"En caso de emergencias, o si necesitas a alguien…"
La película “50/50” es un drama norteamericano que cuenta la historia de Adam, un joven que es diagnosticado con cáncer en la espalda, cuya tasa de supervivencia es del 50%. Este joven es derivado por su doctor a una terapeuta llamada Katherine.
En la primera escena del recorte, Adam se encuentra esperando el colectivo fuera del hospital donde recibe su tratamiento de quimioterapia. Katherine, su terapeuta desde hace ya varias sesiones, ofrece a Adam llevarlo a su casa; éste se niega al principio, pero ante la insistencia de su terapeuta, decide aceptar.
Cuando están ambos en el auto, Katherine le dice a Adam “lamento el desorden, no soy buena deshaciéndome de las cosas” (el auto está lleno de papeles, de restos de comida). Ella luego le pregunta por qué ha decidido tomar el autobús después de su sesión de quimioterapia, con los mareos que esto implica. Adam le explica que usualmente su novia lo lleva al hospital, pero eso ya no es posible porque han terminado, ya que ella lo estaba engañando. Katherine le pregunta si quiere hablar de este tema, y Adam le responde que “mejor no hagamos esto de la terapia en el auto”. Luego de un momento de silencio, ella le dice a él que también ha terminado con su novio recientemente.
Una vez que llegan a la casa de Adam, él se baja del auto, y cuando está caminando para entrar a su casa, Katherine baja el vidrio y le dice: “Ey, Adam… Quiero que tengas mi número de celular, solo en caso de que necesites algo. En caso de emergencias, o si necesitas alguien para hablar”. Ambos se despiden.
La próxima escena muestra a Adam, la noche anterior a la cirugía que podrá salvar su vida o finalizarla, gritando encerrado dentro de la camioneta de su mejor amigo.
Adam toma su celular y llama a Katherine, y le dice que está teniendo “una crisis de nervios”. Katherine hace un momento de silencio y le dice “estoy muy, muy contenta de que hayas llamado”. Luego Adam dice que quiere que todo termine, ya que está “cansado de estar enfermo”. La película muestra a Katherine, con una expresión de angustia. Él prosigue diciendo “lo siento, es que si esta cirugía no funciona… Es todo. Nunca le he dicho a una chica que la amaba… Seguro suena estúpido”. Katherine responde que lo que le dice no suena estúpido.
Se produce un silencio de parte de ambos, y Adam le dice “desearía que fueras mi novia”. Katherine sonríe, cierra los ojos, y responde que “las novias pueden ser buenas. Simplemente tuviste una mala”. Adam vuelve a insistir, diciendo que apuesta que ella sería una buena novia. Ella sonríe, pero no dice nada, y finaliza el llamado.
Unas semanas después de la exitosa cirugía que salvó la vida de Adam, Katherine va a su casa con una pizza, en lo que aparenta ser una cita. Al abrir la puerta, Adam le dice a Katherine que se ve muy linda, y ella le responde lo mismo sobre él. Luego, ambos se miran, y mutuamente se preguntan: “¿entonces?”. Sonríen, y Katherine pregunta “¿ahora qué?”.
Emergencia y necesidad: ¿de qué?
En relación a lo dicho por Salomone (Salomone y Domínguez, 2006) sobre el vínculo entre responsabilidad y formaciones del inconciente, puede extrapolarse la hipótesis que ubica la importancia central de la materialidad de las palabras en el discurso de un paciente dentro de un dispositivo analítico a la situación tomada como nuclear en el recorte de la película; la acción que Katherine lleva a cabo, que es darle su celular a Adam, está acompañada por una frase que cobra importancia para el análisis: “quiero que tengas mi número de celular, solo en caso de que necesites algo. En caso de emergencias”.
En este sentido, se ubica como eje de trabajo la importancia de las dos palabras, “necesidad” y “emergencias”, en el contexto en el que son enunciadas.
Katherine se acaba de enterar que Adam ha sido engañado por su novia, y que la ha dejado, y ella misma le ha confesado a su paciente que también se encuentra soltera desde hace poco tiempo.
Tal como lo plantea Lacan (Salomone y Domínguez, 2006), el significante no tiene valor en sí mismo, sino en tanto se relaciona con otros significantes. Y por lo tanto, el sentido no es unívoco, sino que depende de la materialidad de toda la expresión. Es decir que incluso ahí cuando se supone que hay un sentido cerrado, habrá otro posible sentido que podrá ser abierto e interrogado.
