Ignacio Lewkowicz señala que existen tres tipos de situaciones en las cuales tomamos iniciativas que se nombran bajo el modo genérico de “decisión”. Y propone distinguirlas desde un punto de vista metodológico y conceptual, nombrándolas opción, elección, y decisión propiamente dicha. Mientras que la opción se realiza ante una situación que ofrece alternativas limitadas (por ej. A o B), la elección en cambio se da frente a una situación abierta a múltiples alternativas que el sujeto deberá ponderar para quedarse con la de su preferencia. Y reserva el término “decisión” para situaciones en las que el conocimiento disponible del sujeto resulta insuficiente para actuar.
Conforme con esta distinción, propone tres tipos de sujetos supuestos en juego para cada una de las tres modalidades. Mientras que en la opción se supone un sujeto de la conciencia que evalúa de acuerdo a parámetros de información, el de la elección es un sujeto no centrado en sí sino ligado al entorno social con el que comparte sentidos de evaluación semejantes. Por último, el sujeto de la decisión es efecto de la decisión misma, es decir, supone un movimiento que instaura una ruptura en quién decide.
Se trata de un modelo teórico en el que la decisión propiamente dicha representa una instancia a la que se llega cuando frente a una situación dilemática ya no se cuenta ni con la información suficiente para decidir, ni con los parámetros del saber social compartido. Ello no presupone necesariamente que en la opción y la elección sí se contaría con ese saber, ya que si la decisión se desagrega en esas tres modalidades, es porque el acto de decidir está presente en todas ellas. Y esto con independencia de si se cuenta con información suficiente respecto de la situación dilemática, o un sentido social compartido. Siempre hay insuficiencia de saber disponible para obrar, dado que quien opta, elige o decide es un sujeto que no equivale al yo consciente y que desconoce las sobredeterminaciones que se ponen en juego cuando lleva a cabo un acto de decidir. De ahí que en rigor no haya tres sujetos implicados según la situación sea de opción/elección/decisión, sino siempre el mismo sujeto dividido entre consciente e inconsciente, entre saber y verdad.
Esto queda claro cuando Lewkowicz especifica que el escenario de una opción, se reduce a una situación que se juega en el plano de la mera información. Al punto que lo emparenta con la lógica binaria computacional. Sería el modelo del algoritmo de las máquinas que juegan al ajedrez, en donde supuestamente es suficiente con la información para optar por la mejor jugada. [1] Pero un algoritmo no es un sujeto. Cuando un sujeto opta entre alternativas, se pone en juego algo más que mera información consciente: la dimensión de la Otra escena en la que juega el deseo, el goce, la alienación al mandato del Otro, el fantasma. Todas cuestiones que hacen ingresar la opción en otra lógica que la de un cálculo.
A lo que también se agrega la consideración de la naturaleza de aquello entre lo que se opta: no es lo mismo optar por alternativas de un menú en un restaurante, que entre “la bolsa o la vida”, “libertad o muerte”, o la alternativa estructural de la constitución subjetiva: “ser o sentido” –o el consagrado “ser o no ser” del monólogo de Hamlet–.
Aquí también estamos ante una decisión, en el sentido de que elegir una alternativa supone perder la otra. Se trata de una elección forzada, lo que no impide que sea una “insondable decisión del ser”. De modo que en ninguna situación un sujeto elige en base a un mero cálculo algorítmico. Es desde un fondo de “desfondamiento” –o sea, desde la falta en el Otro– que el sujeto decide cada vez, volviendo operante (o no) ese significante de la falta en el Otro. De modo que frente a una situación dilemática puede decidir desde el Ideal del Yo, desde el fantasma, o desde la demanda del Otro.
Decidir: separar y cortar
Respecto del efecto sujeto también se impone una precisión. Como sabemos, no toda decisión produce un efecto sujeto. No toda decisión supone un acto. Hay decisiones que son acting out o pasajes al acto. Es aquí donde conviene recordar la raíz de la palabra "decisión". [2] El término está integrado por el prefijo DE y por CISIO, voz derivada del verbo latino CAEDERE. El término viene del latín decisio y significa "opción escogida, ante todas las posibilidades". Sus componentes léxicos son: el prefijo de- (toma de distancia, alejamiento, separación), caedere (cortar, talar), más el sufijo -ción (acción y efecto). El prefijo DE significa “separación”, y está presente en muchas palabras de origen latino, como por ejemplo “decapitar”, que viene de la palabra “caput”, que significa “cabeza”. Así de-capitar es separar la cabeza del cuerpo. O su variante “degollar”, del latin “collum”, cuello: de-gollar, separar el cuello. Estos son ejemplos de operaciones físicas, pero también las hay mentales, como en la palabra “demostrar”, que leída como DE-mostrar, remite no a una mera exhibición del ente, sino a una cierta separación, toma de distancia respecto de él, para producir una operación sobre el mismo.
