Con la monogamia aparecieron dos sociales, constantes y características, desconocidas hasta entonces: el inevitable amante de la mujer y el marido cornudo. Los hombres habían logrado la victoria sobre las mujeres, pero las vencidas se encargaron generosamente de coronar a los vencedores. El adulterio, prohibido y castigado rigurosamente, pero indestructible, llegó a ser una institución social irremediable, junto a la monogamia y al heterismo.
El origen de la Familia, la propiedad privada y el estado
Engels
“Adulterio” es la provocadora historia de dos matrimonios, de sus encuentros casuales, de sus atracciones instantáneas y de sus traiciones ocasionales.
Bien filmada y mejor actuada, construida sobre la base de diálogos filosos y planteos movilizadores, se constituye en una obra impecable desde su construcción hasta su justificación dramática lo que la convierte prácticamente en un tratado psicológico sobre los mecanismos de negación, de proyección, la culpa, los celos y la manipulación. El director construye (y deconstruye) un complejo rompecabezas emocional, lleno de secretos, mentiras, deseos, sospechas y reproches, angustias y venganzas, lealtades y dilemas morales, hasta caer en ciertos picos de sadismo y perversión. Es por eso que el multifacético y complejo argumento de este galardonado film independiente[1] resulta perfecto como articulador para el rastreo de las nociones de responsabilidad y ética.
A medida que las dramáticas secuencias se desarrollan, la película tiene el logro de proponer una mirada mordaz, brutal y honesta de las relaciones modernas mientras nos introduce en la historia de cuatro personajes inadaptados, ególatras, poco simpáticos pero reales y humanos que establecen una conexión sujetada por ansias sentimentales y lujuria manifiesta, con una perspectiva misántropa, cínica y acerba, marcada por la apetencia y el egoísmo de la naturaleza humana, la alienación urbana imbuida de tiesura sexual y retozo emocional, la seducción, la traición, el engaño, la crueldad y la manipulación que derivan indefectiblemente en la autodestrucción sentimental.
Jack Linden y Hank Evans son docentes de literatura en una pequeña universidad de Nueva Inglaterra, cultivan una vieja y fluida amistad como también cierta ambivalente rivalidad. Hank lucha por alcanzar la meta de todo escritor (la publicación de su primera novela), mientras que Jack es bastante menos ambicioso y más bohemio. La mujer de Jack, Terry, es amiga íntima de la mujer de Hank, Edith, y habitualmente los cuatro se juntan a cenar. Pero los Evans y los Linden no son lo que aparentan y detrás de la fastasmática de idilio conyugal se entretejen una serie de forzadas actuaciones y frustraciones.
Ansiosa por encontrar la clave para que su matrimonio siga funcionando, Edith se acerca a Jack en tren de confidencias. Este acercamiento no tarda en convertirse en un romance y enseguida en una sostenida infidelidad, que deja a los cuatro personajes involucrados en un traumático laberinto emocional que deberán atravesar con incertidumbre y resignación. Ya desde las primeras imágenes el film sumerge al espectador en el fogoso affaire que Jack mantiene con Edith, mientras que paralelamente se insinúa cierta atracción entre éste y Terry. Ambos matrimonios -que orillan los cuarenta- suman a estas desventuras afectivas y profesionales las responsabilidades (y los condicionamientos) propias de los padres con hijos pequeños.
Este trabajo pretende ubicar la noción de responsabilidad subjetiva en torno a la figura de Edith, personaje que cumple un rol decisivo y sorpresivo hacia el final de la película, por oposición al personaje de Jack, que parece refugiarse en la negación y la perversa lógica de la huida.
Jack y Edith se recriminan todo el tiempo las consecuencias de sus actos en un análisis puramente racional, pero se dejan llevar por la fuerza del impulso instintivo que no admite prohibición alguna. La lucha entre el deber ser y el poder ser son la clave para entender el meollo de la cuestión. Sus respectivos cónyuges mantienen actitudes opuestas; así mientras Terry encara a su esposo y busca respuestas no siempre del modo adecuado, Hank asume un rol pasivo y hasta contemplativo del asunto, tendiendo a seducir a su par más por venganza que por deseo y buscando equilibrar de manera equivocada una situación incomoda para todos.
