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Catástrofe, trauma, acontecimiento

por Laso, Eduardo, Michel Fariña, Juan Jorge

Tres chicas están en un pequeño velero disfrutando de un encuentro de amigas en medio del Río de la Plata, y de pronto el cielo se enrarece, mostrando un paisaje atornasolado y amenazante. En la ciudad, el encargado de un garaje sale del edificio y se desploma de manera inexplicable bajo una extraña ceniza que cae sobre Buenos Aires. Un grupo de amigos que se reúne semanalmente para jugar a las cartas ve la escena y cuando uno de ellos sale al exterior, intrigado, también pierde súbitamente la vida. Se corta la luz y el vecindario queda desierto cubierto por una nevada mortífera. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué hay que hacer?

Estamos en el inicio de la versión cinematográfica de El Eternauta, la mítica creación de Héctor Oesterheld. Y es esta entrada situacional la que nos interesa. Es la dimensión más poderosa del relato, porque abre a la incertidumbre: podemos estar ante un fenómeno atmosférico global, un desarreglo climático local, un virus que se transmite por el aire enrarecido… ¿un ciberataque, como el que se conjetura produjo el apagón de la península ibérica la primera semana de mayo 2025?

Ese primer episodio de la serie nos confronta con lo ominoso. Porque es lo familiar que de pronto adquiere carácter siniestro. Comienzan las desconfianzas entre amigos, las sospechas sobre los vecinos, el terror ante el barrio, que se torna frio y desconocido. La amenaza se vuelve éxtima: un exterior que es también interior. El peligro enigmático empieza a entretejerse con la estofa de los fantasmas de cada quien, para dar algún sentido a lo siniestro, y el otro semejante se vuelve también extraño.

La trama continúa, y lo que era una amenaza incierta se convierte en un verdadero escenario apocalíptico del que casi nadie sobrevive. A la nevada mortal se le sumará la invasión de formas de vida extraterrestre dispuestas a adueñarse del planeta. La historieta de Oesterheld se publicó a fines de los años 50, en plena Guerra Fría, y la paranoia de una invasión extranjera se plasmaba en innumerables obras de ciencia ficción, desde la plétora de películas de insectos gigantes radioactivos y mortales, hasta Invasion of the Body Snatchers, de Don Siegel (1956), una de las inspiraciones de El Eternauta: extraterrestres que usurpan los cuerpos de los humanos, infiltrándose así entre los miembros de la sociedad.

El peligro deja de estar afuera, para situarse dentro de la propia comunidad de iguales. ¿Cómo saber si nuestro semejante no es en verdad un invasor, o un traidor al servicio del enemigo? No es lo mismo enfrentar una serie de cascarudos gigantes, que a un amigo o una hija que, de pronto, ya no actúan como esperamos. El peligro externo se hace interno, y el semejante se vuelve potencialmente inquietante. Los doble agentes, los lavados de cerebro, las traiciones, evocan los años del macartismo y los juicios de Moscú. La historieta de El Eternauta es hija de su época, y una de las virtudes de la adaptación cinematográfica es llevarla a la actualidad, como se sabe muy propensa a reeditar lo peor de los años cincuenta.

Podríamos pensar las categorías de catástrofe, trauma y acontecimiento propuestas por Ignacio Lewkowicz [1] no tanto como tres respuestas al desastre, sino como tiempos lógicos por los que se atraviesa en el contexto de un evento disruptivo. [2] La catástrofe como entrada en situación de una novedad que arrasa el orden socio-simbólico puede ser, a la vez, evento traumático y acontecimental.

Al inicio de El Eternauta, tenemos un orden social y simbólico en el que habitan sus personajes. Es el Buenos Aires actual con sus escenarios reconocibles: Puerto Madero, Retiro, Palermo, Núñez, y la zona norte del Gran Buenos Aires (Vicente López, Tigre, la costa del Rio de la Plata). De pronto, en medio de la noche, se produce un corte de energía, y empieza a caer la nevada mortal. A Juan Salvo y su grupo de amigos les invade la angustia y el estupor ante una serie de eventos horrorosos e inexplicables que de a poco tratarán de ir comprendiendo.

Lewkowicz destaca algunos rasgos de este tiempo inicial de la catástrofe; disolución de las consistencias existentes (económica, política, legal, social), primado del cambio sobre la permanencia, arrasamiento subjetivo en un puro fluir social sin sujeto, instalación de la contingencia sin ley ni previsibilidad.

La invasión alienígena es un evento catastrófico y traumático que abre al acontecimiento, al introducir rasgos totalmente novedosos, heterogéneos y siniestros en el contexto del orden en que habitan los humanos de esta historia. Leído desde el orden simbólico en que irrumpe, este exceso cualitativo resulta imposible de simbolizar: es imposible que haya nevadas en verano en Buenos Aires, y que la nieve mate al sólo contacto con ella. Es imposible que haya simultáneamente un apagón de energía eléctrica, de comunicaciones, de internet, de celulares y hasta de automóviles, no solo en el país sino en toda la región, y posiblemente el planeta. Como tampoco es posible que se desmagneticen los polos, o que haya cientos de automóviles puestos como barreras en las autopistas y puentes impidiendo salir. Y, ante todo, es imposible que haya vida inteligente extraterrestre pretendiendo invadir Argentina lavando el cerebro de los humanos para volverlos contra su especie.