El segundo elemento que integra la palabra “decisión”, CAEDERE, significa “cortar”. De manera que la decisión supone una operación simultánea de SEPARACIÓN y de CORTE. Decidir es separar y cortar. De allí la dificultad para “decidir”, en el sentido fuerte del término. Esto se puede ver claramente en el caso de las decisiones amorosas. Iniciar un vínculo supone abandonar otro… y la “decisión”, se dice, no es sencilla. Es aquí cuando aparecen las dos variantes del sufrimiento que se constatan en la clínica.
En la primera, hay separación, pero no hay corte. La persona se separó, físicamente, por ejemplo, pero no ha cortado el vínculo libidinal. Extraña a la otra persona, la cela, etc. El resultado es una vida tortuosa y angustiante.
En la segunda variante, no hay separación (las personas siguen viviendo juntas) pero una de ellas ya cortó el vínculo que la unía a su partenaire. Ya no hay libido puesta en la pareja, y la convivencia se hace también tortuosa y angustiante.
Una decisión en el sentido fuerte del término supondría entonces reunir ambas operaciones: separar y cortar. Tomar distancia del objeto (separar) y a la vez abandonar la carga libidinal (cortar) haciendo posible el trabajo de duelo.
Esto vale no solamente para las parejas, sino que se aplica a cualquier vínculo valioso en la vida de las personas: la pérdida de un ser querido, el abandono del terruño, los cambios vocacionales o laborales. Son decisiones conflictivas, justamente porque suponen esta doble operación de separación y corte, que no siempre está integrada en la vida de las personas.
Toda decisión se realiza desde un fondo de inconsistencia, por parte de un sujeto dividido entre saber y verdad, que frente a diversas opciones, decide sostenido desde diferentes soportes, no todos equivalentes: no es lo mismo decidir no decidir (lo que retorna en forma de inhibición, síntoma y angustia), que decidir en favor de la demanda del Otro, o decidir por el deseo. De manera que si, como plantea Lewkowicz, hay solidaridad entre decisión y ética, resta aun saber qué tipo de ética se pone en juego en cada decisión. Por dónde pasa la separación y el corte. Una decisión no necesariamente implica una ética del bien decir sobre el deseo. Bien puede ser una ética utilitarista, una ética sadiana, o también la ética sacrificial al servicio de sostener al Otro. Desde el desfondamiento de la falta en el Otro, el sujeto vela esa falta con los recursos del fantasma, del yo ideal, del síntoma. Y ante una situación que lo convoca a decidir sobre si quiere o no lo que desea, la elección que haga no se reduce a los sentidos sociales compartidos o al mero cálculo informativo. Siempre se pone en juego el sujeto de deseo, para operar un corte y separación.
Tal vez, el mejor modo de distinguir una decisión de una opción o una elección, es que cuando hay decisión, el efecto que produce es un sujeto. El fondo sin fondo inconsistente está siempre en juego. La opción vela ese fondo con información, la reducción a alternativas de un universo de opciones limitado, que vela un fondo ilimitado. Para decirlo con un ejemplo zizekeano: “¿azúcar o sacarina?” es la alternativa acotada que resulta tranquilizadora al sujeto. Al aferrarse a la mera alternativa que reduce el deseo a demanda del Otro ofertada en términos de opciones, el sujeto se ahorra tener que enfrentarse al fondo oscuro de lo que desea en él. Modo de reducir la decisión a una opción en la que el sujeto se aliena, haciéndose ignorante de lo que lo causa a decidir por una de las opciones. O por el contrario, puede hacerse, de la opción, una decisión.
El mismo problema se encuentra en la elección, cuando una decisión se ve reducida al “habitus”, los sentidos compartidos por el Otro social, vía moral que ahorra al sujeto pasar por una elección que sea decisión: separación y corte respecto de lo que el Otro social espera, en la vía del deseo.
12 hombres en pugna
Así leídas, las modalidades opción – elección – decisión permiten una nueva perspectiva sobre el clásico de la deliberación ética, el film 12 Angry Men. [3]
En la entrada situacional, un jurado de 12 hombres debe decidir sobre la culpabilidad o inocencia de un joven de 18 años acusado de haber asesinado a su padre. Se trata de la lógica de OPCIÓN: guilty / not guilty.
Se hace un sondeo preliminar y la casi totalidad del jurado vota culpable, salvo uno de los integrantes, que vota “not guilty”. Cuando justifica su voto dice que no está seguro de la inocencia del joven, pero que prefiere discutir y argumentar antes de tomar una decisión. Dado que para ser válido el veredicto debe ser unánime, este gesto del famoso jurado número 8 introduce un movimiento en la situación.
El “not guilty” del jurado número 8 que encarna en la pantalla Henry Fonda, muestra que la aparente situación de opción, si bien binaria, contiene la entrada a las fase siguiente. Se pasa así a la instancia de ELECCIÓN. A partir de allí se abren los grados de libertad y se multiplican los argumentos.
