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Los impasses del deseo y el deber

por Laso, Eduardo

“… todo público y todo contribuyente tienen derecho a sus héroes y su happy-end, y eso estamos obligados a procurarlo por igual nosotros los de la policía y ustedes los de la literatura… Pero en las novelas de ustedes, el azar no tiene ningún papel, y cuando algo parece azar, ha sido también destino y disposición… También lo casual, lo incalculable, lo inconmensurable, tienen un papel demasiado grande”.
Fredrich Dürrenmatt, La Promesa, 1958.

Dürrenmatt escribe La promesa como un ejercicio de deconstrucción irónica de la novela policial, en la que la lógica deductiva del detective así como los principales tópicos de la novela de investigación llevan hacia un final doblemente paradójico y desencantado respecto de la razón (algo que también hará Umberto Eco en El nombre de la rosa):

  • - El detective racionalista se topa con el más allá de la cadena deductiva que debería conducirlo a atrapar al asesino, con el límite de lo real, que se presenta como casual, incalculable, inconmensurable, y así pierde el caso y la razón.
  • - Respecto de la dimensión ética, el objetivo elevado de hacer justicia y de cumplir con una promesa dada a la madre de una víctima de encontrar al culpable, lo lleva a aplicar procedimientos que lo hacen tan monstruoso a los ojos de los semejantes como el asesino que persigue.

La novela, ambientada en los cantones suizos, describe al personaje principal como un inspector de policía solitario, impersonal, sin vínculos afectivos, muy formal en sus relaciones, carente de vicios cotidianos como el fumar o beber, y que domina su oficio de detective de modo duro e inexorable. Se trata de un hombre sumamente organizado que maneja el aparato policíaco como una regla de cálculo. No se ha casado ni habla de su vida personal, de la que por otro lado carece. Es alguien que no tiene en su mente nada más que su oficio, que ejerce como un criminalista de categoría, pero sin pasión. El personaje de Dürrenmatt encarna así la racionalidad kantiana, que en el campo ético obra por deber y no por motivos “patológicos”, lo que para Kant implicaba introducir condiciones basadas en pasiones personales que perturbaban el obrar conforme a una Ley incondicional que la razón se dicta a sí misma. Así, el inspector, que era apodado “El definitivo”, dice en determinado momento de la novela “es deber de la policía proteger a los niños y evitar un nuevo crimen”. Se trata de obrar en función de un mandato absoluto que la razón se dicta a sí misma, mandato que pueda ser elevado a Ley universal válida para todos. Es este contexto subjetivo del personaje el que le permite a Dürrenmatt plasmar la tragedia de la ley moral incondicionada, que en pos de su ideal de justicia pura termina retribuyendo al sujeto con una cuota exacerbada de angustia y masoquismo.

El film de Sean Penn, que se basa en la novela, introduce algunos cambios significativos. La acción ocurre en EE.UU., y el inspector es ahora un sujeto dividido entre el deber y el deseo. Si la novela de Dürrenmatt se agota en el tema de mostrar los límites de la razón ante lo incalculable, el film de Penn va más allá del relato al complejizarlo y completar la novela.

Jerry es un policía cansado que se jubila. El día de la fiesta de despedida en el trabajo ocurre una llamada de urgencia. En el bosque han encontrado una niña brutalmente asesinada. Los policías no pueden ver el cadáver sin sentir horror. Jerry termina haciéndose cargo de visitar a los padres de la víctima para informarles del hecho. El está incómodo con la tarea, y en medio del dolor de los padres trata de consolarlos diciéndoles que van a encontrar al asesino. Es en esa situación que la madre de la víctima toma sus palabras y le hace prometer por su alma que va a cumplir con lo que acaba de decir. Un dicho al pasar, de circunstancia, tirado a los padres a los efectos de calmarlos, termina siendo una promesa de carácter sagrado que lo compromete en el núcleo de su ser. Jerry queda así preso de sus palabras. El ha prometido en exceso, y este exceso operará superyoicamente, atentando contra todo lo que pueda llegar a armar en su vida.

