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Agentes del caos

por Cataldo, Elisabeth

Universidad de Buenos Aires

Resumen:

El presente trabajo intenta una lectura de la naturaleza de la locura como fenómeno separado de la estructura psicótica. A través de los personajes del filme Se7en, de David Fincher y El Caballero de la Noche, de Christopher Nolan, proponemos que la locura produce una forma paradójica de discurso que en su transmisión, al mismo tiempo deshace el lazo social y enlaza socialmente.

Palabras Clave: Locura | Se7en | discurso | Guasón

Agents of Chaos: About Madness in The Dark Knight and Se7en

Abstract:

This paper attempts reading the nature of madness as a phenomenon separate from psychosis. Through the characters in the film Se7en, by David Fincher, and The Dark Knight, by Christopher Nolan, we propose that madness produces a paradoxical form of discourse that in its transmission simultaneously undoes the social bond and bonds socially.

Keywords: Madness | Se7en | discourse | Joker

La normalidad siempre definió a la locura, y la locura a la normalidad. Hasta la modernidad, esta era una dialéctica cuyo resultado era la otrificacion de la locura, su discriminación, su alejamiento, su curación. Hoy, bajo el influjo del discurso capitalista, los términos de la dialéctica cambiaron: Es el tiempo de la locura.

Hoy, la locura se define –como todas las cosas– de acuerdo a su performatividad; esta debe servir, siendo empaquetada, consumida, admirada, evaluada, repetida, viralizada. Lo que se des-cubre como síntesis de la dialéctica premoderna es que dentro de la locura existe una verdad, un brillo cautivante… un bien más. La locura es recurso actoral, cualidad de branding, algo que atrae atención, y con ella dinero y poder. Nuestro propósito para este trabajo es indagar esta atracción. ¿A qué se debe? ¿Cómo funciona? ¿Cuáles son sus consecuencias? Para esto partiremos de dos icónicos “locos” del cine; por un lado, John Doe, de Se7en (Fincher, 1996) (en Latinoamérica, Se7en: Los siete pecados capitales), y por el otro, el Guasón de El caballero de la noche (Nolan, 2008), hipotetizando desde la distinción que Lacan señala en 1946 entre la locura y la psicosis, (Schreiber, 2022, Muñoz, 2007, 209) que distingue a la locura como un fenómeno transestructural.

“¿Cómo podrían querer criar un hijo en una ciudad como esta?”

Tanto Se7en como El caballero de la noche transcurren en una ciudad al borde de la razón. En la primera, David Fincher nos muestra una ciudad sin nombre, profundamente oscura y opresiva, donde la injusticia, la apatía, la anomia, la ignorancia están a la orden del día y los pecados mortales no son nada más que sucesos ordinarios. La Ciudad Gótica de Christopher Nolan es más prolija solo en la superficie. En realidad es una ciudad pobre, desigual, desesperada por liberarse del yugo del crimen organizado y la corrupción que Nolan nos mostró previamente en Batman Inicia, hasta el punto en donde la única persona que pudo hacer mella en la injusticia fue un millonario que se viste de murciélago por las noches y se enfrenta a un hombre vestido de payaso. Los personajes de los filmes reconocen el decaimiento de sus comunidades, y cada trama se desarrolla desde sus posiciones respecto a este.

En Se7en, John Doe (Kevin Spacey) reniega de la pecaminosidad a su alrededor. Asqueado de tanto vicio, ejerce un arte del homicidio digno de il sommo poeta. El detective Somerset (Morgan Freeman), el último buen hombre, comienza la película sumido en el cinismo y la derrota; su nuevo compañero y futuro reemplazo, el idealista detective Mills (Brad Pitt) reacciona con ira ante la dejadez de la fuerza y la ciudad. Tracy, su esposa (Gwyneth Paltrow) siente el horror que la rodea, y, estando embarazada, se pregunta si es correcto traer a un niño a ese mundo.

