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Libertades peligrosas y seguridades asfixiantes

por Genovecio Lucía, Nicolás

Universidad de Morón

Resumen:

El presente trabajo busca ilustrar una dicotomía siempre presente en nuestra sociedad: libertad-seguridad. Equilibrium posibilita el debate sobre los riesgos que se corren al ceder el control de las libertades individuales a un ente que regula a las masas, un riesgo que no carece de atractivos y bondades. Este dispositivo narrativo posibilitará explorar el rol de la dialéctica mencionada en la sociedad actual, desde las políticas de vigilancia antiterrorista hasta la dependencia digital, la manipulación algorítmica y la aceptación acrítica de contratos de uso. Asimismo, se considera el papel de esta tensión en los procesos psicoterapéuticos, donde los pacientes deben elegir entre la comodidad y el cambio.

Palabras Clave: Libertad | Seguridad | Exposición | Redes

Equilibrium: Dangerous Freedoms and Suffocating Securities

Abstract:

This paper aims to illustrate an ever-present dichotomy in our society: freedom versus security. Equilibrium enables a discussion on the risks involved in surrendering control over individual liberties to an entity that governs the masses–a risk not without its appeals and benefits. This narrative device explores this dialectic’s role in contemporary society, from anti-terrorism surveillance policies to digital dependency, algorithmic manipulation, and the uncritical acceptance of user agreements. Likewise, it considers how this tension plays out in psychotherapeutic processes, where patients must choose between comfort and change.

Keywords: Freedom | Security | Exposure | Media


Para realizar el presente análisis elegí la película Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002). La historia funciona como un disparador que permite plantear un debate clásico en filosofía política, seguridad-libertad. Otros filmes como V de Venganza (James McTeigue, 2006) y Capitán América: Guerra Civil (Anthony Russo y Joe Russo, 2016) ilustran este mismo debate. En los tres largometrajes, la seguridad está representada por el Estado y la libertad por el accionar de los individuos.

A principios del siglo XXI se desencadenó la tercera guerra mundial. Para prevenir una cuarta –se cree que la especie no podría sobrevivirla– se crearon los Clérigos de Gramatton, una fuerza especial con el objetivo de buscar y erradicar la verdadera fuente de crueldad del hombre hacia el hombre: la habilidad de sentir. «Hay una enfermedad en el corazón de los hombres. Sus síntomas son el odio, el enojo, la furia, la guerra. La enfermedad es la emoción humana».

Diagnosticada la enfermedad, queda encontrar la cura. Las autoridades de Libria –Ciudad-Estado en la cual transcurre la película– crearon, distribuyeron y forzaron el consumo de Prozium II, un inyectable que inhibe «los instintos más básicos y bajos de los humanos». Todo aquel que no se autoadministre su dosis diaria volvería a sentir y, de ser descubierto, sería ejecutado por poner en riesgo el estilo de vida de esta sociedad distópica.

El gobierno de Libria –el Consejo de Tetragrammaton, liderado por una figura cuasi-religiosa conocida como Padre– entienden por contenido emocional a todo aquel elemento capaz de conmover –libros, películas, música, obras de arte–, el cual debe ser identificado y erradicado.

Al principio de la película, se nos muestra a dos clérigos desmantelando un escondite donde encontraron La Gioconda y otras obras de arte. Las queman todas. Uno de ellos, John Preston, desconfía de su compañero, Errol Partridge. Tras seguirle el paso, lo encuentra leyendo un libro de poesía de Yeats que sustrajo del escondite. Lo va a denunciar. Errol le plantea que todo aquello que los hace humanos ha sido eliminado. Su interlocutor responde que por consecuencia de la falta de emociones ya no hay guerras ni asesinatos y sentimientos como los celos y la ira fueron erradicados. La respuesta es contundente. Tener esos sentimientos implica un costo alto, pero lo pagaría con gusto. Tras decir esto, Errol toma su arma forzando a John a asesinarlo en defensa personal, una muerte menos dolorosa que la incineración que le depara a los ofensores emocionales.

