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El cine premonitorio

por Gallino Fernández, Griselda

“Lo mejor del matrimonio es eso. Llegar puros y calientes. Haceme todo lo que vos quieras, menos aquello.”

“La Mary” es la adaptación fiel por Daniel Tinayre de la novela homónima escrita por Emilio Perina, con las licencias lógicas que permite su paso al lenguaje cinematográfico, protagonizada por Susana Giménez y el recordado boxeador Carlos Monzón.

Su trama resulta un profundo estudio psicológico, denso, prolijo y al mismo tiempo febril, casi como si se tratase de un informe destinado a un psicoanalista: el estallido de la psiquis de una mujer cuya ambigüedad emocional desfila en el devenir de los hechos mostrando dolor y desconcierto de modo intenso, cargado de misticismo y memorablemente histérico, si entendemos por ello, los artilugios del personaje por sostener su deseo insatisfecho.

Por otro lado, la película se convierte en un minucioso retrato costumbrista, con datos históricos relevantes y detalles geográficos reales de Argentina.

Junto a la descripción psicológica de “La Mary”, siendo el crimen que estalla en el final consecuencia del derrumbe emocional escalonado de la psiquis del personaje, la película nos dibuja con maestría los cambios de un país, tan inestable y ardiente como “La Mary”, resultando de igual modo en un tratado sociológico de los cambios vertiginosos que sufren los modelos de vida en la sociedad porteña de la primera mitad del siglo XX.

Del ahorro del inmigrante como los padres de la Mary al bienestar de sus hijos, la renovación en las costumbres y un gusto no oculto por el consumo, con el crecimiento e influencia del ocio y la cultura del entretenimiento, en particular en las capas populares.

La ideología que diseña la película nos devela cómo la clase obrera asciende socialmente al lograr el sueño del negocio propio. La historia se ubica hasta su trágico final en los años previos al peronismo, donde el obrero tenía la protección del Estado.

Aunque, paradójicamente, al estreno del film la sociedad argentina quedaba “huérfana” de la figura paternal de Perón, quien se encontraba proscripto.

El personaje de la Mary es más seguidora del radioteatro que del cine: “nunca leyó un libro”, el cine no la entusiasma, excepto una película que la impresiona: “La amarga victoria”.

La complejidad psíquica del personaje nos muestra a una mujer que leía las revistas “Para Ti” y “Sintonía”, pero queda fascinada por un film de Bette Davis a los 16 años.

La incógnita es el porqué de la elección de “La amarga victoria” y qué hizo que la Mary se fascinara con Davis y no con otras divas de la época.

La trama de “La amarga victoria” nos presenta al personaje de Judith (Davis): joven, bella y con una intensa vida social. Le gusta beber y fumar. Hasta que le descubren un tumor en el cerebro. Luego de una serie de vaivenes, operación, matrimonio, la posterior ceguera es la resignación de que la enfermedad da su estocada final. Un clásico drama ideal para la soñadora personalidad de la Mary.

En realidad, lo único que cuenta es que a la salida del cine la Mary conoce al Cholo, su primer y verdadero amor.

Monzón, ya sabemos, se enamoró de la diva vernácula Susana Giménez o La Mary, en el rodaje y no logró más que aportar popularidad a la presentación mediática del film, ya que su rol fue discreto (no era actor, debemos decir en su defensa) y hasta tuvo que ser doblada su voz porque no modulaba bien sus líneas.

Sin embargo, además de los obsesivos detalles de ambientación del director, el perfil psicológico que se moldea en la trama hace de “La Mary” una obra fílmica con status y profundidad, incluso arrastrando al psicoanálisis a la discusión si el personaje sufre de una locura histérica o una psicosis con tintes de misticismo delirante y pensamiento mágico.

Su pasaje al acto final tampoco parece dar una clara respuesta si nos adentramos en el riesgoso terreno del diagnóstico diferencial psicológico.

Casi como un cuento de pueblo, la película narra la historia de una joven que gracias a cierto destino trágico descubre el don de la predilección futura.

Proviniendo de una barriada humilde, “La Mary” es consciente (o lo reprime hasta el final) por un comentario desafortunado de que vino al mundo, “por un descuido” lo que, aditado al hecho de su rígida educación y, quizá una propensión natural la van transportando hacia el desencadenamiento brutal de la locura.

Cuando, La Mary conoce al Cholo (Carlos Monzón), cruzan miradas pero ella sabe que será el hombre con el que se casará.

Irremediablemente comenzarán una relación, no podrán resistirse, y ese choque entre dos seres muy distintos (Mary es pura e inocente, Cholo es insaciable) se verá marcado no sólo por el fuego de una pasión ardiente en todos los sentidos, sino por la tragedia que no abandona a la muchacha en cualquier acción que tome.

Relato de miradas ajenas, del qué dirán, signado por un erotismo púdico y mojigato.

Una historia pequeña engrandecida con un tratamiento del melodrama como algo épico.

La película es un perfecto trabajo de ensamblaje donde su director comienza –y no abandona nunca el recurso– con un flashback para introducir al espectador en una historia de amor, locura y muerte.

Luego, y siempre en un orden cronológico y episódico, que lo iguala a la novela de Perina, “La Mary” se adscribe al más puro relato cinematográfico clásico.

Hay que reconocer entonces en Daniel Tinayre un autor personal, un demiurgo de su propio universo; alguien capaz de transgredir los modos de representación del cine industrial argentino. Como decía otro francés contemporáneo, quien dirigió las mejores películas de Delon en los años setenta, Jean-Pierre Melville, hacen falta más agallas y talento para hacer una película clásica que para rodar una moderna.

Quizás su recuerdo como clásico provenga también en gran medida por razones extra cinematográficas: siempre se tiene presente su detrás de escena que dio comienzo a la comentada y tumultuosa relación entre sus dos actores protagónicos.

El aspecto visual y sonoro reluciente del film; permite que el público vea esas fogosas escenas y debata entre murmullos de sala ¿en qué escena fingían y en cuál estaban sembrando la pasión real?

Es por eso que hay películas –como ésta– que no pueden ser juzgadas o criticadas solo como producto cinematográfico más o menos artístico o comercial.

No hay duda que “La Mary” tuvo una enorme repercusión local y regional, porque en ella aparecen dos íconos argentinos –uno consagrado al momento del estreno, y otra a futuro–.

Quizás lo más curioso, paradójico del film sea que mientras tantas obras maestras se han perdido en la memoria del cinéfilo, ésta perdura hasta nuestros días como un referente de erotismo heterosexual cuasi explícito, que a la postre convirtió en matrimonio a los protagonistas.

Y así también, como recuerdo fílmico de quien terminará muerto tempranamente en un accidente de ruta en su provincia, tras purgar una condena por el femicidio de una esposa posterior a su partenaire en el film.

Su vigencia en el imaginario colectivo, como hito popular de la cultura argentina, sin embargo, constituye la excepción a la regla de que los argentinos van al cine “para aprender a ser argentinos”. En “La Mary”, el cine va a los argentinos, para aprender a ser cine.



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