Inicio > Films > Dobles vidas | Olivier Assayas | 2018 | Francia > La banalidad del tweet

La banalidad del tweet

por Torres, Julio

Una pregunta detrás de todo: si podemos dejar el libro como objeto central de nuestra cultura hasta el presente: ¿qué otras cosas podríamos abandonar a continuación? ¿si no precisamos el libro ¿para qué sirve el Estado? ¿el mercado puede reemplazar a las instituciones de inter relacionamiento social? ¿los algoritmos de la red pueden llegar a ser la sensibilidad contemporánea? ¿es necesaria la escuela, la universidad, la familia?

De boca de una de las protagonistas: - los tweets son los nuevos haikus.

En ciertas teorías de la ontología del lenguaje se postulaba un proceso o un momento de creación especial, la presencia activa de un secreto en el centro subyacente de lo posible de ser dicho.

Recordemos brevemente que en un haiku el objetivo es recuperar el asombro cósmico del niño, trascender de lo ordinario a lo mágico, y apagar el rumiar de la normalización mental para quedar contenidos en la emoción del momento.

De esta definición y ambición inicial a un tweet, sólo se conserva la condición formal de una limitación de caracteres y el carácter más caprichoso e infantil de la intención comunicante, todo lo demás, es decir, nada menos que lo esencial, resulta desmentido pornográficamente. El haiku reúne la aspiración más alta de síntesis y de profundidad del pensamiento poético, está claramente en el otro extremo de la expresión lingüística que el tweet. Desmentir y banalizar estas tradiciones ¿qué servicios puede prestarnos?

Se me ocurre que una analogía posible en términos de acción política, resultaría de comparar el J’acusse de Zolá, diatriba pública con la que se hacía una defensa contra el antisemitismo que disparó el caso Dreyfrus, con tirarle un monedazo a un árbitro de fútbol.

¿Puede incumbirle a un progresismo moderno la tarea de ser conservador de algunas cosas? Conservar el planeta sirve para plantear la cuestión.

Hoy los jóvenes de 22 ya quedan afuera de los códigos de los chicos de 18. El diálogo entre las generaciones hoy, es como el diálogo de los amantes clandestinos en el hotel: luego de la noche y la efímera coincidencia de la genitalidad, él le pregunta a ella: ¿Conoces “Los comulgantes” de Bergman? No he visto ninguna película de Bergman. Eso solo, encierra el desencuentro. Si la evolución cultural y tecnológica es tan brutal, parecería que no llega a hacerse un deslizamiento mínimo de la tradición de una generación a otra, como si fueran dos sistemas operativos tan distantes que no se pudiera programar una actualización entre ellos, hay un salto insalvable y algo que se pierde por completo. Esa pérdida completa de la tradición, podría ser un trauma cultural enorme de consecuencias difíciles de calcular.

No es un dato anodino del guion, que el padre de la chica reformista digital, sea novelista y poeta. El editor, cuando se despiden, le dice que ella se va porque tal vez tenga otros intereses, por empezar, un gusto por la literatura más grande de lo que se atreve a sentir, y por el otro, la búsqueda de poder. Tal vez esos dos intereses, en la circunstancia del personaje, puedan leerse desde el psicoanálisis. Al citar al “Gatopardo” de Visconti, extraño en una chica que no vio a Bergman, podemos pensar que aquella contestación era una mentira provocadora, que quizás encubría una deficiente, pero fantaseada elaboración edípica, a instancias de una fantasía epocal de éxito e independencia económica.

Buena respuesta a esto, podría ser la de él al despedirla: Podemos perder la religión, pero no la fe.

Los personajes no parecen pertenecer a un “territorio afectivo cultural”, siguiendo los impulsos de la oferta o la demanda sexual, desabastecen las plataformas emocionales sobre las que están apoyados, paradójicamente sobre la idea del éxito y el placer, y eso genera básicamente dos efectos: una sensación potenciadora de tener valor de intercambio y de menor dependencia, y al mismo tiempo lo contrario, una falta de asidero que podría dejarlos huérfanos o exiliados de sí mismos.

No hay mucha diferencia entre el dueño poderoso de una editorial de 100 años que la puede vender al mejor postor, cuando en realidad el dinero hace rato que no es lo importante, y la joven exitosa que sacrifica su vida personal en pos de su carrera; de la misma forma que los amantes, que más allá de la euforia de gustar, viven en la incertidumbre, no sólo de ser amados, sino de tener la capacidad de amar a los otros y a sí mismos, aunque más no sea a través del oficio al que se entregan.

Recordemos que el director es el mismo que pone en boca del protagonista masculino de “Los destinos sentimentales” lo siguiente:

“Ninguna vida resulta absurda si se ha conocido el amor, aunque sólo sea por tus propias herramientas de trabajo. Me gustaría conocer el significado de la esperanza que depositamos en el corazón de todas las cosas”.

La película no se trata entonces de personas que tengan una doble vida, sino de personas que tienen vidas por la mitad.

Todo se sintetiza en la doble escena final.

En la primera, los dos matrimonios se encuentran en una escena a puro disimulo, la vida parece ser una escena donde uno esquiva las mentiras de los otros con las propias mentiras: la venta de la empresa era una tapadera de otra adquisición corporativa, los matrimonios se encuentran como amigos, cuando en realidad se engañan en sus propias narices, el escritor escribe en secreto otra novela traicionando la intimidad de sus afectos, y así, al infinito.

En la segunda, la del embarazo: - esto es real dice ella.

Podríamos llegar a creer que por fin hay algo indubitable y real: un bebé en camino.
¿Él está contento? ¿Cómo podría saberlo?

La pregunta inquietante es, si vivimos entre tantos dobleces, de verdadero y falso, de ficción y realidad, de auto ficción e hipocresía, de apariencia pública e intimidad, entre comprometer la palabra y no cumplir, en fin…

¿Estamos en condiciones de lidiar y conectar con la realidad?

¿Podemos distinguir dentro de nosotros entre lo verdadero y lo falso, o nos vivimos desencontrando con nosotros mismos a través de todos nuestros escondites falsos?

Hay un famoso cuento de Kafka, “La construcción”, en la que un topo, tal como los de su especie, se la pasa construyendo un montón de túneles falsos que conducen a madrigueras falsas para despistar a su perseguidor, pero al mismo tiempo vive una vida de paranoia e inseguridad, está seguro de que su perseguidor va a encontrarlo, pero quizás es simplemente una alegoría (todo en Kafka sea posiblemente alegoría) en la cual, el encuentro temido sea consigo mismo, y eso sea en definitiva lo insoportable: la inconsistencia de la propia identidad.

La película, como no podría ser de otra manera, tiene un falso final feliz, tan falso y desencajado, como la música y la camisa hawaiana del escritor.



NOTAS

Película:Dobles vidas

Titulo Original:Doubles vies

Director: Olivier Assayas

Año: 2018

Pais: Francia

Otros comentarios del mismo autor:
• Mandarinas