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Uno para el otro

por Diego Zerba

We need to talk about Kevin (Tenemos que hablar de Kevin), es una producción independiente anglo-norteamericana dirigida por Lynne Ramsay, basada en la novela homónima de Lionel Shriver.

Se trata de un áspero relato, más allá de la trillada figura retórica que acabo de usar. Narra la historia de Kevin y su madre Eva, en la que podría decirse que uno es para el otro, aunque la historia parezca indicar lo contrario. Trascurridas las primeras escenas de su desarrollo, se observa a Eva lavándose la cara, y viendo el rostro de Kevin cuando la levanta y se mira en el espejo. El corte de pelo y las facciones son casi iguales, pero no son los mismos. Mientras ella es patéticamente inexpresiva, como si perteneciera a una naturaleza despojada de todo fulgor, él reviste a ese límite de un brillo maligno, brindando un resplandor a la orilla entre lo real y la imagen. Por su parte el padre no tiene ninguna incidencia en la situación, y junto a una hija menor orbitan en torno a ellos.

Esta escena fronteriza ordena la narrativa, trastocando el tiempo cronológico. En el comienzo Eva aparece disfrutando de una fiesta multitudinaria, en la que los participantes chapotean bañados en cantidades industriales de salsa de tomate. Dicha toma captura la atención del espectador desde el comienzo, y se despliega en una trama cuyos momento más expresivos son: primeros planos de sándwiches rebosantes de la misma salsa; Kevin embadurnando el cuarto de la madre, que acababa de decorarlo con láminas; y la aparición progresiva de ataques al frente de la casa y el auto de Eva, con pintura roja, que al final significarán de otro modo el inicio de la película. Esta frontera también puede encontrarse, en la manera como la madre lo alimenta o le enseña a controlar esfínteres. Ni el alimento ni las heces del niño, guardan algún valor de don para ella. No obstante él usa la mierda para cagarla de una manera muy literal, y después de haberle dejado un abrasivo al alcance de la hermanita, con el que pierde un ojo, le da a ver a la madre lo que es un alimento real, rompiendo bombones y comiendo con fruición de su interior. En ese punto le muestra cómo se convierte descarnadamente en el ojo de la niña, bajo una tenue luminosidad morbosa.

Eva trata de enseñarle hablar a Kevin como si fuera una fonoaudióloga, descomponiendo la lengua en fonemas e incitándolo a que repita y memorice; mientras se sorprende porque cree que no le responde, sin percatarse cuando le dice “no”. Por esa razón consulta a un psiquiatra temiendo que sea “autista”. El profesional intenta tranquilizarla asegurándole que es un niño normal, pero ella insiste en su “diagnóstico”, sin advertir el “no” de la criatura como respuesta, ni ciertas muecas que le hace introduciendo los palos de un tambor en su boca. El “no” compagina los fonemas de la madre, articulando una lengua con el picadillo de sonidos; mientras que con la mueca de los palitos se mofa de la trituradora sonora en boca de Eva. Es una posición opuesta a la identificación de la madre con el niño, llamada por Winnicott mutualidad, que le permite adaptarse a sus necesidades casi al cien por cien. En el caso de Kevin es él quien se adapta, diferenciándose de los sonidos desgranados por la madre, y convirtiéndolos en una lengua para ella porque él activamente la niega con su “no”. Es la conclusión que Kevin le brinda a Eva, cuando se convence que es “autista” (siendo ostensible que no lo es). Así ella toma una posición en ese sistema fonético que pretende enseñarle, porque él queda excluido como “autista”. Le confirma que es un mero cuerpo biológico, pero no le cree y se burla utilizando los palos del tambor. Para explicar mejor esta compleja posición del hijo, propongo los siguientes enunciados suponiéndoselos a Kevin: “Eres tu una pura boca real, yo me adapto a tu omnipotencia fonética no sin reírme de ella”. “Riéndome de ella me convierto en hablante, sin que ni siquiera puedas darte cuenta”. “Sé que no soy un puro cuerpo real, pero aún así me adapto a esta locura tuya”. Transformar la locura materna en el mal, es la posición de este hijo.

La mutalidad es la continuidad entre la capacidad materna de adaptarse casi al cien por cien a las necesidades del bebe, y es también el correlato en la experiencia del pequeño, que al mismo tiempo es él y el ambiente, sin distinguir -como dice Winnicott- “lo DISTINTO DE MI de lo que es PARTE DE MI”. Esta paradoja abre a los tres tiempos del objeto: comienza con el objeto subjetivo que no diferencia el yo del “no yo”; en un segundo tiempo la destructividad del niño establece la posesión del “no yo”, ubicando en el objeto transicional que sobrevive algo más importante que la madre misma; y finalmente el objeto exterior queda fuera del dominio subjetivo, aunque para ser usado en el juego o la creatividad tendrá que ser devuelto a la zona transicional, abierta en la secuencia anterior. Si la madre no es desplazada por el objeto transicional en el orden de importancia, puede ocurrir que el hijo mantenga con ella una relación de uno para el otro. En este caso el objeto sostiene el vínculo de dependencia con la madre. Winnicott llama a esta variante “objeto consolador”. Esto es lo que ocurre entre Kevin y Eva, después que ella le relata la historia de Robin Hood.

A partir de ese momento se produce un dramático vuelco en la historia. Por primera vez hay una situación de entusiasmo entre uno y otro, que el papá ingenuamente celebra con beneplácito. Desde ese momento el niño se dedica con pasión a la arquería, bajo el aliento permanente del padre, transformándose en un eximio practicante de esa disciplina. Hasta que al final se produce la masacre, cuando deja encerrados a los compañeros de una institución a la que asiste, para asesinarlos a flechazos, no sin antes ejecutar al padre y la hermana del mismo modo. La flecha es el objeto consolador que lo une a la madre, en su creencia que sólo hay cuerpo real. La película termina con los padres de las víctimas agrediendo a Eva, cada vez que se la cruzan, y ella evitando que otros intenten defenderla. Ataque tras ataque se actualiza la escena en la que Kevin le da brillo a lo real, y así vuelve a significarse la reiterada toma inicial, en la que el frente de la casa y su auto son cubiertos por pintura roja. Cierta vez, visitándolo en la cárcel donde está detenido, le pregunta por qué lo había hecho. Él le responde que ya no lo recuerda, y en ese momento lo estrecha en un abrazo. Queda suspendida en lo único que la conmueve: el brillo del mal en el límite de lo real

Eva le da un carozo, y Kevin le devuelve una manzana envenenada.



NOTAS

Película:Tenemos que hablar de Kevin

Titulo Original:We Need to Talk About Kevin

Director: Lynne Ramsay

Año: 2011

Pais: Reino Unido

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