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Cuando la sangre nos une

por Gallino Fernández, Griselda

–Hola, soy yo. Escucha, te amo tantísimo…
¿Dónde estás? ¿Podemos encontrarnos ahora?

“En cuerpo y alma” es una película dramática húngara que además es romántica: nos propone desde una mirada nostálgicamente tambaleante que no hay mayor drama que el amor.

Toda la película, desde el comienzo hasta el final, dibuja un escenario de contrastes lanzado con violencia implacable. Y teniendo en cuenta que relata una historia de amor no convencional en un matadero de animales, esto no debería resultar extraño. Lo que apabulla es el encuadre de lo abisal. Escenas de descuartizamiento vacuno sin preámbulo pero lentas al mismo tiempo, documentalmente detalladas.

Y entre estas escenas de abundante sangre, carne, cartílago, hueso y metal; una escena bucólica en un bosque nevado en dónde dos ciervos –una hembra y un macho– ejercitan unos juegos de interminable seducción desde un plano decididamente onírico.

Podríamos intuir que van a hacer el amor. Y sí... lo hacen, pero lo hacen acercándose, con tranquilidad, se huelen, se acarician, se demoran. Luego, tras el ensueño, vamos explosivamente al matadero en una contrastación de imágenes caótica y brutal, que sin embargo logra curiosamente amalgamarse, produciendo un efecto de intimidad.

Sufrimiento y placer en necesaria unión: la presencia de lo animal en lo humano y de lo humano en lo animal.

Imágenes que se repiten obsesivamente a lo largo de una narración poética de tiro al blanco. Simple, ruda, sin vuelta atrás.

La trama de la película se desencadena a partir de un momento determinado cuándo una mujer llamada María viene a hacer una inspección sanitaria que desencadena un proceso que irá in crescendo.

Encapsulada en una herida profunda, atractiva, pero totalmente incapaz de mantener un contacto con el cuerpo, con el suyo propio y con el de los otros y con comportamientos extraños de claros tintes Asperger, se enamora del director del matadero: Endre. No es coincidencia que este hombre también padezca de un tipo de diversidad funcional en uno de sus brazos.

El caso es que estos dos seres, con bastante diferencia de edad, se van acercando, con sus resistencias, sus abandonos, sus cuestionamientos.

Se produce un robo en el matadero y una psicóloga entrevista a la pareja protagonista: primero por separado y, luego, a los dos juntos.

Como constantes que reafirman la sustancia de la historia tanto María como Endre descubren en la entrevista psicológica del matadero, que ambos sueñan lo mismo cada noche y se dispara por fin aquel erotismo distante pero no por ello menos profundo, entre ella y él: ni la persona más escéptica es capaz de desafiar a los designios cósmicos, y menos cuando hablamos de sentimientos.

Una atracción gestada a menos de mil kilómetros por hora, donde ambos sueñan lo mismo: ciervo y cierva que se observan y comunican de todas las formas posibles, pero primando la vía sensual, en la eterna nieve de un bosque ignoto.

Hay historias de amor imposibles de encasillar tan deliciosamente imposibles de definir como el mismo amor.

La película nos deleita con dos seres que no entran dentro de los parámetros de lo que, con todas las consecuencias que ello conlleva, ha devenido en algún momento “normalidad”.

Porque en un mundo de sujetos cada vez más ocupados en mirarse los músculos en el espejo como reflejo del más logrado triunfo de la muerte de toda ética de la singularidad, a veces parece que no hubiera lugar para el amor entre una autista y un manco.

El resultado: uno de los desmembramientos más sutiles, bellos y complejos que el cine ha relatado en los últimos tiempos sobre la atracción entre una mujer y un hombre.

Dos personas en apariencia distintas, se van acercando mutuamente pero no sin miedos, no sin dudas, en el caso del director del matadero signadas en el cuerpo y en el caso de la inspectora, trazadas en el alma.

Ella, una rubia platino de apariencia gélida, introspectiva hasta la alienación, enervadamente perfeccionista, de memoria prodigiosa y accionar repetitivo, calculado, es incapaz de controlar lo único que se le escapa de las manos: el amar a alguien. Su psicología es la del todo o nada, cero complejidades estériles mundanas… y el amor no es una excepción.

La película aquí nos deleita con una pequeña muestra de arenas nuevas sobre la erótica femenina en el personaje de María que mira a solas en su casa pornografía: no solo saca a la luz maneras invisibilizadas de enamorarse, sino también, derrumba mitos cansinos como el de que las mujeres no consumen porno.

Un detalle bisagra: María ensaya con un muñeco y una muñeca las conversaciones que tendrá con Endre, a solas.

Las miradas entre ambos son los sueños que constantemente se cuelan en la vigilia.

Sueños, que, no obstante, suelen como contraparte estallarse con la realidad más horrorosa, más perversa: la frágil poesía del momento más álgido de la película, en el intento de corte de vena de nuestra María.

Momento posterior a la escena en que Endre le suelta sin anestesia en el comedor del matadero, dudoso pero en el fondo aterrado de sus sentimientos casi, algo así como:

– Olvídate de lo del otro día. No ha pasado nada entre nosotros.

Directa a la bañera. Sí. En la vena de la muñeca. Sí. Con música también.

Y a medida que la sangre se expande y se mezcla con el agua de la bañera, María impávida se identifica en las palabras que se escuchan detrás de la melodía de la canción de fondo y que son tan obviamente descriptivas de la situación como la imagen: “... perdóname, no puedo quedarme, el me cortó la lengua, no tengo nada más que decir...”

En medio de la locura más desorbitada de todas: la de amar hasta la muerte, en pleno desangre, suena el celular.

Ese aparato de teclas que se compra siguiendo el consejo de su psiquiatra, para que él la pudiera contactar. El azar no siempre se regodea y nos concede más capital de vida. Solo un poco más. Es él. Endre: ha llamado para salvarse y salvarla.

El cuerpo y el alma. Lo que podemos tocar y lo que no. Lo palpable y lo intangible, aquello que vertebra el amor o lo que entendemos como amor. Porque los inescrutables caminos del amor tienen a veces soluciones metafóricas audaces e inauditas para explicar eso en realidad tan inexplicable que es la atracción: la sincronía de los sueños; la magia entrando por la ventana mientras la razón sale por la puerta.



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