Desde el ominoso silencio al que estuvo confinado en los años ochenta, momento de mayor apogeo de la epidemia, la respuesta de la industria llegó en los 90 con Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) y su reflejo en los Oscars, desde un enfoque políticamente correcto (con todo lo hipócrita que lleva consigo el concepto), película que se convirtió en símbolo del tardío cargo de conciencia de Hollywood de haberle dado la espalda a la tragedia. Una fecha cercana y oportunista, por cierto, a cuando el tratamiento de la enfermedad (o mejor dicho, su flagrante fracaso) se convirtió en asunto central de las campañas presidenciales de George Bush padre y Bill Clinton en 1992, cuando ya se contaban más de 3 millones de muertos en el mundo a causa del virus. Antes, dos potentes protestas lo habían puesto sobre la palestra, desde un valiente, visceral y frontal tratamiento, muy arraigado en el desencanto, el nihilismo y la tendencia kamikaze: Vivir hasta el fin (The Living End, Gregg Araki, 1992) y desde Francia Las noches salvajes (Les nuits fauves, Cyril Collard, 1992). Películas descarnadas y nada complacientes, que siguen siendo hoy en día de los mejores exponentes cinematográficos sobre la enfermedad. Desde entonces, su presencia ha sido testimonial, escorada en películas de temática homosexual y lejos de los circuitos mayoritarios. Podemos destacar, no obstante, muestras como Las horas (The Hours, Stephen Daldry, 2002), aunque operaba de forma muy secundaria, la miniserie de Mike Nichols Ángeles en América (Angels in America, 2003) con Al Pacino y Meryl Streep, o desde Francia André Techiné con Los testigos (Les témoins, 2007). Un aciago trayecto que nos lleva hasta Dallas Buyers Club, película que además funciona como perfecto complemento de How to survive a plague (David France, 2012), fundamental documental que revisa desde un revelador y copioso material de archivo el recorrido de la organización activista ACT UP, desde su primera manifestación el 23 de marzo de 1987 hasta 1996. Y lo cierto es que contra todo pronóstico, lo destacable y valioso del film es cómo opera y trabaja con el material que tiene entre manos. Porque más que emparentarse con Philadelphia la película busca encontrarse con un film como Contagio (Contagion, Steven Soderbergh, 2011), en cuanto refleja y explota con fruición la estupidez, incompetencia y avariciade las instituciones sanitarias, tal como afirma una manifestante en How to survive a plague. Fragmento del comentario “Desvíos” por Manu Argüelles en CINE DIVERGENTE http://cinedivergente.com/
[2] En el año 2005 la Conferencia General de la UNESCO aprueba por aclamación la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, ampliando la incumbencia de la bioética a cuestiones sociales y de medio ambiente. Por primera vez en la historia de la bioética, los Estados Miembros se comprometían, y comprometían con ello a la comunidad internacional a respetar y aplicar los principios fundamentales de la bioética reunidos en un único texto. De los 28 artículos que integran la Declaración, 15 de ellos atienden a cuestiones concretas del ámbito de la salud, siendo cinco de pertinencia directa para ser abordados desde el campo de la psicología y el psicoanálisis: Confidencialidad/Privacidad (Art. 9), Consentimiento/Personas que no están en condiciones de consentir (Art. 6 y 7), Beneficio y efectos nocivos (Art. 4), No discriminación y no estigmatización (Art. 11), Protección de las generaciones futuras (Art. 16)
[3] Artículo 15: 1. Los beneficios resultantes de toda investigación científica y sus aplicaciones deberían compartirse con la sociedad en su conjunto y en el seno de la comunidad internacional, en particular con los países en desarrollo. Los beneficios que se deriven de la aplicación de este principio podrán revestir las siguientes formas: a) asistencia especial y duradera a las personas y los grupos que hayan tomado parte en la actividad de investigación y reconocimiento de los mismos; b) acceso a una atención médica de calidad; c) suministro de nuevas modalidades o productos de diagnóstico y terapia obtenidos gracias a la investigación; d) apoyo a los servicios de salud; e) acceso a los conocimientos científicos y tecnológicos; f) instalaciones y servicios destinados a crear capacidades en materia de investigación; g) otras formas de beneficio compatibles con los principios enunciados en la presente Declaración. 2. Los beneficios no deberían constituir incentivos indebidos para participar en actividades de investigación.
[4] Artículo 4: Al aplicar y fomentar el conocimiento científico, la práctica médica y las tecnologías conexas, se deberían potenciar al máximo los beneficios directos e indirectos para los pacientes, los participantes en las actividades de investigación y otras personas concernidas, y se deberían reducir al máximo los posibles efectos nocivos para dichas personas.
[5] Artículo 8: Al aplicar y fomentar el conocimiento científico, la práctica médica y las tecnologías conexas, se debería tener en cuenta la vulnerabilidad humana. Los individuos y grupos especialmente vulnerables deberían ser protegidos y se debería respetar la integridad personal de dichos individuos.
[6] Artículo 5: Se habrá de respetar la autonomía de la persona en lo que se refiere a la facultad de adoptar decisiones, asumiendo la responsabilidad de éstas y respetando la autonomía de los demás. Para las personas que carecen de la capacidad de ejercer su autonomía, se habrán de tomar medidas especiales para proteger sus derechos e intereses.
[7] La Novena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos es parte de la Carta de Derechos de los Estados Unidos (Bill of Rights 1791) y protege los derechos que no son enumerados expresamente en la Constitución. Texto de la Novena Enmienda: “el hecho de que en la Constitución se enumeren ciertos derechos no deberá interpretarse como una negación o menosprecio hacia otros derechos que son también prerrogativas del pueblo.”
Mis felicitaciones Natasha Salomé por traer a colación esta película, pues pone sobre la palestra un tema que es muy actual y con serios dilemas éticos como lo es la producción de medicamentos y el trato de las farmacéuticas.
Como lo has expresado de alguna manera las empresas farmacéuticas en donde no veen el negocio no invierten, y eso fue precisamente lo que ocurrió con la historia de la película, en un inicio si bien no se tenía mucha claridad sobre la enfermedad y como tratarla, esa situación después de casi treinta años no ha cambiado mucho, dado a que en los lugares en donde se tiene mayor tasa de incidencia de la misma como lo son los países africanos es en donde menos se investiga, ni busca cura, y esto por una razón mercantilista-capitalista muy clara que no es rentable.
La industria farmacéutica le interesa más crear nuevas enfermedades como la alopecia, la reducción de peso, o cualquier otra "ocurrencia" que genere más dinero que tratar el SIDA, esto porque a leguas se ha hecho presente que el objetivo de velar por la calidad de la vida a través de la conservación de la salud a con buenos medicamentos, se ha visto cambiado por la conservación de la industria con buenas ventas.
Y así no se avanza hacia un principio de justicia y beneficencia con las medicinas, sino que se avanza sobre un principio de ironía y mercantilismo.
El análisis de Dallas Buyers Club es excelente. En efecto se trata de una película que repasa la evolución del SIDA, no obstante es notable la propia evolución del personaje. La enfermedad parece que le hace madurar como persona o a través de ella Woodroof adquiere valores que le eran ajenos: empatía, solidaridad, capacidad para cuestionar un sistema sanitario, etc.
Woodroof es un prototipo estadounidense, es difícil saber hasta qué punto su reacción sería exportable a otras comunidades.
Lo dicho una película excelente como la crítica de Lima, Natacha Salomé.
Película:Dallas Buyers Club
Titulo Original:Dallas Buyers Club
Director: Jean-Marc Vallée
Año: 2013
Pais: Estados Unidos
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