Introducción
El presente escrito se propone un recorrido conceptual que permita la interrogación sobre nuevas presentaciones clínicas a las que asistimos en la actualidad, entre las cuales ubicamos a las adicciones, y la consecuente posición del analista en la dirección de la cura.
En el campo del Psicoanálisis, suele decirse que el adicto es alguien que rompe absolutamente con el Otro y que posee una certeza de goce respecto de la sustancia/objeto: sabe que aquello otorga un goce y no hay pregunta al respecto (Naparstek, 2010). Dado que prescinde del Otro, ya que busca una operación que no pase por lo simbólico, se trataría de una respuesta a lo real por la vía de lo real. Este posicionamiento subjetivo reviste un desafío muy particular en la clínica, en tanto se intenta ofertar un espacio para la palabra allí donde el paciente ha encontrado otra solución para su angustia, por lo cual cabe preguntarnos: si realmente se ha producido una ruptura absoluta con el Otro, ¿por qué consultan estos pacientes? ¿Qué particularidades reviste su entrada en análisis?
A partir de buscar respuesta a estos interrogantes, consideraremos que se trata de una de las modalidades del padecimiento psíquico que no se organiza según las vías de las formaciones del inconsciente (Laznik y otros, 2003), en tanto la escena analítica no se encuentra comandada por un movimiento libidinal que se ordene respecto del despliegue de la cadena de saber inconsciente. Por ello, “dichas situaciones, al introducir un borde en el cual transferencia y sujeto supuesto saber -en su vertiente equiparable al despliegue del saber inconsciente- no coinciden, impiden que la intervención del analista pueda ordenarse respecto del sostén que otorga el eje del saber” (Laznik y otros, 2005: 2). En la clínica de las adicciones, se halla con harta frecuencia la aparición de resistencias, que detienen el despliegue del saber inconsciente porque portan la marca de lo pulsional, lo cual es de gran relevancia si nos ocupamos de las maniobras con la transferencia (Laznik y otros, 2005). En ese sentido, se podría pensar que el goce que allí se presenta como desregulado no es otra cosa que la satisfacción de una pulsión, la pulsión de destrucción o de muerte.
En vistas de lo expuesto, se abordará desde diversas aristas la cuestión de la transferencia, solidaria de la concepción de aparato psíquico y pulsión, para lo cual nos serviremos de lo desarrollado en relación a los conceptos de masoquismo y pulsión de muerte para abrir una nueva perspectiva sobre la temática.
Las figuras de lo no-analizable
A lo largo de su obra, Freud ha ubicado distintas clasificaciones nosográficas que se organizaban en función de su relación con el dispositivo analítico y la transferencia (Laznik, 2007). La primera oposición que establece para demarcar el territorio nosográfico es psiconeurosis de defensa - neurosis actuales, en tanto el campo del análisis se limita a las psiconeurosis de defensa, quedando por fuera las neurosis actuales. En dicha categorización, resulta central la noción de mecanismo psíquico, la cual se fundamenta en el desplazamiento de las investiduras libidinales en la cadena asociativa que producen un conflicto psíquico. Aquí el referente clínico por excelencia es el síntoma, puesto que testimonia el conflicto como formación de compromiso, siendo la forma en la que lo reprimido logra ser admitido en la consciencia, ya que se puede satisfacer el deseo inconsciente mediante su deformación a la vez que se satisfacen las exigencias defensivas. En cambio, en las neurosis actuales los síntomas no constituyen una expresión simbólica y sobredeterminada, sino que resultan directamente de la falta o inadecuación de la satisfacción sexual, es decir, su origen no se encuentra en los conflictos de la infancia sino en el presente. Dado que la fuente de excitación, como desencadenante del trastorno, se halla en la esfera somática y no en lo psíquico, la transformación de la excitación se da en forma directa en angustia. Esta ausencia de mediación psíquica (desplazamiento, condensación, etc.) hace que la angustia no se inscriba en la memoria, lo que fundamenta el valor de “actualidad”, en la medida que se sostiene el factor actual de la tensión somática sin admitir su derivación psíquica. Las neurosis actuales no pueden ser abordadas por el método analítico debido a que no poseen para la angustia un mecanismo psíquico de tramitación, en tanto y en cuanto el dispositivo del lenguaje no las alcanza (Laznik, 2007).
