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Superman Returns: la filiación y el derecho a la identidad a través del cine

por Michel Fariña, Juan Jorge

A la memoria de Stanislas Tomkiewicz, psiquiatra polaco fallecido en 2003. Sobreviviente del ghetto de Varsovia, Tom, como se lo llamaba cariñosamente, había padecido su temprana infancia en Auschwitz, de donde fue milagrosamente rescatado con vida. Llegó a Francia huérfano y enfermo de tuberculosis, flagelos a los que se sobrepuso para estudiar y desarrollar lo que sería una eminente carrera profesional. Tom era, además, un cinéfilo apasionado y con él tuve la oportunidad de disfrutar, a lo largo de una semana de 1986 en Paris, la versión completa de Shoa, de Claude Lanzmann. No me alcanzará la vida para agradecer semejante experiencia.

¿Cómo hacer didáctico el Artículo 16 de la Declaración Universal UNESCO de Bioética y Derechos Humanos (Protección de las Generaciones Futuras) y su relación con el Derecho a la Identidad? Una posible introducción a la complejidad del tema a través del cine.

Existen por lo menos dos maneras para intentar comprender la maldad nazi. Una de ellas, la tradicional, es analizando lo que hicieron los nazis con los niños que odiaban: judíos, gitanos, discapacitados físicos, enfermos mentales. En distintos momentos entre 1933 y 1945, todos ellos terminaron condenados al exterminio. Están para ello como testimonio inapelable las cifras, que sólo en la ofensiva alemana contra Rusia, cuenta por cientos de miles los menores masacrados del modo más brutal en el Este europeo.

En su obra “Las Benévolas”, Jonathan Littell relata una anécdota especialmente conmovedora. Los nazis habían ocupado la ciudad ucraniana de Yanitov. Corría el año 1941 y todavía no estaba implementada la Endlösung, la "solución final", pero ya se planteaba entre la oficialidad nazi el problema de qué hacer con las mujeres y los hijos de los judíos fusilados. Un mayor del ejército había adoptado como mascota a uno de esos niños, encargado de lustrarle las botas, lavarle el auto y otras tareas similares. Pero sobre todo lo tenía para que tocara el piano, porque Yakov, con apenas doce años, interpretaba a Beethoven, Haydn, Mozart y sobre todo a Bach como un dios joven, leve, ágil, jubiloso –“a quien toca así, se le perdona todo, incluso que sea judío”. El chico venía de una familia germanófona, tenía dedos largos y un don especial para la música, que lo hubiera consagrado en cualquier sala de concierto de Europa. Los alemanes se habían encariñado con él y hasta los SS más recalcitrantes lo trataban decentemente. Un día, Yakov sufrió un accidente. Estaba arreglando un coche, un cricket mal colocado cedió y el peso del vehículo le destrozó una mano. El médico dijo que había que amputársela y el oficial concluyó que entonces “ya no servía para nada” y ordenó que lo liquidasen.

¿Cuántos niños rusos, ucranianos, polacos y de otros países arrasados corrieron esa suerte entre los 26 millones de víctimas que se cobraron los nazis en la campaña del Este? No es poca cosa, por lo tanto, analizar la maldad nazi estudiando esa dimensión de la masacre.

Pero hay otra vía para intentar comprender semejante horror. Se trata de estudiar qué hicieron los nazis no con los niños que odiaban, sino con los niños que amaban. Con sus propios hijos. Con los hijos dilectos del Reich, con los herederos de la pura raza aria, aquellos a quienes se reservaba el porvenir dorado de la Alemania soñada por Hitler.

En esta segunda línea, dos experiencias se recortan claramente. La primera, la de las Liebesborn, maternidades creadas para que mujeres de pura raza aria, fecundadas por oficiales SS, den a luz un hijo para el Fuhrer. Miles de niños alemanes nacieron dentro de este programa, sin que sus padres y madres biológicas supieran nunca nada sobre su destino, ya que eran concebidos para ser criados fuera de toda cadena filiatoria –en otro pasaje de “Las Benévolas”, se relata cómo eran presionados los oficiales jóvenes solteros para escalar en la carrera militar embarazando mujeres para este programa procreativo. La segunda estrategia fue la apropiación y cambio de identidad de niños secuestrados en los países ocupados, luego de ser sometidos a un cuidadoso examen de higiene racial. Estos niños eran llevados a Alemania y dados en adopción fraudulenta a matrimonios alemanes que no podían tener hijos –por lo general ancianos, que tampoco eran aptos para ir a la guerra.

