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De la extrañeza a la búsqueda de integración

por Genovecio Lucía, Nicolás

Universidad de Morón

Resumen:

En este trabajo se propone una lectura de El hombre duplicado (Enemy, 2013) de Denis Villeneuve en torno a la extrañeza de la figura del doble, la compulsión de repetición y la no integración del yo. Se ensayan dos lecturas posibles de la película. En la primera, se considera al doble como una alegoría de lo no integrado, de aquello que se nos presenta como discontinuo y genera una sensación ominosa. En la segunda, se cuestiona la falta de consistencia de la personalidad, la hegemonía de lo múltiple en detrimento del conjunto. En consonancia con esta segunda lectura, se plantean paralelismos con la obra del escritor argentino Jorge Luis Borges, reconocido por su tratamiento de la duplicación y el carácter fragmentario de la personalidad.

Palabras Clave: Ominoso | Doble | Repetición | Personalidad

Enemy: From Otherness to The Quest of Integration

Abstract:

This paper analyzes Enemy (2013), directed by Denis Villeneuve. It focuses on the strangeness of the double, the compulsion to repeat, and the non-integration of the self. Two possible interpretations are described. The first considers the double as an allegory of what remains unintegrated–what appears as discontinuous and produces an uncanny sensation. The second questions the consistency of personality, suggesting the dominance of multiplicity over any unified self. Finally, an exploration of the parallels between this interpretation and the work of Argentine writer Jorge Luis Borges –known for his exploration of duplication and the fragmentary nature of identity– is presented.

Keywords: Uncanny | Doppelgänger | Repetition | Personality


Al comienzo de la película se nos presenta una frase: “El caos es orden aún no descifrado”. Un hombre –interpretado por Jake Gyllenhaal– utiliza una llave para ingresar a una suerte de club secreto que recuerda a Ojos bien cerrados, la última película de Stanley Kubrick. En la habitación una mujer desnuda es observada por un grupo de hombres. Tras enfocar detenidamente a los presentes, se ve nuevamente a una mujer, pero esta vez usando un camisón. Trae una bandeja de metal con tapa, la cual deja en el suelo. Luego, se desnuda y levanta la tapa para revelar una tarántula. La escena corta con la araña a punto de ser aplastada por un zapato de tacón.

Terminado el prólogo, se presenta a Adam Bell –Jake Gyllenhaal–, un profesor universitario que lleva una vida rutinaria, monótona. Se intercalan escenas de sus clases y de la relación que tiene con una mujer (Mary). Por momentos, se muestra a Adam en situaciones cotidianas –teniendo relaciones con su pareja, lavándose los dientes, viajando en colectivo– pero el audio es la clase que da en la universidad. Si bien esa clase parece ser un artilugio contextual para introducir al personaje, su contenido es importante. Es una clase de historia y el tema es el control.

“En todas las dictaduras hay una sola obsesión, el control. Quieren tener control sobre la gente. En la Antigua Roma, daban pan y circo. Mantenían al pueblo ocupado con entretenimiento. En otras dictaduras, tenían otras estrategias. Limitan la información, las ideas, el conocimiento ¿Cómo lo hacen? Disminuyen la educación, limitan la cultura. Censuran todos los medios de expresión. Pero es importante recordar esto, eso es un patrón que se repite a través de la historia”.

Al finalizar la explicación sobre el control, Adam está en la sala de profesores con un colega. Este le pregunta si le gusta el cine y comienzan una conversación incómoda. En ese intercambio, su compañero le recomienda una película, la cual alquila a la salida del trabajo. Esa noche, mira la película y luego se acuesta. Sueña con una escena en la cual la protagonista entra a un hotel y un empleado toma sus valijas. Un empleado exactamente igual a Adam. Despierta sobresaltado y va a corroborar esto en la película. Efectivamente, el extra que desempeñaba un papel mínimo en la película es idéntico a él. Aquí se rompe la cotidianeidad y se introduce un elemento que resquebraja el equilibrio de lo real, un elemento inexplicable, escalofriante, ominoso.

