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Queremos tanto a Hannibal

por Rodríguez Rivero, Manuel

A 30 años de "El silencio de los inocentes". El texto que sigue es un extracto del artículo publicado por Manuel Rodríguez Rivero en abril de 2002 en Revista de Libros. Para la lectura de la nota completa remitimos a la fuente original en https://www.revistadelibros.com/el-canibalismo-en-literatura-y-cine/

Asistimos globalmente a la formación de un nuevo mito literario y popular que tiene como protagonista a un seductor caníbal. Ese, claro está, no es el único rasgo que define a Hannibal Lecter, el personaje central de la (hasta hoy) trilogía de Thomas Harris, interpretado en el cine por Anthony Hopkins. Es, además, un psiquiatra refinado y gourmet que tiene un peculiar sentido de la justicia: como un Robin Hood contemporáneo, Hannibal discrimina a sus víctimas y deja en el lector (y, especialmente en el espectador) la impresión de que, de alguna manera, se lo tenían bien merecido. En la reciente entrega de la saga cinematográfica (Hannibal, de Ridley Scott), sus atrocidades (incluyendo un desmadrado platillo de sesos al vino preparado con la masa encefálica de una de las víctimas) se focalizan especialmente en un sabueso (Giancarlo Giannini) excesivamente oportunista y en el jefe «trepa» (Ray Liotta) de la íntegra policía Clarice Sterling (Julianne Moore), con la que el «asesino sistemático» sigue desarrollando esa especie de enfermizo amour fou (muy celebrado) que vienen arrastrando desde El silencio de los corderos.

El turiferario entusiasmo con el que algunos críticos cinematográficos, que han coreado una de las campañas promocionales más exhaustivas de los últimos tiempos, han acogido la nueva entrega de la saga de Hannibal no deja de causar inquietud. Muy pocos, que yo sepa, han hecho el menor comentario acerca del valor de la película –y de la extraordinaria expectación ante su estreno y de su éxito de taquilla en todos los países– como síntoma, más allá de (en mi opinión) su inane significación estética (a propósito de ella se ha hablado de composición operística, de barroquismo, de su «mágica, inesperada y sorprendente capacidad para el destello»).

No ignoro que tal tipo de consideraciones no tienen por qué formar parte de una crítica cinematográfica moderna, pero me asombra el hecho de que en torno a ese silencio se haya creado una especie de consenso tan asombroso. La insistencia, más o menos publicitaria, de que Hannibal explora «el lado más oscuro de nuestra naturaleza» se ha convertido en una especie de muletilla tan eficaz como insidiosa, pero lo cierto es que el señor Lecter lleva camino de convertirse en héroe popular y mito recurrente de ese pudding ideológico post-postmoderno basado en la confusión letal entre víctimas y verdugos.

Todas las sociedades son sociedades de riesgo. El progreso tecnológico incontrolado ha sido y es constante fuente de ansiedades y pánicos morales. La literatura y el cine se han hecho eco de esas ansiedades y las han destilado en forma de mitos de consumo popular. A finales del siglo XIX los relatos góticos marcaban la línea de sombra del optimismo positivista y la fe en el progreso indefinido, y el cine de terror acompañó como subproducto ideológico al pánico nuclear y a la angustia que provocaba la carrera de armamentos entre las dos superpotencias del siglo XX. Los estremecimientos que proporciona la literatura y el cine conjuran los miedos más profundos, «los que no siempre se atreven a decir su nombre».

La fascinación que ejerce Hannibal, el caníbal, debe responder también –aunque en la última película sean notables los guiños autorreferenciales y un cierto sentido del humor– al vacío profundo que deja la muerte de todos los dioses y el fin de los relatos totalizadores. Y, sobre todo, a la obsesión de lo contemporáneo por la transgresión, por la abolición de todos los tabúes: la antropofagia, como el incesto, era uno de los últimos que quedaban.

Claro que, en cierto sentido, vivimos en una sociedad caníbal. Las vacas que se alimentan de piensos fabricados con desechos de vacas son tan caníbales como el emperador Bokassa, aquel Napoleón centroafricano al que apoyó el gobierno francés hasta que no pudo soportar más su hedor. La inseguridad alimentaria que vivimos, y que afecta a nuestros hábitos más cotidianos, es la fuente de nuevas angustias y, por tanto, de nuevos mitos. Por mi parte, les aseguro que he decidido dejar de comerme las uñas. Aunque el entorno me ponga cada vez más nervioso.

Referencias

Freud, Sigmund: «Tótem y tabú» en tomo V de Obras completas. Biblioteca Nueva. Madrid, 1972.

Shakespeare, William: «Titus Andrónicus» en tomo I de Obras completas. Aguilar. Madrid, 1989. «Nuevo Testamento» en La Biblia del Oso. Alfaguara. Madrid, 1987.

Harris, Marvin: Bueno para comer. Alianza. Madrid, 1989.

Harris, Thomas: El silencio de los corderos. Grijalbo-Mondadori. Barcelona, 1998.

Harris, Thomas: Hannibal. Grijalbo-Mondadori.



NOTAS

Película:Hannibal

Titulo Original:Hannibal

Director: Ridley Scott

Año: 2001

Pais: Estados Unidos

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