Estos dos modelos –niños nacidos fuera de todo deseo parental, niños secuestrados y criados en la mentira– fueron estrategias pensadas curiosamente no en nombre del mal sino de un bien supremo.

El cine ha retratado tal vez el ejemplo más brutal de esta forma del estrago. En una secuencia estremecedora de “La caída” (O. Hirschbiegel, 2004), ante la inminencia del fin, en su bunker de Berlín, Hitler condecora con la cruz dorada a las mujeres alemanas dispuestas a seguir al Reich hasta sus últimas consecuencias. Entre ellas está Magda Goebbels, quien instruye al Dr. Ludwig Stumpfegger para que la ayude en el asesinato de sus seis hijos. Uno a uno, les administra ella misma primero el somnífero y luego la cápsula de cianuro que terminará con sus jóvenes vidas. Hijos de su matrimonio con Josef Goebbels, fueron bautizados con nombres iniciados en H, en homenaje a Hitler: Helga, Hilde, Helmut, Holde, Hedda, Heide. Nacieron como hijos del Reich y fueron sacrificados en su nombre. Mejor estar muertos que sobrevivir en una Alemania sin el Fuhrer. Después de cubrir sus rostros con una sábana que no alcanza a velar el horror, Magda Goebbels se enfrasca en un solitario de naipes. El patetismo de la escena, que roza lo insoportable, la ha transformado en antológica de la historia del cine.

Hoy podríamos reconocer en estas estrategias procreativas una matriz de la violencia familiar, ejercida sobre los niños como se sabe siempre “por su propio bien”. Todavía resuena la frase de Mohamed Ali Seineldín cuando en un reportaje célebre fue consultado acerca del porqué del secuestro y cambio de identidad de niños durante la dictadura militar argentina: “eran niños huérfanos, hijos de subversivos muertos en combate. Hicimos lo mejor que se podía hacer por ellos. Les dimos nuestros propios hogares, nuestras propias familias”.

Formas de la filiación adulterada

Resumiendo, diremos que esta matriz de la apropiación y/o alteración filiatoria de menores se presenta en cuatro grandes escenarios:

1. Botín de guerra

Niños apropiados o nacidos en cautiverio en contextos de enfrentamientos bélicos o de violencia política de Estado. Es el caso paradigmático de la dictadura militar argentina, que dio lugar a la tarea de restitución por parte de las Abuelas de Plaza de Mayo. También la apropiación y cambio de identidad de niños en Guatemala durante la llamada guerra de contrainsurgencia, o los casos antes mencionados de niños secuestrados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. El cine y la literatura se han ocupado extensamente de esta variante extrema de la filiación adulterada. Toda la serie de películas argentinas dedicadas al tema, el célebre relato de Jorge Luis Borges, “El Cautivo”, o la amplia filmografía sobre el nazismo son claro testimonio de ello. Estos niños, que crecieron en el engaño y la ignorancia respecto de sus orígenes, retornan en la clínica bajo dos formas. La primera, la de adultos apropiados cuando niños, que finalmente se interrogan sobre su historia largamente sepultada integrando poco a poco el centenar de nietos recuperados por las Abuelas. La segunda, a través de las muchísimas consultas por parte de jóvenes que dudan de sus orígenes y aun sin ser hijos de desaparecidos alojan en esa fantasía su incertidumbre para poder nombrarla y hacer algo con ella.

2. Sustracción y trata de menores

Se inscribe en este capítulo una amplia gama de actos delictivos. Desde niños objeto de sustracción por iniciativas particulares –ver al respecto el conmovedor caso plasmado en el film “El lado profundo del mar”– hasta complejas redes criminales. Son niños víctimas del tráfico, objeto de transacciones comerciales, muchas veces con la complicidad de médicos, abogados y funcionarios públicos. En algunos casos crecen en el engaño respecto de su condición, en otras no, pero en todos pesa la ignorancia y muchas veces la imposibilidad definitiva de rastrear sus verdaderos orígenes.

3. Encubrimientos intrafamiliares

Niños cuya filiación fue adulterada por pactos y secretos familiares largamente acunados –casos de menores violadas por un padrastro y criados como hijos de la esposa de este hombre, es decir como hermanas o hermanos de quien es su madre biológica. También ocultamientos parciales de la filiación, como el retratado en la novela Montecristo, o el caso de la pseudo paternidad altruista narrada por el poema sinfónico Noche Transfigurada. Y también los casos en los que ha sido alterada la filiación de un menor y la ignorancia de este dato alcanza en cierto punto a la propia madre, quien queda sumida en la ignorancia respecto de la paternidad de su hijo. Se trata del caso presentado en el film Superman Returns, al que nos referiremos luego con mayor detalle. [1]

