Resumen
Centraremos la propuesta de este artículo en el análisis del personaje de August de la serie Algo en qué creer (2017). Expondremos un abordaje que nos permitirá formular interrogantes en torno a los procesos subjetivos que acontecen en el personaje en cuestión, a partir del atravesamiento por determinados sucesos de la trama ficcional que desarrolla la serie. Asimismo, haremos una lectura sobre las dimensiones de la responsabilidad subjetiva y de la culpa presentes en August; ubicaremos ciertas coordenadas que nos permitan abrir preguntas respecto a la dimensión estructural del mismo y, por último, trazaremos algunos ejes respecto a la operatoria la función paterna.
Palabras Clave: August | responsabilidad | culpa | función paterna.
In the name of the father: a reading of Ride upon the storm series
Abstract
We will focus the proposal of this article on the character of August from the series Ride Upon the Storm (2017). We will present an approach that allows us to open questions about the subjective processes that happen in the character from the crossing by certain events of the fictional plot that develops the series. We will also propose a reading on the dimensions of subjective responsibility and guilt present in the character; we will locate certain coordinates that allow us to open questions regarding the structural dimension of August and, finally, we will draw some axes regarding the operation of the paternal function.
Keywords: August | responsibility | guilt | paternal function.
La serie danesa Algo en qué creer (2017), nombre con el que se la presentó en la versión en español de NETFLIX pero cuyo título original –en danés– es Herrens Veje (Los caminos del señor), se sitúa en una Copenhague actual. Los protagonistas de la misma son los integrantes de la familia Krogh: Johannes Krogh, su esposa Elizabeth, y sus dos hijos (Christian y August). Johannes es pastor luterano y ministro de la iglesia de Dinamarca; sus antepasados, incluido su propio padre, han participado de la tarea pastoral desde hace más de dos siglos. Christian, el mayor de los hijos, había iniciado sus estudios en el seminario para convertirse en pastor, pero los abandonó cuando solo le faltaba presentar sus tesis final. August, su hermano menor, comparte el oficio de pastor con su padre y se desempeña como tal en una iglesia de la capital danesa.
“El único, el último, el pastor”
August está felizmente casado y se desempeña como pastor en una iglesia de Copenhague, donde se destaca por su gran popularidad entre los fieles que semanalmente asisten a las misas por él oficiadas. La serie lo presenta como un pastor responsable, carismático y meticuloso, que prepara minuciosamente sus sermones antes de cada celebración religiosa. Así las cosas, August recibe una propuesta, cuya aceptación cambiaría para siempre su vida: desempeñarse durante algunos meses como capellán del ejército danés, brindando apoyo moral y religioso a los soldados reclutados en la milicia. Durante su estadía en un campamento militar en una zona atravesada por fuertes conflictos bélicos se encuentra con ciertas dificultades a la hora de acercarse y generar confianza con los soldados del ejército, principalmente luego de que algunos de ellos le pidieran bendecir sus vehículos antes de partir a una misión. August, muy apegado a las reglas, responde que no podía, dado que “los pastores solo bendicen personas y no objetos”. Pese a la insistencia de los soldados para que lo haga, se mantiene firme en la imposibilidad de impartir la bendición sobre los vehículos de guerra, lo cual genera cierto descontento en el grupo. Al regresar de dicha misión, el comandante le informa a August que durante la misma fueron víctimas de una explosión, a raíz de la cual había muerto el conductor de uno de los vehículos –a los que August se había negado a bendecir–. Esto produjo malestar y desaprobación por parte de algunos soldados hacia el joven capellán.