La infidelidad o el adulterio deben de ser uno de los temas más abordados por el cine y la literatura desde que tengamos memoria, y sin embargo siguen siendo cuestiones recurrentes. Quizás el interés ya no sea tanto el porqué sino la manera de concientizarlo. Hay tantos matices como personas que la padezcan o la produzcan y lo interesante del asunto es la vivencia y el proceso que llevan a un hombre o una mujer a asumir el riesgo.
La temática es, aun hoy, susceptible de despertar múltiples controversias. Sin embargo, no se trata precisamente de juzgar moralmente la aceptabilidad o inaceptabilidad de las relaciones extramatrimoniales. Ello supondría quedar atrapados en el sinuoso terreno de la responsabilidad moral. Como una de las múltiples formas que adopta la responsabilidad moral aparece recortado el discurso deontológico jurídico el que plantea la noción de sujeto autónomo. La responsabilidad jurídica queda reducida al sistema de referencias legales vigentes. Los valores morales propios de un orden social son fundamento de la legislación vigente. Los códigos son redactados por una comunidad profesional en un momento histórico determinado y se establecen por consenso. Ello puede dar lugar a incluir intereses corporativos que resulten discordantes con la dimensión de subjetividad. La problemática del adulterio es considerada en la Argentina en la modificación del Código Civil sobre la Ley de Divorcio 23.515 donde las relaciones extramatrimoniales son legitimadas como una de las causas de divorcio, ley que por cierto despertó innumerables debates.
La responsabilidad subjetiva, en cambio, esta motivada por mociones inconscientes que se expresan mas allá de la voluntad e intención del yo. Nos introduce en la dimensión de un sujeto no autónomo atrapado por los avatares del lenguaje. El sujeto es responsable subjetivamente de aquello que desconoce de sí mismo, aun de aquello que el mismo de acuerdo a sus valores morales no estaría dispuesto a reconocer como propio.
La emergencia de la responsabilidad subjetiva puede ser analizada ubicando sus coordenadas en los tiempos lógicos del circuito de la responsabilidad.
Al comenzar el desarrollo de la trama tanto Jack como Edith se preguntan casi con cierto sarcasmo sobre la situación que los atrapa. A partir del disparador argumental del film que teatraliza una escapada clandestina de los personajes, la cual no hace mas que sembrar ácidas dudas en sus respectivos cónyuges, surge el interrogante:¿Deberiamos continuar con esto?. En esta instancia, Edith parece no interpelarse sobre su posición como sujeto de responsabilidad y hasta esboza una sonrisa desvergonzada argumentado: ¿de que “esto” hablas?, en un claro mecanismo de negación. Tampoco Jack parece poner en duda su conducta. Hasta aquí Edith y Jack se nos aparecen como dos personajes funestos, casi caractereopatológicos, con tiempo de mas y sangre de menos, que viven su relación adultera sin inconsistencias ni egodistonismos. Podríamos entender los primeros encuentros de ambos personajes como un primer tiempo (T1) en donde ninguno de los sujetos presentan quiebres.
Sin embargo, en un segundo tiempo (T2), ambos personajes, cada uno con sus propias limitaciones y excesos, comienzan a sufrir por sus conductas, aparece la interpelación subjetiva dependiente de la culpa, la cual los obliga a resignificar el tiempo uno.
