Universidad de Buenos Aires
Resumen
El presente trabajo se propone revisar las categorías de necesidad y azar, fundamentales para pensar el circuito de la responsabilidad subjetiva, a partir del film “Amelie” (2001). Indagaremos por los diferentes elementos que nos proporciona el film para dar cuenta de cómo se encuentran y des-encuentran dichas categorías y, finalmente, cómo repensamos desde el psicoanálisis el concepto de “destino”, tan presente en el film. Finalizando, con el encuentro contingente de la protagonista y el amor.
Palabras claves: necesidad | azar | Amelie | psicoanálisis
Introducción
Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain en francés, literalmente: «El fabuloso destino de Amélie Poulain») es una comedia romántica, estrenada en Francia en 2001; dirigida por Jean-Pierre Jeunet y con música original, compuesta por Yann Tiersen. El film narra la historia de Amelie Poulain (Audrey Tautou), una joven francesa de 23 años que trabaja como camarera en “Los Dos Molinos”. El slogan de la película promete que “ella cambiará tu vida”.
El film comienza con una serie de sucesos que ocurren el mismo día, entre los cuales aparece la concepción de Amelie. De allí en más, tiene lugar un pantallazo por su infancia, presentada por el director para situar las coordenadas que nos permitan abordar a la Amelie adulta; la cual, a partir de determinada situación, decidirá emprender una serie de pasos para producir cambios en los personajes que la acompañan (algunos de su vecindario, otros compañeros de trabajo).
Como iremos desarrollando a lo largo del presente escrito, en el camino, nuestra protagonista “cambiará” algunas vidas, sin embargo, también será invitada a cambiar la suya, de manera inesperada.
03 Septiembre de 1973
La historia comienza con la voz en off del narrador: “el 3 de septiembre de 1973 a las 18 horas, 28 minutos, 32 segundos, una moscón de la familia Calliphora, capaz de producir 14.670 aleteos por minuto, se posaba en la calle St. Vincent Montmartre. En el mismo momento, en un restaurante se levantó el viento como por magia bajo un mantel haciendo bailar los vasos. En ese instante, en la Av. Truidare 28, 5° piso, distrito 9, Éugene Colere volvía de enterrar a su amigo Emile y lo borraba de su agenda.
En ese momento, un espermatozoide con un cromosoma X de Raphael Poulain salía del pelotón para alcanzar un óvulo de su señora, de soltera Amandine Fouet. Nueve meses después, nacía Amelie Poulain”.
Nuestra historia se inicia, entonces, de este modo. Ahora bien, ¿qué podemos pensar al respecto? Esta serie de acontecimientos ocurren en la misma fecha y misma hora, por azar.
Michel Fariña (1999), sostiene que, si la necesidad es lo que establece una relación entre sucesos de causa y efecto, el azar es justamente lo que desconecta dicha relación (MICHEL FARIÑA, 1999, P.2). Es lo que comúnmente adjudicamos como suerte (también casualidad, coincidencia). Que la concepción de Amelie haya tenido lugar en el mismísimo instante que estos otros acontecimientos, decididamente forma parte del azar.
El film nos confronta con las categorías de necesidad y azar de diferente modo, a lo largo de cada suceso que ocurra en la vida de Amelie (y de quienes la rodean). Desde una lectura analítica, podemos pensar que entre estas categorías, está el sujeto: entre necesidad y azar, en la grieta misma, aparece la pregunta por la responsabilidad. Ya que no hablamos de responsabilidad en términos morales, sino pensando al responsable como aquel de quien se espera una respuesta (JINKIS, 1987, p.135). Hasta aquí hemos hablado de mero azar, no aún de responsabilidad ya que para abrir dicha pregunta, veremos que tiene que acontecer un hecho de otro orden, capaz de convocar al sujeto en cuestión.
Podemos leer entonces, el recurso del azar y la necesidad, como un modo de presentación (utilizado por el director) de cada personaje. Por ejemplo, la pequeña Amelie es presentada bajo esta lógica: hija de un antiguo médico militar de boca apretada y poco corazón, y una maestra inestable y nerviosa [1]: Amelie es hija única y, como toda niña de su edad, anhela los abrazos de su padre. Sin embargo, solo tienen contacto físico cuando éste le hace los chequeos médicos necesarios; el corazón de Amelie se sobresalta y esta exaltación (de amor), es leída por su padre como producto de una alteración cardíaca, ante lo cual, se decide que lo mejor es que nuestra pequeña protagonista no acuda más a la escuela y sea educada por su madre en la casa.
