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La belleza en el engaño

por Gallino Fernández, Griselda

“Hoy soy la sombra que siempre me sigue y que no enternece. Hay días en que el frío se posa en mis brazos y cuando llega la noche no puedo hablar, no puedo emitir un solo sonido. Sólo puedo estar quieto y esperar porque no entiendo nada. No entiendo el vago eco de algún recuerdo; no logro descifrar la mirada de soslayo de lo que pudo ser; no comprendo el sueño que se posa sobre mi nariz como una mariposa. Soy como la muerte pequeña que me visita cada cierto tiempo y me habla al oído y, helado e inmóvil, todo me es tan extraño que siento que ya no recuerdo qué es vivir”.

Melancolía es una profunda mirada a una de las enfermedades mentales más incomprendidas de nuestro tiempo: la melancolía. La película nos muestra de frente y sin filtros una realidad que muchísimas personas conocen y que muchísimas otras no logran entender. Esta es la belleza de la película: las dos realidades se nos presentan al mismo tiempo.

El planeta Melancolía, que había estado oculto detrás del sol (poderosa metáfora), está en camino hacia la tierra. La opinión sobre si Melancolía chocará con nosotros y destruirá nuestro planeta está dividida. Sobre esta premisa gira toda la película. Aunque es una amenaza real, genera una rotunda negación por parte de la gente a aceptar que puede acabar con la vida humana. El planeta Melancolía, durante toda la cinta, genera escenas de una belleza indescriptible: la idea de que la melancolía puede, en ciertos casos y en ciertos lugares, crear una belleza casi inimaginable.

La película se centra en la historia de dos hermanas: Justine (quien sufre de depresión) y Claire, quien la intenta ayudar invitándola a quedarse en la lujosa casa donde vive gracias a su relación con John, un hombre millonario. Estos tres personajes ejemplifican perfectamente los tipos de personas que solemos encontrarnos: los que sufren de depresión, los que creen que la depresión es mera cobardía y los que se debaten entre el peligro real que la depresión posa y las opiniones de los segundos.

Las personas se rehúsan a creer que la melancolía es una enfermedad que invade por completo la mente y generalmente responden con un nimio: “superalo” a las personas que están sufriendo. Y, como vemos en Melancolía, en algunos casos las personas que sufren melancolía terminan siendo las más fuertes. Porque no todos saben sobre esa desolación silenciosa, sobre construir un refugio falso hecho de palos y creer que puede salvarte del fin que reconocés como inevitable. Muchos no aprendieron nunca a aferrarse de lo intangible para poder sobrevivir. Muchos no saben lo que es que el mundo colapse, se venga abajo en una explosión también silenciosa. No se sabe sobre el coraje y valor que se requiere para seguir adelante cuando tu propia naturaleza se vuelve contra tuya.

El dolor es implacable, y lo que hace que la melancolía sea intolerable es saber que ningún remedio vendrá; ni en un día, ni una hora, ni un mes o un minuto. Si hay un alivio leve, uno sabe que es sólo temporal; pero el dolor seguirá. Es la desesperanza aún más que el dolor lo que aplasta el alma.



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