En este caso, ¿a qué tipo de necesidades se refiere Katherine? ¿A emergencias de qué se está refiriendo cuando habilita a Adam a que la llame?
Uno podría verse tentado a responder que es su terapeuta, por lo que es lógico que se refiera a necesidad de hablar, emergencia de algún tipo de problema en relación a su enfermedad, tema central de la terapia. Pero es cuando uno se ubica en el lugar de la comprensión cuando se cometen los peores errores, al menos en una profesión como la psicología, en la que el trabajo se basa justamente en interpelar a la palabra ahí donde intenta cerrarse, donde el sentido compartido intenta sobreponerse al agujero que implica toda articulación significante.
Ese es el eje que guía la pregunta acerca de la posición que ocupa Katherine como terapeuta en relación a este paciente en particular (¿o debería decirse “a este paciente en singular?”).
Lo voluntario y lo involuntario: la terapeuta y la mujer
Como lo plantea Salomone (Salomone y Domínguez, 2006), Freud destaca que hay actos que son voluntarios, que dependen de la conciencia del sujeto que los ejecuta, y que habrá otros que son involuntarios, en el sentido de que el actor que los lleva a cabo se desconoce en aquello que hace, o al menos, desconoce los verdaderos motivos que llevan a esa acción. Es decir que en relación a su propio acto, habrá algo que el sujeto desconocerá de sí mismo pero que a su vez le pertenecerá en lo más íntimo: tendrá una causa no reconocida por el sujeto, obedecerá a influjos inconcientes (Freud, 1901).
En este sentido, y siguiendo la lógica planteada respecto del (des)cifrado de la frase de Katherine que acompaña la acción de darle su celular a Adam, puede plantearse que en aquella acción voluntaria de otorgarle el número telefónico a su paciente, acción que se encuentra en total armonía con aquello que representa lo que Katherine cree de sí misma (su yo, su masa de representaciones conciliadas unas con otras), puede ubicarse simultáneamente (50 y 50) una acción involuntaria que obedece a otro orden de causación, que no se encuentra en concordancia con “soy una terapeuta”, con “mi paciente necesita mi número por si tiene algún problema”, sino que se ubica como un indicio de un deseo que deja a Adam en posición de un objeto que es deseado, desde otro orden que el de “ser una terapeuta”: el orden de ser una mujer.
(Corto) Circuito de la responsabilidad
Se piensa que ambas consideraciones anteriores, el equívoco que puede ubicarse en relación a “necesidad” y “emergencias”, y lo (in)voluntario de que Katherine le otorgue su número de teléfono a Adam, surgen del uso de lo que Domínguez (Domínguez, 2006) y D’Amore (D’Amore, 2006) ubican como circuito de la responsabilidad. Es por la resignificación del recorte en base a este esquema que pueden desarrollarse ambas líneas de análisis.
En primer lugar, debe tomarse para el análisis el hecho de que en este recorte pueden ubicarse elementos que podrían vincularse a las categorías de azar y necesidad.
Del lado de la necesidad queda el hecho de que Adam tenga cáncer en la espalda, ya que es algo que escapa a la posibilidad de acción del sujeto, a sus alcances como causa, y en definitiva es lo que lleva a que Katherine sea su terapeuta, que es la que luego le da su número telefónico.
Por otro lado, puede vincularse con la categoría del azar el hecho de que haya sido Katherine y no otro el terapeuta de este paciente en particular, ya que no hay ninguna razón lógica que de cuenta de que tenga que ser Katherine quien atienda a Adam. Es decir que es azaroso que este paciente que tiene por una fuerza que lo excede y necesariamente lo iba a afectar, una enfermedad que deviene causa del encuentro fortuito con esa terapeuta.
Siguiendo la línea de análisis propuesta anteriormente, se puede ubicar que Katherine lleva a cabo una acción, que parece agotarse en sus fines: le otorga su celular a un paciente que se supone terminal, por si necesita llamarla en algún momento de crisis. Esta es una acción que, sin aquello que la resignifica y ubica la interpelación del sujeto, queda sujeto a aquello que en líneas generales es esperable en un tratamiento terapéutico.
Es la respuesta de Katherine ante el llamado de Adam lo que viene a ubicarse como aquello que da un nuevo sentido a lo que se recorta como una acción cuya causa es conciente: la frase dicha por la misma Katherine, “estoy muy, muy contenta de que hayas llamado”, la interpela en tanto sujeto del determinismo inconciente, sujeto del equívoco, en el sentido de que no es frente al problema que tiene Adam que surge esa felicidad, sino ante el llamado por la “emergencia” de una “necesidad” en ese hombre al que ella en primer lugar le dio su celular en aparente posición de terapeuta.
