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El Padre y su Verdad

por Zabalza, Sergio

Un niño de once años sale a pasear con su perro. Estamos en los Alpes, cerca de Grenoble, en Francia. Al volver a casa descubre que su padre yace sobre la nieve envuelto en un charco de sangre ¡Mamá! grita con desesperación. La mujer acude, el hombre está muerto. Ambulancia. Policía. Morgue. Funeral. Juzgado. La mamá del niño que también es la esposa del finado es acusada de homicidio. El hombre, Samuel, cayó de un segundo piso en la alejada cabaña que compartía con su esposa Sandra y su hijo Daniel. Meses después, Daniel pregunta a la empleada judicial designada para convivir con él y su madre durante el juicio: ¿crees que fue ella? La respuesta: cuando no tienes todos los datos, tienes que decidir en qué creer.

Esta sucinta reseña expone el punto clave que, desde el punto de vista psicoanalítico, asoma en el film Anatomía de una caída, de la directora Justine Triet. De nuestros más íntimos dolores jamás tenemos todos los datos. Por estructura estamos forzados a decidir en qué creer; qué ficción construir a partir de una ignorancia esencial. Esta incapacidad de la palabra para brindarnos la certeza sobre nuestra historia, la causa de nuestro padecer y la Verdad de nuestra existencia encierra el nudo del trauma en el ser hablante. Lo que en psicoanálisis se denomina la barradura (la falla) del Otro, entendiendo por el mismo al agente que podría dar las razones que justifican nuestro paso por el mundo. Somos hijos de hijos de hijos. A la hora de buscar los fundamentos, el Padre no es más que una instancia simbólica en torno a un agujero constitutivo cuyo solo correlato es un exceso –el goce- que para bien o mal agita los cuerpos.

De allí que, incluso –y sobre todo– en un proceso judicial, la verdad siempre tenga estructura de ficción. Dice Lacan: “Todavía hoy, al testigo se le pide que diga la verdad, sólo la verdad, y es más, toda, si puede, pero por desgracia, ¿cómo va a poder? Le exigen toda la verdad sobre lo que sabe. Pero, en realidad, lo que se busca, y más que en cualquier otro en el testimonio jurídico, es con qué poder juzgar lo tocante a su goce. La meta es que el goce se confiese, y precisamente porque puede ser inconfesable. Respecto a la ley que regula el goce, esa es la verdad buscada” [1].

En este punto el film de la realizadora francesa no podría ser más ilustrativo. Tan cierto como que el rasgo más saliente de la película consiste en la escasez de información que ronda cada escena, es el afán sádico con que se intenta llegar a la verdad sobre el goce que unía y separaba a la pareja, y en especial, al de la mujer acusada por la muerte de su marido. Tal como bien señala Alejandra Varela en su comentario: “Todxs seríamos sospechosxs si se nos indagara de esa manera, si se buscara encontrar una razón en cada cosa que hacemos, si se convirtiera cada palabra y cada gesto en el dato que nos define como enemigxs” [2].

En este punto resulta imposible ignorar la ruinosa intervención del psiquiatra (al que también se lo llama psicoanalista durante el transcurso del juicio). Su testimonio hace suyas las palabras de Samuel –su finado paciente por el que se tramita el juicio. Al psiquiatra le interesa la verdad. Esto es: en lugar de escuchar el discurso de un sujeto en la sesión, le cree. Se trata de un agente psi identificado con su paciente. Posición desde la cual hace nula la posibilidad de intervenir sobre el goce del analizante. Antes bien, y tal como refiere Lacan en la cita más arriba mentada, sus palabras durante el juicio apuntan al de la acusada.

No sin razones, se ha dicho que el film estriba en las idas y vueltas –el conflicto– que habita en el seno de una pareja. Por algo se la relaciona con la inmortal Escenas de la vida conyugal, de Bergman. Sin objetar tal consideración, nuestra impresión es que el rasgo más saliente de este atractivo film es la irresoluble relación entre Real y Ficción. Un desencuentro que, lejos de justificar el relativismo ético sin juicio de nuestros días, invita a la responsabilidad del sujeto dispuesto a enfrentar la inconsistencia de la palabra.

Esto es: allí donde, en tanto instancia simbólica, el Otro falla (sentencia de tribunal incluida) en decir quién somos y para qué estamos en esta Tierra. Desde este punto de vista resulta notable que Daniel –el Hijo– padezca una serie disfunción en la vista producto de un temprano accidente. Es que, cual Edipo, este niño que des-cubre la caída del Padre, será quien brinde el decisivo testimonio para resolver. El juicio. [3]



NOTAS

[1Jacques Lacan (1972- 1973), El Seminario: Libro 20, “Aún”, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 111.

[3Este artículo se publica por gentileza de la sección de Cine y Psicoanálisis de www.elSigma.com coordinada por Laura Kushner y Juan Jorge Michel Fariña, bajo dirección general de Alberto Santiere.

Película:Anatomía de una caída

Titulo Original:Anatomie d'une chute

Director: Justine Triet

Año: 2023

Pais: Francia