En El caballero de la noche, la desesperada Gótica recibe un rayo de esperanza con el idealista fiscal de Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart), que resiste la corrupción de las mafias, asistido oficialmente por el Comisionado Gordon (Gary Oldman) y no-oficialmente por Batman (Christian Bale). Cuando el caballero oscuro captura al contador que lava el dinero de los mafiosos, ellos contratan al Guasón (Heath Ledger) para matarlo, pero este resulta ser mucho más que un simple mercenario. El Guasón es un hombre de principios, y esos principios consisten en que cualquiera está “a un empujón”, a un mal día, de ser como él. El Guasón no quiere el dinero de las mafias, ni a las mismas mafias, y definitivamente no quiere matar a Batman, a quien ve cómo su justo y único adversario por el alma de Ciudad Gótica; quiere que Batman y la sociedad de Gótica se liberen del yugo de la civilización sobre la locura, el límite sobre el exceso, la solemnidad sobre la risa. Que abandonen la idea del bien y del mal. Para él, esta es la verdadera y única forma honesta de vivir en un mundo horrible.

“Es más confortable para ti llamarme ‘loco’”

La primera pregunta sería si podemos simplemente categorizarlos como “locos” según el sentido común, “psicóticos” desde el psicoanálisis, y quién sabe qué trastorno desde la psiquiatría. Pero eso sería meramente una forma de velar la amenaza presente en estos personajes, y de simplicar a sus –nuestros– contextos.

Doe, después de todo, no parece ver nada que no vean los otros personajes, y el Guasón podrá ser un nihilista, pero eso es una posición filosófica conocida, si bien no muy apreciada. Aún así, todos piensan que Doe y el Guasón están dementes; Mills pasa la película entera señalando un millar de razones por las que John Doe está loco: Su departamento está oscuro, sucio, enterrado bajo una maraña de libros escritos por él mismo, sus oscuros, inquietantes pensamientos vomitados en la página y sus crímenes planeados con tiempo, dinero y paciencia sobrehumanas. El Guasón con sus cicatrices, maquillaje, modales inquietantes, lleva a cabo crímenes geniales sin ahorrarse sangre de propios y ajenos. Son hombres sin rastros legales, huellas digitales, amigos, ni un lugar al que llamar propio; hombres sin historia, incomprendidos por todos excepto por Alfred, el mayordomo de Batman, que sabe que algunos hombres “no buscan nada lógico, como dinero. No se los puede comprar, intimidar, negociar o razonar con ellos. Algunos hombres solo quieren ver arder el mundo.” (Nolan, 2008). Aquí, sin embargo, pretendemos pensarlo dos veces antes de patologizar posiciones morales, políticas o filosóficas. ¿Qué es lo que hace a Doe y al Guasón “locos”? Considerando el apartado anterior ¿por qué no considerarlos campeones contra el pecado y la desesperación en que viven? La verdad es que ambos son extraños, lo que los marca como más allá de nuestro ambiente, de nuestra “normalidad”, pero más allá de las sensaciones de rechazo o inquietud que nos pueden provocar, todos tenemos rarezas más o menos notorias, esto es algo que un psicoanalista sabe bien, que las personas “sanas”, “normales” no tienen acceso a aquello que les es más íntimo, igual que cualquier psicótico. Quizá hay una diferencia en que Doe y el Guasón no se preocupan tanto por disimular sus peculiaridades, por entrar dentro de una definición común de las buenas costumbres, pero eso, como tantas cosas, puede ser tanto virtud como vicio, salud o patología.

“No es sobre el dinero. Es sobre enviar un mensaje: Todo arde.”