La sombra de una mano torcida cruza mi casa [1]

Freud (1979) concibe lo ominoso –lo siniestro en la traducción de López-Ballesteros– como la extrañeza en lo cotidiano. La presencia de elementos inexplicables, cuasi paranormales, que irrumpen la aparentemente predecible vida de los protagonistas es una constante en la película.

Freud menciona que Jentsch ubica en la incertidumbre intelectual la condición básica para que se dé el sentimiento de lo ominoso. Esto le sucede a Adam, un hombre racional, profesor universitario, que se encuentra con algo que no puede explicar. Se rompe el control –he aquí la relevancia del contenido de la clase de Adam previamente citado–, se instala una duda sobre las reglas establecidas, sobre las fibras que componen la realidad. La razón no es suficiente para dar una respuesta a la visión de otra persona idéntica a él.

Los dobles o el otro yo son una de las principales causas de lo ominoso. Aquí lo siniestro está dado por la duda sobre la propia identidad, sobre su completud. Este temor es el que motiva la película, cuya traducción al español como El hombre duplicado adelanta esta extrañeza, siendo menos impactante para el espectador la aparición del doble.

Adam no puede seguir con su vida ignorando a su otro yo. Se vuelve su prioridad encontrar respuestas. Lo investiga, va a la agencia de actores donde trabaja, se hace pasar por él y retira un sobre. En el sobre figura su dirección, se acerca a la misma y lo llama desde un teléfono público. Lo atiende su esposa (Helen) y lo confunde con su marido –Anthony Claire–, tienen la misma voz. Luego lo vuelve a llamar, esta vez Anthony atiende y le dice que no lo moleste. Helen desconfía de estas llamadas y lo acusa de serle infiel, aludiendo a sucesos del pasado no mostrados en la película.

Helen va a la universidad en búsqueda de Adam. Lo sigue y se sienta en un banco junto al suyo. Tienen una charla rápida y banal, ella no devela su identidad ni sus intenciones. A la noche de ese día, le confiesa a Anthony que fue en búsqueda de su doble. Está angustiada, alterada por la irrupción de lo ominoso. En la escena siguiente, Adam sueña con una mujer desnuda con cabeza de araña caminando por lo que parece ser el pasillo externo a la habitación de la escena inicial.

Finalmente, Anthony y Adam se encuentran en un hotel. Cuando coordinan el encuentro, Adam le dice que tenía el presentimiento de que lo iba a llamar, una posible alusión a una consciencia compartida, a un correlato mental entre ambos. El encuentro lo asusta, lo convence de la similitud imposible entre ambos. La visión en el otro de una cicatriz idéntica a la propia encarna el convencimiento de que lo que está sucediendo no es una anomalía estadística, es un imposible, al menos según los parámetros de la realidad que él posee. En el artículo de Freud, Schelling define a lo ominoso como aquello que estaba destinado a permanecer oculto, pero que ha salido a la luz. En esta escena, Adam se ve perturbado por este misterio, pero Anthony se muestra en control de la situación, sereno.

En una escena posterior, Adam visita a su madre. Le habla del doble, ella lo trata como algo sin importancia. Hace diversos comentarios que denotan ilogicidad, falta de coherencia interna. Le ofrece arándanos, Adam dice que no le gustan y ella dice que por supuesto que le gustan. En una escena anterior, Anthony no para de hablar de su gusto por los arándanos. Le dice a su hijo que tiene un lindo departamento, Anthony luego mostrará su desagrado por el departamento de Adam. Menciona que tiene problemas para quedarse con una sola mujer, posibilitando hipotetizar que su relación no es estable y/o que estuvo viendo a otras mujeres. Finalmente, le aconseja abandonar su fantasía de ser un actor de tercera. Esto se lo está diciendo a Adam, el profesor. Él se muestra extrañado y se corta la escena, pasando a una araña gigante caminando por la ciudad. Las arañas son un elemento recurrente y aparecen después de escenas en las que irrumpe lo extraño, generalmente cuando se confunden, se yuxtaponen, los dos personajes interpretados por Jake Gyllenhaal.