4. Tecnologías reproductivas

Finalmente, el tema retorna en un escenario insospechable de toda maldad. Se trata del avance científico-tecnológico. Niños nacidos a través de técnicas de reproducción asistida con utilización de material genético externo a la pareja –óvulos o espermatozoides provenientes de donantes– y a quienes sus padres deciden ocultar este dato. Si bien se trata de un caso completamente diferente de los anteriores, la renuencia de estos padres a reconocer la existencia del donante, aunque sea anónimo, indica una pretensión de completud que termina generando en los hijos fantasmas de difícil procesamiento y tramitación. [2]

Adulteraciones filiatorias: tres miniaturas ético-cinematográficas

En La máscara del zorro (Campbell, 1998), la pequeña Elena, hija de Don Diego de la Vega y Esperanza, es arrancada de su cuna cuando el ejército asesina a su madre y desaparece a su padre. Ella misma es secuestrada y llevada a España por su captor, el Capitán Montero, quien la cría como hija propia ocultándole sus orígenes. A los 24 años, la joven regresa a México, creyendo que pisa por primera vez la tierra americana en la que en realidad nació. Bella y sensible, se muestra cautivada por la fragancia de una flor que le resulta persistentemente familiar. Se trata de la romalia, originaria de América y que no se encuentra en Europa. Todo el entorno de la joven desestima el recuerdo, entendiendo que se trata de una confusión. Pero el significante insiste en su cuerpo y se transforma en una pregunta incesante, una pregunta sin respuestas. Es allí cuando el film produce un viraje crucial. Para los desprevenidos, se trataba de la versión cinematográfica de la vieja serie televisiva, en la que la marca del Zorro no era más que una inicial rasgada sobre el vientre prominente del sargento García. Pero en el film la marca se transforma en una huella. Una huella en la memoria de una niña.

El signo deviene significante. El signo tangible de una causa social -la independencia de la corona española, la lucha de los oprimidos de California-, suma ahora otro nombre reprimido. Pero éste no es el de la moral del bien, ni el del ideal de justicia. Éste flota en el aire. Es la fragancia de una flor, que impregnada en el cuerpo de una mujer, no olvida. Romalia es el nombre de esa rosa. Por eso desafía el paso del tiempo. Por eso los mares hacen más y más intensa su fragancia. Y por eso, como en todas las historias de niños a quienes han robado su identidad, también ella guarda amorosamente el misterio de una filiación.

El segundo ejemplo, Anastasia (Don Bluth, 1997), la recreación animada para el cine infantil de la mítica historia de la princesa rusa perdida después de los acontecimientos de 1917. Hija del Zar Nicolás y de Alejandra, de la mano de su abuela, Anastasia logra huir para abordar el tren expreso que la llevaría a su exilio en Paris. Pero en un accidente cae del vagón, se golpea en la cabeza y pierde la memoria. Es rescatada y criada por una familia sustituta, que, como ella misma, desconoce sus orígenes. Veinte años más tarde, un joven advenedizo la encuentra y dado el parecido con la princesa Anastasia, la entrena para presentarla en Paris y obtener la recompensa ofrecida por su abuela. Ignorando esta circunstancia, la joven se presta al juego sin saber lo cerca que está de conocer la verdad. Pero cuando llega el momento del encuentro, la abuela ya está cansada de impostoras y descree de la nueva candidata. Ni siquiera acepta escuchar su estudiada lección sobre el árbol genealógico de los Romanov.

Acontece entonces lo inesperado. Estando las dos a solas, Anastasia reconoce una fragancia que inunda la habitación: se trata de un frasco de menta que ella derramó cuando niña en la alfombra y que, persistente, todavía flota en el aire. Los recuerdos se precipitan, uno tras otro, y la abuela llora porque ha encontrado a la nieta largamente perdida.

Una vez más, es el cuerpo el que recuerda. Pero como en el relato “El cautivo”, de Jorge Luis Borges, en el que el hombre reconoce la casa familiar de la que había sido robado cuando niño, tampoco Anastasia sabía vivir entre las paredes de un palacio y debe encontrar también ella su desierto. El abismo de un destino cuya escritura ahora le pertenece. En sintonía con esta búsqueda interior, el film escapa a cualquier facilismo y reserva al espectador un último y asombroso giro. Recién allí asoma el verdadero núcleo de la complejidad situacional.