En este contexto, August le transmite al comandante militar su preocupación por la pérdida de contacto con los soldados, ante lo que éste sugiere, a modo de acercamiento con el grupo, que participe en una misión. El pastor acepta la propuesta, desconociendo que dicha participación implicaría un punto de inflexión sin retorno en su vida. Durante la misma acontece algo inesperado: los solados son víctimas de un repentino ataque, el cual los obliga a resguardarse en un edificio, desde el que comienzan a responden al fuego enemigo. August, vestido y armado como un miembro más del ejército danés, se aboca a asistir a un soldado que había recibido disparos, con quien había logrado cierta afinidad. Este último, gravemente herido, se desangra rápidamente y muere en sus brazos. Uno de los soldados reclama “ayuda del capellán”, a lo que August, visiblemente afectado por la situación, responde que impartirá una bendición. Con actitud imperativa el soldado le reclama: “Ayuda de verdad. Quisiera que bendijeras esto (acercándole su arma)”. Contrariado por la situación de verse nuevamente convocado a infringir las reglas de su religión, en medio del nerviosismo por los disparos y por la muerte del soldado, el pastor termina accediendo a dar la bendición solicitada: “Dios, en tu nombre bendigo a estos soldados. También bendigo sus armas…”. Las fuerzas de la patrulla se ven debilitadas por haber recibido múltiples disparos y el comandante le indica a August que colabore activamente en la tarea militar, haciendo uso de su arma para responder al fuego enemigo. Siguiendo las órdenes de dicho comandante, se aproxima a la ventana y comienza a observar por la mira telescópica de su arma en busca de atacantes. Al ver a una persona refugiada detrás de una pared, le describe al superior su aspecto. Éste, asumiendo que la descripción de August coincidía con la de uno de los más peligrosos miembros de la guerrilla enemiga, le responde: “¡Tiene que ser él; apunta y dispara! Los que están afuera son el enemigo. ¡Dispara!”.
Al concluir la amenaza y bajar del edificio, August se encuentra con que la persona a quien le había disparado no era el supuesto enemigo, sino una mujer civil, completamente ajena a los conflictos bélicos. Dicha situación le produce una gran conmoción, ante la cual el comandante procura tranquilizarlo diciéndole que no sabían quién le había disparado. Pero August sabía muy bien quién había sido el autor de ese disparo…
Al regresar a su casa, el joven pastor se muestra distinto a la persona que era antes de partir a la guerra: impresiona contrariado, absorto de las situaciones cotidianas, con graves problemas de insomnio y completamente desconectado de su vida conyugal. En este contexto tienen lugar dos hechos que acentúan su turbación: es convocado de la fuerza militar para ser interrogado respecto a lo sucedido en la misión, y se publica un artículo en un diario danés bajo el título “Pastor Guerrero: bendijo armas de soldados daneses”.
Cada vez más mortificado, decide recurrir a su padre para contarle lo sucedido y pedirle ayuda. Johannes luego de golpearlo, le enuncia: “No hay ningún pecado que no se pueda perdonar”. August le manifiesta a su padre sus intenciones de revelar a la obispa lo sucedido, ante lo cual Johannes, le dice que no debe hacerlo y lo agrede nuevamente empujándolo con violencia: “¡¿Qué esperas?! ¡¿Una absolución para limpiar tu alma?! ¡Entonces hazlo y arrástrame en tu caída! ¡250 años de sacerdotico se irán por el inodoro, porque tú no puedes vivir con lo que hiciste!”. Luego lo ayuda a levantarse y, retomando un tono de voz calmo, le dice: “Tú eres el único August. Tú eres el último. Mírame a los ojos. Eres pastor. No mataste a nadie”.
Durante la cena navideña en la casa de sus padres, al momento del brindis, August vuelca una copa de vino. Sobre el vino derramado ve sangre y el rostro de la mujer a la que le había disparado; cayendo desplomado sobre la mesa familiar. A partir de dicho suceso el deterioro de August va en incremento: las alucinaciones visuales no tardan en aparecer y su actitud se torna cada vez más maníaca y delirante.