Sísifo empuja su piedra

En la escena que sigue al descubrimiento del doble asistimos a otra clase esclarecedora.

“Fue Hegel quien dijo que todos los grandes eventos mundiales suceden dos veces y Karl Marx añadió que la primera vez es una tragedia, la segunda vez es una farsa. Es extraño pensar que a muchos de los pensadores del mundo les preocupe que este siglo sea una repetición del anterior”.

Los dobles habitan simultáneamente el mundo. Desde una perspectiva lineal cabría pensar que Adam y Anthony tienen un pasado, que nacieron, crecieron y llegaron a su momento actual. Sin embargo, nada en esta historia es lineal ni debe analizarse desde la lógica. La clase de Adam introduce un elemento clave para esclarecer las tinieblas que rodean a la película: la repetición.

Freud considera que la repetición de lo semejante, en ciertas condiciones y en combinación con determinadas circunstancias, despierta sin duda la sensación de lo siniestro. Sólo el factor de la repetición involuntaria es el que nos hace parecer siniestro lo que en otras circunstancias sería inocente, de lo contrario estaríamos simplemente ante un hábito. Se nos impone de esta manera la idea de lo nefasto, de lo ineludible, que trasciende las situaciones en las que nos encontramos frente a una «casualidad».

Anthony sigue a la novia de Adam. La observa desde afuera de su casa, se toma el mismo colectivo, la sigue al trabajo. Desarrolla una atracción obsesiva hacia ella. Esto lo lleva a idear a un plan. Irrumpe en el departamento de Adam y lo acusa de haber estado con su esposa. Le propone salir con su novia en una cita romántica para estar a mano. Terminada la cita, desaparecería de su vida.

Adam va al departamento de Anthony. Le explica al portero que olvidó su llave y este lo acompaña. En el ascensor, el portero le dice que necesita volver al lugar al que fueron la otra noche, sabe que cambiaron las cerraduras y enviaron nuevas llaves. Ese lugar es el club que aparece al inicio de la película.

Una vez adentro, se viste como Anthony y empiece a revisar sus cosas. Encuentra un portarretratos con una foto de Anthony y una mujer. En una escena anterior, se mostró que Adam tiene la misma foto, solo que está cortada, aparece él sin la mujer. Aquí se inserta la duda sobre la simultaneidad. Es decir, que Adam y Anthony no existen de forma simultánea, sino sucesiva. Uno está repitiendo la vida del otro.

Haciéndose pasar por su doble, ambos se relacionan con la pareja del otro. Mary descubre que el hombre con el que está no es el mismo de siempre porque tiene una marca de alianza en el dedo y lo rechaza. Helen también lo descubre. Adam la trata amablemente, se preocupa, a diferencia de su esposo. No lo niega, lo acepta y le pide que se quede.

Anthony discute con Mary mientras maneja, pierde el control y choca. La cámara hace zoom sobre el auto destrozado, una de las ventanas está astillada con la forma de una telaraña. Mientras tanto, Adam parece asumir su vida como Anthony. Encuentra en uno de sus trajes un sobre, tiene una llave. Le pregunta a Helen si tiene planes para esa noche, porque él va a salir. Ella no responde. Se acerca a la habitación y ve a una tarántula gigante que ocupa toda la pared, en posición defensiva. La expresión de Adam denota resignación. Lo más terrorífico de la película le es normal, esperable, lo contrario a lo ominoso.

La llave es la entrada al club del principio. Un lugar sórdido. Su deseo por asistir al mismo convierte a su nueva estabilidad en algo terrible. Él se muestra desganado, como si eso fuera predecible. Esto da la impresión de un eterno retorno, de un ciclo que termina solo para volver a empezar.

Deshacer la telaraña

Si entendemos a El hombre duplicado como un bucle temporal, es lícito preguntarnos qué lo motiva. En su artículo sobre lo ominoso, Freud esboza el concepto de compulsión de repetición. La actividad psíquica inconsciente estaría dominada por un automatismo (repetición compulsiva), capaz de sobreponerse al principio del placer –lo cual explica que el psiquismo genere un fenómeno que produzca la sensación de lo ominoso–.