Posteriormente, Freud modificará los términos de oposición al ubicar las neurosis de transferencia - neurosis narcisistas. Aquí la transferencia es condición de posibilidad del análisis, por lo cual quedarían fuera del campo de su praxis las neurosis narcisistas, ya que constituyen “un conjunto de fenómenos clínicos que tienen como común denominador su incapacidad para la transferencia” (Laznik, 2007: 166). Las neurosis narcisistas se caracterizan por el retiro de la libido sobre el yo, lo cual dificulta (o imposibilita) la transferencia libidinal sobre la persona del analista. En este momento de su obra, Freud sostiene como referente clínico el amor de transferencia, que viene al lugar del síntoma y lo sustituye. Así, el analista mismo deviene síntoma neo-producido en la escena del análisis, dado que todo el comportamiento patológico del paciente viene a centrarse ahora en la relación con su analista. Se formaliza entonces “un campo ordenado por la oposición entre la transferencia y el narcisismo, es decir, entre la capacidad de libidinizar los objetos y la incapacidad de libidinizar otra cosa que al propio yo” (Laznik, 2007: 166).
En “Más allá del principio de placer” (1920), Freud modifica su modo de delimitar el campo del psicoanálisis y de nombrar lo “no analizable” al ubicar una serie de fenómenos -trauma, melancolía, reacción terapéutica negativa, sentimiento inconsciente de culpa, neurosis graves, entre otros- que testimonian de los obstáculos estructurales en la cura, si bien no conforman un conjunto homogéneo. La novedad radica en que dichos fenómenos “no se ubican por fuera del campo de la praxis analítica. Son las figuras de los obstáculos en el interior mismo del campo del psicoanálisis” (Laznik, 2007: 166). En este sentido, lo “no analizable” pasa a ser el corazón mismo de la experiencia, lo cual delimita aquello que es analizable. “De su lugar de obstáculo a evitar, pasa a ser el obstáculo a transitar” (ibidem). Nos ocuparemos a continuación de uno de estos obstáculos, a saber, pulsión de muerte, ya que entendemos que resulta de capital importancia para el abordaje de las adicciones. A su vez, presentaremos una pequeña viñeta cinematográfica que oficia como material para la reflexión clínica.
El recurso del cine como caso clínico
Tomaremos como material para el análisis una de las historias presentadas en el episodio Black Museum de la serie televisiva Black Mirror (Charlie Brooker, 2011-2017), ya que consideramos que el cine permite desplegar, a partir de recortes de pocos minutos de duración, una verdadera ocasión de pensamiento donde se despliega la subjetividad de los personajes y donde es posible ubicar la singularidad que el caso presenta. Esta narrativa es particularmente propicia para la lectura de algunas presentaciones clínicas actuales, como las adicciones, que revisten gran complejidad y sobre las cuales suele primar una intención generalizante.
El episodio presenta a Rolo Haynes, quien en el pasado fue un reclutador de investigación neurológica y persuadió al Dr. Peter Dawson para que adopte un implante neurológico que le permita sentir las sensaciones físicas de los demás, transmitiendo información de un cerebro a otro, pero sin que ello acarree consecuencias físicas para él. Dawson utiliza esto para sentir el dolor de sus pacientes, pudiendo reconocer una amplia gama de enfermedades y proporcionar diagnósticos muy precisos. Mientras tanto, Dawson también usa la interfaz durante las relaciones sexuales con su novia, aumentando el placer para ambos. Un día, llega a la guardia del hospital un senador que presentaba un dolor desconocido. Dawson continúa usando el implante para arribar al diagnóstico a medida que el paciente agoniza, hasta que finalmente muere. Esto produce en el médico un súbito desmayo, haciendo que experimente la muerte y vuelva del más allá. Dicho suceso modificó el funcionamiento del implante, a la vez que cambió la relación de Dawson con el dolor: ahora le encantaba, lo vivía como placentero. Rápidamente él comienza a utilizar el sufrimiento de sus pacientes para satisfacer su excitación sexual, incrementándose su ansia y cada vez necesitando más. Finalmente, su conducta atenta contra el bienestar de sus pacientes, lo cual hace que sea expulsado del hospital. Padeciendo los síntomas de la abstinencia, comienza a mutilarse a sí mismo. Al darse cuenta de que no puede auto-infligirse miedo (y, por lo tanto, placer adicional), Dawson ataca con un arma de fuego y mata a un vagabundo con quien utiliza el dispositivo; pasaje al acto que finalmente lo deja en estado vegetativo.