Una cuestión de costos

El diálogo entre los clérigos puede reducirse a lo que cada uno está dispuesto a ceder para obtener aquello que anhela. John Preston desea «asegurar la continuidad de esta gran sociedad». Con el objetivo de vivir en un mundo sin guerras, sin amenazas aparentes a su estilo de vida, a su cultura, está dispuesto a no sentir, a que ese mundo esté desprovisto de todo tipo de manifestación de humanidad, a vivir en ciudades grises, homogéneas. En palabras de Padre «Cambiar individualidad por conformismo y uniformidad. Permitiendo que cada hombre, mujer y niño de esta gran sociedad vivan vidas idénticas. El concepto de entorno seguro brinda la certeza de vivir cada momento con el conocimiento seguro de que ha sido vivido antes». Su compañero, en cambio, está dispuesto a arriesgar que la continuidad de su estilo de vida se vea amenazada, a sentir emociones negativas, displacenteras, a cambio de no estar anestesiado y de poder disfrutar de la materialización de la creatividad humana.

Este debate se esboza claramente en la filosofía política bajo el dualismo libertad-seguridad. Si bien no parece acertado referirse al valor de la libertad como algo contrapuesto al valor de la seguridad, nadie puede negar que la defensa de la seguridad colectiva es un ideal que en la práctica conlleva sacrificar o limitar, en mayor o menor medida, algunos de los derechos asociados con la libertad. Las sociedades modernas valoran ambos constructos, siendo la coexistencia entre estos un indicio muy relevante sobre el funcionamiento de cualquier organización política.

A lo largo de la historia, se supuso que, en el estado de derecho, la seguridad ha de ser constitucional; seguridad para preservar el pacífico disfrute de la libertad. Los estados nacionales se muestran comprometidos con el cumplimiento de los derechos, pero se presenta como un desafío preservar la seguridad, individual y colectiva, en escenarios donde las limitaciones no son contrarias a la seguridad, sino parte sustancial de la misma.

Tras el final de la Guerra Fría, especialmente durante la última década del siglo XX, surgió una sensación de aquietamiento histórico. Expectativa que se reveló por completo infundada a raíz de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Pese a que aún nos falta perspectiva para calibrar cómo ha cambiado el mundo desde entonces, es indudable que la irrupción del terrorismo sometió las laboriosas construcciones del estado de derecho, consideradas las bases de preservación de la seguridad en libertad, a una gran presión. Esto ha llevado a pensadores y políticos a diagramar la necesidad de acomodar el estado de derecho a las nuevas circunstancias. Según este punto de vista, el constitucionalismo de los derechos y de las garantías es un bien accesorio y abstracto, creado en un pretérito diferente a la actualidad. Esto habilita pensar que, mientras la seguridad se vea amenazada, es necesario flexibilizar las previsiones legales y los mecanismos garantistas con el afán de enfrentarse al riesgo con mayor eficiencia y en un plazo más acotado.

En una palabra, frente a amenazas externas, como es el ejemplo del terrorismo, los estados se vieron forzados a tomar medidas drásticas para preservar la seguridad, disminuyendo la libertad de los ciudadanos. Ejemplos de estas medidas son la instalación masiva de cámaras de seguridad y mayores controles en el uso de internet. Estas políticas buscarían aumentar la seguridad de los ciudadanos al poseer un mayor grado de control sobre posibles actividades terroristas, a costa de limitar su libertad, ya que el gobierno también realizaría una vigilancia mayor de sus actos privados. Esto llevó a que los congresos de diversos países debatieran leyes controversiales en las cuales los congresistas y la población se dividieron en dos bandos, aquellos que privilegian la seguridad y aquellos que priorizan la libertad.

En el año 2020, ese debate se trasladó a la pandemia de Covid-19, donde el carácter de la misma requirió de medidas por parte de todos los Estados del mundo, surgiendo en su seno diferentes maneras de afrontarla. En algunos países se tomaron políticas más restrictivas con el objetivo de salvaguardar la salud pública, mientras que, en otros, las medidas estuvieron orientadas a disminuir el avance del virus sin cercenar las libertades individuales. Ambos grupos de políticas fueron recibidos hostilmente por diversos sectores de la población, la cual se dividió en aquellos que favorecían el control excesivo bajo la búsqueda de un bien futuro, la erradicación de la pandemia, justificando a los medios por el fin, y aquellos que plantearon que los medios, limitar libertades esenciales como la de circulación o de trabajo, no justificaban el mencionado fin.

