Un encuentro casual entre un antropólogo forense y una fotógrafa da comienzo a la historia. Historia que se anuda a generaciones anteriores. Objeto de estudio del antropólogo, objeto de amor de la fotógrafa. Una fosa común será el inicio y el fin de esta hermosa película de Almodóvar cargada de símbolos y enseñanzas.
Janis recuerda a su abuelo, de quien heredó el gusto por la fotografía. El abuelo que con su cámara inmortalizó a los compañeros de su eterno descanso. Compañeros de fosa que la falange española se ocupó de hacer desaparecer y que Janis se empeña en recuperar, a través de su recuerdo cargado de afecto, a través del encuentro con Arturo, a través de la memoria individual y colectiva que movilizó a todo su pueblo. Arturo es para ella quien puede traer esos huesos del pasado, restos que ella necesita para hacer un duelo largamente suspendido en la duermevela de un pueblito olvidado. Arturo es también quien sembrará la simiente de un futuro retoño que lleve la huella de ese sangriento pasado.
La segunda escena de la película se ubica en un hospital donde dos mujeres están internadas para dar a luz a sus hijas. Janis, cercana a los 40 años, cuando ya creía desaparecida esa oportunidad, se encuentra embarazada del antropólogo. Y dice “lo mío fue un accidente”. Frase que comparte Ana, una adolescente de 17 años. Janis, por su edad, podría ser la madre de Ana. Ambas se encuentran en los extremos de la fertilidad. Ambas comparten ese decir, pero con resonancias muy diferentes. El “accidente” de Janis fue resultado de un encuentro amoroso con un hombre casado que, al tomar conocimiento del embarazo, le propuso deshacerse del problema. El “accidente” de Ana se trató de una violación y extorsión grupal, en la que Ana quedo atrapada. Un atolladero en que muchas adolescentes caen, alcohol descontrol, sexo. La filmación de escenas comprometidas y la extorsión de subirlas a las redes obligó a Ana a tener que acceder a ser violada por otros dos adolescentes. Su padre, el adulto con quien vivía, no quiso exponerse a la opinión pública y bajo la fachada de protección de su hija, la condeno al silencio y la expulsión. Como veremos en los siguientes minutos, Ana tiene una madre que está ocupada en busca de sus propios sueños y un padre desinteresado y abandónico. Un padre que antepuso su comodidad a la de su hija, su dinero a su afecto y que cuando Ana lo necesitaba la despachó rumbo a la casa de su madre. Janis en cambio, como una mujer adulta, tiene otros recursos para afrontar el embarazo y decide llevarlo adelante, convertirse en una madre y tener una familia monomarental prescindiendo de Arturo.
Janis no se arrepiente de su decisión de ser madre, mientras que Ana se dice arrepentida y llora junto con su beba, como una niña desamparada. Mientras esperan que las bebas, que están en observación neonatológica, les sean devueltas se produce un encuentro entre ellas, ambas se identifican a este significante compartido de ser madres primerizas y solas, e intercambian sus teléfonos. Janis se va feliz cargando en sus brazos a la dulce Cecilia, que lleva el nombre de la abuela, quien ofició de madre para Janis. Ana no ha tenido quien la cuide, parece que su linaje ha comenzado con ella y su niña. La pequeña es nombrada “Anita” y replica ese estado de indefensión de su madre.
En la clínica se presenta la abuela de Anita y madre de Ana, una mujer de 47 años que llega llena de júbilo porque va a interpretar a doña Rosita, personaje principal de la obra de García Lorca. La obra teatral nos cuenta la historia de una mujer que se ha quedado solterona y espera las cartas de amor de su primo. Esta elección de Almodóvar es una pista que nos ofrece el genial director. García Lorca murió del mismo modo que el abuelo de Janis, su cuerpo yace en una fosa y nunca fue recuperado. La historia que narra García Lorca es la historia de una mujer sin esposo, ni hijos y por esta condición, ha sido segregada y hostigada por su comunidad.
Tiempo después de nacida la niña, Arturo reaparece en la vida de Janis y al ver a Cecilia le pide un test de paternidad. El aguijón de la duda se clava en Janis, y los miedos de Arturo se hacen suyos. ¿Cuál es el mensaje de los genes? ¿Es Janis la madre de esa bebé? ¿Qué nos dice la verdad genética acerca de la verdadera genealógica? ¿Qué valor tiene el ADN en el terreno de la filiación [1]?
En el caso de los niños y niñas cuyos padres desaparecieron, el ADN se ha vuelto un hito central en el camino por la recuperación de su identidad. Este derecho se asegura en la prueba médica que, en nuestro país, gracias a la tarea de Abuelas de Plaza de Mayo se convirtió en el índice de abuelidad. Pero ¿qué valor tiene en los otros niños y niñas que en la actualidad son objeto de disputas legales?