A esto se le suma la muerte temprana de su madre. Amelie es llevada por su madre a Notre Dame para pedirle al cielo un hermanito, y por azar, lo que recibe la pobre Amandine es a una turista suicida que se arroja de la catedral y cae sobre ella, matándola en el acto. Amelie queda entonces a solas con su padre, que se vuelve aún más solitario. La muerte es el ejemplo más extremo para presentar la categoría de la necesidad en tanto es algo que existe por fuera del designio humano: “la muerte es lo inexorable, aquello frente a lo cual no hay palabras” (MICHEL FARIÑA, 1999; p.2) Lo real, podríamos decir. Otra manera de llamar a esto inexorable es el destino [2]. Concepto que, en el film, aparece desde el título mismo. Hay entonces, en la muerte de Amandine, el azar del turista que impacta justamente sobre ella, y hay lo inexorable de la muerte. Sin embargo, seguimos sin hablar de responsabilidad.
A partir de esto, la pequeña Amelie desarrollará una sorprendente imaginación que la ayuda a sobrellevar su solitaria infancia: se inventa amigos imaginarios, desarrolla juegos algo extravagantes; su único amigo será un pez llamado Cachalote, el cual desarrolla tendencias suicidas, y finalmente es llevado a un estanque del parque, para ser devuelto al agua.
Es interesante cómo este recurso hace que Amelie pueda armarse una respuesta ante algunos interrogantes que, si bien no tienen respuesta, son más difíciles aún para los niños. Por ejemplo, tiene una vecina que está en coma hace tres meses, y ella se imagina que la mujer decidió dormir todo de corrido, para despertar luego y vivir despierta. Una versión más feliz que lo descarnado del coma.
Lady Diana
El 31 de Agosto de 1997, Amelie tiene ya 23 años. Está en su casa mirando la televisión, con un frasco de perfume en la mano, cuando escucha la noticia de la muerte de la princesa de Gales Lady Di. Impactada por la noticia, deja caer la tapa del frasco al suelo, la cual rueda hasta chocar contra un zócalo de su baño, por azar. Esto provoca que el zócalo se desprenda, dejando a la vista un hueco. Amelie se agacha a husmear, y encuentra una cajita de lata algo oxidada, que estaba escondida. La abre, sorprendida, y se encuentra con lo que pareciera haber sido un tesoro guardado por un niño hace cuarenta años atrás: una foto en blanco y negro y algunos juguetes viejos.
A las 04.00 hs de la madrugada, Amelie despierta y decide emprender una búsqueda en pos de reunir nuevamente tesoro y dueño. Para esto, recurrirá a algunos vecinos preguntando quién vivía en su departamento en los años ’50. Si este encuentro lograba conmover al dueño, ella se convertiría en la vengadora del bien; sino, pues no.
Su búsqueda comienza con Magdalena Fuentes, la encargada de su edificio, una mujer alcohólica, que termina contándole a Amelie la historia de amor e infidelidad de su marido, la secretaria de éste, y ella. Ella la manda a hablar con el verdulero, Colignon, quien la envía con su madre. Es el marido de ésta mujer (y luego ella misma), quien le da a nuestra protagonista su nombre: Dominique Bredoteau.
Abbesses
En la estación de tren Abbesses, donde Amelie se baja para visitar a su padre; hipnotizada por un anciano ciego que está escuchando música, Amelie descubrirá a un joven curioso (tanto como ella), que está buscando algo debajo de la cabina de fotos. Este joven es Nino Quincampoix (Mathieu Kassovitz), con quien intercambian una mirada luego de lo cual, Amelie se marcha.
Amelie emprende su búsqueda de manera fallida, visita a los tres sujetos que encuentra con ese nombre en la guía de teléfono; ninguno será el indicado. Cuando visita al último, decepcionada, su vecino, el hombre de vidrio (un hombre que vive la vida desde su apartamento ya que sus huesos son muy frágiles para este mundo); la corrige: Bretoteau. Ese es el apellido que Amelie busca, y le da, además, su dirección.
Este hombre le muestra a Amelie un cuadro de Renoir del que ha dibujado una copia cada año por los últimos veinte años. Y le explica a Amelie que hay una mirada que no logra captar… la de una joven con un vaso de agua que está en medio del cuadro, y también fuera de éste. Amelie le dirá que quizás solo sea diferente (como ella), y éste responde que seguramente esta joven no se relacionaba con nadie de chica; lo que propicia aún más la identificación entre ambas.