Jack y Edith acuerdan una cita secreta con la excusa de que Jack debe llevar a reparar el auto (¿no es acaso casi caricaturesco lo familiar de este tipo de memorizadas excusas en los casos de engaño?). Tras una noche de riña con su mujer, la cual es producto de ciertos desbordes etílicos que profundizan las sospechas de Terry, Jack se encuentra ante el reclamo de la misma que le ruega que se queden desayunando juntos y le sugiere la compra de una langosta para el almuerzo. Jack, irremediablemente desbordado por el deseo de ver a Edith, no puede evitar involucrarse en mentiras sobre la operación de su auto para evadir el compromiso con su mujer. Sin embargo, comienza a reprocharse su acción y puede claramente oírse el reproche que Jack se hace a sí mismo en vos alta. El film juega con la idea de una voz interna que le habla al sujeto, la emergencia del discurso de la moral apuñalándolo. El reproche, posterior a cierta dosificada vergüenza, genera un movimiento en el sentido opuesto a la responsabilidad subjetiva. Jack toma la interpelación pero se responsabiliza moralmente y trata de enmendarlo. Evalúa su accionar y lo encuentra moralmente malo. Tras un fogoso encuentro con Edith, donde paradójicamente Edith le asegura que junto a ella, el “comería mejor”, Jack vuelve a su a casa con una langosta. Podríamos decir que para no asumir las fallas y enmendar las grietas Jack responde desde el lugar culpógeno.
Por otro lado, Edith empieza a sentir que su situación es disonante y poco a poco se percibe el derrumbe anímico de su personaje cuando es sometida a la interpelación por la mirada de su hija (T2). ¿Por qué es la mirada de su hija y no la de su esposo la que le genera culpa?. Edith no siente culpa con respecto a su esposo ya que Hank le es sistemáticamente infiel y no la ama. Hank, el inmaduro y retorcido escritor frustrado, puro ego, egoísta, egocéntrico, ególatra; simplemente detestable, es uno de esos asépticos sujetos que no pueden mas que amarse a sí mismos. Así Edith responde a la interpelación primera mediante la proyección (el otro es culpable de que yo le sea infiel porque no me ama y también me engaña). Pero la mirada de su hija, ante la cual no halla justificación alguna, la pone frente a una insoslayable disyuntiva y la invade de angustia. El apronte angustiado como respuesta tampoco implica una emisión subjetiva sobre lo real del acto. También Edith se embarca en una especie de intento de enmienda moral cuando, después de tener sexo con Jack y despilfarrar el dinero que le han enviado sus padres, plantea casi irónicamente que desearía que ella y su marido fueran a terapia de pareja.
El mecanismo de proyección funciona, casi por excelencia, cuando tanto Edith como Jack comienzan a sospechar que sus respectivas parejas también desean estar juntos, cuestión que ambos fuerzan, casi perversamente, para exculparse. Un ejemplo de ello es que Jack le avisa, con cierta jocosidad y alegría, que Terry y Hank acaban de tener sexo, lo que nos abre la puerta al retrato de estos personajes como unos arquetipos resbaladizos que podrían convertirse sin duda en los peores embajadores del ser humano como raza. A través del recorrido por el múltiple abanico de respuestas que dan ambos personajes vemos un irrefrenable intento por taponar la falta, hacer oídos sordos a toda costa. En estas múltiples respuestas a las sucesivas interpelaciones, la culpa no favorece el efecto sujeto, resulta anestesiada y por eso impide la emergencia de la singularidad.
En este caso, el azar como referencia absoluta funciona muy soslayadamente. Las situaciones, aunque jugadas del destino, no resultan forzadas y todos los personajes tienen entidad. Ninguno de los personajes le atribuye a cuestiones azarosas su falta de decencia y su proclividad a la manipulación. Sin embargo, la necesidad si podría asomar como una excusa de la infidelidad en el caso de Edith quien aparece como explosivamente desesperada por mendigar un poco de atención de su marido, de quien sabe positivamente que le será infiel a la primera de cambio. Esta falta de atención y el hastío conyugal sirven para elevar a la necesidad al lugar de una respuesta salvadora.
A los fines de esbozar una hipótesis clínica podremos preguntarnos que funciona como ligadura entre T1 y T2. ¿Que lleva a estos personajes a caer en las garras de una relación adultera que los ahoga en un sin fin de engaños y mentiras?. El problema parece ser que estos personajes solo aman a sus parejas o son amados en términos de lo que hacen y no de lo que son. Y es precisamente ese tipo de amor el que convierte al hombre en un esclavo que se ha comprado todas y cada una de las acciones de una farsa que lo deja en deuda.