Un nuevo pacto

«El hombre ha nacido libre, pero por doquier se halla encadenado». Esta frase da comienzo al primer capítulo del Contrato social, quizás la obra más importante de Rousseau. Para este pensador, el vínculo entre el individuo –aglutinado en las masas– y los soberanos no está dada por la sumisión, sino por una renuncia voluntaria al estado de naturaleza, acatando las reglas de la sociedad. Es decir, los individuos estarían dispuestos a ceder sus libertades y devenir ciudadanos a cambio de mayores beneficios –seguridad– por parte del Estado.

John Locke planteaba que el hombre había sido creado por Dios, por lo que le estaba vetado acabar con su vida o la de otras personas. La autoridad y las normas que rigen a las sociedades serían un artificio que busca suplir la ausencia de un organismo de control en el estado de naturaleza. En esta vida, se acata la imposición estatal por el bien de la sociedad, por lo cual debemos pagar con una parte de nuestra libertad. En la siguiente, Dios premiará a aquellos que siguieron sus mandamientos y castigará a quienes se aparten de ese camino. La ley natural estaría dada por Dios, las autoridades de la tierra simplemente la harían respetar. En el estado de naturaleza, cada individuo juzgaría y aplicaría las leyes del derecho natural. Al formar parte de una sociedad civil, se delega esa facultad a cambio de que se pene a aquel que las trascienda. Se entrega la libertad de autorregulación de los actos públicos a cambio de una mayor seguridad frente a los actos de los demás. Locke concibe dos contratos. En uno se formaría la sociedad, comunidad que trasciende el estado de naturaleza. En el otro se formaría el gobierno, creación de autoridades y delegación de poder.

Contrato y pacto son conceptos que aluden a una negociación, una elección, en la cual se evalúan beneficios y perjuicios, se hacen concesiones y se toma una decisión. Sin embargo, el contrato social nos ata desde el momento del nacimiento, nos fue impuesto. Quienes lo aceptaron fueron figuras pretéritas pérdidas en los anales de la historia –se entiende que esto es un recurso narrativo y que el contrato social es un elemento propio de la retórica, no un pacto histórico–. No hay una elección real entre libertad y seguridad. Hay libertades que están vedadas desde el principio. Pensar en una elección es ilusorio. Sí se puede pensar en una proporción, la cual no es igual a lo largo del tiempo ni del mapa.

Otro de los exponentes teóricos del contrato social es Thomas Hobbes, quien planteó que la naturaleza humana es reducible a un instinto de conservación. Como la naturaleza humana no hace distinciones de ninguna clase, cada persona tiene los mismos derechos que los demás. Los derechos suelen engendrar objetivos y pretensiones, pero los mismos son más limitados que el número de individuos, por lo que dos de ellos podrían aspirar al mismo, generando un conflicto. Para Hobbes, la conclusión lógica es que devendrán enemigos y buscarán eliminarse mutuamente, siendo este el germen de las guerras. La manera para solucionarlo nos es conocida, engendrar autoridades encargadas de mantener el derecho natural. Equilibrium puede parecernos una adaptación con efectos especiales de El leviatán.

Existen otros pactos que forman parte del tejido actual de nuestra realidad. En un artículo publicado en este sitio (Genovecio Lucía, 2023) hice referencia a los términos y condiciones que aceptamos por inercia al entrar a un sitio web o al utilizar una aplicación. Pareciera que nos encontramos frente a una elección. Sin embargo, esta implica valores inversos a los del contrato social. Cedemos seguridad –datos y permisos– en pos de ejercer nuestra libertad de utilizar tal o cual servicio/producto. Esta elección aparente implica una subtrama, otra elección, la de no leer las condiciones –escritos extremadamente largos y técnicos–, es decir, cedemos algo, pero no estamos seguros de qué cedemos. Al igual que el contrato social, la aceptación de estos términos se vuelve cotidiano, se lo juzga necesario y se lleva a cabo acríticamente.

John Preston toma una decisión contraria a la seguridad al dejar de consumir Prozium II. Acepta la libertad, pero no está seguro de qué está aceptando. No sabe lo que implica sentir. No es una inversión segura, es una apuesta.