¿Por qué Jerry se involucra en un caso cuando se está jubilando? Las ganas de seguir un poco más en el trabajo, la falta de un horizonte futuro para alguien que no ha hecho nada de su vida fuera de trabajar de inspector, todas estas razones no alcanzan para dar cuenta de por qué toma justamente este caso. Es que Jerry es conmovido por una escena insoportable hasta para los policías más experimentados: el cuerpo destrozado de una niña asesinada en la flor de la inocencia, algo que está en el límite de lo representable o pensable, que encarna un mal obsceno y sin velo posible, y que convoca al rechazo o a la petrificación fascinada. En la novela esto es particularmente destacado. El inspector dice: “No tengo mas remedio que seguir pensando siempre en esa niña… Yo miré de frente, sin apartar la vista: había un cadáver descuartizado en las matas; sólo la cara estaba intacta, una cara infantil. Yo me quedé mirando fijo…”. [1]

Jerry mira la escena, pero también podemos agregar que la escena lo mira a él. Esta escena que encuentra por accidente lo desestabiliza, al conmover en él su fantasma, que a posteriori pondrá en juego en su estrategia para atrapar al asesino. Estrategia que consistirá en pensar como él, tratar de saber de su goce y tentarlo con otra niña. [2]

En la novela, el inspector arma una trampa para cazar al criminal: pone un negocio en una zona de circulación de autos donde han ocurrido otras muertes semejantes, adopta una niña similar a las víctimas de la zona para que juegue a la vista de los autos que pasan, y contrata una prostituta para que le ayude a atender a los clientes y la niña. Se trata de un cálculo frío y racional tendiente a cumplir la promesa de manera incondicionada, sin temor y sin piedad por las personas que involucra.

En el film las cosas ocurren de un modo diferente: el inspector compra una estación de servicio en la zona donde pasan autos entre los pueblos donde han ocurrido otros asesinatos similares de niñas, para anotar las chapas de los mismos y llegar a encontrar al responsable. Trabajando en este lugar, conoce por azar a Lori, una mujer golpeada por su ex marido, que tiene una hija que se parece a las víctimas del asesino buscado.

Lacan decía que el amor es una respuesta imprevisible de lo real. Buscando un asesino, Jerry termina encontrando algo no calculado: el amor, una familia y el lugar de padre y esposo. La oportunidad de armar una nueva vida, de tener un proyecto futuro. Lori se enamora de él y se va a vivir a su casa. Pero el amor que encuentra en Lori y su hija opera tanto como desvío del cumplimiento de la promesa, como de recurso para alcanzar a atrapar al asesino, en la medida en que se valga de la niña como carnada. De este modo, Jerry queda dividido entre el amor y el mandato de cumplir con la promesa dada.

El amor de Lori por Jerry, así como el creciente cariño de éste por ella y su hija no figuran en la novela, dando a la historia un sesgo dilemático: se trata del impasse ético por el cual cumplir con la promesa de atrapar al asesino requeriría de la estrategia de ofrecer a la niña como objeto de tentación a un violador, justamente a una niña frente a la cual se ubica desde un deseo de padre, lo que implica que ese objeto sea sagrado y no sacrificable. Como consecuencia, Jerry viste a la niña con los rasgos de las otras víctimas y la pone a jugar frente a la ruta donde pasan autos, al mismo tiempo que está torturado por la idea de que el asesino efectivamente aparezca y la mate.

El film de Penn se preocupa por introducir tres personajes durante la investigación que le hablan a Jerry del valor único y sagrado de un hijo, a este solterón hasta ese momento inconmovible: una abuela, un padre y Lori no figuran en la novela y están en el film para operar como llamado al valor insacrificable de un niño. En la novela, el Dr. H, enterado de la niña que Jerry adoptó para atrapar al asesino, le dice: “¿no comete con eso algo diabólico?” “Es posible”, respondió él.

Penn se preocupa por mostrar este impasse ético a través de una escena en la cual Jerry pierde de vista a la niña y se entera por la madre que fue llevada a la iglesia por un extraño pastor de aspecto siniestro, que era considerado el sospechoso principal. Jerry corre desesperado hasta la iglesia, irrumpe con un arma en la mano y lo primero que ve es al sacerdote desnudo bañado en sangre y a la niña muerta, para luego ver la típica escena de una misa dominical. Por un segundo, su fantasma, ese que lo tortura todo el tiempo, ocupó el lugar de la escena vista en la realidad.

