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La muerte del sujeto como premisa del capitalismo: entre Charly y el Calamar

por Ormart, Elizabeth

“Pero a la vez existe un transformador
Que se consume lo mejor que tenés
Te tira atrás, te pide más y más
Y llega a un punto en que no querés”
Charly García

(Contiene spoilers de los capítulos 1 y 6)

El transformador de Charly García es una hermosa metáfora de la sociedad capitalista, dominada por la lógica del superyó que pide siempre más. Ningún sacrificio alcanza, siempre se puede hacer más, darle más, ganar más. El transformador va minando de a poco nuestros valores, nuestros puntos límites. Lo que se pone en juego es la propia vida, nuestra libertad en pos del dinero. Una sociedad regida por el darwinismo social de supervivencia del que mejor se adapta, del que puede sacrificar más y más y todo. Un transformador que se alimenta de la carne y la sangre, pero sobre todo del alma que queda atrapada en esa elección. La sociedad capitalista es violenta como la serie del juego del calamar, creada y dirigida por Hwang Dong-hyuk, pero su violencia no radica sólo en el enfrentamiento de los participantes sino que tiene como premisa la muerte del sujeto.

La serie evoca otras ficciones futuristas. Sin embargo, el eje no está en el futuro sino en el descarnado presente que transitan los participantes del juego. Todos ellos están en situaciones límites, cada uno de ellos huye de su vida, de sus miserias, de sus males elecciones. Están en banca rota, pero aún antes de llegar a ese punto estaban quebrados. Situaciones que parece que se resolverían con dinero, premisa que inicialmente deberíamos interrogar.

Seong Gi-hun es el protagonista de la serie, un chofer con deudas de juego a punto de perder a su hija; Cho Sang-woo, es un financista exitoso, un estafador de cuello blanco que a causa de sus deudas ha puesto el negocio y la casa de su madre en riesgo. Abdul Ali es un pakistaní indocumentado que por su condición de inmigrante ha sido explotado en Corea y del que dependen su mujer y su pequeño hijo; Kang Sae-byeok, es una desertora norcoreana que tiene a su hermano en una institución de menores. Todos ellos creen que su vida estaría resuelta si ganaran dinero. Se trata de sujetos enfrentados a la potencial pérdida de los seres queridos, a poner en riesgo la vida o la seguridad de su familia y sienten que no tienen escapatoria, que la salida es sacrificar sus vidas y cual suicidas se entregan al juego de la muerte.

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestros mínimos éticos por ganar un poco más de dinero?

¿Es posible que el amor funcione como un ancla que impida que los sujetos sean atrapados por el transformador?

¿Existe margen de libertad en un juego a vida o muerte?

A diferencia de la ruleta rusa donde el sujeto permite que el azar decida por él, en el juego del calamar los sujetos deberán responder por sus decisiones. Se trata aquí de una elección que cada personaje hace y que excede los cálculos yoicos.

A diferencia de la dialéctica del amo y el esclavo que Hegel en La fenomenología del espíritu define como un “juego a muerte”, en el calamar la muerte es la condición de acceso al juego, es inmediata: la muerte ya aconteció. En la dialéctica hegeliana existía la posibilidad de trascender la lógica del enfrentamiento especular, había una terceridad humanizante, había una suplementación en el trabajo que permitía el pasaje de la animalidad a la civilización. En este juego no hay avance dialéctico. En la lucha por la supervivencia que plantea el capitalismo no hay trascendencia, la vida se agota en la inmanencia de la acumulación. Se trata de una encerrona trágica, del camino sin salida al que nos conduce el capitalismo, a un trabajo alienante para acumular dinero. Se trata de una bola en la que se acumula dinero sin sentido, sin finalidad. Una falsa opción por la vida, donde la muerte del sujeto es la base.

Pero cuidado, no nos dejemos engañar por el calamar que larga su tinta para esconder su rostro. No creamos que los sujetos están determinados, no caigamos en la desresponsalización.

Lo que nos muestra claramente el juego del calamar es la matriz de constitución subjetiva del estadio del espejo. La unidad narcisista que se erige frente a otro ambivalente. El encuentro alienado con un otro que puede ser amigo o convertirse en enemigo en ese momento en que la vida lo coloca enfrentado a nosotros. La constitución inicial del sujeto montada en la ambivalente dialéctica de amor y odio. Allí en los inicios de la fundación del yo se erige como unidad ficcionada de un cuerpo sostenido en un ideal, al tiempo que se segrega a un otro que bascula entre el amor y el odio. Los otros con los que se hace masa por idéntica identificación al Ideal y los otros que se vuelven el objeto de la agresividad que surgen de las pequeñas diferencias. Pero no creamos que hablar de vida o muerte es suficiente para borrar nuestra responsabilidad: siempre hay un margen de elección aun en un juego a muerte. Esta matriz que se pone en juego en el calamar, es la misma que exploró Milgram en su experimento de laboratorio o Zimbardo en el de la cárcel, en el que la diferencia entre presos y carceleros radicaba en su vestimenta. Experimentos psicológicos que nos hablan del modo en que se funda el yo y la sociedad, como masa. Esta tensión que trasunta la serie en soy yo o es el otro en una exclusión deshumanizante.

Cuando comienza la serie los espectadores atónitos nos vemos confrontados a la violencia sin filtros de los cuerpos estallados bajos las balas. En una carrera por llegar a la línea roja. En el juego luz verde, luz roja vemos también gestos de ayuda, de colaboración, de alianza. Allí surgen los primeros lazos a otros y se polarizan en dos grupos, el grupo de los gánsteres de poca monta como Jang Deok-su que llegó al juego para ganar dinero, explotando a otros, como hacía antes de entrar al juego. Y el grupo “de los buenos” que describimos anteriormente, que llega a este estado para salvar o proteger a su familia creyendo que el dinero es lo que les falta para ser felices. Estos últimos han caído en el engaño del capitalismo de creer que ante cualquier problema la solución es económica.

Más allá de la violencia del primer episodio, el punto más deshumanizante se observa en el episodio del juego de las canicas, en donde los que se eligen lo hacen por afinidad o amor. Un matrimonio que elige jugar juntos se enfrenta al dilema de saber que, en ese juego, la vida de uno es la muerte del otro. El hecho de que el esposo le gane a la esposa supone su muerte y para ese evento disruptivo no hay retorno. La culpa lo lleva al suicidio. Kang Sae-byeok sobrevive por la renuncia de la joven compañera de juego, que por amor prefiere perder su vida y darle una oportunidad para que pueda volver por su hermano. Seong Gi-hun muestra su peor cara, la de aprovecharse de un anciano senil, para ganarle. Mientras que Cho Sang-woo, recurre a la estafa, como hacia antes, tomando como presa a Abdul Ali.

El amor y cuidado de otros cercanos que motivó a los participantes a participar de este juego es lo que se pierde en el juego de las canicas. Pero es la crónica de una muerte anunciada, ya que como en el experimento de Milgram el primer paso, participar en un juego que suponga el enfrentamiento especular a otro, presa de nuestra agresión es ya la muerte del sujeto. La lógica de la acción secuencial esta en la base, al aceptar dañar a otro para mantenerme en el juego. Cuando el otro es un extraño volcar la agresividad parece más fácil, pero cuando el otro es mi pareja, mi amigo, cuando hay un vínculo de alianza previo a la agresión, es más difícil, ya que es una parte de uno mismo la que se pierde.



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