Se considera que el momento presente implica un grado de supresión de las libertades por parte del Estado menor al ejercido históricamente. Sin embargo, el mundo digital también implica una pérdida de libertades. La ilusión de control es un elefante en la habitación que todos vemos, pero decidimos ignorar. La libertad de uso de un servicio específico obtenida al aceptar los términos y condiciones es también entrega de libertades, por ejemplo, en la información que consumimos. El contenido que se nos muestra está previamente curado para lograr mantener nuestro consumo del servicio. Los celulares son cavernas individuales y las imágenes que vemos son únicas, seleccionadas especialmente para nosotros. No hay dos algoritmos iguales. La realidad externa podrá ser una, pero existen tantas representaciones de la misma en el mundo digital como usuarios.

El uso del celular parece voluntario, pero genera una rápida e intensa dependencia. Las redes sociales se han vinculado con la activación del sistema dopaminérgico de recompensa, lo que favorece su uso repetido y, en algunos casos, puede derivar en patrones de dependencia o uso problemático (Montag et al., 2019; Andreassen, 2015). No usar el celular o no revisar las redes sociales genera síntomas muy parecidos a la abstinencia. Usarlos genera una calma momentánea a costa de ansiedad futura. La zona de confort parecería caber en nuestro bolsillo, pero es dudoso el carácter voluntario de su uso.

Este fenómeno es notable, pero no es fácil actuar en consecuencia. No alcanza con disciplina y voluntad. La dependencia del celular no solo es química y conductual, sino también social. Se asume que todos tienen un teléfono inteligente, una cuenta de gmail, whatsapp y redes sociales. Es un requisito para el estudio, para el trabajo, para la sociabilización, en ciertas demografías es necesario hasta para conseguir pareja. En Harvard existe un movimiento denominado appstinencia –abstinencia del uso del celular– que promueve la desconexión radical como forma de volver a una vida más reflexiva, menos saturada, con mayor control del tiempo y de la atención. Una propuesta interesante, pero insuficiente sin el acompañamiento institucional. En los micro contratos sociales actuales de educación y trabajo, el uso del Smartphone no parece ser negociable.

Otro punto de conexión entre el mundo digital y Equilibrium es la pérdida de registro. En la película, la droga inyectada iguala al borrar la identidad de los individuos. Sin la capacidad de sentir, la subjetividad se limita a cuestiones fenotípicas. Sin sentimientos, sin arte, sin cultura, el pensamiento también se empobrece. Las vidas de los ciudadanos de Libria son grises, monótonas, siempre iguales. Son discípulos de Sísifo, solo que tienen una motivación política para seguir empujando la piedra y se contentan –no pueden alegrarse– al verla caer. Análogamente, los usuarios de redes sociales consumen contenido que ellos no eligen, gran parte del día, todos los días. En algunos casos ese contenido implica el sufrimiento ajeno vuelto espectáculo. La distancia y el anonimato de las redes quita responsabilidad, anestesia la culpa (Lozano Blasco et al., 2021; Vossen y Valkenburg, 2016) y facilita conductas, generalmente hostiles, que no se llevarían a cabo presencialmente. Asimismo, las redes promueven la homogeneización. Si bien el contenido es diverso y personalizado, busca la creación de bandos, la polarización, la banalización del pensamiento en un maniqueísmo recargado.

Más vale malo conocido…

El dilema entre seguridad y libertad no se circunscribe a la geopolítica ni al uso de redes sociales. Otro ámbito en el que se presenta es la terapia. Acceder a realizar terapia psicológica implica un cambio, un movimiento nuevo, un compromiso. Sin embargo, no es raro encontrarnos pacientes que buscan que el terapeuta los ayude a confirmar su visión de la realidad, que sea cómplice en encontrar culpas ajenas o que les brinde una panacea que borre el sufrimiento, que lo extraiga de modo quirúrgico sin modificar nada más. Hay una resistencia a salir de lo que las redes sociales y la psicología popular denominan zona de confort. Ese espacio, que tendrá nombres específicos en las diferentes corrientes psicológicas, encarna el valor de la seguridad. La zona de confort tiene límites y reglas claros. Las posibilidades son finitas, pero es previsible, no hay demasiado lugar para las sorpresas, para la incertidumbre. Salir de la misma implica embarcarse hacia lo desconocido, amplía el panorama, aumenta el rango de opciones, pero amenaza la estructura de la cotidianeidad y la identidad de la persona. El terapeuta propone un rumbo, el cual necesariamente requiere del consentimiento del paciente para abandonar esa seguridad y llevar a cabo acciones contrarias a la misma, al servicio de una mayor libertad de pensamiento y acción.