Amelie encuentra a Dominique Bretoteau, sin embargo no lo enfrenta, sino que arma una escena: la voz en off nos relata todo lo que éste suele hacer los martes a la mañana... Cada martes por la mañana Dominique Bretoteau compra un pollo. Lo rostiza con patatas. Luego de cortar sus piernas y alas le gusta cortar la carne caliente con sus dedos empezando por las ostras. Pero hoy no, Bretoteau no comprará un pollo.
No irá más lejos que la cabina telefónica, dice la voz en off.
Ese martes será diferente: está caminando por la calle y suena el teléfono de una cabina telefónica; corrobora que nadie se acerque a contestar, y atiende. Del otro lado, cuelgan. Bretoteau encuentra una cajita oxidada junto al teléfono… el tesoro de su infancia. Comienza a recordar (vemos desfilar algunos de sus recuerdos mientras él se emociona). Amelie, su vengadora del bien, lo observa desde una cabina contigua.
Dominique Bretoteau se dirige a un bar, pide un coñac; Amelie está a su lado. Éste se dirige a ella y le dice: “la vida es divertida; para un niño el tiempo es una eternidad, de pronto tienes 50 años”. Podemos hipotetizar que este encuentro con la cajita de su infancia conmovió al personaje de Dominique. Luego le pregunta a Amelie si tiene hijos, ella niega con la cabeza. Él le comenta que tiene una hija de su edad, que hace algunos años no hablan por una pelea, que supo que ella tuvo un hijo llamado Lucas…”es hora de que los busque antes que yo termine en una caja”, concluye. Este encuentro con la cajita despierta a Dominique Bretoteau, lo llama a responder como padre. Algo de esto lo ha convocado… A partir del encuentro (azaroso para él), con la cajita, decide retomar el diálogo con su hija. Hacia el final del film, lo vemos convidándole el típico pollo de los días martes, a un niño que, presumimos, es su nieto, Lucas. Contrario a lo que la voz en off propone, podemos pensar que Dominique paradójicamente irá más allá de la cabina telefónica.
Amelie y Dominique han tenido entonces, una cita a ciegas, de inconsciente a inconsciente. El encuentro con la cajita no le fue indiferente a éste último, quien resignifica este encuentro con su infancia y decide arreglar las cosas con su hija. Tampoco lo será para Amelie.
A partir de aquí, Amelie vuelve a su casa, está por sentarse a comer y ve por la ventana a su vecino (el hombre de vidrio) comiendo solo, una comida semejante a la suya; se angustia. Ella repite “no se relaciona con otras personas”, que son las palabras que pronuncia el vecino sobre la mujer del cuadro, pero que también le conciernen a Amelie. Se abre aquí el circuito de la responsabilidad subjetiva. Nuestra protagonista llevaba a cabo una acción para conmover a otro (Dominique), y en su accionar termina conmoviéndose ella misma, en las palabras de Dominique, en las palabras de su vecino…
Imagina su muerte en las noticias: muere como una figura altruista, dedicada a ayudar a otros; y paradójicamente, muere sola. Y esto, no puede menos que angustiarla.
Singularidad en situación: Nino
Amelie emprende toda una serie de acciones donde busca cambiar el destino de las personas que tiene alrededor: molesta al verdulero secretamente, cansada de que éste maltrate a su empleado; actúa de cupido entre su compañera hipocondríaca del café y un hombre que acechaba a otra mujer allí (consiguiendo el flechazo a partir de unas pocas palabras), entre otras acciones. Algo de esto, le pertenece.
Amelie se vuelve a cruzar con Nino, quien esta vez no le resulta tan indiferente. En la escena vemos el corazón de Amelie dibujarse y latir al cruzarse con Nino. Éste, sin embargo, es (en esta oportunidad), quien se retira, corriendo, tras un hombre. Amelie lo sigue, y en este recorrido encuentra un álbum de fotos que Nino deja caer al subirse a su moto, detrás de este hombre. “Sin ti las emociones de hoy serían la mugre de ayer”, lee de un libro.
Amelie decide devolverle a Nino su álbum de fotos (fotos carnet que éste restaura, las que obtiene bajo la cabina que siempre se lo ve). Consigue la dirección de un Sex Shop donde éste trabaja; lo lleva. Una mujer llamada Eva, le agradece y le cuenta lo importante que es dicho álbum para Nino. Amelie, anoticiada de que éste no está, le dice que se lo dará en persona. Le pregunta discretamente por la novia de Nino, y Eva le comenta que nunca le duran demasiado, porque “son tiempos difíciles para los soñadores”, lo que Amelie sabe muy bien.