Alguien podrá proponer, despegándonos de la respuesta fácil de que “son raros y provocan rechazo”, que Doe y el Guasón están locos por sus ideas moralistas y antimoralistas, su deseo de sermonear a su sociedad para que los imiten, y las acciones que toman para conseguirlo. El problema con esto es que generalmente ante una idea moral, a cualquiera le es muy difícil no querer que los demás se le unan. Es el origen de la política, la pregunta de cómo –colectivamente– deben ser las reglas de la polis. Y es algo propio del narcisismo y el superyó; no solo creer que nuestras reglas personales tienen sentido, sino que poseen una lógica que se extiende más allá de nosotros y debe ser válida para cualquier otra persona. Deber: Obligación y posibilidad juntas. En estos casos, nosotros encarnamos para otros un posible discurso del Otro, una alternativa fácil, neurótica, provechosa, a la identidad de separación de tales discursos (Soler, 2008, 231) del fin de análisis.

Sin embargo, más allá del narcisismo común de querer encarnar un Discurso del Otro, usualmente no recurrimos al asesinato espectacular para esto, mientras que Doe y el Guasón se ubican en el centro de ese espectáculo. Ellos nos señalarían, sin embargo, que no por eso están locos; que las revoluciones nunca se han realizado sin sangre. Las causas justas, como una tortilla, nunca progresan sin romper algunos huevos, hecho que los militantes y activistas políticos saben bien: su trabajo no es otro que perturbar las quietas aguas y esperar que se formen olas. Este es un dilema entre medios y fines; muchas veces encontramos que ante medios efectivos para cambiar la realidad, retrocedemos no porque nos parezcan equivocados o inútiles, sino porque no son socialmente o moralmente aceptables ¿Pero hasta dónde el fin no justifica los medios? ¿Cuándo una causa no es lo suficientemente justa como para no llevarla a cabo sin importar las consecuencias?

“Si quieres que las personas te escuchen, ya no basta con un golpecito en el hombro nada más. Tienes que golpearlas con un martillo”

Observamos, entonces, que la locura y la política se encuentran en Doe y el Guasón. Que el punto de partida para sus acciones –más allá de que sean o no socialmente aceptables – es su observación sobre la corrupción moral de sus sociedades, el uno por los pecados, el otro por la creencia en la justicia y “el sistema”. En ese caso, ¿Cuál es la diferencia entre la locura y la ideología? Hannah Arendt (1974), una vez definió la ideología como "la lógica de una idea"; unidireccional; absoluta; continua, una definición estructuralmente isomorfa a la que Lacan dio de la locura en 1946. La locura, según él, es creer tener La Verdad (Schreiber, 2022), una Verdad sobre la que no cabe duda. Enfatizamos una metáfora arquitectónica: la Verdad es un edificio donde no entra una duda, no hay accesos para ella. Mientras que la ideología tiene la Verdad en sus ideas, el loco tiene la Verdad sobre sí mismo: “se la cree”, cree ser sin mediación del lugar tercero entre sujeto e ideal (Muñoz, 2007, 210), rechazando la castración.

El ideal del yo, con su perfección, es “una de las relaciones más normales de la personalidad humana” (Lacan 1946, 161) pero normalmente el Otro media entre este ideal perfecto y la persona, hay puertas y ventanas en el edificio, y por eso puede entrar la duda sobre el ideal y su verdad; hay distancia, hay grieta, no hay contacto directo. Como el sol, la perfección del ideal del yo daña si es visto sin protección. Por esto las personas no “se la creen” normalmente. Pueden creer, como señalamos, en sus ideales y sus verdades, en quienes deben ser, pero no son tan inmaculadamente ideológicos como creen, les exigen a otros serlo, o los acusan de ser. Se tropiezan, se contradicen, sufren convenientes olvidos, hacen compromisos. Abandonan la “V”erdad por una “v”erdad que no es más que semblante con estructura de ficción, sostienen desacuerdos con la sociedad y la moral imperante, pero en la misma medida se sujetan a ellas y las dejan dominarlas.

Esto, a los ojos de la locura y la ideología, es ser “tibio”, contradictorio, falso, fallido, cobarde. El loco “quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa ‘insensata’ [...] por el hecho de que el sujeto no reconoce en el desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual” (Lacan, 1946, 162). Si el ideal es el sol, el loco es Ícaro.