En la Terapia Cognitivo Conductual, el método es la reestructuración cognitiva, mediante la cual se busca identificar los pensamientos desadaptativos del paciente y lograr una mayor flexibilidad cognitiva –mediante técnicas como el diálogo socrático y el descubrimiento guiado–. La reestructuración es beneficiosa, permite que el paciente supere los sesgos de su pensamiento que lo llevan a tener una concepción rígida del mundo, los demás y sí mismo. Sin embargo, la puesta en práctica de la misma implica permitir que el terapeuta ponga en tela de juicio la perspectiva del paciente, que lo invite a reflexionar sobre su validez y su función. Las creencias desadaptativas conllevan sufrimiento y evitación de situaciones deseables por el paciente o esperables por la sociedad. Pero la reestructuración de las mismas implica dudar de la percepción actual del mundo. Es una decisión entre mantener el statu quo –seguridad– y buscar superar los obstáculos que impiden determinadas acciones –libertad–. En ambas se paga un precio.

El ejemplo anterior es aún más claro al tener en cuenta la principal intervención conductual de la TCC, la exposición. A través de la misma, se busca que el paciente se enfrente paulatinamente y en un entorno controlado al objeto, situación, pensamiento o recuerdo que está evitando. La exposición genera desensibilización y promueve el descreimiento de los pensamientos desadaptativos al mostrar evidencia contraria a los mismos. La evidencia sobre la eficiencia de esta intervención es robusta. La recompensa es alta, aumentar el repertorio conductual, es decir, lograr hacer, recordar, pensar aquello que se evitaba. Pero el precio también es alto, se nos pide en un espacio considerado seguro que nos acerquemos a la fuente de nuestro sufrimiento.

En el psicoanálisis sucede algo análogo. En la búsqueda de hacer consciente lo inconsciente el analizante no sabe a priori qué puede hallar. Las resistencias al servicio del yo le brindan seguridad. Una seguridad que enferma, que niega, que esconde aquello que es más propio del sujeto. Elegir embarcarse en un análisis implica ir en contra de esas resistencias, romper una cadena siempre implica mayor libertad. Pero la ecuación no es tan sencilla. Sartre nos recuerda que la libertad puede ser una condena.

Lo que nos hace humanos

A lo largo de la película, la posición de John Preston irá cambiando. Pese a sus esfuerzos por ser el hijo pródigo de Libria, se enfrenta a pensamientos y sentimientos que lo hacen dudar de la utopía que se les ofreció. Recuerda el poema de Yeats que leía su compañero. «Pero yo, al ser pobre, tengo solo mis sueños. Tendí mis sueños a tus pies. Camina con cuidado, porque estás pisando mis sueños». También recuerda a su esposa, encerrada y quemada por ofensa emocional. Sus últimas palabras fueron «Recuérdame». Ante la irrupción de estos recuerdos, rompe una dosis de Prozium II. Él está seguro de que la ruptura fue un accidente. Sin embargo, cabe presuponer que una pulsión de libertad pudo haber obrado ocasionando este suceso. Una búsqueda de terminar con la anestesia, de volver a sentir.

Al intentar notificar la ruptura y pedir un sustituto, se encuentra con que el área encargada está cerrada por actividad terrorista. Saliendo del edificio, ve a una mujer siendo detenida y se emociona. Aparta la mirada. La mujer lo confronta y le pregunta por qué está vivo. Él duda y luego responde mecánicamente «Para asegurar la continuidad de esta gran sociedad. Para servir a Libria». Son palabras frías, impuestas. Es otro el que habla a través de sus labios y está comenzando a notarlo.