Los avatares de la pulsión: masoquismo erógeno primario
A partir de la breve reseña del caso ficcional de Peter Dawson es posible vislumbrar que en estas situaciones clínicas cobran especial importancia el cuerpo pulsional y las acciones impulsivas, puesto que se trata de modalidades particulares de tramitación del padecimiento psíquico a nivel del cuerpo, lo cual supone un estatuto diferente al de las formaciones del inconsciente. Por ello, tomaremos los desarrollos de Laznik y otros (2003) quienes establecen que los diques pulsionales “cobran el valor de un referente clínico que enriquece y complejiza la formulación de los modos de inscripción de la pulsión en el aparato psíquico. Si bien remitirían al mecanismo de la represión, los diques pulsionales se presentan también como modalidades específicas de la defensa que no se asimilan al par represión -retorno de lo reprimido” (p. 3). Los fenómenos que Freud agrupa bajo la noción de dique pulsional son el asco, la vergüenza, la moral, el dolor y la compasión, los cuales comparten la particular función de oficiar como barrera frente a la pulsión sexual. En este sentido, las patologías del acto, como la adicción, manifiestan dichos fenómenos lo cual indicaría un punto de falla en la función del dique, a la vez que una tentativa por instituirla.
Ya en el Manuscrito K (1896), establece que se trata de mecanismos de la defensa que operan ante el desprendimiento de displacer, la cual puede dar vida a las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral, etc. Por otro lado, enuncia que el dolor también se ubica en la serie de los diques pulsionales, ya que adquiere un valor psíquico similar al de los otros en relación a las mociones crueles. En esta línea, en Tres ensayos de teoría sexual, refiriéndose al masoquismo, dice que el dolor “así superado se alinea junto con el asco y la vergüenza, que se oponían en calidad de resistencias” (Freud, 1905: 144). Sin embargo, el dolor posee una significación particular: de la serie de los diques pulsionales es el que articula con más rigor dichas “barreras” con la represión.
Si bien en Tres ensayos (1905) el valor de resistencia frente a la intensidad de las pulsiones no se diferenciaba de cualquier otra instancia represora, en los textos La represión y Pulsiones y destinos de pulsión se delimitan, al menos, dos registros diferenciables en lo que hace a la defensa ante lo pulsional. En Pulsiones y destinos de pulsión esos elementos comienzan a tener un lugar estructural más definido, en tanto el desdoblamiento entre el representante psíquico y el monto de afecto se continúa, de algún modo, en la mudanza en lo contrario y en la vuelta sobre la propia persona. Además de constituirse en destinos pulsionales, se configuran como variedades de la defensa contra las pulsiones, distintas a la represión. Desde esta perspectiva, adquiere mayor precisión la función que le cabe al factor cuantitativo. En tanto previos a la represión, aparecen como otros modos posibles de inscripción de la pulsión en el aparato psíquico. La represión pasa a ser uno de los destinos de la pulsión, pero no el único. Estos dos destinos “previos” son los pares de opuestos “sadismo/masoquismo” y “placer de ver/placer de mostrar”, en los cuales se ponen en juego transformaciones en la meta y en el objeto de la pulsión, además de la mudanza en cuanto al contenido (Laznik, 2002).
Entonces, la pregunta de Freud por la problemática de lo pulsional se remonta al lugar formal que tiene el dolor en la teoría psicoanalítica, para lo cual se sirve del par de opuestos sadismo-masoquismo. En un principio, trabajaba con la hipótesis de que el sadismo era lo primario en la constitución subjetiva. Sin embargo, entendiendo que a diferencia de la pulsión de apoderamiento, el objeto del sadismo no es cualquiera: es, precisamente, el sufrimiento del otro (Masotta, 1980), se ve llevado a responder la siguiente pregunta: ¿cómo podría buscarse el dolor del otro si no hubiera un registro del dolor en el propio cuerpo? (Freud, 1915). No habría posibilidad, entonces, de pensar al sadismo sin considerar una experiencia masoquista previa, por lo cual se postula el masoquismo erógeno primario.
