Candela

Candela [1]

«El psicoanálisis es como las novelas cortas, permite obtener efectos de estilo»
Jacques Lacan, referido por Eric Laurent

«Le cinéma dans la tête, c’est à dire, la pensée»
Christine Angot, a propósito de su novela corta Una semana de vacaciones. Editorial Anagrama, 2014.

A la manera de una novela corta, de una nouvelle, el breve film ideado por Hilda Catz y realizado por Nacho Steimberg, nos invita a hacer algo con nuestros epígrafes.
Se trata de un cortometraje, es decir una composición cinematográfica que no llega a los 30 minutos -de hecho, dura apenas 12. Y que encuentra su mayor mérito justamente en esa economía de recursos. A la manera de otras formas estéticas de alto valor analítico, como los “minutos Lumière” o los “film Haiku”, que se caracterizan por sus “efectos de estilo”, es decir por el valor del corte/corto que impone la sesión breve.

En ese lapso del film, se concentran, se recortan distintas líneas de trabajo:

Ante todo, la cuestión de las tres generaciones como estructura subyacente al síntoma que emerge en la niña. Está latente así la referencia a la tragedia griega y en particular la saga de los Labdácidas: la paidofilia nunca castigada en Layo se transmite a su hijo Edipo, quien a su vez paga en la generación siguiente con el crimen y el incesto. Y son luego Antígona, Etéocles y Polinice, los hijos de Edipo, quienes en la tercera generación encarnan la transmisión de este patrimonio mortífero.

En segundo lugar, la emergencia, durante la entrevista con los padres, de una imagen cinematográfica y la entrada que la analista decide darle a ese fantasma. Es un fantasma que le pertenece, pero que acontece sin embargo en transferencia con el clima ominoso de la sesión.

El film nos ofrece aquí una puesta en abismo, concepto que refiere a una obra al interior de otra, cuando la segunda establece un diálogo con la primera y arroja una nueva luz sobre ella. Una película dentro de una película, una obra de teatro dentro de otra –como la célebre play scene de los comediantes en Hamlet, que termina delatando al asesino del Rey. En este caso la escena de la película Brasil al interior del corto Candela cumple esa función. La imagen del secuestro del padre en el film pone en marcha la, intervención de la psicoanalista, que a su vez quiebra al padre, revelando así la otra escena reprimida que explica el síntoma de la niña.

En tercer lugar, el método que aplica la terapeuta, que recuerda las abducciones de Charles Peirce y el “disparo en la oscuridad”, como lo llamaba el filósofo norteamericano. Recordemos para ello el “silogismo” de Charles Peirce: tenemos un hecho incomprensible C (el mutismo selectivo de Candela), pero podemos conjeturar una hipótesis A, que de ser verdadera haría que C se explicara naturalmente. Si este “disparo en la oscuridad” se encontrara en su destino, podríamos considerar que A es verdadera. En síntesis, las abducciones son las conjeturas espontáneas, que requieren de la imaginación, de ese destello que supone ir más allá de lo ya sabido para una situación. En términos de Peirce, ese estado de musement, que hace de la abducción “el primer paso del razonamiento científico” (Collected papers 7.218)

En cuarto lugar, nos interesa por lo tanto el efecto suplementario que abre un segundo movimiento de la ética. Se trata de la intervención, intencional, pero no del todo calculada, que posibilita la entrada del abuelo (reprimida en el relato) organizando los tiempos generacionales y permitiendo tramitar de otra manera el mutismo de la niña.
Volvamos para ello al corto: notemos que, al inicio, la psicoanalista es presentada desde los emblemas del saber: un consultorio con generosas bibliotecas, detalles de pinturas originales en las paredes, un escritorio con libros, un diploma de la Asociación Psicoanalítica Internacional... Una terapeuta, de aproximadamente 50 años, experimentada y consultando su nutrida agenda. No sabemos si este guion fue una propuesta de Hilda Catz o una elección estética de la dirección. Pero está en el film. Y lo importante es que efectivamente es desde ese lugar que esta mujer aborda inicialmente la situación: “hago todas las preguntas necesarias en estos casos”. Hay inclusive un detalle interesante: durante la entrevista con los padres, la analista repite la pregunta sobre una situación de duelo o pérdida, insistiendo así en una hipótesis ya sabida, ya preparada de antemano. Pero más ella insiste y más los padres ratifican su negativa.

Es allí cuando la toma por asalto la imagen de la película Brasil, la escena ominosa del secuestro. Recién entonces el marido se quiebra y relata la escena de la desaparición de su propio padre. Su esposa queda consternada, porque se trata de una escena que este hombre nunca había contado. Ni a su mujer, ni a su analista… y en rigor, ni siquiera a sí mismo. No se trata de una escena que este hombre ocultó deliberadamente, sino de una escena que “apareció” en transferencia, con la marca ominosa del silencio que sigue pesando sobre ella… pero que súbitamente comienza a ceder.

En este efecto, también la analista se inventa a sí misma desde un lugar diferente al de los emblemas que abrieron la situación. Todo el corto puede leerse, entonces, retrospectivamente, a partir de dos movimientos de la ética. El primero, hasta la escena de la irrupción de la película Brasil, que da cuenta del saber hacer de la terapeuta; el segundo con la entrada de la singularidad situacional, en que la analista interviene sabiendo hacer allí con esa escena dentro de la escena, situándose ella misma del lado del acto creador.

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