Como plantea Lewkowicz, el acontecimiento es la posibilidad efectiva de ese imposible estructural. Imposible desde el marco simbólico que el acontecimiento viene a desbaratar.

Al grupo de sobrevivientes les cuesta la muerte de un amigo aprender que es la nieve la que mata, pero que ésta pierde su potencia mortal una vez caída, o que es posible salir a la intemperie si uno se cubre con ropa impermeable y usa escafandra para no respirar el aire enrarecido. Todos piensan en sus seres queridos y desesperan por ir a buscarlos. Estamos ante un escenario potencialmente traumático: pérdida del orden simbólico, que ya no asiste a nadie para saber qué ocurre y qué hacer, pérdida del ordenamiento jurídico, porque hay una desaparición de toda referencia de autoridad y cada sobreviviente está librado a su suerte, pérdida de innumerables vidas humanas y de seres queridos, sometiendo a los que quedan a una situación de duelo, y desesperación ante la amenaza permanente de muerte, que puede provenir de formas inesperadas. También ante un escenario catastrófico, porque la causa del desastre llegó para quedarse y producir una devastación del campo humano.

La música elegida para el film contribuye a este clima alternando lo diegético y lo extra diegético. Los temas que tararean los personajes, como el Jugo de tomate frío que canta Darín al inicio y al final de la serie, se imbrican con los que suenan de manera incidental, como el Credo de la Misa Criolla, en la escena de la iglesia. Todo esto, enmarcado por un estrago mayor: Héctor Oesterheld escribe la historieta en 1957 y veinte años más tarde, en el 77, es secuestrado y desaparecido por la dictadura junto a sus hijas, yernos y nietos. La catástrofe de la ficción lo alcanza en lo real. Y este desdoblamiento de la escena siniestra está latente e interpela al espectador de la serie ¿Se puede sobrevivir a semejante horror?

De a poco, precariamente, el pequeño grupo va dándose, no sin conflictos, algún tipo de acuerdos para enfrentar la situación, a saldar las diferencias e intereses en pos de una estrategia común. Lewkowicz señala que “mirada desde la estructura, la catástrofe es arrasamiento; desde sí, es contingencia. La contingencia no es el arrasamiento, es la posibilidad precaria de organización de la subjetividad”. [3] Lo que abre a un segundo tiempo, tanto de elaboración traumática cómo de invención acontecimental. De pronto, el dinero ya no importa, pero resulta esencial el agua y la comida, y entonces habrá que ir economizando los recursos y buscar otros. Los celulares se volvieron inútiles, pero descubrir que se puede reciclar viejas baterías pasa a ser un recurso de supervivencia. Contar con armas hace a la diferencia entre seguir vivos o no. A nivel de los vínculos, la prioridad de sobrevivir genera distintos tipos de respuesta, desde la desesperación que lleva al suicidio, pasando por la conformación de grupos armados que vandalizan para salvarse, hasta asociaciones que combinan racionalidad y solidaridad.

La grupalidad es mejor que la individualidad solitaria a la hora de sobrevivir. Se trata de la estrategia efectiva de supervivencia más antigua entre las especies vivas. Sólo que la sociedad humana no es una sociedad de ángeles, y la conformación contingente de un grupo tiende a configurar a los otros grupos como potenciales amenazas.

El edificio donde vive la esposa de Juan Salvo está liderado por un personaje siniestro que trata de matarlo para apropiarse de sus pertenencias en beneficio de su propio grupo. Es el escenario que la serie irá recorriendo: una vez más, al peligro externo se agrega el modo en que los humanos nos damos estrategias para sobrevivir, en un arco que va desde quien sólo piensa para sí mismo y se aprovecha de la empatía del otro (la mujer que simula un embarazo para robarle el vehículo a Salvo), hasta el mártir que da la vida por el grupo (el sacrificio de la monja y el ex combatiente incendiando la iglesia para que el grupo pueda escapar). “Nadie se salva sólo” es siempre una toma de posición singular de cada sujeto. No todos la comparten, y también hay diversos modos de trasladar la consigna a modos de organización.

La adaptación cinematográfica incluye una catástrofe dentro de la catástrofe. Juan Salvo es un personaje que ya viene afectado por un trauma de guerra. Ex combatiente de Malvinas, el nuevo escenario se le superpone a aquél otro ya vivido. Lo que al mismo tiempo lo afecta, pero lo ha preparado para enfrentar la nueva contingencia, que es también un modo de actualizar aquel trauma y, simultáneamente, elaborarlo enfrentando el nuevo escenario. Pero para hacerlo, se requiere además tomar nota de lo nuevo que aporta el evento desastroso. Ya no se trata de ingleses en Malvinas, otros seres humanos contra los que se combate en una coyuntura de conflicto bélico. Ahora la amenaza no es de otros semejantes, sino de algo radicalmente Otro de contornos inquietantes. Una novedad acontecimental que al racionalista de Favalli le va a costar asimilar hasta que se rinda a las evidencias. Es Salvo quien logra nominar la causa de tanto desastre: se trata de una invasión extraterrestre.