“¿John, quiere decir que lo que hizo fue la buena obra de Dios?”

Aquí es donde tenemos que realizar una pequeña disquisición sobre la ontología política de la verdad. La Verdad del loco, desde su propia posición, no tiene duda; al no haber un más allá, un exterior, no le importa la “v”erdad que pueda contradecirla. Pero esto tiene eco en una cuestión epocal. En la posmodernidad presenciamos la creciente presencia de un fenómeno llamado “bullshit”, nombrado así por el filósofo Harry Frankfurt (Naessan, 2005); el bullshit no es mentir, sino un decir sin preocupación por su veracidad, buscando un cierto efecto. Es rey en la publicidad, en gran parte de la política, también en los medios y en las redes sociales, campos que hoy es difícil diferenciar y separar. El bullshit es la instrumentalización pura del lenguaje, cuando pasa de ser constitutivo del sujeto y de su relación con el mundo a ser una mera herramienta para obtener lo que éste anhela (Schwarz, 2020).

¿Qué tiene que ver esta práctica de la época con el loco? Que el loco produce un discurso cuya estructura es en espejo, por la positiva; si el bullshit es el vaciamiento consciente del discurso de una ética de la relación ontológica a una realidad externa, el discurso del loco es un discurso sin grietas en la relación ontológica a la realidad externa, completamente isomorfo a ella: El mundo es como es reflejado en él. Mientras el bullshit no es interpelado por la contradicción por carecer de preocupación por un criterio de verdad, la locura es inmune al efecto interpelador de la contradicción porque la rige la lógica implacable de su certeza.

John Doe y el Guasón entonces no están “locos” en el sentido higienista que predomina en el sentido común, en la confluencia de “locura” y “psicosis”; ellos son perfectamente imputables: Perciben la realidad correctamente, son capaces de reconocer las consecuencias de sus actos. Saben lo que hacen, por qué lo hacen, y lo que esto conlleva... pero lo justifican. Muy racionalmente, incluso. Su discurso es inconmovible, pero no carece de lógica, ni de correspondencia, es el producto de una identificación sin mediación a un lugar ideal. El lugar de salvador. Y ni siquiera es un lugar al que otros no se identifican: El mismo Batman, en El caballero de la noche, responde a la desesperación de Gótica con su elección de luchar por una ciudad que Ra’s Al Ghul en Batman Inicia y el Guasón en El caballero de la noche consideran insalvable e ingrata. En Se7en, Somerset le revela a Mills por qué quiere dejar la policía: “No creo que pueda seguir viviendo en un lugar que abraza y alimenta la apatía como si fuera una virtud. [...] Yo no soy diferente, ni mejor. Simpatizo con ellos, completamente. La apatía es una solución. [...] el amor cuesta, cuesta trabajo y esfuerzo.” (Fincher, 1996) pero el mismo Mills responde: “Quieres que esté de acuerdo contigo, que diga ‘si, si, si, tienes razón, está todo jodido. Es un maldito lío. Deberíamos ir todos a vivir al bosque.’ Pero no, no voy a decir eso. No estoy de acuerdo contigo, no. No puedo.” (Fincher, 1996). Ante el desorden del mundo, Doe elige ser el que salva por la expiación del pecado; el Guasón el que salva por la libertad, y Batman y Mills los que salvan combatiendo la oscuridad.