La redefinición del estatuto de lo pulsional se alcanza con la formalización de la pulsión de muerte como “estímulo interior no ligado”, en tanto relaciona el estatuto del dolor y del monto de afecto, a la vez que articula con el problema del sadismo y del masoquismo (Laznik y otros, 2003). En este sentido, Freud ubica un goce pulsional que no cae bajo el principio de placer. “Desde esta perspectiva, la noción de desmezcla pulsional en “El problema económico del masoquismo” resignifica el valor de lo “no ligado”, con lo cual se formaliza el lugar del dolor y se redefine el lugar del afecto y la inscripción de lo hostil en relación al “cuerpo propio”, vía la experiencia de dolor” (Laznik y otros, 2003: 6). Dichas tendencias destructivas son tendencias al servicio del “egoísmo” y por lo tanto apuntan a resguardar el placer propio, no contradiciendo el principio de placer, ya que se trata de la trasposición de la pulsión de muerte hacia los objetos del mundo exterior, un desvío hacia afuera, del orden del sadismo. “La trasposición al exterior da cuenta del pasaje de ser un cuerpo a tener un cuerpo, y la libidinización del objeto supone una operación homóloga, en la que lo que se transfiere es el objeto mismo que era el propio sujeto [...]” (Laznik y otros, 2003: 6). Sin embargo, un sector permanece en el interior del organismo porque no toda la pulsión de muerte se traspone al exterior. De este modo, el sadismo permitiría pensar la constitución del cuerpo y del yo, pero existe un elemento que escapa a esta constitución, permaneciendo fuera del cuerpo. “El masoquismo erógeno primario viene a señalar una escisión del cuerpo, recortándose dos dimensiones. Por un lado, la transposición de la pulsión de muerte al exterior, correlativa del sadismo, posibilitadora de la libidinización de los objetos y soporte conceptual de la neurosis de transferencia. Por el otro, un residuo interior de la pulsión de muerte -refugio de la satisfacción pulsional- que se ubica por fuera del cuerpo especular. Es en esta exterioridad al cuerpo especular, en esta parte separada del cuerpo, que se sostiene en Freud la disyunción entre cuerpo y goce” (Laznik y otros, 2003: 7).
Volviendo sobre el caso ficcional del Dr. Dawson, ¿por qué a partir del episodio en el cual él vivencia la muerte de uno de sus pacientes su relación con el dolor se ve trastocada? Podríamos tomar lo que presenta Freud en el Proyecto de Psicología (1895), al introducir dos modelos ficcionales para intentar formalizar la constitución del aparato psíquico: la vivencia de satisfacción y la vivencia de dolor. Ambas vivencias comparten un común denominador: la elevación de la tensión en el aparato establece la tendencia a la descarga a través de “vías facilitadas”. No obstante, Freud subraya que “el dolor deja como secuela unas facilitaciones de particularísima amplitud” (Freud, 1895, p. 366). Dicha facilitación pareciera generar en Dawson un nuevo camino hacia la obtención de placer, a partir del dolor ajeno. Es así como se embarca efectivamente en prácticas de sadomasoquismo con su pareja, utilizando el dispositivo de transmisión sináptica como un medio para tener ambas sensaciones: el dolor de ella y el consiguiente placer propio. Vemos cómo este elemento que hasta entonces era utilizado con fines profesionales, pasa a tener la función de instrumento de goce, dejando de lado el aspecto más sublimatorio que podría tener “el placer de curar”. Nuevamente siguiendo a Freud, aquí se verifica que “no se goza el dolor mismo, sino la excitación sexual que lo acompaña” (1915: 123). Dejando de lado los detalles ficcionales en relación al dispositivo que el Dr. Dawson utiliza, entendemos que “una vez que se ha consumado la trasmudación al masoquismo, los dolores se prestan muy bien a proporcionar una meta masoquista pasiva, pues tenemos todas las razones para suponer que también las sensaciones de dolor, como otras sensaciones de displacer, desbordan sobre la excitación sexual y producen un estado placentero en aras del cual puede consentirse aun el displacer del dolor. Y una vez que el sentir dolores se ha convertido en una meta masoquista, puede surgir retrogresivamente la meta sádica de infligir dolores; produciéndolos en otro, uno mismo los goza de manera masoquista en la identificación con el objeto que sufre. [...] El gozar del dolor sería, por tanto, una meta originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es originariamente sádico” (Ibidem: 123-4). En este punto, podemos tomar lo desarrollado por Lacan (1972-1973) en relación a gozar de un cuerpo, en tanto se trata de un cuerpo que simboliza al Otro. La sustancia del cuerpo se define entonces sólo por lo que se goza: “no sabemos qué es estar vivo a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza” (Lacan, 1972-1973: 32). El gozar se corporiza de manera significante y tiene la propiedad fundamental de que el cuerpo de uno goza de una parte del cuerpo del Otro y esa parte goza también. “El gozar del cuerpo posee un genitivo que tiene esa nota sadiana [...] que dice que, en suma, es el Otro quien goza” (Ibidem: 33).