Esta respuesta, que evidencia al sujeto en tanto lo interpela y desbarata todo el armado yoico que acompañaba a la “Katherine terapeuta”, es tomada como un Tiempo 2 en lo que respecta al circuito de la responsabilidad subjetiva, ya que evidencia un exceso en lo acontecido anteriormente, pone de manifiesto un tiempo donde el universo particular soportado en las certidumbres yoicas se resquebraja posibilitando la emergencia de una pregunta sobre la posición que el sujeto tenía al comienzo del mismo (Domínguez, 2006). Esta respuesta es el Tiempo 2 que interpela al sujeto en relación a aquella acción ejecutada en el Tiempo 1, acción que ahora se resignifica, y que muestra al sujeto en su potencia, en su relación con un deseo hasta el momento desconocido, un deseo inconciente.
Con estos elementos, y retomando las dos líneas de análisis desplegadas, que solo cobran sentido après coup, con la introducción del circuito de la responsabilidad, abren la posibilidad de establecer la hipótesis clínica de que Katherine otorga su número de teléfono no solo desde el lugar de terapeuta, sino, y fundamentalmente, desde su lugar de mujer. ¿Llamará Adam cuando necesite algo? ¿Llamará cuando haya emergencias? (se agrega: “…de sentimientos hacia mí?”).
Es en este sentido que se plantea que en esta situación se puede ubicar un circuito de responsabilidad, en tanto hay un cortocircuito de un universo particular (que supone abarcar todo), que sostenía al sujeto guiándolo en sus acciones. Es en esta emergencia del sujeto del deseo inconciente donde algo de lo singular, como potencia encarnada de lo universal, se pone en juego (Lewkowicz, 1998). Lo universal, en tanto potencia de la hiancia que produce lo simbólico, la falta de un todo abarcado, en este caso, de una “toda terapeuta”, que excluye a la mujer, produciendo su emergencia en tanto moción pulsional inconciente.
Responsabilidad subjetiva: ¿qué lugar para la falta?
En relación a lo que Katherine hace frente a la interpelación, se plantea que en un primer momento, hay una respuesta desde un intento de recuperación de la terapeuta, es decir, un intento de ese universo particular existente de re-ligar aquello des-ligado por la emergencia de un deseo inconciente. En esta respuesta se ubica el silencio de Katherine frente a la demanda explícita de Adam en el llamado telefónico, en la despersonalización del lugar de novia de su paciente (“las novias pueden ser buenas, implemente tuviste una mala”), y fundamentalmente, en la angustia como respuesta frente a aquello que se evidencia y la llama a responder como sujeto; es decir, en la angustia como una de las figuras de la culpa frente a la interpelación subjetiva.
Pero luego, se considera que habrá un cambio de posición en el sujeto, ya que Katherine finalmente responderá desde el lugar de mujer, asumiendo la responsabilidad por su deseo de estar con Adam. En ella ya no hay una respuesta desde la angustia de haber quedado evidenciada en ese lugar de mujer, sino que actúa acorde a su deseo, primeramente inconciente, de estar con Adam, aquel paciente que, se hipotetiza, siempre vio como un hombre del que le “costaba deshacerse” (como de su basura).
Queda como idea a ser desplegada, la línea que ubica si no es en ese primer intento de Katherine de resignificar todo lo acontecido como una parte más de “ser terapeuta”, que puede ubicarse la respuesta de un sujeto frente a la falta, frente al agujero universal que produce lo simbólico, frente a esa hiancia estructural que nos hace humanos. ¿Es la angustia de Katherine, evidencia de esa falta estructural de dar respuesta a todo? ¿Es el silencio de Katherine la evidencia de un sujeto frente a su propia falta? ¿Son esas respuestas de Katherine un puro bla-bla que intenta llenar lo que por defecto está vacío?
Referencias
D’Amore, O.: Responsabilidad y culpa. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
Domínguez, M. E.: Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
Freud, S (1901). Psicopatología de la vida cotidiana. Obras Completas, Amorrortu.
Lewkowicz, I. (1998). Particular, Universal, Singular. En Ética: un horizonte en quiebra. Cap. IV. Eudeba, Buenos Aires.