“Hoy descubrí lo que Batman no puede hacer”

La frase de Somerset nos muestra otra pista sobre la naturaleza de la locura; Somerset reconoce lo mismo que Doe, pero su posición es de ambivalencia respecto a la solución y el problema. Whitman escribió que él, al contradecirse, es multitudes; lo que caracteriza al Guasón y Doe y a otros locos, es que ellos siempre son ellos y nadie más, una “estasis del ser” (Muñoz, 2007, 210) donde no existe esa marca de la no totalidad que representa el Otro y permite la dialectización. ¿Por qué es esto? Porque la diferencia entre la locura y la ideología existe: La locura, por no estar mediada por el Otro, es una forma de rechazar la castración, no querer saber nada de la barradura de su ser (Muñoz, 2007 210), lo que lleva a la infinitización de las posibilidades; no hay un corte, no hay un límite operando. No existe el borde, sea en el asesinato, o en que el mundo sea mayor que la relación entre dos hombres extraordinarios, o que el sufrimiento de otros debe ser evitado, o que Dios no lo ha elegido a uno para llevar a cabo su plan. En su certeza fulminante se encuentra un rechazo del límite, rechazo al Otro, rechazo al amor: El discurso de la locura proviene de un punto vacío que no posibilita el lazo con otros (Lopez Herrero, 2003, 36), y eso, irónicamente, lo hace un no-discurso, porque el discurso es precisamente aquello que habilita el lazo con el Otro. El loco es libre del Otro, y en consiguiente su discurso es el único que es libre a secas (Muñoz, 2007, 210); en palabras del Guasón, “no hables como ellos. Eres distinto. Por más que quieras ser como ellos. Para ellos eres sólo un loco… como yo. […] cuando no te necesiten, te van a descartar, como un leproso. Te mostraré… su código moral, su ética… no significan nada. Lo dejan cuando hay problemas. Solo son tan buenos como el mundo se lo permite. Te lo demostraré.” (Nolan, 2008). El Guasón y Doe son libres del Otro, incluso a su pesar; ellos llaman a Mills y Batman, se igualan, los buscan, porque como consideramos en el apartado anterior, Mills y Batman no son tan distintos: Mills, insensible e iracundo, también se cree un campeón contra la podredumbre de su ciudad, y al final es tan pecador como él lo considera a Doe. Batman se cree Batman; la pregunta sobre si Bruce Wayne siquiera existe, o Bruce Wayne es meramente la máscara de Batman atraviesa los tres filmes de Nolan, y en general todo el mythos del Caballero Oscuro. Pero estos intentos son precisamente la prueba de que la libertad del loco (libertad del Otro), es solo una ilusión, porque como dice Lacan, el loco es libre del otro volviéndose un mero títere del ideal, que es un elemento del Otro. Un ejemplo es el nacimiento de Dos Caras en El caballero de la noche; el Guasón convence a Dent de ser solamente “un perro persiguiendo autos” en lugar de un genio criminal, y que la forma de ser libre es renunciar a toda pretensión de imponer un orden en el mundo; Dent entonces pasa de “hacerse su propia suerte” con su moneda de dos caras, a rendirse ante el azar como principio ordenador con la misma moneda, quemada en una cara. Dent se cree libre del yugo de la sociedad que dejó morir a su amada y le quemó la cara, pero en realidad solo es un títere del Guasón, su as en la manga en el juego por el alma de Gótica. Pero el Guasón, en su juego sofístico con Dent, también se engaña a sí mismo: Doe y el Guasón están perdidos en una devastadora soledad respecto a sí mismos. Infatuados con quienes creen ser y la supuesta libertad que esto les provee, son incapaces de incurrir en infringimientos de su lógica particular, “dejar su código moral cuando hay problemas”... que provienen del lazo con el Otro. El Guasón, con todos sus juegos, quiere convencer a Batman de que son iguales y deben acompañarse: La fuerza imparable se complementa solo con el objeto inamovible. Doe se aferra a Mills; envidia su vida, su esposa, su hijo por nacer, ve en él un complemento: El destino de Mills es matarlo para terminar su obra maestra. Pero estos intentos, por ocurrir fuera del campo del lazo con el Otro, nacen fallidos. Mills mata a Doe, pero se entrega a la policía luego. Batman mata rompiendo su única regla como el Guasón quería, pero a quien mata es a sí mismo: sacrifica toda la buena voluntad que construyó para salvar una justicia institucional sin él. Batman y Mills se creen su propio lugar, pero también contienen multitudes; se encuentran con un límite que eligen - una decisión ética - no cruzar.