Es sumamente peculiar, en este sentido, la relación que tiene Dawson con su propio cuerpo y el cuerpo de los otros -los cuales por momentos se ven indiferenciados del propio en una especie de fusión-. ¿De qué modo se constituye el cuerpo allí? ¿Qué marcas significantes porta la delimitación del goce en cada parte de su cuerpo? Por otro lado, y retomando lo anteriormente mencionado, podríamos conjeturar que la ferocidad con la que se desata la adicción de Dawson se encuentra ligada a aquellos restos de la pulsión de muerte que no han sido traspuestos al exterior. Este campo de goce pulsional que no cae bajo el principio de placer nos acerca a la noción de compulsión de repetición, la cual “introduce una modalidad diferente de tramitación del fracaso de la ligadura, en tanto se juega la aparición de un elemento que vuelve siempre al mismo lugar” (Laznik y otros, 2003: 8). Es ese circuito el que emprende Dawson una y otra vez en busca de la experiencia de dolor, del mismo modo que lo hace un adicto a la droga o un alcohólico, en un eterno retorno de lo mismo. Esta repetición señala la incapacidad de modificar la posición del sujeto frente a ese goce, lo cual en muchos casos lo termina guiando hacia su propia destrucción.
Considerando que ello ocurre con las adicciones (sin importar cuál sea el objeto de la adicción), podríamos leer que los actings, la irrupción pulsional, eterno retorno de lo mismo, son “diferentes maneras de poner en juego la aparición de lo que vale por lo real en el análisis, aparición que implica un obstáculo en el devenir de la cura. Pero, es a la vez su entrada en la escena analítica lo que permite abordar lo que de otro modo hubiera sido inabordable. Así la repetición, en tanto marco de la satisfacción pulsional, permite indagar la singular posición del sujeto con respecto al goce según el modo en que ésta se despliegue en la escena analítica al entramarse con la transferencia” (Laznik y otros, 2003: 8).
Los escollos (estructurales) en la transferencia
Como hemos ido puntualizando, en el análisis se presentan numerosos obstáculos para la dirección de la cura. Particularmente en el caso de las adicciones asistimos a ciertas conductas que revisten un serio peligro para el paciente y dejan al analista en una posición difícil para maniobrar. En estos casos, el malestar no adquiere la estructura de síntoma -ni la transferencia se organiza en términos de un Saber supuesto al Otro de la palabra- sino que nos encontramos frente a una puesta en acto de lo traumático, prevaleciendo tanto la angustia como las compulsiones e impulsiones.
Entendemos que si el masoquismo erógeno primario “deviene componente de la libido” (Freud, 1924: 170), al participar en la transferencia constituiría una forma de anudamiento de lo no-ligado. Este cambio como efecto de la conceptualización de la pulsión de muerte permite redefinir el valor del trauma, y así dar cuenta de modos de irrupción del padecimiento que complican los bordes de la escena analítica. Desde este punto de vista, ello posibilita ubicar ciertos modos particulares de inscripción de la angustia en el dispositivo analítico, lo cual se articula con la noción de transferencia salvaje, la cual deja de ser, desde esta perspectiva, un “fuera de transferencia”. “Sin dejar de sostener el valor del masoquismo erógeno, su transformación en libido permite entonces pensarlo como una de las formas de ligadura pulsional en su conexión con la transferencia de afecto. Queda sin embargo otra parte, que sigue teniendo como objeto al ser propio” (Freud, 1924: 170). Este es el nombre del resto de la inscripción del masoquismo en la transferencia de angustia (Laznik y otros, 2003: 9). Consecuentemente, se redefine el valor de lo hostil: ya no se trata, como en la vivencia de dolor de una representación del “mal”, ni del lugar de resto de la tendencia unificante de la libido en el narcisismo, sino que lo hostil adquiere ahora el valor de un cuerpo no simbolizado que, cuando se despliega en la transferencia, hace del analista un “extraño”, soporte del objeto mismo de la angustia (Laznik, 2007). Así, el analista quedaría ubicado como destinatario y soporte de la angustia que le es transferida, “operación que equivale a una separación del objeto que el analizante es en el punto de la angustia” (Laznik y otros, 2003: 7). En el mismo sentido, si retomamos lo dicho por Freud en cuanto a que el paso del dolor corporal al dolor anímico se corresponde con la mudanza de la investidura narcisista del yo en investidura de objeto, la representación objeto “desempeña el papel del lugar del cuerpo investido por el incremento de estímulo” (Freud, 1925: 160), lo cual da cuenta del lugar del analista en la transferencia. Lacan nombra dicha mudanza como “delegación del afecto del sujeto al objeto”, y como “transferencia del afecto del sujeto (...) sobre su objeto en tanto que narcisista” (Lacan, 1958: 17/12/58).