Hank solo ama a Edith porque esta le ha soportado y perdonado mucho (affaires varios). El mismo admite que la ama por lo “lejos que ha llegado junto a el”. Hermoso ejemplo de altruismo el de Edith si no se hubiera hecho pagar por adelantado cada uno de estos desprecios con una decorativa cañita al aire con Jack, su mejor amigo. Por otro lado, Jack parece amar a su esposa por todo lo que ella hace como sostén de su familia (lava, plancha, cocina, se la chupa, ¿qué mas podría acaso necesitar un hombre?) pero no por lo que ella es.
Algunos simbolismos demasiado obvios como los semáforos y las barreras ferroviarias funcionan como indicadores de la imposibilidad de los personajes. ¿A que deben responder los sujetos? Deben hacerse responsables de que el camino de su deseo, errático, incierto, pero verdadero, los lleva no precisamente a la destrucción de sus parejas, como podría percibirse superficialmente, sino al quiebre de ese universo particular que los sostiene a ellos como individuos en certidumbres yoicas que hacen aguas por todos lados. Ceder al deseo es siempre traición a un pacto y la disolución de su ensueño conyugal no sería mas que una consecuencia entre tantas de la emergencia de la singularidad y el adulterio un síntoma que repliega la irrupción de la anomalía propia del goce fálico.
En el final del film, es Edith quien finalmente, tras tomar la decisión de irse de su casa, una vez que ha sido descubierta en su engaño, las mascaras caen, el telón se desmorona, realiza un acto ético que la hace responsable subjetivamente (T3). Y allí es precisamente donde Jack y Edith se diferencian. Jack responde a las punzantes interpelaciones que lo exceden mediante la negación y la huida. Al ser interpelado por sus hijos la angustia es tan enorme que decide quedarse con su mujer. Edith, por el contrario, mantiene su decisión de irse de su hogar muy a pesar de que Hank le ruega que se quede y cual sacerdote en vías de confesión la absuelve de sus pecados, prometiéndole eximirla de su culpa. Este acto, llevado hasta las ultima instancias, le otorga a Edith un nuevo lugar con respecto a su posición como sujeto y permite ubicar algo del lugar donde se juega su deseo singular. El acto de Edith da lugar a una singularidad que excede toda ley particular, el sujeto no es el mismo antes y después de su acto. Edith asume que no se va de la casa porque Hank le sea infiel y no la ame, ella afirma que se va porque ella ha sido INFIEL y porque puede hacerlo. En ese poder hacer es donde Edith afirma y firma algo con relación a su deseo, a su propio ser comienzan a desplegarse todas las potencialidades del sujeto.
Podríamos decir que Edith se asume responsable subjetivamente, cruza el semáforo, atraviesa las barreras de ese particular previo para poder hacer emerger su singularidad y todo ese veneno, resentimiento y odio, duro de oír no hace mas que ponernos ante la violencia verbal de ciertas situaciones que no son mas que la vida misma pero que nos abren la puerta a ser agentes de un acto ético. La precisión casi quirúrgica con que se disecciona la hipocresía, el cinismo, la mentira, la competencia exacerbada y las crisis de pareja en estos exponentes de la clase media intelectual norteamericana termina por mostrarnos el inevitable quiebre del universo particular.
Igualmente, podemos decir que por suerte o por desgracia, siempre habrá nuevos infieles para retratar…
[1] El film fue premiado por su guión (basado en dos cuentos de Andre Dubus) en el Sundance Film Festival y su dirección se encontró a cargo del director John Curran. Su financiamiento estuvo a cargo de los actores protagonistas (Mark Ruffalo y Naomi Watts).
NOTAS
Película:Adulterio
Titulo Original:We don't live here anymore
Director: John Curran
Año: 2004
Pais: Estados Unidos
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