Tomar nota de que un elemento nuevo e inesperado ha ingresado en el mundo y poder significarlo, obliga a un proceso de invención que reconfigure un escenario nuevo. Porque no es lo mismo suponer que se está ante un desastre natural, que ante un ataque alienígena, el cual presupone una intencionalidad y un plan. Poder significar ese elemento nuevo que parecía imposible de asumir en el marco simbólico preestablecido, permite reinventar los vínculos y alianzas, pero también los recursos con que se cuentan. “En la catástrofe ya no tiene poder el organismo ultraespecializado sino el organismo plástico capaz de considerar y hacer efectiva cualquier facticidad como condición de su afirmación”. [4]

En El Eternauta, reciclar lo viejo es también una forma de invención o, si se quiere, de re-invención. Si “lo viejo sirve”, es en el campo tecnológico: las novedades tecnológicas reemplazan a las antiguas, pero estas últimas no desaparecen. Simplemente dejan de usarse por vetustas, aunque mantienen su vigencia potencial, que suele reactivarse en escenarios de catástrofe. Mandar un mensaje por whatsapp no suprime la potencia comunicacional de una carta. Y la iluminación a vela ya no se usa, pero vuelve a ser esencial ante la ausencia de energía eléctrica.

En el campo político, en cambio, lo viejo y lo nuevo coexisten. La democracia moderna, republicana y parlamentaria tiene 200 años y no constituye el régimen político dominante en la mayor parte de los países, conviviendo con regímenes monárquicos, dictaduras y gobiernos pseudodemocráticos. Pero no se puede pensar en términos de utilidad un régimen político, porque implica trasladar la lógica utilitaria al campo ético-político. Puro pragmatismo maquiavélico. Es que, para organizar una sociedad, sirve tanto una democracia como una tiranía. Sólo que se trata de evaluar las consecuencias que se derivan de dichos modos de organización social.

En el final de temporada de El Eternauta, vemos que “el enemigo” ha coaptado cientos de humanos vaciados de voluntad, dirigidos por un ser misterioso al que responden cual zombis. Suprimidas las subjetividades singulares, queda una masa que acata automáticamente a un líder. También para los invasores, a nivel político, “lo viejo, sirve”.

Lewkowicz propone dos modos de pensar la catástrofe, con consecuencias diferentes respecto de la posición del sujeto ante ella: pensarla desde lo que hay y desde lo que queda. Pensar desde lo que queda es pensarla como el resto de una operación de destitución, mirada melancólica que hace un balance de lo perdido y anhela recuperar. Un habitar la situación de desastre desde la lógica previa, que da como resultado un déficit: “no queda casi nada”. Pensar desde lo que hay es en cambio pensarla desde el inventario que precede a una operación, que da como resultado un plus afirmativo: “hay lo que hay”. Operación que implica asumir la preeminencia del cambio y la contingencia. Y la contingencia, a diferencia del arrasamiento, es la posibilidad precaria de organización de la subjetividad.

“La contingencia difiere del arrasamiento porque un trabajo subjetivo encuentra el modo de producir el encuentro sobre el azar del choque. No celebramos un inconcebible azar que crea un mundo ordenado para felicidad de sus habitantes; asumimos la emergencia casual de un encuentro que sólo producirá realidad si hay trabajo capaz de sostenerlo como encuentro. Y si no, será dispersión pura, encuentro triste, falso encuentro, mero choque”. [5]

En El Eternauta, la invasión brutal extraterrestre produce una desorganización mortífera. Pero queda a cuenta de cada sobreviviente la tarea ética de sostener el trabajo subjetivo de transformar los cruces azarosos en el medio del desastre, de meros choques en encuentros que reafirmen la supervivencia de lo humano.

Un ejemplo magnífico de este rasgo de humanidad es la escena de la sepultura. Todo es un caos y los tres amigos están desquiciados. La nevada se ha detenido pero la amenaza continúa y la supervivencia se hace más incierta que nunca. En ese contexto, deciden hacer un alto para sepultar al amigo muerto. La ciudad es un tendal de cuerpos, pero en la despedida a uno de ellos se juega el destino de la humanidad toda. Cavan una fosa y despiden al Ruso arrojando tres naipes con el mayor ligue del truco. Un breve ritual funerario que recuerda el gesto de Antígona y que los reconcilia con lo simbólico en medio del estrago real.



NOTAS

[1Lewkowicz, I.; Catástrofe: experiencia de una nominación. En Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Buenos Aires, Paidós, 2004.

[2Para la distinción entre lo disruptivo y lo traumático, ver la obra de Moty Benyakar "Lo disruptivo" (Biblos, 2004) y "Lo traumático" (Biblos, 2006).

[3Lewkowicz, I., ob. cit. pag.161.

[4Lewkowicz, ob. cit., pág. 149

[5Lewkowicz, Ob. cit. pág. 161.

Película:El eternauta

Título Original:El eternauta

Director: Bruno Stagnaro

Año: 2025

País: Argentina