La asfixiante prisión del tiempo

¿Cómo reconocer los infinitos rostros del gatillo fácil? ¿Qué política frente a la represión policial y su secuela de impunidad?

Carter James, un joven diseñador gráfico afroamericano, se despierta luego de una noche de amor en el departamento de la chica con la que ha pasado la noche. Había sido la primera cita con ella, y, a pesar de haber disfrutado el encuentro y estar interesado en la relación, debe volver a su casa para ocuparse de su perro. Pero no logra hacerlo porque queda atrapado en un bucle del tiempo en el que es interceptado repetidamente en la calle por un oficial de la policía de Nueva York. En la primera confrontación, el agente lo detiene arbitrariamente y pretende forzarlo para registrar su mochila. Carter se resiste y llegan otros dos oficiales que lo reducen brutalmente hasta asesinarlo por asfixia. Pero en el instante de la muerte, el personaje despierta nuevamente en la misma cama del inicio, creyendo haber tenido una pesadilla. Sin embargo, el déjà vu continúa, y cuando sale por segunda vez del edificio, la escena se repite, finalizando siempre cuando Carter es asesinado.

Advertimos entonces cuál es el sentido de estas reiteraciones, ya que la primera muerte de Carter recrea los brutales asesinatos de Eric Garner en 2014 y la de George Floyd, en mayo de 2020. Incluso en una versión del bucle, Carter decide quedarse a desayunar con su pareja para evitar el desenlace trágico, pero la policía antidisturbios confunde una dirección e irrumpe en el departamento, asesinándolo de todos modos, evocando así el crimen de Breonna Taylor en 2020.

En síntesis, una multiplicación dramática de afroamericanos abatidos por policías blancos. Hasta que después de un centenar de bucles en que se despliegan las distintas variantes de lo mismo, el sujeto se ve confrontado con el verdadero núcleo del problema, que por supuesto no adelantaremos aquí. Interesa analizar el sentido de esta prisión del tiempo, que por cierto nos recuerda, en versión de tragedia, la estructura de la comedia El día de la marmota [1]. Pero fundamentalmente, el recurso de la repetición de una misma escena, que, con sus variaciones, va revelando lo oculto de la trama. Repasemos un par de ejemplos en la historia del cine.

En Birdman, el premiado film de González Iñárritu, la misma escena teatral se juega tres veces. En la primera asistimos a la versión “oficial”, con los actores y sus respectivos parlamentos de acuerdo al guion. En la segunda se produce el acting que inesperadamente prolonga la escena fuera del teatro, con el actor obligado a ingresar a la sala en calzoncillos; la tercera vuelve al inicio y el elenco completo está en el escenario, pero el arma cargada introduce lo real que saca nuevamente la escena del teatro, esta vez de manera radical. ¿Qué nos dicen estas tres representaciones? Se trata de introducir un movimiento en el drama. A partir de la voladura de la nariz se aprecia la verdadera naturaleza trágica de la escena 1 (velada hasta entonces) y el sujeto puede finalmente saldar la impronta de su máscara. Atravesar su fantasma en ese Otro vuelo final, a la vez enigmático y revelador.

En el film polaco Przypadek (“El Azar”, Kieslowsky, 1987), Witek, un estudiante de medicina que ha extraviado su vocación, se entera de la inminente muerte de su padre y va presuroso a sacar un pasaje para viajar a Varsovia y verlo antes del fin. Pero llega tarde a la estación y debe correr el tren, que ya comienza a alejarse del andén Witek hará tres carreras diferentes para alcanzar desesperadamente el último vagón. En la primera logra abordar el tren. En la segunda es detenido por un guarda con quien tiene un altercado y termina en prisión. En la tercera, el tren se le escapa por un palmo de mano y queda desolado en la estación. A cada uno de los desenlaces sigue una historia diferente, de manera que el film se despliega en esas tres vidas divergentes. Vidas que son una misma pero vista desde distintas perspectivas. En las tres están presentes tanto la política como el amor, y toca a los espectadores juzgar las elecciones del personaje. Todo bajo el desquicio de la Polonia estalinista, para indicarnos con el giro final del argumento que el caos no puede ser suprimido sino como mucho suspendido, cada vez, en el instante de la decisión.

A la manera de Corre, Lola, corre, o de las tres versiones de Antígona por Slavoj Zizek [2], la historia se escribe en varias direcciones para poder ser contada. Solo así el sujeto puede finalmente inventarse en ella. No se trata de historias paralelas o sucesivas: cada carrera de Lola, cada entrada en escena del actor en Birdman, cada corrida de Witak por alcanzar el tren, resultan retroactivamente performativas. No son errores o intentos fallidos, sino asertos de certidumbre anticipada que configuran el valor, último y primero, de una decisión.

En Two Distant Strangers, el corto premiado por el Oscar, la repetición toma la forma del real represivo. La abrumadora cantidad de personas afroamericanas asesinadas arbitraria e impunemente por oficiales blancos de la policía norteamericana. Pero a diferencia de los clásicos alegatos de denuncia, el recurso del bucle introduce una novedad. No en la realidad, que permanece idéntica a sí misma, sino en la política frente a ella. El corto abre, con su enésima puesta en abismo, una brecha en el tiempo. Como a Phil, el personaje encarnado por Bill Murray en El día de la marmota, la trama ofrece a Carter una oportunidad diferente. Pero mientras que en la comedia clásica se juega la trama neurótica del personaje, aquí la salida es a la vez política y singular.

Cuando en el epílogo desfilen los inquietantes homenajes, sabremos cuál es la vía de ese acontecimiento que está por venir. Experimentaremos, con la fuerza que sólo el cine nos puede ofrecer, la gesta de Carter y su inesperada lucidez.

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