“Introduce algo de anarquía. Trastorna el orden establecido. Y el mundo se volvera un caos”

Pero no olvidemos algo; las decisiones éticas son contingentes, no estructurales. Es una decisión respecto a la división subjetiva provocada por el discurso del loco. Así como con Dent, el Guasón recluta fácilmente a los psicóticos de Arkham, a los criminales de todas las mafias de Gótica, pero en la secuela, su discurso se extiende a toda la población; Batman lo evita en El caballero de la noche, pero en El caballero de la noche asciende Bane revela a Gótica el secreto de Dent que Batman murió para proteger, y la ciudadanía sucumbe a su desesperación, transformando la ciudad en pura anarquía. Del mismo modo, quizás podríamos pensar que Doe, de haberse dedicado a una carrera política, conservando su “locura” sin recurrir al limitado medio del asesinato, podría haber trocado la locura de su ciudad por la suya propia; de liquidar pecadores a sermonear en la televisión o la oficina del alcalde; no hubiese sido menos loco por eso, pero sí hubiese sido más efectivo que simplemente volver loco a un solo policía.

Jacques-Alain Miller (2007), nos dice que por estructura, el psicótico no puede valerse de los discursos - incluso delirios - establecidos socialmente para satisfacerse; su síntoma debe ser inventado de cero, no tomado de lo social, y esa invención no encuentra un límite. Pero la incapacidad de valerse del discurso social preexiste al delirio por la forclusión del Nombre del Padre; el delirio ayuda a anudar algo propio del goce singular del psicótico, pero el delirio no es locura; el delirio es un intento de curación, de reanudamiento de los campos del nudo borromeo, mientras que la locura, en la última etapa de Lacan, es pensada como la consecuencia de este desanudamiento (Muñoz, 2007, 211). Pero Miller nos introduce en una curiosidad, que es que el delirio puede expandirse y volverse parte del sentido común, dejando de ser un delirio; el exceso puede asemejarse a la normalidad, la locura volverse sagrada: “Si tienen uno solo que cree ser el Hijo de Dios, que es crucificado por los pecados del mundo, y compañía, es un chiflado. Si ocurre que haya doce que lo crean, no hay ninguna razón para que la tierra entera no lo suponga.” (Miller, 2007).

La pregunta con los delirios colectivos es sobre el lazo social; hablar del delirio como discurso es un oxímoron, pero en el caso del delirio colectivo se convierte en paradoja: El delirio no establece lazos con el otro, pero si le es tan atractivo al otro que sí los establece, al punto de que este se apropia de él… ¿no los establece? Notemos en el ejemplo de Miller que así como la creencia en el Cristo separa al mundo en cristianos y no cristianos, también une entre sí a los cristianos (también paradójicamente, como Freud nos enseñaría con su narcisismo de las pequeñas diferencias). ¿Y no pasará lo mismo con la locura? Si un delirio, una solución singular, puede ser transmisible (y recordemos que si la realidad tiene estructura de ficción, no es cuestión que pueda ser combatida con datos de una realidad objetiva, sino con otro delirio compartido), es un fenómeno social y entonces enlaza, aunque no sea en los mismos términos que otros discursos. Un discurso sin límite para el que lo emite, pero que empuja al otro que es atraído hacia él a la terra incognita más allá de sus propios límites y los de la sociedad; lo unifica donde antes estaba dividido, le ofrece una Verdad que suture las grietas de la castración… si lo acepta. Ante el discurso de la locura, una persona se ve en la posición de tomar una posición. Podrá ser tomado por el ideal, tomar la Verdad del loco como la suya propia, perder los lazos al Otro para sentirse Uno. Quizás lo que es estructura en el psicótico, la forclusión, ocurra en el neurótico como desmentida (Cataldo, 2020).