De la culpa y la responsabilidad
Cabría detenernos en el relato de los sucesos para preguntarnos algo tan simple como complejo: ¿qué aconteció en August para que su vida cambiara de manera tan rotunda? No nos referimos a los hechos concretos que vivenció –los cuales ya fueron debidamente relatados– sino a los efectos subjetivos que los mismos pueden haber tenido sobre la economía psíquica del personaje. Como primera respuesta ante este interrogante lo que posiblemente se impone, en sintonía con la lectura que hace su hermano Christian, es ubicar la causa del malestar de August como respuesta a la culpa: culpa por haber matado a alguien inocente, culpa que lo mortifica, no lo deja dormir y lo va enloqueciendo… Introducir el concepto de culpa nos conduce inexorablemente a preguntarnos por la dimensión de la responsabilidad subjetiva en el personaje analizado, tal como lo sugieren Michel Fariña y Gutiérrez al afirmar que: “La culpa constituye el reverso de la responsabilidad. Cuando la responsabilidad se halla ausente, aparecerá como sustituto, como contraparte, el sentimiento de culpa” (Michel Fariña/Gutiérrez, 1996: 50).
Previo al disparo de August que produce el deceso de la inocente víctima, hay un acontecimiento en el que cabría detenernos a fines de complejizar la lectura de la situación: es aquel en el que los soldados le solicitan la bendición de los vehículos y las armas de guerra, así como cuando el comandante lo convoca a hacer uso de las mismas. Tal como señalamos previamente, dicho pedido lo enfrenta a romper las reglas de su dogma y por ende –inicialmente– se niega a hacerlo. No obstante, en la escena del ataque observamos un cambio en la posición del pastor al respecto, accediendo finalmente a bendecir las armas e incluso a hacer uso de las mismas una vez bendecidas. Sería posible ubicar en dicha situación algo que excede la intencionalidad inicial del personaje, dando cuenta de que la acción primera de August (ejercer su función como capellán del ejército sujeto a las reglas del dogma pastoral) no concluyó en los fines programados (termina excediendo los límites de su incumbencia como pastor). Ante el encuentro con el semblante de la víctima de su disparo, la culpa y el horror interpelan e invaden profundamente al personaje de August. La culpa, tal como menciona Oscar D’Amore, dependerá de una operación simbólica, a saber: la interpelación subjetiva. Interpelación que exigirá respuesta, ob-ligando al sujeto a darla. La culpa hace a la retroacción, promueve el retorno sobre la acción inicial, ligando (retroactivamente) este segundo tiempo al primero, otorgándole así significado a dicho accionar original. Tal como lo enuncia el autor: “[la culpa] no sólo implica un déficit de sujeto sino también retornar sobre la acción (…) más moral, más particular, favoreciendo la interpelación para la responsabilidad subjetiva” (D’Amore, 2006: 155).
De modo tal que el personaje en cuestión rompe en las escenas relatadas drásticamente con principios básicos que significaban ir más allá de su función: un pastor no puede bendecir objetos, y mucho menos puede matar. No obstante, en cuestión de minutos, August ejecuta ambas acciones. Ante los hechos advienen el horror, el arrepentimiento y la culpa, todos ellos elementos que interpelan a nuestro personaje y lo ob-ligan a dar una respuesta.
De las respuestas subjetivas al desencadenamiento de la estructura
Ahora bien, ¿cómo responde August ante la situación recortada? Siguiendo con el lineamiento de los citados autores, sabemos que frente a la interpelación existen múltiples respuestas posibles: algunas de ellas habilitan el despliegue subjetivo, promoviendo el advenimiento de la dimensión ética y la emergencia del efecto sujeto, mientras que otras obturan cualquier despliegue subjetivo posible. Ante la interpelación de August, nos encontramos con múltiples indicadores que dan cuenta de que no hay lugar para el despliegue de una respuesta subjetiva que permita un más allá de los demás, de su padre, del dogma religioso o de los preceptos morales. En términos de Alejandro Ariel, nada nos permitiría pensar en la dimensión de un acto, en tanto no habría lugar para una decisión tomada por fuera de los otros, por fuera de la moral y por fuera de la ley (Ariel, 2001: 1). August queda atrapado en la dimensión particular de sus acciones, en la acabada esfera que traza el campo de la moral.