Pero al entrar en este nivel, aparecen las contradicciones, las diferencias, los matices que van instalando las dudas también en otros jurados. Y lo más importante, quienes votaron inicialmente “culpable”, advierten que sus argumentos no coinciden con los de otros que habían votado en la misma dirección. Y que, en algunos casos, la discrepancia es total. Aparecen así los prejuicios, la diversidad de puntos de vista, y se va dando una nueva configuración en el grupo. Una puesta en juego de la subjetividad de cada integrante del jurado que, semidichos en sus argumentos, revelan modalidades particulares de goce que sobredeterminan la elección como jurado: querer apurar el veredicto para ir a ver un partido de beisbol, condenar al acusado por motivos racistas, etc.
Pero hasta aquí estamos siempre en el campo de lo ya sabido para la situación. Tanto en opción como en elección, los elementos pertenecen al universo previo. Sus elementos, sean estos binarios o múltiples, anteceden a la situación. Sólo que en lo sabido de la situación, al tener que debatir, los 12 jurados ponen inevitablemente en juego otro tipo de saber, ese que ya no pertenece a la situación, sino a ellos mismos en tanto sujetos divididos.
En el momento culminante del film, se llega a once jurados que dudan de la culpabilidad y uno que la sostiene. Pero a diferencia del inicio, ahora se le ofrece a este hombre que fundamente su punto de vista tomándose para ello todo el tiempo que necesite. Cuando toma la palabra tiene lugar la escena culminante del film.
Es apenas un detalle. El hombre está argumentando de manera enfática la culpabilidad del acusado y en un momento dado ofrece al resto como prueba las anotaciones que hizo durante el juicio y las arroja sobre la mesa. Pero al hacerlo, aparece una fotografía en medio de los papeles. La cámara se aproxima y reconocemos a este hombre, un poco más joven, abrazando a un muchacho que parece ser su hijo. Al ver la fotografía, el hombre se conmueve y dice con resentimiento: “hicimos todo por este hijo… y eso es lo que pasa después…”. Se quiebra. Llora y en medio de su angustia y decepción dice “Not guilty… not guilty”.
Advertimos entonces que su vehemencia contra el acusado era un desplazamiento de su rencor familiar. Conjeturamos una relación difícil con un hijo del que se ha distanciado y advertimos hasta qué punto su actitud estaba teñida de esta deuda. Su gesto desesperado “not guilty” anuda ambos escenarios. Al perdonar al hijo puede también absolver al muchacho que está siendo juzgado. Pero esta decisión no se acompaña de la lógica del universo previo. No va en la línea de las opiniones o los prejuicios del habitus. Constituye un DECISIÓN en el sentido fuerte del término: poder separar y cortar el caso que se juzga, de aquel hijo ingrato con el que tiene cuentas pendientes que resolver. [4]
NOTAS
[1] El ejemplo elegido ya es problemático, dado que la “finitud” del número de combinaciones de las jugadas en ajedrez es humanamente inimaginable, aunque matemáticamente calculable. Se suele citar al estudio realizado por Claude Shannon: 10120, lo que implica que hay más combinaciones de partidas posibles de ajedrez que átomos en el universo (1080). Esto sólo ya abre un panorama diferente acerca de la situación de opción como meramente binaria.
[2] Este comentario sigue la presentación sobre el tema preparada por Dora Serué a partir de una propuesta inicial de Alejandro Ariel.
[3] Sidney Lumet, 12 Angry Men, EE.UU., 1957.
[4] El parlamento final de este jurado #3 es especialmente interesante y ofrece varios matices para la hipótesis clínica que sostenemos aquí: "I’ve got a kid. He’s twenty. We did everything for that boy and what happened? When he was nine he ran away from a fight. I was so ashamed I almost threw up".
"I don’t care what kind of man that was. It was his father. That rotten kid. I know him. What they’re like. What they do to you. How they kill you every day".
"My God, don’t you see? How come I’m the only one who sees? Jeez, I can feel that knife goin’ in".
“Tengo un hijo de veinte años (...) estos chicos te matan todos los días (...) puedo sentir cómo me clava el cuchillo (...)” Es clara (y atroz) la identificación entre el hijo y el acusado-Este padre, como Layo, no soporta la idea de que el hijo lo mate. Pero ese es el destino que un padre debe desear (simbólicamente): que su fruto sea más grande que él. Que decida, en el sentido planteado en este artículo.
Película:Doce hombres en pugna
Titulo Original:12 Angry Men
Director: Sidney Lumet
Año: 1957
Pais: Estados Unidos
Otros comentarios del mismo autor:
• Parasite
• Criminal
• The Father
• Soylent Green
• Soylent Green
• Black Mirror: Joan Is Awful
• Jurado Nº 2