Existe un subgénero de películas (y series) dedicado exclusivamente a esta temática –El día de la marmota (Harold Ramis, 1993), Muñeca rusa (Lyonne, Headland y Poehler, 2019), Palm Springs (Max Barbakow, 2020)–: personajes turbados que repiten múltiples veces el mismo día, siendo su única salida el cambio personal. Repiten lo mismo para poder descubrir sus traumas, sus mezquindades, sus miedos, sus inseguridades y el grado de responsabilidad que tienen al elegir entre mantener el statu quo o realizar un viaje interno, cuya consecuencia será un cambio externo, contextual.

Freud (1974) planteó que en la infancia se dispone de recursos psíquicos limitados para comprender e integrar determinadas vivencias. Las cuales inscribirán una huella mnémica que se intentará reinscribir todas las veces que sea necesario para ser finalmente elaborada, integrada al yo. En la adultez se espera que los recursos sean múltiples y más sofisticados, permitiendo comprender aquellas vivencias que se repiten. Si un suceso A1 provocó determinado displacer cuando fue un hecho actual –en la infancia– entonces su transcripción mnemónica A2 –en etapas evolutivas más avanzadas– llevará en sí el medio de impedir el desprendimiento de displacer cuando dicha transcripción vuelva a ser evocada. Existe un caso en el que esta inhibición no es suficiente: si A, cuando fue actual, suscitó cierta cantidad de displacer y al ser evocado vuelve a provocar un nuevo displacer, entonces este último no podrá ser inhibido. El recuerdo viene a comportarse entonces como si fuera algo actual (repetición). Tal caso solo puede darse cuando se trata de sucesos sexuales, porque las magnitudes de excitación que estos liberan crecen por sí mismas a medida que pasa el tiempo, es decir, a medida que avanza el desarrollo sexual. Las escenas relativas al club y los paralelismos entre las relaciones de Adam y Mary y Anthony y Helen parecen enmarcarse en estos sucesos –entendiendo la sexualidad de forma literal, sin metaforización–.

Adam/Anthony podría ubicarse perfectamente en este bucle. Hay indicios claros en la película que denotan que ciertos sucesos ya sucedieron. La clase de historia hace referencia a que los acontecimientos mundiales son una tragedia la primera vez que suceden y una farsa la segunda vez. La tragedia son los acontecimientos traumáticos de la infancia, la farsa es la repetición, al servicio de la resistencia, que se mantiene e impide la inscripción.

Borges (1960) escribe en uno de sus cuentos que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Eso le ocurre a Adam en el final de la película, lo ominoso –lo totalmente terrorífico en esa escena– le causa pesar, resignación, no temor. Es consciente de que no pudo salir del bucle, repitió sus pasos, deseó volver al club y sabe que eso lo llevará nuevamente al comienzo. Adam vuelve a ser Anthony.

Se repiten las inhibiciones, las actitudes inviables y los rasgos patológicos del carácter. Todas estas características son las que la película muestra en Anthony, en contraposición a Adam. Es indiferente con su esposa, posesivo, prepotente e infiel.

Al encarnar el rol de Anthony, desconoce que está repitiendo. Cuanto más robusta sea la resistencia, tanto más será sustituido el recordar por el actuar. Adam representa el debilitamiento de la resistencia, el levantamiento de una sospecha. Su aparición implica que la existencia de Anthony es ominosa. Su vuelta al principio, al club, implica una reagudización de la resistencia.

Freud refiere que para que el paciente pueda salir de su enfermedad deberá cambiar su actitud, debe poder superar la queja ante el malestar, examinar las condiciones del mismo y reconocer que constituye una parte de su propio ser. Cuando Adam se encuentra con Anthony en términos cordiales, se atemoriza ante la situación y huye. Se distancia de aquello que le es ajeno, es incapaz de tender un puente, de generar un consenso. Cuando se da un segundo encuentro, esta vez de características hostiles, se resigna ante la pérdida de control –tema principal de la primera clase que se muestra en la película– y toma el lugar de su contraparte, no lo puede integrar, no logra inscribirlo, así que repite su accionar.

