Metalhead | Black Mirror | Temporada 4 | Episodio 5

A propósito del episodio “Metalhead”, de la serie Black Mirror [1]

En memoria de mi perrita Anastasia y para mi viejo pastor inglés Teo y su primo Tango

Según Lacan, lo que muchos encuentran digno de aprecio en sus perros es que nunca los toman por otro. A su perra Justine, según confesiones del psicoanalista en su seminario, le gustaba subirse a la cama "orgullosa de ocupar un sitio cuya significación privilegiada reconoce perfectamente".

En su libro “Perros e hijos de perra”, Arturo Pérez Reverte compila una veintena de ensayos breves sobre el tema del título: el amor que profesamos hacia esos seres entrañables y la crueldad de los canallas que los maltratan, abandonan o sacrifican brutalmente. También la hijoputez de quienes los entrenan para matar (o morir) en las riñas carniceras o mutilados y envenenados tras la reja de un oscuro galpón. El quinto episodio de la cuarta temporada de Black Mirror, “Metalhead”, introduce una variante tecnológica de esta maldad: la fabricación de robots con forma de perro, destinados a depredar de manera brutal a otras especies, incluida especialmente la humana. En la escena inicial, cuando uno de los personajes habla de la exterminación de los cerdos por parte de estos “perrobots”, la justifica por la condición inmunda de los chanchos, que los hace indignos de vivir en sociedad.

Así, la trama es una historia de supervivencia. Una lucha desigual entre los resabios de humanidad y el exterminio maquinalmente programado. Nada nuevo para el cine, que desde Metropolis a la saga de Robocop viene lidiando con estas distopías. [2] Pero el episodio de BM introduce algunas perlas. Mencionaremos solo dos, evitando todo spoiler. Ante todo, la formidable fotografía en blanco y negro, homenaje de Charlie Brooker y David Slade a la obra pionera de Fritz Lang. No es un detalle menor: forma y contenido son una misma cosa, y para abismarnos al desierto de lo real, se nos impone resignar el estímulo del color, aboliendo así la última trinchera esperanzadora. Y luego, la dimensión del deseo, que se cifra en el breve travelling final, y que permite resignificar el diálogo inicial entre los personajes. ¿No hay acaso allí, en ese pacto que da la palabra al espectador, la clave analítica del episodio?

Curiosamente, este capítulo de BM está siendo comentado como “el peor” de los 19 que integran la serie. Una nueva oportunidad entonces para establecer la diferencia entre la crítica cinematográfica, por un lado, y la lectura filosófica y ético-analítica, por otra. No es este el lugar para saldar la cuestión, pero apuntemos al respecto que la figura del perro no es inocente: Shopenhauer aseguraba que si no existiesen los perros la vida no tendría sentido, lo que lo llevó a acuñar su famoso aforismo “cuanto más conozco a los seres humanos, más quiero a mi perro”. [3] La presencia sobre la faz de la tierra de una especie que no reconoce al otro (ni siquiera como lo haría un perro) arrasa con todo, hasta con la cochina esperanza, para usar la bella y brutal imagen de Jean Anuhill en su “Antígona”.

Leer las enseñanzas filosóficas y analíticas que nos ofrece el cine, o en este caso un episodio de Black Mirror, supone un ejercicio de pensamiento. Abandonarnos a la trama y reconfigurar, con el fotograma final, nuestra comprensión del mundo, que por un instante deja de ser cane, para devenir perruna.

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