Infancia clandestina es el título de una película sobre el reciente y trágico pasado de la Argentina. Su eje narrativo transita las vicisitudes de un púber cuyos padres integran una organización armada, enfrentada con el terrorismo de Estado instrumentado por una dictadura especialmente ensañada con los jóvenes.
Obligados a transcurrir una estancia en el exterior, Juan y su familia retornan al país bajo otra identidad. Tras la fachada de una pequeña fábrica, una puerta disimulada por unas cajas le sirve a Juan de refugio en caso de peligro. Por lo demás, si bien el chico concurre al colegio, está privado de hacer uso del nombre propio. Ahora lo llaman Ernesto.
Estimulado por el amor que reina en su familia – en especial el de su mamá- , el púber se enamora de una compañera. Es aquí donde la necesaria separación entre padres e hijos –el desasimiento de los objetos incestuosos (y por lo tanto clandestinos) del que habla Freud-, adquiere el tinte dramático propio de la pubertad.
Se trata del conflicto entre el deber ser del mandato y la singularidad, entre la privación y el deseo. Porque, si en algo consiste la función paterna, es en la habilitación de la salida exogámica. Una puerta, sin embargo, que estos padres revolucionarios no podían o no sabían brindar. Como señera metáfora del cruel desencuentro entre generaciones, durante una urgida mudanza que atraviesa el grupo familiar, la madre le ordena: “se acabó la novia” Imposición que, por primera vez, despierta en el niño una objeción al proyecto de sus padres.
Por eso, entre muchas otras cosas, esta película es una metáfora de las barreras que debe atravesar un joven – o toda una generación- para encontrar el resquicio por donde poner en juego el rasgo más íntimo de una particularidad.
Pero el púber no está sólo en el hogar. Su tío Beto, también militante, lo asiste en complicidades y diálogos entrañables: “lo más importante en la vida son las minas”, le dice este tío que, no por revolucionario, deja de escuchar su corazón. Es que sólo por vía del amor el goce deja de ser clandestino. Quizás por eso, Beto insiste: “no te traiciones nunca”, frase decisiva que pone en juego la dimensión más palmaria de la dignidad humana: hacerse cargo de las elecciones. Por algo Lacan sostiene: “Lo que llamo ceder en su deseo se acompaña siempre en el destino del sujeto, de alguna traición” [1] . El personaje de Beto encarna toda una posición ética.
No es de extrañar entonces el enfrentamiento que sostiene con su hermano -y padre del niño-, respecto de la posición desde dónde llevar adelante sus sueños de cambio. Frente a la actitud sacrificial del hermano mayor, que propone postergar la vida en función del Ideal, Beto aboga por asumir con intensidad la experiencia que han elegido: “es ahora, mirá todo lo que estamos haciendo, hay que disfrutar, es ahora”, le dice. Se trata de un cuestionamiento radical a cierta noción de compromiso que marcó a toda una generación. Para Beto la fidelidad a los ideales jamás puede cerrar las puertas al deseo.
Infancia clandestina es una película cuya impecable factura deja las puertas abiertas para distintas interpretaciones y abordajes. Desde nuestra perspectiva, el tío Beto es el padre real, aquel que –según Lacan- hace un lugar a la excepción por donde lo clandestino del goce accede al lazo social, la instancia que se sirve del nombre para ir más allá del deber ser. No por casualidad, ante la última puerta de la película, el chico cuenta con la fuerza necesaria para decir: “Yo soy Juan”. Quizás la misma entereza que, muchos años después, le permitió realizar esta película excepcional.
NOTAS
[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998, página 381.
Película:Infancia Clandestina
Titulo Original:Infancia Clandestina
Director: Benjamín Ávila
Año: 2012
Pais: Argentina
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