Esa repetición no es vivenciada negativamente. Se ajusta a su rol, disfruta de la compañía de Helen, se adapta a su nueva vida. La resistencia puede explotar la repetición para sus fines y propósitos. Adam recibe una satisfacción inicial que es brutalmente interrumpida por la presentación de la araña gigante. Esta es una alarma de la resistencia. Cuando intenta ocuparse de lo discontinuo, de aquello que no ha sido integrado a su yo, obtiene resultados terribles. Es más seguro seguir siendo Adam, sin intentar acercarse a Anthony. No repetir, sino reprimir.

No hay tal yo de conjunto

Otra forma de pensar a El hombre duplicado es como una alegoría del carácter multivalente de la personalidad. Adam y Anthony son dos personas con la misma apariencia física, pero actúan de manera muy diferente.

La extrañeza ante la propia personalidad es un elemento recurrente en la obra de Borges. En Borges y yo (1960), expresa: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. […] Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy)”. El autor diferencia entre Borges y él –a quien quizás podríamos llamar Jorge Luis–, entre el escritor consagrado que es literatura viva y el hombre que disfruta tomar café y leer a Stevenson en su intimidad, sin hacer escuela de eso. Uno es conocido por todos y trascendió a la muerte, el otro será olvidado. Uno es autoridad en los temas que le resultan interesantes, otro no puede hacer agenda de los propios, obligado a retornar constantemente a los del primero. Uno es coherente en su ser, estando todos sus actos justificados en una figura completa, otro se pierde, se borra, posee un yo inacabado, disperso.

Años atrás, en una crítica literaria, había expresado:

“Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y tan simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que destacan hechos independientes y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo” (Borges, 1952).

Estas consideraciones me remiten a la diada Adam/Anthony. Uno es más sereno, otro es esclavo de sus emociones. Uno es más empático, el otro solo vela por sí mismo. Uno está casado esperando un hijo y al otro parece costarle mantener su relación. Dualidades entre las que habita el deseo y se debate la personalidad. Dos caras de una misma moneda. En la película, este conflicto interno se externaliza.

Borges consideraba imposible pensar a la personalidad –en un campo de términos que suelen tornarse ambiguos, también podría hablarse de consciencia, self, yo o identidad–como una noción coherente y acabada. En su ensayo La nadería de la personalidad, se muestra firme: “no hay tal yo de conjunto”. Niega la existencia de una entidad que se mantendría constante durante toda la vida. Considera que esta premisa compone una actitud psicologista. Propone que cualquier actualidad de la vida es enteriza y suficiente.

Borges dignaba baladí suponer que en una acción dada (un gesto, una palabra, un pensamiento) se encuentren condensadas la totalidad de vivencias, recuerdos, posiciones y valores de la persona que la lleva a cabo. No sería coherente suponer un eslabonamiento de hechos en sucesión temporal subordinados a un orden absoluto. La incontable cantidad de pensamientos, interacciones, conductas, previos al momento presente no serían la causa del mismo, no lo explicarían.

“Ocurrióseme que nunca justificaría mi vida un instante pleno, absoluto, contenedor de los demás, que todos ellos serían etapas provisorias, aniquiladoras del pasado y encaradas al porvenir, y que fuera de lo episódico, de lo presente, de lo circunstancial, no éramos nadie”.

Este extracto encarna el absurdo de suponer que nuestro presente es una totalidad, sumatoria y superadora de todos nuestros días pasados.

La concepción de un yo de conjunto implica concebir un grado tal de armonía en nuestros pensamientos, sensaciones, recuerdos, que nos impediría obrar con libre albedrío. Si obré de tal manera en el pasado, y mi psiquismo es un aparato lógico y dogmático, ¿qué me impide volver a obrar de esa manera? Este pensamiento coincide con una visión determinista de la conducta humana, un determinismo de carácter psíquico por el cual nuestro accionar estaría sujeto en todo momento a creencias, emociones, sensaciones, percepciones, ideas, valores y metas.