¿Por qué, con este antecedente, Jerry persiste hasta el final en poner a la niña en peligro? Dürrenmatt pone en boca del Dr. H. la salida que hubiese sacado a Jerry de la encerrona: “Sólo se necesita hacer que Jerry tenga razón y que capture al asesino, y ya tenemos la más hermosa novela o guión de cine;... con el éxito de Jerry, mi degenerado detective no sólo se vuelve interesante sino incluso una figura bíblica, una especie de moderno Abraham, en esperanza y fe... (Recordemos el lugar que tiene Abraham en la Biblia como padre de la fe, a partir de superar la prueba que Dios le impuso de sacrificar a su hijo Isaac) Le propongo que Jerry, apenas ha descubierto las trufas (se refiere a los chocolates con los que el asesino seducía a las víctimas), al saber del peligro en que está la niña, encuentre imposible seguir llevando adelante el plan de utilizar a la niña como cebo, bien sea porque ha madurado su afecto altruista, o bien por cariño paternal hacia la niña; por lo cual dejaría segura a la niña con su madre y pondría junto al arroyuelo una pequeña muñeca”.

Pero Jerry es un detective kantiano. La ética kantiana implica un deseo de ley en tanto hacer que el deseo sea deseo de que se cumpla la ley formal, el imperativo categórico, al precio de los afectos y anhelos personales, vale decir, a costa del sacrificio de cualquier objeto que pudiera tener valor fálico para el sujeto. Se trata de reducir el deseo a la ley misma hasta que el deseo reduzca al imperativo categórico mismo.

Recordemos que la Ley Moral para Kant se enuncia “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal.” Se trata de una ley incondicionada, es decir, que no admite excepciones ni condiciones que la moderen o la relativicen, ya que es ella la que establece las condiciones del deber ante el cual el sujeto se tiene que someter, incluso si eso implica el campo del malestar. Kant rompe con la ética del placer para señalar una ética del más allá del placer. Lacan dice de la ley moral kantiana que es el deseo en estado puro, “ese mismo que conduce al sacrificio de todo lo que es el objeto del amor en su ternura humana, no sólo el rechazo del objeto, sino su sacrificio y asesinato”. Punto que le permite a Lacan señalar al sistema sadiano como la verdad de la ética kantiana. Para el psicoanálisis no se trata del deseo de ley, sino de la ley del deseo. La ley articula el goce con el deseo, en tanto inscribe la castración, ordenando por la vía del falo los objetos deseables.

El superyó no es la ley, sino la ley en tanto incomprendida, que por lo tanto se reduce a la pura función invocante de la voz, culpabilizando al sujeto por desear, es decir, por faltar al Otro. Freud calificaba al superyó “abogado del Ello”, y “cultivo de la pulsión de muerte”, porque atacaba al sujeto por vía de la culpa, llevándolo a sacrificar su deseo para ofrecerse al goce del Otro. De ahí que para Lacan , apoyándose en la ética del psicoanálisis, afirme que en verdad, “de lo único que se puede ser culpable es de haber retrocedido en su deseo”.

Jerry retrocede en su deseo de padre para cumplir con un mandato del Otro, mandato que es leído en una vía que lo pone en una secreta comunidad de goce con el asesino que persigue: ambos ofrecen una niña en sacrificio, uno por goce sádico, el otro por deber.

Un día le niña le cuenta a Jerry que se ha encontrado con un mago que le dio unos chocolates en forma de erizos, y le dijo que se vean al día siguiente en un claro del bosque. Jerry permite que ella vaya y se oculta con otros policías para esperar la llegada del criminal. Pero el asesino no acude. Por azar, éste muere en un accidente automovilístico camino a la cita.

De haberse producido el encuentro, Jerry habría quedado redimido, al haber cumplido su promesa y a la vez salvado a la niña que él mismo puso en peligro. En cambio, el desencuentro devela la estructura de lo que más allá de las buenas intenciones estaba en juego. La policía, cansada de esperar, abandona el lugar e informa a la madre de lo que está sucediendo. Enterada, Lori va a buscar a su hija en un estado de desesperación. A los ojos de ella, lo que ha hecho Jerry es horroroso, dado que el amor por ella y la niña debería haber impedido a Jerry poner a la niña en situación de ser víctima de un perverso. Si fue capaz de hacer eso, entonces toda su historia de amor con él aparece ahora como una estafa armada para atrapar a un asesino. El cumplimiento del deber y de la promesa, atados a un fin elevado, termina sirviendo al mal. Punto en el cual Jerry se queda sin familia y sin razón. De ahora en más él esperará para siempre a que el asesino acuda a su cita para darle la razón, para que todo lo que hizo alcance una justificación que lo desculpabilice de su secreta complicidad con el goce del Otro.