El ADN que recoge Janis de Cecilia y de ella misma, le da la certeza de la ausencia de vinculo genético. Esa prueba de ADN es sepultada por Janis. La necesidad de tener a su beba cerca parecen ser la forma de velar la verdad genética de los resultados, la cuna va a su habitación y el cuerpo a cuerpo parece subsanar y negar toda pregunta.
Pero el azar mete la cola y se produce el reencuentro de Ana y Janis en un bar, en el que Ana atiende como moza. Empiezan a hablar y ese diálogo se mantiene, se profundiza. Se vuelve proximidad. Janis invita a Ana a convertirse en la niñera de Cecilia y coloca la cuna en su habitación en un intento de reparar imaginariamente la sustracción de la niña.
Janis sabe que Cecilia es hija de Ana, aún antes de la prueba de maternidad. Sabe que las cambiaron en el hospital durante la revisación neonatológica. Sabe que Cecilia tiene derecho a saber quién es su madre, que un error médico no puede ser la justificación para “quedarse” con esa niña. Pero la devolución imaginaria, no repara, no zanja el problema.
Y aquí encontramos otra referencia imprescindible en el terreno de la filiación, la sabiduría salomónica [2]. El juicio de Salomón es un episodio del Antiguo Testamento (Reyes 3: 16-28) en el que se relata el caso que dos mujeres que comparecen ante la corte del rey para dirimir una disputa por la maternidad de un niño: “Y una noche el hijo de esta mujer murió, porque ella se acostó sobre él. Y se levantó a medianoche y tomó a mi hijo de junto a mí, estando yo tu sierva durmiendo, y lo puso a su lado, y puso al lado mío su hijo muerto. Y cuando yo me levanté de madrugada para dar el pecho a mi hijo, he aquí que estaba muerto; pero lo observé por la mañana, y vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz. Entonces la otra mujer dijo: No; mi hijo es el que vive, y tu hijo es el muerto. Y la otra volvió a decir: No; tu hijo es el muerto, y mi hijo es el que vive. Así hablaban delante del rey.” (Reyes, 3:20-22)
El Rey Salomón no contaba, como Janis, con la prueba de ADN, ¿cómo podía saber cuál era la madre del niño? ¿Cómo podía “reparar” el problema? Sin embargo, nos ofrece una respuesta… el rey dijo: “Partid por medio al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad a la otra. Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a esta el niño vivo, y no lo matéis. Mas la otra dijo: Ni a mí ni a ti; partidlo. Entonces el rey respondió y dijo: Dad a aquella el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre.” (Reyes, 3:26-28).
La mujer que robo al niño, al proponer sacrificarlo lo rebajó a objeto, lo desubjetivizó, la convirtió en un pedazo de carne, y por eso mismo desnudó su impostura. En cambio, la madre que lo considera un sujeto, lo respeta; prefiere perderlo a matarlo, lo ama. Este rasgo de renuncia sostenida en el amor es la prueba salomónica de maternidad.
Y sobreviene en el film una escena memorable. Se encuentran Janis y Ana en la cocina y Janis comienza a increpar a Ana porque no conoce la historia de su país, la existencia de desaparecidos, las fosas comunes adonde fueron a parar los huesos de aquellos que murieron sin nombre, ni entierro. El abuelo que le quitaron, la memoria de su pueblo buscando a sus seres queridos. Y en ese momento, Janis dimensiona en acto la necesidad de reparar el daño que su silencio ocasionó. No basta con que Ana crie a su hija, que la cuide, que la pasee, que duerma junto a ella. Es preciso que Ana sepa que esa es su hija y que la niña muerta es la hija de Janis. Pero aún más importante, es que Cecilia recupere en términos simbólicos y jurídicos a su madre Ana y a su historia.
En el último tramo de la película, la historia de los muertos se hace presente en el relato de los vivos y en las marcas de los genes que ligan sueños, historias, genealogías del pueblo silenciadas bajo el polvo. Los muertos buscando a sus descendientes y los vivos buscando a sus antepasados. Pasado, presente y futuro enlazados en esa doble hélice del ADN. Y la mirada expectante del pueblo, pero también de Cecilia, viendo una fosa de cuerpos apilados y arremolinados. Una pila de huesos que la tarea del antropólogo forense convirtió en rostros, prendas, historias, gritos de dolor.
NOTAS
[1] Hace algunos años realizamos una investigación sobre este tópico (Ormart, 2018) en la que exploramos las similitudes entre el derecho a la identidad en niños apropiados y niños concebidos con gametos donados.
[2] En un escrito anterior (2012) desarrollo la cuestión de la ley de Salomón. A propósito de una disputa legal. En línea: https://www.eticaycine.org/La-ley-y-el-orden#nb1
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Película:Madres paralelas
Título Original:Madres paralelas
Director: Pedro Almodóvar
Año: 2021
País: España
Otros comentarios del Autor:
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