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por Michel Fariña, Juan Jorge

Lo único que permaneció igual fueron mis notas en el periódico. Las nuevas generaciones arremetieron contra ellas, como contra una momia del pasado que debía ser demolida, pero yo las mantuve en el mismo tono, sin concesiones, contra los aires de renovación. (…) El director de entonces me citó en su oficina para pedirme que me pusiera a tono con las nuevas corrientes. De un modo solemne, como si acabara de inventarlo, me dijo: El mundo avanza. Sí, le dije, avanza, pero dando vueltas alrededor del sol.

Gabriel García Márquez

¿Qué es el progreso? ¿Cómo armonizar las transformaciones tecnológicas con los tiempos subjetivos? ¿Cuál es el límite de la entereza humana frente a las exigencias extremas? Estos son algunos de los temas que aborda la puesta de “Mateo”, a cargo del elenco del teatro Luz y Sombra de Quilmes. [1]

Puesta que hoy se recrea a partir de una filmación realizada durante una de sus funciones del año 2000. Con todos los riesgos que ello supone, porque el teatro filmado… no es en sentido estricto teatro. Pero en tiempos de pandemia, volver al Luz y Sombra, aun con espectadores que pasan delante de la cámara, dificultades de audio, o las trampas del foco y la iluminación, configura todo un desafío… que deviene en un curioso y renovado acontecimiento artístico.

Sobre la trama, no adelantaremos mucho. Solo que actualmente se llama “mateos” a esos pintorescos carruajes de la zona de Palermo que permiten hacer paseos breves por la zona del botánico o del rosedal. Pero el nombre proviene de aquella pieza teatral de Armando Discépolo, estrenada en 1923, en la que se narra la historia de un inmigrante italiano que conduce uno de esos coches de alquiler, cuyo noble caballo se llama justamente Mateo… [2]

Eran tiempos difíciles, en los que morían centenares de personas cada día por el bacilo de la tuberculosis, que también se contagiaba de manera aérea, pero sin barbijos a la vista. También difíciles para quienes debían ganarse el pan en una sociedad cambiante y avasalladora.

Un detalle para destacar: a pesar de la excelente dicción de actores y actrices, por momentos cuesta seguir los diálogos, porque la pieza fue escrita por Discépolo en el cocoliche de los inmigrantes italianos de inicios del siglo XX. Pero el director ha sacado provecho de esta vacilación del decir, dándole a la puesta una impronta de cine mudo. Desplazamientos rápidos en escena, gestos ampulosos y claroscuros en los cuadros, que trascienden al grotesco. El propio vestuario y maquillaje del funebrero Severino es un hallazgo que nos recuerda a los personajes de Murnau o a los exagerados villanos de las películas de Chaplin. [3]

En síntesis, un excelente elenco, una cuidada escenografía y una música que permanece en el alma. Cuando se apagan los reflectores y la obra nos abandona, la memoria de Mateo nos acompaña más allá del tiempo. Las luces y las sombras no envejecen.



NOTAS

[1El banner de este artículo es un detalle del afiche original de Antonio Pezzino para la puesta de Mateo en el teatro El Galpón de Montevideo en los años 60, una década después de la fundación del Luz y Sombra de Quilmes.

[2Mateo merecería integrar la lista de los grandes caballos, históricos y mitológicos, junto a Babieca, el caballo de Don Rui Díaz de Vivar, el Cid Campeador; Kolstomero, protagonista de Historia de un caballo, de León Tolstói; Pampero, el zaino cimarrón de Patoruzú; Pegaso, el caballo alado; Silver, el caballo del Llanero Solitario; Rocinante, el caballo de Don Quijote; Sombragrís, caballo de Gandalf en la saga El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien; Tornado, el caballo de El Zorro. A todos ellos, Mateo le suma algo invalorable: la nobleza y el honor de haber sido conducido por un héroe anónimo, como él mismo. Armando Discépolo le dio a su personaje una humanidad nunca antes vista en la literatura. El monólogo que Miguel le dirige durante el segundo cuadro de la obra merece estar en la antología de las letras.

[3Alejandro Martín, director de la puesta, estaría así en sintonía con la época, porque la obra fue escrita en plena madurez del cine mudo, un lustro antes de la primera película sonora, “El cantante de jazz”, que llegaría en 1927. Discépolo, que participaría diez años más tarde en la versión cinematográfica de su obra, era consciente de ese otro sesgo del progreso: la tensión entre el teatro y el cine.

Película:Mateo (versión filmada de la puesta teatral)

Título Original:Mateo, de Armando Discépolo

Director: Alejandro Martín

Año: 2000

País: Argentina