La posición borgeana no es una oda al libre albedrío, no plantea la no determinación de la conducta en pos de una libre elección de los cursos de acción, por el contrario, es más afín al principio de incertidumbre de Heisenberg, una postura indeterminista según la cual las causas de la conducta no se pueden medir con precisión, no se pueden rastrear a un yo de conjunto latente. Lo más común en la experiencia humana es el corte, lo circunstancial. No resulta lógico alegar una total conexión entre nuestros actos, una inspiración constante de nuestros valores en nuestro quehacer cotidiano.

Borges revive el antiguo debate entre Heráclito y Parménides, tomando una clara posición. No hay tal yo de conjunto. Las personas no son, sino que devienen, se hacen en cada momento. Si un sujeto es considerado sabio por su historia, pero comete un acto de extrema necedad en la actualidad, no tiene sentido decir que es un sabio. Lo mismo sucede para las características consideradas negativas. La existencia no es polar, habita los grises, por lo que debe ser considerada desde un enfoque dimensional, no categorial. En un momento dado, uno es más o menos sabio, pero nunca adquiere la categoría de “sabio” o “necio” para ser incorporada a una supuesta esencia.

El axioma “Es imposible entrar dos veces en el mismo río” está en consonancia con esta postura. Las reacciones humanas son más impredecibles, para otros como para nosotros mismos, de lo que nos gustaría admitir. El mismo estímulo puede generar respuestas muy diferentes dependiendo de la configuración del campo en un momento determinado.

Este corte, esta falta de conjunto, es protagonista de la película. Lo ominoso de sentir qué pensamientos o rasgos de personalidad propios son ajenos. Una grieta en la mismidad que permite que se filtre la otredad.

En El otro (1975), Borges imagina un encuentro con una versión más joven de él mismo. “Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado)”. En esa oración, una de las primeras del cuento, ya adelanta la trama. Habla de un tercero, una persona que se sienta en su banco, pero al referirse a él, a lo que (el otro) silbaba, aclara que nunca ha sido muy entonado (refiriéndose a sí mismo). Escribe una oración que combina la primera y la tercera persona, pero ambas personas son Borges. Son dos, de tiempos distintos, pero a la vez son uno, con los mismos huesos, genes y recuerdos.

En este cuento, momentos antes de encontrarse con su versión más joven, Borges afirma que sintió repentinamente la impresión de haber vivido con anterioridad aquel momento. Cuando era joven, se encontró con su versión anciana. Ahora, ya anciano, se encuentra con su versión joven. Un encuentro que se repite, similar al de El hombre duplicado.

En términos de lo ominoso, el encuentro es similar al de Adam y Anthony. Borges lo percibe como algo espurio, terrorífico, insoportable. Al comienzo del relato, refiere que

«No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí».

El Borges actual lleva a cabo un artificio para sesgar los recuerdos del Borges del futuro. El que será no es él, como tampoco es quien fue.

La forma en que Borges concibe la identidad en relación al tiempo tiene un correlato neuronal. Ersner-Hershfield, Wimmer y Knutson (2009) demostraron que las personas presentan un tipo de actividad neuronal determinado al hablar sobre ellos mismos y uno diferente al hablar de otras personas. Sin embargo, al referirse a ellos en el futuro –al responder qué harían tras jubilarse, por ejemplo–, la actividad neuronal era similar a la que presentaban al hablar de otros, no de ellos mismos. Es decir, nuestros cerebros procesan la idea de nosotros en el futuro como si fuéramos personas diferentes.