Nieves Soria (2016), propone que la experiencia del amor comienza con la contingencia de un encuentro: “de pronto, del cuadro del mundo, emerge una presencia, un cuerpo, un decir, destacándose por un brillo enigmático que hace signo al sujeto” (SORIA, 2016; P.1). Agregando que es el propio agalma lo que le hace signo al sujeto. El encuentro entre Nino y Amelie es un encuentro contingente, azaroso, donde la voz en off nos relata, a modo de espejo, cómo ambos pasaron su infancia buscando a alguien con quien jugar. Amelie es la vengadora del bien; Nino, que fotografiaba huellas húmedas por la noche, recolecta ahora fotografías para coleccionar. Hay algo de este soñador que cautiva a Amelie, en tanto la nombra a ella misma.
Amelie desarrolla un circuito que Nino persigue: le deja pistas, lo guía, le envía fotos; le arma una mascarada que él debe ir siguiendo. En un momento determinado Nino descubre que es ella, la enfrenta, y ésta lo niega. Estas idas y vueltas resultan un tanto infantiles, y hasta pueden causar un poco de hastío en el espectador. Sin embargo, este circuito dice sobre Amelie; es el modo que ella encuentra para abordar el encuentro amoroso que es también, un encuentro con la castración (óp. Cit, p?).
Nino, por su parte, vuelve al lugar de trabajo de Amelie; y pregunta por ella a su compañera del café, quien le da a éste la dirección de Amelie. Ella se entera que su compañera salió del café con Nino, y su mundo se hace agua (como muestra una escena de modo muy imaginario), se derrite.
“Un sujeto puede pasarse la vida huyendo de sí mismo, pero existen ciertas circunstancias en las que algo cambia, en las que se encuentra eligiendo, pero no ya desde el cálculo y la certeza precedentes…” (MICHEL FARIÑA, 2000; p.6). Este momento, digamos, puede ser la contingencia del encuentro amoroso. Amelie se pasaba los días como vengadora, trocando el destino de los demás: en el camino, se encuentra ella misma interpelada por el encuentro con Nino y este juego que emprende con el álbum de fotos. Se trata de la responsabilidad. Nino golpea su puerta y ella es invitada a responder… “no una respuesta evitativa o negadora (…) sino una que suponga un cambio de posición del sujeto frente a las circunstancias (…) del cual el primer sorprendido es el protagonista” (óp. cit, p.6); como sostiene Michel Fariña a propósito de The Truman Show.
Amelie se encontraba sujeta a la pereza de su destino, en sus ensoñaciones y su mundo un tanto naif; sin embargo, es invitada ahora a cruzar este umbral, y enfrentarse así, al amor (como finalmente, ocurre).
Bibliografía
Jinkis, J. (1987). Vergüenza y responsabilidad. En Conjetural, número 13. Editorial Sitio. Buenos Aires.
Michel Fariña, J. J. (2000). Responsabilidad. Entre necesidad y azar. Ficha de cátedra. Disponible en la página web de la cátedra: http://www.eticayddhh.org/index.php/textos-y- artículos
Michel Fariña, J. J. (2000). The Truman Show. Mar abierto (un horizonte en quiebra). En Ética y Cine, Eudeba, Buenos Aires, 2000.
Soria, N (2016). Del amor y otros demonios. En Colofón n° 36, Grama Ediciones, 2016.
NOTAS
[1] De este modo son descriptos los personajes por la voz en off del narrador.
[2] Es interesante pensar que, en la vida cotidiana, el uso de la palabra destino, en lugar de necesidad, es un intento posible de atriburle una causa... a aquello que no cesa de no tenerla.
En respuesta a María Bandin: ya que introducís la culpa como reverso de la responsabilidad en tu lectura, yo agregaría la formulación lacaniana de que uno es culpable por ceder ante su deseo...
Gracias por tu aporte!
En respuesta a Maria Teresa:
Me parece interesante tu lectura de que el destino de Amelie es "irreal y falso"; creo que en este punto acuerdo y disiento a la vez... Supongamos que efectivamente es irreal y falso, si tomamos el concepto freudiano de realidad psíquica, la pregunta que me formulo es: ¿podría ser de otra manera?, ¿existen destinos, singularidades, relatos, que puedan no ser irreales? La realidad psíquica siempre tiene algo de ficción, sin embargo ello no la desacredita; no le quita el valor de verdad en el relato de quien la trae al consultorio o a cualquier otro espacio.
