La importancia del juego en el niño, es la importancia del niño en el hombre. Como dice el poeta Wordsworth: “El niño es el padre del hombre”. Mi desarrollo se ocupará del juego en el niño y en nosotros, y también de su ausencia. [1]
Dice Agamben que jugar es “transformar estructuras en acontecimientos”. Examinemos esta definición. La madre suficientemente buena como figura del ambiente facilitador, casi al cien por cien se adapta a la omnipotencia del pequeño. Le da el objeto para que lo capture en el dominio omnipotente de su yo, y luego se lo ubica donde lo encuentra para crearlo. Donde lo percibe entre el otro y él, para que a posteriori lo alucine como objeto exterior. Desde entonces no dejará de regresarlo a la zona intermedia, para crearlo cada vez con su uso. Cada vez que transforma estructuras en acontecimientos.
Los fenómenos autistas indican que esta transformación se ha bloqueado. Mientras el acontecimiento actualiza la estructuración subjetiva, que no cesa de no estructurarse, el automatismo autista es el eco de una estructura, sin nadie que la exceda con su creación. La bendición del acontecimiento puede llegarle al autista en dos tiempos: primero la experiencia de la omnipotencia del yo en la continuidad con el objeto, hecha posible por un ambiente que lo hospeda; luego el encuentro paradojal con el objeto, que lo crea en la zona intermedia. En uno la paradoja es del ambiente, y en el otro es de la creatividad. Tomaré una viñeta clínica para ubicar lo dicho.
Ximena de 9 años llega al consultorio, por indicación de la escuela a los padres. En la entrevista previa con ellos, se muestran convencidos que es una “niña talentosa y la escuela no la entiende”. La mamá dice que “está en su mundo, dibujando o haciendo cuentas”. Por varias sesiones hace dibujos fotográficos, que reproducen perfectamente lo que ve. Hasta que cierta vez se me ocurre tomarla de la mano y decirle: “vamos a hacer como en “Patinando por un sueño” (ciclo televisivo de entonces), y simulamos patinar mientras canturreo una canción. Deja de “patinar” y corre al escritorio, para dibujar de manera rudimentaria una nena. Le pregunto quién es y me responde “la negra Capristo” (personaje que participa de aquel ciclo). Le agrego: “ahhh… Ximena Capristo” (nombre completo del personaje), y por primera vez se ríe a carcajadas. No va a dejar ese dibujo por mucho tiempo, y hará nuevas versiones del mismo.
Mi lectura es la siguiente: se aloja en el consultorio cuando la introduzco al “patinaje”, y en el momento de dibujar encuentra por primera vez su imagen especular, que es ella y no es ella en la paradoja de la creación que sostiene el nombre Ximena Capristo.
El juego es precario y llamado a no perdurar, de lo contrario se convierte en la experiencia angustiosa de quedar atrapado en él. No se trata tanto de la vuelta a la continuidad del objeto y el yo, sino a que esa vuelta convierta el acontecimiento en estructura. O sea que interrumpa el devenir de la estructuración que no cesa de no estructurarse.
Lo muestra el film “La historia interminable” de Wolfgang Petersen, con el derrumbe del mundo fantástico al que el protagonista había ingresado por un libro. También es lo que empieza a ocurrir con Ximena, cuando dibuja compulsivamente nuevas versiones de su dibujo. Le pido varias veces que dibuje otras cosas, sin éxito. Hasta que le solicito dibujar la escena de nuestro “patinaje”. En ese momento deja alegremente el lápiz, y me toma de la mano para volver a “patinar”. Pero esta vez es ella la que canta la canción. Ahora es quien crea la escena, y de esa manera queda relanzada la estructuración subjetiva, sin la angustia de que se cristalice como estructura.
La ironía pivotea sobre la ficción de un mundo aparente, que relativiza el mundo real aunque sin remplazarlo. La usa Kafka especialmente en su novela “El castillo”, donde cierta detención del acontecimiento puede actualizar en algunos lectores, la angustia de no poder salir del juego. Su protagonista es un agrimensor, que llega a una localidad para llevar a cabo un trabajo, y cuando pide alojamiento lo tratan de la manera más inhospitalaria que se pueda imaginar. Para quedarse tiene que pedir una autorización, y a cambio de obtenerla de quien corresponda, van multiplicándose los funcionarios a los que tiene que acceder, sin lograr llegar a ninguno de ellos.
Es como un degrade del acontecimiento a la estructura, mostrando irónicamente el absurdo de este mundo ficcional, por comparación con el mundo real. Sus detalles increíbles lo distancian de la burocracia cotidiana, con un sutil tono de burla que marca la diferencia. Pero no desencadena la misma angustia de lo siniestro, que sería la sustitución de un mundo por otro. El recurso de lo siniestro en la ficción apela a ese relevo. Es lo que ocurre con el juego del niño, sobre todo en el caso del autista, cuando está en los tiempos de desbloquear la estructuración subjetiva.
El hombre hijo del niño será rico en recursos para jugar, o si no, como dice Borges, será “la larga sombra que el niño proyectará en el tiempo”.
NOTAS
[1] Este escrito toma algunos ejes de la exposición del autor en el Centro de Acompañamiento al Desarrollo Infantil (CADIN) de Remedios de Escalada (Provincia de Buenos Aires), el 3 de agosto de 2015.
Película:La Historia Interminable
Titulo Original:Die unendliche Geschichte
Director: Wolfgang Petersen
Año: 1984
Pais: Alemania
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