Por otra parte, si volvemos a la conceptualización de Freud con respecto al estatuto pulsional, veremos que en la vida amorosa del adulto la corriente sensual parte de las pulsiones sexuales, las que involucran un cuerpo parcial, despegado del ideal, degradado. El objeto degradado no es sólo un objeto caído del ideal, sino también del decir, el cual no se dice sino que se muestra. Sólo se sostiene en la dimensión de la presencia. Cabe preguntarnos: ¿Cuál es el estatuto del objeto en las adicciones? ¿Es el analista quien encarna al objeto degradado o es el analizante?
En la transferencia, la degradación se aproxima a la dimensión del odio (transferencia negativa). Se trata no de la ausencia de transferencia, sino de la puesta en acto de otro registro de la transferencia. “De hecho, las situaciones transferenciales abordadas introducen un sesgo particular: más que reproducir una y otra vez lo padecido a la espera de otra respuesta por parte del Otro, parecieran reproducir el ejercicio del acto mismo que los ha llevado a padecer. La transferencia, entonces, no coloca al analista en el lugar del otro que los ha hecho padecer, sino que intenta transferir aquello mismo que el paciente ha padecido” (Laznik y otros, 2005: 4). Entonces, no se trata de una reedición de lo traumático sino que se reproduce como actual un punto de lo traumático, al traer a la escena analítica el acto mismo que llevó al paciente a padecer. ¿A qué lugar es convocado el analista? ¿De qué manera algo de eso no elaborado podría escribirse? Es la escritura lo que permitiría que un sujeto se relacione de otro modo a su deseo, a su goce y a su cuerpo. Justamente la operación del analista allí reviste un carácter particular, en tanto la transferencia salvaje implica una dimensión de la transferencia que no se encuentra domesticada por el significante ni puede ser abordada en términos del despliegue de saber inconsciente, es decir que debe recurrirse a una operación distinta a la interpretación.
Si bien excede los alcances de este trabajo, resulta fundamental señalar que en el caso de ciertas modalidades transferenciales de gran prevalencia en nuestros días, como es que nos ocupa aquí, nos encontramos con una compleja versión del Otro, para la cual la angustia suele ser lo único con lo que se cuenta para responder a una demanda enloquecedora, situación que actualiza la posición traumática inicial -signada por el desamparo, la dependencia y el lenguaje-. El sujeto quedaría entonces reducido a ser un puro objeto de la voz del Otro, Otro que lo requiere en tanto presencia y del cual resulta difícil poder sustraerse. Las impulsiones indican ese borde complejo de la existencia que estos pacientes suelen transitar: El pasaje a la acción, frecuentemente bajo la forma del pasaje al acto, instituye el único modo de sustracción respecto de ese Otro que los melancoliza y atormenta. Precisamente esto es lo que ocurre en la viñeta sobre el Dr. Dawson, en tanto él se encuentra atrapado en la demanda de un Otro que le reclama más y más dolor, de un modo insaciable, sin límite. Se trata de un imperativo de goce que siempre pide más, en el cual no se puede decir que no a la demanda: hay un Otro que dice “tomame”. El sujeto, que no puede faltarle a ese “amante feroz”, se reduce a sí mismo a simples despojos, mutilando su cuerpo poco a poco hasta finalmente precipitarse a la muerte como la única vía para poner fin a aquella demanda intolerable.