Finalmente, Superman Returns (Bryan Singer, 2006). El superhéroe regresa a la tierra después de diez años de ausencia. Se nos dice que ha estado en Krypton, resolviendo cuestiones pendientes con su padre. En Metrópolis y en el Daily Planet todo sigue igual: Jimmy Olsen continúa como redactor y recibe con afabilidad a Clark Kent, quien asume con naturalidad su antiguo cargo en el diario. Luisa Lane, que ahora es periodista estrella, se ha casado con Richard y tienen un niño. El director continúa gruñón con su tiranía de los medios. Y como no podía ser de otra manera, coincidiendo con el regreso de Superman, el villano Lex Luthor planea un nuevo ataque letal a la ciudad.

Se produce un extraño apagón y Luisa decide investigar las causas. Su indagación la conduce hasta una antigua mansión en el lado sur de Metrópolis y finalmente a un yate anclado junto al embarcadero. Acompañada de su hijo Jason, de apenas nueve años, a quien acaba de retirar del colegio, se acerca, temeraria, intrigada por el aria de Carmen, de Bizet, que se escucha cada vez más cercana.

Al ingresar en la guarida de Luthor es capturada por el villano, quien le anuncia sus maquiavélicos planes, que incluyen neutralizar al Superman utilizando kriptonita verde. Cuando en medio de su discurso agita los trozos del mineral, advierte que el pequeño Jason se aferra a su madre, especialmente asustado ante la demostración. Luthor percibe el gesto del niño y pregunta directamente a Luisa. ¿Quién es el padre del niño? Luisa, aparentemente segura, responde Richard... El ¿estás segura? con que Luthor remata la escena abre un interrogante que atraviesa como un relámpago el rostro de la mujer.

La escena siguiente agrega un dato extraordinario: el pequeño Jason, presa de una crisis de angustia y en el paroxismo de su asma empuja el piano, que termina aplastando al criminal. Inmediatamente se lleva a la boca el puff para darse oxígeno y en ese momento advierte que ya no lo necesita.
Al acceder a la pieza del rompecabezas que faltaba, cede el síntoma. Como en tantos otros casos de niños a quienes se restituye su historia, también en éste la verdad resulta reveladora.

Reveladora también para Superman, que si bien no participa de la escena está sin duda convocado. En lo que sin saberlo ha legado a su hijo y sobre todo en el lugar que ocupa ahora su imprevisto retorno. Cobran sentido los diez años en Krypton para saldar una deuda con su propio padre, si a su regreso puede hacer él mismo algo con esa filiación.

* * *

La secuencia de filmes que acabamos de comentar no es azarosa. En la primera, la pequeña Elena es apropiada como botín de guerra, luego de la muerte y desaparición de sus padres; en la segunda, Anastasia es criada por una familia sustituta que la acoge de buena fe pero desconociendo sus orígenes; en la tercera, el pequeño Jason crece en la ignorancia respecto de su verdadero padre, ignorancia, incertidumbre, que en un punto alcanza también a su madre.

Tres variantes de la filiación adulterada de las muchas que se presentan en la experiencia clínica, y cuyo acceso es siempre difícil. La dialéctica entre la identidad y la identificación supone un ejercicio ético que se emparenta con el acto creador. Son esas perlas que a través del cine nos ponen sobre la pista del hallazgo teórico. Nos ayudan así a desplegar los argumentos conceptuales que hagan de esas ficciones la oportunidad de un ejercicio de pensamiento. La creación estética alimenta al espíritu científico y correlativamente nos recuerda que el investigador es también un creador, con una mente abierta al conocimiento de la realidad y un corazón dispuesto a transformarla.



NOTAS

[1Según la agrupación de Derechos Humanos “¿Quiénes somos?” serían tres millones los argentinos que se encuentran bajo alguna de estas variantes de la identidad adulterada. En http://www.ag-quienessomos.com.ar/.

[2También en el caso de aldulteración de la identidad por delitos procreativos. En 2002 un médico de Connecticut, especialista en fertilidad asistida, fue acusado de utilizar su propio esperma para inseminar a una paciente, que dio a luz a dos mellizas. La pareja sospechó inmediatamente que algo extraño había sucedido porque el padre era africano-americano y las niñas no parecían hijas suyas. Cuando se verificó que efectivamente el esperma utilizado no era del padre, la corte penalizó al médico con U$ 10.000. No obstante pagar la multa, el médico negó ser el padre biológico de las criaturas, aunque rechazó someterse al test de ADN. Se plantea así un conflicto entre el Derecho a la Intimidad, a la cual apeló el médico para negarse al análisis, y el Derecho a la Identidad de las niñas. Polémicas similares se verificaron en Argentina en relación con la apropiación y cambio de identidad de menores.

Película:Superman Returns

Titulo Original:Superman Returns

Director: Bryan Singer

Año: 2006

Pais: Estados Unidos

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