En una palabra, no existiría una unidad psíquica constante a lo largo de toda la vida. Uno no es siempre el mismo, cambia, varía. No condensa toda su existencia en cada momento. Uno es en la actualidad, por la combinación de factores dados en un momento determinado, sin condensar en ese instante la totalidad de sus vivencias, recuerdos e ideas. En Borges y yo, la presencia de Borges borra necesariamente a quien él siente que es –a quien llamamos Jorge Luis–. La escisión de la identidad es vivenciada como una maldición, como una carga, una condena. Si no hay un yo de conjunto, aquel que soy deberá pagar por los pecados de aquel que fui, solo para luego ser asesinado por aquel que será. Se imputarán sobre mí las penas de un adolescente que poco conocía de la vida. Mi imagen final será la de alguien que todavía no existe, sobre el cual tengo poco control.

Un proceso clave en la escritura de cualquier obra es la corrección. Dicho proceso se da previo a la publicación, velando por la concreción de la misma. Esto no sucede en Borges. Sus obras volvían a ser intervenidas a lo largo del tiempo. En ediciones posteriores de sus libros, agregaba material o modificaba el anterior. Asimismo, se ha negado a reeditar escritos originalmente publicados en la revista Sur. Borges se confronta con escritos que llevan su nombre y apellido, pero no son de su autoría. Los escribió otro que ya no existe. Frente al escándalo de que se le atribuya una obra que no lo convence, requiere modificarla, hacerla más acorde a quien es, no a quien otros dicen que es.

Frente a lo ominoso de vernos duplicados en nuestras propias vivencias, de desconocer el accionar o el pensamiento de un yo que existió en otro momento de mi vida y ya no existe de la misma manera, se puede pensar en una potencialidad. Maero (2025) reflexiona sobre la utilidad de los aprendizajes. Plantea que la adquisición de conocimiento posee un valor intrínseco que trasciende a los fines materiales. El cultivo del intelecto y las experiencias personales nos complejizan, amplían nuestra comprensión del mundo y el repertorio de conductas posibles. No recordamos todos los libros que leímos, las películas que vimos, los conciertos a los que asistimos o los lugares por los que paseamos, pero esas experiencias nos transformaron. No se pierden en el tiempo, tienen repercusiones indetectables, pero presentes, en nuestro devenir. El autor describe diversos ejemplos que ilustran cómo impactarán en nuestro futuro las decisiones actuales sobre la utilización de nuestro tiempo. Sin embargo, esta apreciación no es de carácter determinista. No somos capaces de dar razón cabal del porqué de nuestras acciones, no nos será posible decir con certeza que tal decisión del presente se debe a otra del pasado, pero sí podemos conjeturar que nos afectará de cierta manera.

En una entrevista conducida por Antonio Carrizo en enero de 1981, Borges afirma que al escribir no piensa en lectores. “Escribo para satisfacer una necesidad y si yo fuera Robinson Crusoe escribiría en mi isla desierta”. En todo caso, al escribir el lector es uno. Aquí hay un desdoblamiento voluntario en detrimento de uno involuntario. Los seres humanos estamos atravesados por el lenguaje. Esto implica que tengamos pensamientos, que no es más que lenguaje interiorizado, pero no somos nuestros pensamientos. Hay una división entre nuestra unidad de sentido, nuestra consciencia, y esos pensamientos que se imponen violentamente sobre nuestra percepción. De hecho, en psicoterapia se busca la defusión entre el self y los pensamientos, los cuales escapan a nuestra voluntad (Maero, 2022). Estar fusionado con los pensamientos genera diversos problemas, desde conductas desadaptativas hasta la conformación de trastornos mentales. Frente a esta irrupción de numerosos pensamientos, que tienen las características de emerger en simultáneo y de ser ambiguos y contradictorios, la escritura surge como una respuesta.