Por otro lado, pensando en el contexto del París de los 30 o 40, si bien la historia podría coincidir con esta ambientación, transcurre entre fines de los 70 y principios de los 90. Este "des-encuentro epocal", llamémoslo así, podría no ser tan inocente... Me hace pensar en la cuestión un tanto naif que dice sobre Amelie, y que a la vez puede chocar con el espectador (como escribo en el artículo). Creo que toda la ambientación y estética son un recurso del director para introducirnos al universo de la protagonista.
Finalmente, la cuestión de lo "fabuloso", la nostalgia, los cliches y la opereta, me remiten a elementos bien neuróticos, sumo uno: la fantasía.
Gracias por tu aporte!
Jimena,
No sé si el destino Amélie es fabuloso, en todo caso lo percibo como irreal y falso. En su estreno el film recibió unas críticas muy elogiosas y sí estoy muy de acuerdo con Palmisano en cuanto a la singularidad de la situación. Por lo demás, creo que la película es una retrospectiva al Paris de los años 30 y 40 del siglo XX; un Paris aséptico, poblado por franceses de pura raza, a excepción de un árabe (Lucien), y del todo ajeno a la polisemia étnica, social, sexual y cultural de 1997, año que se supone se desarrolla el film. Por ejemplo, los únicos negros que aparecen lo hacen sobre una pantalla de televisión en blanco y negro, algo impensable en un Paris poblado de argelinos, chinos, caribeños, pakistaníes, magrebíes…
En Amélie, predomina una mirada nostálgica, sentimentaloide, llena de clichés sobre unos personajes populares situados en espacios con olor a naftalina, propios de un imaginario nostálgico idealizado. Es un Paris al que falta el mestizaje, con personajes de opereta en un guión condescendiente con el inmovilismo social, una visión trasnochada de la buena gente llena de empatía y esperanza.
No podría afirmar que Amélie tenga visos reaccionarios, pero no puedo evitar preguntarme por qué razón fue rechazada en el Festival de Cannes en 2002
Me resultó muy interesante el abordaje de la necesidad y la contingencia en este film, ya que éstos se juegan a lo largo de toda la película y son los que van marcando el camino y guiando las acciones de la protagonista en toda su historia.
Ya que entre ambos extremos, de la necesidad y la culpa, se puede hablar de responsabilidad subjetiva, creo que podría ubicarse esta veta "servicial" de la protagonista con otras personas del lado de la culpa, definida como el reverso de la responsabilidad.
El encuentro azaroso con la caja que pertenecía a Dominique Bretodeau, se ofreció a Amélie como un desafío del orden de lo necesario. Encontrar al dueño del objeto se convierte entonces en una misión con límites y objetivos claros, dentro de un universo esperable (aunque encontrara o no al sujeto en cuestión). Estamos aquí en el terreno de lo particular. El amor y el encuentro con éste, tal como lo plantea el artículo, es en cambio un terreno desconocido del cuál no se puede esperar ningún tipo de seguridad y que además implica encontrarse con la propia falta, de la cual Amélie viene escapando desde pequeña con un complejo entramado imaginario que armó. En éste, la protagonista se las ve con la falta de otros constantemente, como una salida posible para no encontrarse con la propia. Pero esta situación no podría haberse sostenido por mucho tiempo. Emerge entonces lo singular, con la aparición Nino, que la convoca a mirar allí dónde no pudo mirar antes, allí donde no hay UN destino ni éste es pasible de ser manipulado: su encuentro con el amor.
Hola Nico, gracias por tu comentario.
Si, Amelie es un bello film que permite tomar diversos ejes sobre los que se podría escribir. Me parece que el recurso del azar y la necesidad aparecen de un modo muy curioso, de hecho están en la antesala de la aparición de cada personaje, como una carta de presentación si se quiere..
Por otra parte,en cuanto al amor, creo qué hay momentos donde uno se ve interpelado a responder por su deseo, a salir de la lógica de la repetición, de la pura demanda, de lo particular. .. El amor es una vía, el encuentro con un analista es otra: es que tampoco están tan separadas, claro... saludos!
¡Que buen artículo! Me gustó mucho como desde la tensión entre el azar y la necesidad analizaste esta película que, sin dudas, oferta mucho que pensar. Es interesante el lugar que le das al amor, como lo que corta con la serie de la necesidad, más del lado del acto y lo real. Tal vez no es su primera relación, creo que en el inicio se muestra que ella estuvo con otros hombres... pero sí que es la primera relación en donde algo de ella se encuentra comprometido de otra forma.
Película:Amélie
Titulo Original:Le fabuleux destin d'Amélie Poulain
Director: Jean-Pierre Jeunet
Año: 2001
Pais: Francia
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