Esa noche se despierta abruptamente y rompe el empapelado de su habitación en un frenesí –signo más claro de emoción hasta el momento–. Ve la lluvia y un arcoíris. Dos fenómenos meteorológicos naturales que, no obstante, lo conmueven. Se permite apreciar algo por el simple hecho de ser bello, sin ningún fin ulterior. Esto lo asusta y corre a aplicarse Prozium. Este es un tiempo ético, en el cual duda y no se lo aplica. La experiencia del sentir hizo escuela, lo lleva a dudar de sus certezas, a concebir otras perspectivas. Esta no es una decisión fácil, conlleva sufrimiento. Lo invade el miedo por primera vez. Comienza a ser consciente del costo del que hablaba su compañero. Reafirma su decisión, tira dos dosis, las pisa.

En su escritorio, juega con las herramientas, extrae novedades de los objetos, es creativo, siente curiosidad. Su nuevo compañero mata a un ofensor emocional y él se conmueve/horroriza al ver el cadáver y la sangre. En la redada encuentra una habitación llena de objetos prohibidos. Los explora con curiosidad, interacciona con ellos. Por accidente –de nuevo, es lícito dudar sobre el carácter accidental de esta acción–, reproduce un disco de Beethoven. La música lo conmueve y rompe en llanto. Se lleva un libro.

Finalizada la redada, encuentran una jaula llena de perros. Los clérigos no entienden porque los forajidos cuidaban a estos animales. No poseen el concepto de mascota. Los librianos no aman, no quieren, no sienten. Se casan y reproducen solo para mantener constante la existencia y los valores de su sociedad. Creen que cuidaban a los perros para comerlos. Su compañero ordena exterminarlos. Inicialmente se niega, pero luego acepta por no poder justificar su decisión sin develar sus emociones. Sujeta a un perro que escapa, este lo lame. Se emociona profundamente. Lo salva con la excusa de evaluar si tienen enfermedades para prevenir una pandemia. Esto hace que su compañero empiece a sospechar.

Considera que el estilo de vida de Libria es incorrecto. Acude al viceconsejal y le plantea que la matanza sin proceso es violencia. La autoridad responde que esos son los deseos del Padre, al cual hay que obedecer sin importar el nivel de acuerdo con el mensaje. Lo llama fe. John buscará unirse a la resistencia para derrocar a Padre. No solo comienza a sentir como un acto individual, se ve ante la necesidad de actuar. Siente una obligación moral de intentar cambiar el orden establecido.

Conclusión

Equilibrium nos muestra, al estilo de 1984, los riesgos de la concentración de poder, de un contrato social restrictivo y de tomar la libertad como algo garantizado y/o prescindible. También es un claro ejemplo de cómo la empatía funciona en los vínculos personales, pero puede diluirse fácilmente al actuar en consonancia con las masas, especialmente cuando las consecuencias de esos actos son diferidas, recibidas por otros que no vemos. Este análisis no plantea respuestas acabadas –lo cual no parece posible al tratarse de un conflicto irreducible– sobre la discusión en torno a la libertad y la seguridad, pero si considera oportuna su visibilización tanto en términos abstractos como en situaciones concretas. Tomamos decisiones constantes tanto a nivel individual como colectivo a lo largo de este continuum. Ser conscientes de nuestra posición parece aconsejable para que nuestras decisiones sean más coherentes con nuestros valores. Un análisis profundo puede suscitar otros interrogantes en torno a qué tan libres son nuestras acciones y a cuánta seguridad estamos dispuestos a ceder.

Referencias:

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Genovecio Lucía, N. (2023) Black Mirror: Joan is Awful. Subjetividad y autonomía frente al avance de la I.A. Ética y Cine, Congreso Online 2023.

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Puyol, J. (2015) La seguridad frente a la tecnología y los derechos ciudadanos. Confilegal. Disponible en: https://confilegal.com/20151122-seguridad-frente-tecnologia-los-derechos-ciudadanos-22112015-1852/

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Vossen, H. G., y Valkenburg, P. M. (2016). Do social media foster or curtail adolescents’ empathy? A longitudinal study. Computers in Human Behavior, 63, 118-124.



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Película:Equilibrium

Título Original:Equilibrium

Director: Kurt Wimmer

Año: 2002

País: Estados Unidos

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