Por otro lado, la interpelación inaugura en el personaje de August el advenimiento de conductas maníacas, alucinaciones visuales y, posteriormente, de delirios místicos, los cuales nos conducen a preguntarnos por la dimensión estructural en juego. Al respecto, D’Amore afirma: “Si es cierto que al llamado (de la interpelación) se le impone en forma de ley una respuesta, habremos de considerar la excepción: no hay respuesta en la psicosis, es resistente a esta lógica del llamado porque la cuestión se dirime en el llamado mismo, (…) no hay respuesta porque el llamado es fallido. (…) aquí toma su dimensión la forclusión en tanto la prescripción del derecho a responder” (D’Amore, 2006: 159). A partir del aporte de Lacan a la teoría psicoanalítica, podemos pensar que es condición de la estructura psicótica la forclusión de un significante fundamental y ordenador en la cadena de significantes, a saber: el significante Nombre del Padre. El autor plantea que, en las estructuras psicóticas, hay ciertas situaciones que pueden propiciar el desencadenamiento del “orden” estructural hasta ese entonces mantenido. No se trata de situaciones específicas que uno podría tipificar en un manual de psicopatología, sino más bien de sucesos en los que el sujeto es convocado a un lugar que no le resultaría –estructuralmente– posible asumir y soportar. Queda así planteado el interrogante respecto a si aquello que adviene en August ante la interpelación ubicada podría pensarse en la línea de un desencadenamiento psicótico.
La función paterna
Por último, siguiendo esta misma línea de análisis cabría reflexionar brevemente sobre la función paterna en la trama de la serie. Para esto, es necesario volver sobre aquella escena en la que August –no sin cierta dificultad– decide relatarle a su padre lo que estaba atravesando. Las palabras de Johannes, lejos de aliviarlo, parecieran producir una potenciación de los conflictos hasta ese momento vividos por el joven pastor. Recordemos cuál fue la posición del padre ante lo relatado por August: violentarlo, silenciar lo acontecido y apelar a la conservación del secreto para evitar verse perjudicado. Un padre que no hace lugar al padecimiento de un hijo, anulando toda dimensión subjetiva en pos del primado de su beneficio personal, y un hijo queda paralizado ante dicha posición paterna. Resulta fundamental acentuar reparar en este aspecto de la dinámica vincular entre August y su padre, siendo que todo lo proveniente de él pareciera ser tomado por su hijo en la dimensión de una verdad inquebrantable, incuestionable, quedando siempre atrapado en el entramado particular de la moral y de los significantes por él impartidos.
Trazando un paralelismo con lo que plantea Daniel Zimmerman en referencia a la figura del padre del pianista David Helfgott en el film Claroscuro: “Se somete al autoritarismo de un padre que no hace sino excluir el Nombre del Padre de su posición en tanto significante” (Zimmerman, 2012: 54). Un padre para el que pareciera que todo goce es posible, profesando los valores del dogma religioso mientras no se priva de abusar de la bebida y ser abiertamente infiel a su esposa. Un padre que, al igual que el padre de Helfgott, no parece tocado por la ley.
Referencias
Ariel, A. (2001): La responsabilidad ante el aborto. Ficha de cátedra. Mimeo. Publicado en la página web de la cátedra. http://eticayddhh.ning.com/page/zona-de-textos
D’Amore, O. (2006): Responsabilidad y culpa. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
Michel Fariña, J. & Gutiérrez, C. (1996). Veinte años son nada. Causas y azares. Número 3. Buenos Aires.
Mosca, J. C. (1998). Responsabilidad, otro nombre del sujeto. En Ética: un horizonte en quiebra. Eudeba, Buenos Aires.
Salomone, G. Z. (2006): El sujeto dividido y la responsabilidad. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
Zimmerman, Daniel (2012): Figuras del padre en Claroscuro Revista Aesthethika, Volumen 7, Número 2, Abril 2012, ISSN 53-55. Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA.
NOTAS
Interesante algunos puntos que traes. Pensaba en el lugar en que queda ese padre “no tocado por la ley”, cuando su mujer lo deja. Qué efecto de barradura provoca esa mujer en el? Qué lugar tenía para el? Puede que no hubiese en él un padre, sino un sujeto tomado por su propio narcisismo; pero la caída del lugar de objeto de deseo para su dama, genera un efecto de derrumbe interesante para pensar.
Película:Algo en que creer
Titulo Original:Herrens veje
Director: Adam Price
Año: 2017
Pais: Dinamarca
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