Escribir genera perspectiva, por eso Borges escribe en tercera persona. Al escribir, hay un desdoblamiento voluntario. Esto que escribo está fuera de mi pensamiento, existe en la realidad y sigue las reglas de la lengua. Una de ellas es la linealidad (Saussure, 1973), la cual implica que los elementos se presentan uno después de otro. En el habla, los fonemas se presentan de forma sucesiva. Lo mismo sucede con los morfemas al escribir. Esto permite dar cierto orden a los pensamientos –manifestados en simultáneo, yuxtapuestos, una horda que irrumpe en un instante–. Analizar las ideas como unidades de sentido. Existen diversas formas de atomización de la identidad: el tiempo (El otro), la imagen pública y privada (Borges y yo), el self y los pensamientos. La escritura es una forma de ordenamiento del mundo interno. Un intento de apaciguar la fragmentación. Una búsqueda de coherencia. La escritura autorreferencial, no es azaroso que Borges use su propio nombre en los escritos analizados, quizás pueda pensarse como una forma de repetición, tal como se expuso, una búsqueda de elaboración de lo no integrado.

En la mencionada entrevista, Carrizo le pregunta si temía ser Borges cuando era joven, ante lo cual responde afirmativamente. El entrevistador insiste con un “Al cabo de los años, Borges, ¿ya no teme ser Borges?”. La respuesta es esclarecedora “Me he resignado más bien”. Como todo símbolo, Borges define y limita, marca lo que se es y lo que no. Borges no lo acepta, pero se resigna. Quizás esa sea una aspiración válida para nuestra especie: abandonar la pretensión de completud en pos de un reconocimiento de la fragmentación, aspirando a la aceptación de todo aquello que fue hecho por distintos actores –que existen sucesivamente, pero nunca simultáneamente– bajo ese símbolo que nos fue impuesto y que nos sobrevivirá, nuestro nombre.

Conclusión

Freud hace referencia al escritor prusiano E. T. A. Hoffmann como el maestro sin par de lo siniestro en la literatura. Una de sus novelas destacadas es Los elixires del diablo. Al final del libro, cuando se explican las razones que sostienen la historia, hasta ese momento ocultas, el lector lejos está de comprender el argumento, quedando por el contrario completamente confundido. Esto sucede en películas como El hombre duplicado, donde la estética prima sobre la trama. Buscar una interpretación univoca, oculta, resguardada como premio para los ingeniosos es una trampa. Este trabajo no pretende explicar la película, ni responde a las intenciones que pudo haber tenido el director al momento de embarcarse en este proyecto. Proyectos audiovisuales de estas características tienen la facultad de permitir múltiples lecturas, comparten con el yo su falta de completud, su esencia fragmentaria. Es su capacidad de conmover e incomodar a través de los sonidos, las luces y sombras, los efectos especiales y las actuaciones la que permite ensayar múltiples interpretaciones –imposiciones–.

Referencias:

Borges, J. L. (1925). La encrucijada de Berkeley. En: Inquisiciones. Proa.

Borges, J. L. (1925). La nadería de la personalidad. En: Inquisiciones. Proa.

Borges, J. L. (1952) Sobre el "Vathek" de William Beckford. En: Otras inquisiciones. Sur.

Borges, J. L. (1960) Borges y yo. En: El hacedor. Emecé Editores.

Borges, J. L. (1975) El otro. En: El libro de arena. Emecé Editores

Borges, J. L. y Carrizo, A. (1982) Borges, el memorioso: conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo. Fondo de cultura económica.

de Saussure, F. (1973) Curso de lingüística general. Losada.

Ersner-Hershfield, H., Wimmer, G. E., y Knutson, B. (2009). Saving for the future self: Neural measures of future self-continuity predict temporal discounting. Social cognitive and affective neuroscience, 4(1), 85-92.

Freud, S. (1974) Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II) En Obras Completas. Volumen XII. Amorrortu editores.

Freud, S. (1979) Lo ominoso. En Obras Completas. Volumen XVII. Amorrortu editores.

Maero, F. (2022). Croquis: una guía clínica de Terapia de Aceptación y Compromiso. Dunken.

Maero, F. (2025) ¿De qué me sirve? Grupo ACT. Disponible en: https://grupoact.com.ar/de-que-me-sirve/



NOTAS

[1Título de una pintura de David Lynch, maestro de lo ominoso en el cine.




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Película:El Hombre Duplicado

Título Original:Enemy

Director: Denis Villeneuve

Año: 2013

País: Canadá

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