El cumplimiento de la promesa queda así diferido, y el sujeto suspendido en una espera loca sin poder concluir, porque de concluir allí, su alma estaría condenada en tanto ha puesto a un objeto sagrado para la cultura (una niña, una hija) en riesgo de ser asesinada, al mismo tiempo que no ha cumplido con su promesa, y así a los ojos de los demás ha cometido un hecho tan monstruoso como el asesino que persigue.

Nadie enloquece sólo porque haya fallado un plan para atrapar un criminal. Lo enloquecedor para Jerry es descubrir en sí mismo una comunidad fantasmática con aquel que persigue, en tanto su empeño por descubrir al asesino lo lleva a poner en riesgo los mismos objetos de amor que se supone debería haber protegido. Esto es lo que debería haber descubierto en la escena de la iglesia: que con su estrategia podía perder una hija y colaborar con el goce de aquel a quien persigue. Por eso, que no se haya detenido en ese momento le retorna desde el Otro con la sanción “hijo de puta” que Lori le espeta.

El film muestra así una impasse de la razón: empleando la lógica del automaton (los rasgos de fijación del goce del asesino permiten volverlo calculable: zona donde opera, tipo de víctima que elige, rasgos idénticos de las niñas, estrategia para atraparlas), se topa con la tyche, el encuentro con lo real en tanto imprevisible, azaroso, incalculable, desarmando al sujeto mismo.

En su seminario “Los no incautos yerran”, Lacan afirmaba “Lo que ustedes hacen, muy lejos de ser obra de la ignorancia, está siempre determinado ya por algo que es saber, y que llamamos inconsciente. Lo que ustedes hacen, sabe, sabe lo que ustedes son, los sabe a ustedes”.

Jerry es un buen ejemplo de aquello que Lacan calificaba de los no incautos: que yerran. “Aquellos que no son incautos del inconsciente, es decir, que no realizan todos sus esfuerzos para ajustarse a él, no ven la vida sino desde el punto de vista del viator, del viajero”. Se trata de ser incauto, es decir, de ajustarse a la estructura. “Para el buen incauto, el que no yerra, es preciso que haya en alguna parte un real del que él sea incauto”. Ser incauto de lo real, vale decir, de aquello que está más allá del automaton: la tyche, el punto de real que está en el centro del nudo inconsciente, ese punto de goce oscuro en el que finalmente queda atrapado. Jerry es en este sentido un no incauto, porque de haberlo sido, habría advertido el punto en que su goce estaba comprometido, para hacer otra cosa que sacrificar sus objetos amados.

Dice el Dr. H. en la novela : “No hay cosa más cruel que un genio que tropieza en algo idiota. Pero en tal caso, todo depende de cómo tome el genio lo ridículo en que cayó: de si lo sabe aceptar o no. Jerry no lo supo aceptar. Quería que su cálculo le saliera bien también en la realidad. Por tanto tenía que negar la realidad y desembocar en el vacío... También lo peor es lo que sale a veces. Somos hombres, tenemos que contar con ello, armarnos contra ello y, sobre todo, darnos cuenta de que sólo evitaremos estrellarnos en el absurdo, que por necesidad se muestra cada vez más evidente y poderoso, y sólo podremos hacer de esta tierra un lugar relativamente habitable, si introducimos ese absurdo en nuestros cálculos”



NOTAS

[1Penn, S.; The pledge, EE.UU. 2001

[2En el film Backdaft, de Ron Howard, un bombero interpela a un piromaníaco. Este último descubre en el bombero una secreta comunidad: el oscuro goce con el fuego, la mirada fija ante los incendios, especialmente aquel en el que murió su padre. El bombero goza del fuego igual que él, sólo que no lo asume y vive combatiéndolo. Combatir el fuego es una lucha contra la tentación de incendiarlo todo, especialmente al padre.