Reflexiones finales
Ciertas modalidades de presentación subjetiva en la actualidad asumen, por lo general, el valor de un obstáculo clínico, en tanto no parecen organizarse al modo de las formaciones del inconsciente, como es el caso de las adicciones. Al poner en juego un malestar difícilmente tramitable por la vía de la palabra, vemos la importancia que adquieren en ellas el cuerpo pulsional y las acciones impulsivas, lo cual puede complicar la producción de la demanda de análisis y el desarrollo de la transferencia.
A partir de la revisión de nuevos operadores conceptuales, hemos abordado estos fenómenos clínicos como testimonios de los obstáculos en el análisis, que no son otra cosa que diferentes dimensiones de las resistencias. El hecho de ubicar el masoquismo erógeno como originario ha permitido formalizar un nuevo dualismo pulsional solidario de la pregunta de Freud sobre las finalidades del análisis. “Éstas suponen entonces un cambio de posición subjetiva, una transformación radical de la posición del sujeto en relación al núcleo de nuestro ser. Sus referentes conceptuales, la pulsión de muerte, el superyó y el masoquismo primario no son contingencias propias de lo patológico, sino nombres de las dimensiones más estructurales que determinan al sujeto y cuya emergencia en el desarrollo de un análisis revelan el sentido mismo de la experiencia del análisis” (Laznik, 2007:166-167).
Desde esta perspectiva, hemos intentado abordar estas formas del padecimiento que no se expresan al modo del síntoma ni se ordenan en relación al Sujeto Supuesto al Saber, entendiendo que ponen de manifiesto modalidades singulares de constitución del sujeto, de inscripción del objeto y de respuestas posibles frente al deseo del Otro. Entonces, si la intervención del analista no irá en la vía de la interpretación se abre un campo a ser interrogado en relación al lugar del analista en la dirección de la cura y el estatuto del fantasma en estos casos. Si bien no se ha logrado una indagación exhaustiva al respecto, vemos que la consideración del objeto degradado en el registro de la transferencia abre la posibilidad de reformular el lugar del analista y así ampliar los límites del campo de la praxis psicoanalítica. Entendiendo que “el lazo libidinal que habrá de establecerse con el analista se entrama de manera decisiva con la inscripción del sujeto en relación al Otro y sus vicisitudes” (Laznik, 2007 (b): 73), nuestra apuesta es ofrecerle al sujeto mediante el análisis nuevos modos de relación con la pulsión.
Referencias
Freud, S. (1895) “Proyecto de psicología” en Obras Completas, Vol. I, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1896) “Manuscrito K” en Obras Completas, Vol. I, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1905) “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras Completas, Vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1915) “La represión” en Obras Completas, Vol. XIV, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas, Vol. XXI, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1924) “El problema económico del masoquismo”, en Obras Completas, Vol. XIX, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1925) “Inhibición, síntoma y angustia” en Obras Completas, Vol. XX, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Lacan, J. (1958-1959) Seminario VI “El deseo y su interpretación”, Inédito.
Lacan, J. (1972-1973) Seminario XX “Aun”, Buenos Aires: Editorial Paidós, 1989.
Laznik, D (2007) “La delimitación de la experiencia analítica y las figuras de lo no-analizable”, en Memorias de las XIV Jornadas de Investigación, Vol. III, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Laznik, D. y otros (2003) “Anudamientos de lo no ligado”, en Anuario de Investigaciones, Vol. XI, p. 447-452, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Laznik, D. y otros (2005) “Del ideal al objeto”, en Memorias de las XII Jornadas de Investigación, Vol. III, p. 98-99, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Laznik, D. y otros (2007 b) “Superyó, el malestar en la clínica”, en Anuario de Investigaciones, Vol. XIV, p. 69-73, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Laznik, D., Lubián, E., Leiro, A., Schutt, F., Serué, D., Battaglia, G., & Figueredo, G. P. (2002). “Las ‘patologías actuales’ y los diques pulsionales”. IX Anuario de Investigaciones, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Masotta, O. (1980) “El modelo pulsional”, Buenos Aires: Editorial Altazor.
Naparstek, Fabián (2010) Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo III, Buenos Aires: Grama Ediciones.
NOTAS
Película:Black Mirror
Titulo Original:Black Mirror
Director: Charlie Brooker
Año: 2017
Pais: UK
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