Si tomamos en cuenta el género al que corresponde, “Mandarinas” es un film minimalista: se sirve del escenario ultra limitado de un paraje rural para proyectar el enorme imaginario de la tragedia bélica.
El argumento es sencillo: la región está siendo arrasada y los vecinos, Ibu y Margus, se empeñan en quedarse, Margus para recoger su cosecha de mandarinas, Ibu, por razones más bien íntimas. En este contexto se produce un conflicto armado, del cual quedan como saldo dos heridos provenientes de esos ejércitos mortalmente enfrentados. Ambos hombres son confrontados a una convalecencia en la misma casa, al cuidado del personaje de Ibu con la ayuda del médico. Durante la recuperación los enemigos no dejan de prometerse mutuamente la muerte, aunque por respeto a su cuidador postergan el desenlace.
El título de la película alude a una cosecha normal de tiempos de paz, que la sociedad civil no quiere perder a manos de los tiempos de la guerra. Esta cosecha puede pensarse que representa mucho más: la tierra en sí misma, el terruño afectivo, la pertenencia, el pasado, el capital existencial, en fin, la construcción del sentido a lo largo del tiempo.
Pero el hijo de Ibu, que no pudo ser preservado de estas luchas, yace enterrado debajo de esta misma tierra y es el ancla simbólica de su negativa a partir.
La “intimidad” forzada que Ibu impone a los combatientes los obliga a reconocer la naturaleza del dolor físico (y sus implicaciones psíquicas) que comparten y en el que son iguales; la función simbolizante puede operar y restañar la distancia binaria que daba lugar a la aniquilación de la noción de alteridad con su consecuente deshumanización.
Ibu puede pensarse como un analista que dirige una “cura en acto”, presenta una escena, la obliga, la sostiene, porque lo que está en juego es tan regresivo que las palabras nunca podrían alcanzarlo.
Nosotros podemos inferir que Ibu también se somete al mismo tratamiento por aquello que lo liga persecutoriamente a la muerte de su hijo, al cual no pudo preservar de estas lógicas del enfrentamiento tanático y destructivo de los hombres.
Encontramos un eco de esto mismo en “Guerra y Paz”; Bezùjov a punto de ser fusilado protesta su inocencia, el oficial francés entonces lo mira:
“Devout levantó los ojos fijándose en Pierre, durante varios segundos se miraron y eso lo salvó, en aquella mirada se estableció entre aquellos una relación humana al margen de todas las condiciones de la guerra y el proceso, en aquel momento ambos sintieron vagamente una infinidad de cosas, comprendieron que ambos pertenecían a la humanidad, que eran hermanos”.
Postulo que en “Mandarinas” es el proceso de convivencia convaleciente entre los enemigos lo que llevará luego a uno, a defender al otro a los tiros; ya que se había reestablecido entre ellos esa comunidad humana que hace de la vida y de lo que sufren todos los hombres, el único bien común. El dolor humano sentido en carne propia en una instancia de intimidad hace caer el delirio del enemigo deshumanizado.
Ese Otro que con su dolor me permite saber del mío, ese, que de esa forma introduce su alteridad a través de mis poros hasta llegar a mi tierra extranjera interior en la que ambos estamos a ciegas, pero en una experiencia compartida que nos sostiene; en eso que de lo ajeno, me es lo más propio. Eso vuelve con el Otro.
Creo que mucho de nuestro predicamento en nuestra función analítica, proviene de este fenómeno de constituirnos como agentes de contacto con un dolor de significación plena para el analizado, eso que tal vez constituye una característica muy específica del amor transferencial.
Podemos pensar en duelo y melancolía, en la culpa de un padre que no pudo enseñar la no violencia a un hijo que se consumió en ella, y también podemos pensar en la carga de vida que puede incumbir a algo muerto. ¿Excesivamente materializada en este caso? Es probable, pero seguramente los actos de reparación interpuestos por Ibu con los combatientes enfrentados mortalmente no pueden ser tan fácilmente constreñidos a una interpretación o a otra.
Imaginemos entonces finalmente en una figura poética, a Ibu y Margus, los amigos y vecinos que se niegan a abandonar su tierra, como una suerte de Don Quijote y Sancho Panza que están esperando en su rincón escondido y escarpado entre las montañas, a que nos unamos a ellos en una comunidad de cosechadores de mandarinas, eludiendo con todas nuestras fuerzas y todas nuestras esperanzas, las convocatorias internas y externas de la guerra.
Esperemos que nuestro propio camino evolutivo nos permita concurrir a esa cita.
NOTAS
Película:Mandarinas
Titulo Original:Mandariinid (Tangerines)
Director: Zaza Urushadze
Año: 2013
Pais: Estonia
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