“Todos le caerán encima. No solo la mafia: políticos, periodistas, policías. Cualquiera al que le afecte el bolsillo”

La decisión es ética, pero el sujeto también es vulnerable cuando está desprevenido, cuando el discurso capitalista del “todo se puede” domina con poca resistencia (Schreiber, 2022). Cuando del mismo modo descubre que el brillo de la locura es rentable, cuando predispone a los sujetos a buscar maneras de negar la castración, una ilusión de autonomía (Cataldo, 2021) sin fisuras o división, o los lleva a buscar beneficios del lenguaje antes que dejarse ser hablados por él: La locura no solo se transmite, también se la deja entrar (Zabalza, 2014).

En esta línea, creemos necesario abordar la cuestión de la realidad para terminar. Doe y el Guasón perciben el mundo exterior: La apatía de la población uno, la desesperación el otro, ambas conectadas al discurso capitalista, y su locura es una solución ante el problema, una que por añadidura permite negar el problema más profundo de todo ser hablante, su división. Pero si aceptamos que una “solución” pueda convertirse en un delirio común y formar aquél lazo paradójico donde los sujetos se relacionan a partir de una no-relación a un Otro que, por necesidad lógica, siempre es más amplio, debemos pensar ¿cuál es la relación de estos sujetos inter-relacionados con la realidad que su locura implícitamente construye? Después de todo, aún si el diagnóstico era correcto, hay todo tipo de prescripciones, y la locura también las determina, desde el lugar del ideal.

Podemos considerar, habiendo desarrollado el tema del bullshit, que la locura hoy en día no se construye solamente a partir de discursos locos que sujetos aislados producen, sino que la locura surge de las soluciones a los problemas presentados precisamente en aquellos campos dominados por el bullshit. Guinsberg (2004) se pregunta que, si los medios presentan “constantes visiones deformadas y falsas de una “realidad” que es considerada por el sujeto tal como le es ofrecida. [...] ¿deben conceptuarse como psicóticas o neuróticas -con todas las dudas y relatividades de estos términos, y más allá de las significaciones que señala el propio Freud- a todas las personas que, en diferentes grados, pierden el sentido de la “realidad” al asumir la que le presentan los medios?” (Guinsberg, 2004); quizás lo que hemos desarrollado aquí nos proporciona una salida por arriba del laberinto paradójico de Guinsberg: Ni psicótico ni neurótico, ambos son posibles, pero siempre se encuentra la semilla de la locura que en mayor o menor grado restringe el lazo social; lo crea entre aquellos que comparten el discurso, lo devasta con alguien que no.

Conclusión

Concluimos que la locura no es la psicosis. La locura es del yo, un yo que acepta sin ambages el ideal y se infatua con él. Todos estamos un poco locos, en un mundo loco, inmersos en delirios, y hay locos que están tan sanos como cualquiera, o “más libres” (recordemos a ese gran, gran loco que decía hablar con daimon y buscaba enseñar que no se sabe nada). La locura, con su “verdad del corazón”, puede confrontarnos desde un radical afuera con nuestras pequeñas contradicciones, iniquidades, hipocresías, y le es fácil llevarnos al mismo lugar si nos persuade de su lógica inapelable; todavía más fácil será hacerlo en tanto no nos interpele como sujetos, nos libere como individuos, nos facilite el embellecimiento del alma que encuentra el mal del mundo en un otro que se vuelve imposiblemente diferente. Está quizás en la confianza en nuestras contradicciones, en nuestra duda, nuestra relación al lazo social, la clave no para resistir al atractivo del Guasón y Doe y no caer; no en la locura, sino en la inhumanidad (Percia, 2023).

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Película:Batman: El caballero de la noche | Pecados capitales

Título Original:The Dark Knight | Seven (Se7en)

Director: Christopher Nolan | David Fincher

Año: 2008 | 1995

País: Estados Unidos

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