La puerta entreabierta

¿Cuáles son los efectos de la desaparición en quien lleva adelante la ejecución de semejante estrago? ¿En qué medida el cine puede abismarnos a este real y enseñarnos algo que vaya más allá de las evidencias? En un pasaje significativo del film “El irlandés”, se recrea la desaparición de Jimmy Hoffa, el legendario dirigente de los camioneros en Estados Unidos. Los datos históricos dicen que Hoffa fue visto por última vez el 30 de julio de 1975 cuando se dirigía a una cita con sindicalistas y miembros de la mafia. Nunca más se supo de él y permaneció en condición de desaparecido hasta que siete años más tarde, en 1982, se le aplicó la ley de presunción de fallecimiento, dándolo por muerto. Pero su cuerpo jamás fue encontrado.

La cultura popular norteamericana no olvidó este hecho ominoso y hay al menos una docena de películas en las que su nombre es evocado, como un espectro o un inquietante cadáver sin sepultura. [1]

A diferencia de las dos versiones anteriores sobre Hoffa (FITS, con Silvester Stallone, y Hoffa, con Jack Nicholson), en las que el tema está presentado como un dato biográfico, con hipótesis controvertidas sobre las circunstancias de la desaparición, El irlandés aborda el tema en su dimensión subjetiva.

En este punto a Scorsese no le interesa tanto la verdad histórica, como la que emerge del alma del perpetrador. Propone así una ficción que le permite realizar, de manera verosímil, los efectos de la desaparición en el desaparecedor.

Ofrece para ello varias pistas al espectador:

1) La índole de la orden, nunca escrita y la más de las veces ni siquiera dicha: ejecute, desaparezca el cuerpo, desentiéndase de su destino, y selle sus labios para siempre, negándolo todo. Analogía con tantos casos argentinos, entre ellos el reciente de Milani, a quien la ejecución personal de la desaparición del soldado Ledo en 1976 lo persiguió como una sombra hasta obligarlo a renunciar a su comandancia en jefe del ejército en 2012.

2) La mirada condenatoria de una hija, de quien Frank dice que “desapareció de su vida esa tarde de julio de 1975”, sin advertir el alcance de sus palabras: la “desaparición” es en realidad la de su amigo Jimmy Hoffa, de la que Frank se sabe sospechado ante su hija. Esta mujer, que sabiamente no perdona, nos recuerda las “historias desobedientes” de hijas que desheredan el apellido de sus progenitores genocidas.

3) El flashback de la guerra, durante la cual Frank hizo su bautismo de fuego en la obediencia a órdenes ominosas. Cuando llevaba prisioneros al bosque para ejecutarlos, les hacía cavar su propia fosa; Frank dice no entender por qué se esmeraban tanto en la tarea, sin advertir que en su desesperación ante la muerte reclamaban al menos una tumba y no una fosa anónima y cruel.

Finalmente, en el desenlace del film, “la puerta entreabierta” es la figura que eligió Scorsese para indicar ese vano que conduce al horror. Pero Frank ha decidido no responder por ese abismo. Pide una y otra vez confesarse, pero la absolución llega sin culpa, y por cierto sin castigo. Más temprano que tarde la muerte entrará por esa puerta, demasiado estrecha para hacer lugar a un sujeto.

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