Salomone, G. Z.: El sujeto dividido y la responsabilidad. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, 2006.
NOTAS
Ramiro, te felicito nuevamente por tu trabajo. Me resulta muy interesante y encuentro, además, que el film elegido posee una enorme potencia para abordar la temática de la responsabilidad, ya que permite trabajar el tema desde los dos personajes presentados.
Me parece muy buena la formulación en relación al personaje de la terapeuta que se propone en el artículo. Propongo ahora una posibilidad para pensar la responsabilidad subjetiva del lado del personaje masculino, Adam.
Adam llega al consultorio de Katherine a partir de la recomendación que recibe de iniciar un tratamiento terapéutico debido a su enfermedad recientemente diagnosticada. Adam acude allí esperando encontrar una terapeuta, pero, tanto la necesidad como las coordenadas situacionales contingentes del orden del azar se interponen, y allí donde se esperaba iniciar una terapia, Adam inicia una relación amorosa. Esperaba encontrarse con una terapeuta y se encuentra con una mujer.
Creemos que vamos a encontrar a un paciente frente a una terapeuta. Pero los roles se invierten y quien debía ocupar el rol de paciente es quien asume la posición más activa. Él es el que hace las preguntas y Katherine responde. Así, asistimos al fracaso de la terapia y de Katherine como terapeuta. El éxito se encuentra, entonces, del lado del paciente; o tal vez no del todo.
El artículo me ha resultado muy interesante!!
Quisiera agregar algunas reflexiones en torno al film elegido.
El joven Adam ha sido derivado a realizar una psicoterapia luego de haber recibido el diagnóstico de cáncer, y llega con cierto resquemor a la primera consulta. Desde un primer momento, notamos cierto nerviosismo en la joven terapeuta cuando el joven le pregunta su edad, y si es su primer paciente. Esta puesta en duda de su capacidad de trabajo evidentemente la incomoda. La torpeza con la cual maneja los primeros diálogos (respondiendo automáticamente diciendo que tiene 24 años, por ejemplo), y cómo toma la mano a su paciente con la intención de consolarlo (cuando no hubo todavía una demostración de sufrimiento o percepción de la enfermedad, y además, donde podemos interrogarnos acerca de la utilidad del contacto corporal en esta situación), hace que nuestro primer rechazo hacia el personaje de la terapeuta sea casi corporal, intuitivo. Ahora bien, ¿por qué se justifica su errático accionar en relación a su edad o su corta experiencia en el trabajo terapéutico?
El film, que transita los clichés de la comedia romántica, nos interroga respecto de la función del psicólogo, ya que identifica a la “pareja central” con la terapeuta y su paciente.
Hay distintas situaciones que demuestran puntos de inconsistencia de esta relación profesional. Luego de una sesión de quimioterapia, ella se ofrece a llevarlo a su casa en auto y él quita la basura que estaba tirada por todo el piso del coche. Aquí resulta llamativo no sólo el hecho de acompañar a un paciente hasta su casa, ya que este puede ser un interesante movimiento terapéutico si está orientado desde determinada posición, sino más bien cierta inversión de roles en la que él cuida de ella y la hace desprender de aquello que no le hace bien y que no sirve. A esto se suman otras situaciones que ya han sido relatadas en el escrito.
Sobre el final del film, el happy end de la comedia romántica se produce cuando él se ha curado del cáncer y ella lo visita primero en su habitación en el hospital y después en su casa. Si bien el film no incluye la involucración sexual de la terapeuta con su paciente, podemos percibir que en la última escena hay otra relación que la planteada inicialmente: ella acude a la cita con una pizza y, ante la sonrisa de ambos, pregunta “¿Y ahora qué?”. El final del film no parece ser un final abierto.
El conflicto de intereses que surge de las relaciones múltiples se evidencia en distintas escenas hasta llegar al "happy end" del film. Ahora bien, ¿se trata de un final feliz para la terapeuta y su paciente?
Recordando a Freud (Puntualizaciones sobre el amor de transferencia, 1915), podríamos decir que el paciente consiguió su fin mientras que la terapeuta no alcanzó jamás el suyo, ya que ha sido una total derrota para la cura, que queda postergada desde el inicio de una relación amorosa. Por otra parte, podríamos preguntarnos, ¿ha habido alguna vez un dispositivo analítico allí instalado?
Película:50/50
Titulo Original:50/50
Director: Jonathan Levine
Año: 2011
Pais: Estados Unidos
Otros comentarios del mismo autor: