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Adiós a Las Vegas

por Dvoskin, Hugo

Luchar para ganar lucha cualquiera, luchar en vano es realmente bello
Cyrano de Bergerac.

El fuego se come las fotos, los guiones cinematográficos y el pasaporte. Las bolsas de basura acumuladas fuera de la casa encierran un pasado del que han quedado pocos rastros pero no por ello menos significativos. Entre las fotos la de una mujer (y una criatura) de la que el protagonista dirá que no sabe si se han separado porque el bebía o si por la separación ha comenzado a tomar. Benjamín Sanderson inicia su viaje a Las Vegas.
Aunque ya han transcurrido varias escenas del film, recién en ese momento el director lo presenta, aparece el título y el protagonista inicia su viaje. Allí empieza la película. Será una versión actual de una tragedia clásica, la del repetido y renovado encuentro de un alcohólico y una prostituta.

Arquetipos sociales que son portados por dos individuos que guardan especificidad y tienen para decirnos.
No se trata del alcoholismo de la miseria o el de las clases bajas. Se trata de un guionista de calidad, que ha participado de grandes películas, de quien se han despedido en el trabajo con un importante premio que compensa las inexistentes indemnizaciones del amigo americano, y a quien en ese duro momento le dicen simplemente “fue muy bueno tenerte entre nosotros”. Benjamín responde que él había pensando en mudarse a Las Vegas. Es una sutileza; no sabía que lo despedirían pero sabía qué haría en ese caso. El espectador nota que el protagonista no es “como uno” pero percibe que, a la vez, es “gente como uno”.

Él ya ha perdido todo. Sus amigos le han prestado dinero pero con una condición, que no lo devuelva. A buen entendedor, pocas palabras. Si no debe devolverlo es porque no hay más crédito, no volverán a prestarle. Se ha quedado sin el “pecho fraterno para morir abrazado” [1]. Es expulsado de los bares por el espectáculo deplorable que ofrece, las mujeres lo rechazan por su olor a alcohol y una prostituta callejera -en medio de un acto sexual que no concluye- le roba el anillo de casado. Es la caída de un semejante. Cuando alguien le propone dejar de beber, él se pregunta si no debería dejar de respirar. El fantasma del suicidio sobrevuela.

Al encontrarse con él esconde la botella: los límites los conoce. Si después sigue tomando es porque sin alcohol está aún más limitado: el síndrome de abstinencia le imposibilita incluso firmar para cobrar un cheque. Su presencia ya conmueve el escenario de los otros, por eso lo despiden, por eso se acaba el crédito. Finalmente será un barman quien muestre que el callejón ya no tiene salida y prefiere no cobrarle, cediendo el goce del dinero, a cambio de no tener que ver semejante espectáculo. Para el barman es un escenario real que retorna y proviene justamente de aquello que el barman ofrece: bebida, y cuyo “sadismo” parece insuficiente para soportar que ese escenario sea el resultado de la bebida.

La escena del despido nos da la clave de que se trata de un semejante, la del cheque pone sobre el tapete que no hay lugar para el sexo porque el alcohol ha ocupado su lugar. Él le propone a quien lo atiende que debería embeberse en alcohol para que él pudiera limpiarla y de ese modo excitarse, aunque de todos modos, sería incapaz de ocupar la escena y la entregaría a otro:“Quizás si bebieras bourbon conmigo, eso ayudaría/ mejoraría mi concepto de ti/ si derramaras el bourbon sobre tu cuerpo y dijeras “bebe esto”/ si abrieras bien tus piernas y el bourbon chorreara tus senos y tu vagina/ y dijeras “bebe aquí”/ recién entonces podría enamorarme de ti/ porque yo tendría un fin, limpiarte. Te lamería hasta dejarte bien limpia/ para que fueras a coger con otro”.

Nos aproximamos a la protagonista femenina, la prostituta, Sera (así es su nombre), que atraviesa los avatares de una profesión peligrosa, ligada a la mafia, con hombres que la “protegen” y que viven de ella. Sin embargo, si Benjamín resulta un semejante, no lo es menos Sera que a lo largo de la película va relatándole a un otro los avatares de esta relación.
Se trata entonces, de alguien, Benjamin que tomado por una adicción lleva “eso” hasta el final por motivos sobre los que tenemos algunas pocas pistas; ese alguien se enlazará con otro, Sera, que le habla a alguien de aquello que le pasa con Ben. Al hacerlo, duplica la escena que estamos viendo. Probablemente, le habla a un analista y en ese sentido nos concierne particularmente.

Si la película se inicia allí donde nosotros proponemos, la siguiente escena es el encuentro entre los protagonistas. Él avanza atropellado y atropellando; Sera lo detiene. Aquí no hay frases al azar, cada pieza del guión está en el entramado. Sera le dice: “cuando yo cruzo, tú te detienes”. Detener a alguien que se ha lanzado a la última parte de su viaje, detener a alguien que ya ha calculado cómo, a qué precio y cuándo ha de morirse. Benjamín es preciso sobre el cómo: no toma para morirse, toma hasta morirse (“morirme es una manera de beber”); el precio es gastarse todo el dinero que le han dado en bebida; el tiempo que durará ese viaje es un mes. Sera buscará el modo de detenerlo, o de postergar el final que bien puede leerse como metáfora de detener cuando se trata de lo inevitable, de la muerte.

Benjamín también está dispuesto a pagar esos encuentros con Sera. Por quinientos dólares que él ofrece, ella ofrece incluso sexo anal con la sola limitación de no acabarle en el pelo. En medio de tanto deterioro subjetivo, lo limpio y la limpieza son más que un detalle. El, que es muy generoso con el dinero, no lo es con el esperma. Prefiere hablar. Consume alcohol en forma alocada, derrocha dinero pero estos excesos se pagan con su notaria dificultad para la vida sexual.

La escena del encuentro recrea las canciones de la película. Al comienzo se escucha, “alguna vez has sentido que el mundo te abandonará/, que está a punto de volverte loco/ buscas en cada esquina esperando encontrarla..., y luego cuando se cruzan por primera vez, “sólo dame una segunda oportunidad…”. Dado que Sera tiene un aire, por no decir un todo, parecido a la mujer que apenas se vislumbra en la foto en el momento de la pira de objetos, la imagen ayuda y respalda la idea de segunda oportunidad. ¿Han sabido aprovechar la oportunidad? ¿O debemos sumarnos a quienes piensan que el único modo de vivir y aprovechar la vida es el de quienes son felices winners?

Sera tendrá algunas intervenciones en las que, pensando la clínica de aquellos que presentan adicciones severas, llaman nuestra atención y nos convocan a una reflexión ética. Por un lado, propone ganar tiempo y gastar el dinero, intentando modificar la ecuación que Ben ya ha establecido, el de cuatro semanas. Sin decirlo específicamente propone gastarle el combustible con el que paga la bebida. Es en esa vertiente que debe leerse la invitación al casino: perder dinero, ganar tiempo, prolongar la vida. Ben, por su parte, vende todo, hasta el reloj, quizás porque el dinero no alcance para comprar la bebida que se requiere para morir.

Pero Sera va más lejos y se gana la nominación “the right girl”. Le regala la petaca. Santiago García dice que “confirma su aceptación incondicional y su amor hasta la muerte. Se le parte el corazón al darle el regalo pero se hace cargo de su decisión. Algunos verán en esto una apología de la muerte o un mensaje irresponsable. Yo lo veo como una escena de amor inolvidable”. Intentaremos ir más allá del romanticismo bien ganado, sin menoscabar el valor de lo subrayado en cuanto a la decisión. Nos detendremos en el valor de una petaca, en su cualidad estética en la que no se coloca cualquier bebida, en su tamaño que supone una medida acotada de alcohol, en la salida limitada de líquido por su pico que obliga a saborear la bebida antes que a tragársela. Y aunque la expresión “medida al goce” no sea de nuestro agrado, creo que vale pensar esa frase en esta escena para entender de qué podría tratarse. La condición del encuentro para Ben es que Sera jamás podrá pedirle que deje de beber. Ella advierte que se encuentra con alguien que además de hablar, sabe escuchar y leer, por eso apuesta. De hecho, el espectador también está advertido de que Ben es capaz de escuchar, implicarse y hasta registrar un mensaje que podría tenerlo azarosamente como destinatario: al entrar en el hotel y ver el cartel “The whole year inn” (todo el año abierto), se sonríe, hace el anagrama y lee “The hole you’re in” (el agujero en el que estás).

En diversos momentos de la película, la angustia toma al espectador -y a Sera- porque se crea la expectativa de que quizás sea posible, que debería ser posible, que debería haber un modo para que deje el alcohol. Remarcaremos uno en particular cuando Ben le da dinero y dice que eso le produce ganas de acabar. La intervención con la petaca sitúa la capacidad de Sera en cuanto a abstenerse sobre el bien del otro -y allí ocupa sin dudas el lugar de un analista-. Esta abstención no llega a extenderse a su propio goce por eso inmediatamente le propone acabar, en lugar de sostenerlo y dejarlo con las ganas. Extralimitándonos con la analogía, diremos que no se anima a cortar la sesión, a evitar el funcionamiento pragmático y queda ella demandando una relación sexual para la que Ben sigue siendo impotente.

Será distinto cuando estén en el hotel y ella, haciendo honor al texto que hacíamos referencia más arriba, se disfraza de bourbon, se ofrece a él como si fuera una botella de alcohol y logra excitarlo. Pero no seamos optimistas porque sobrevendrá la decepción, allí será él quien lleva su fracaso al paroxismo. Quiere más, toma la botella, pierde el equilibrio –que aquí amerita la negrita por la doble significación-, queda atravesado por los vidrios que le agujerean el cuerpo y ya no vive en un agujero como anticipaba el cartel del hotel para ser él, según sus propias palabras, un “hombre con agujeros”.

El encuentro entre ellos comienza a encontrar sus límites: él comienza a censurar el trabajo de ella, ella le pide que vaya al médico; él, que es impotente, intenta un encuentro sexual con una colega de ella, el clima se torna irrespirable y Sera lo echa de la casa. Aquí cabe advertir que el goce nunca puede ser llevado hasta al final porque incluso la muerte le pone límites. El tiempo, el dinero, la muerte… el goce no podrá pasar de ahí. Hay en la muerte un coste seguro –y allí la paradoja- es la pérdida del goce de la vida. Porque no hay modo de prescindir de ninguno de los soportes de la estructura porque el sujeto tropieza y se derrumba. Deseo, amor y goce, un nudo que Ben ha cortado por un amor fracasado, por un deseo que no se instala, y/o por un goce que lo excede.

Aquí no se trata de ninguna pulsión de muerte, ni las soluciones psicologistas de lo auto-destructivo, se trata por el contrario de algo “excesivamente” vital, de un goce cuyas consecuencias son mortales, pero no su objetivo. Se trata quizás de un resarcimiento o de un resentimiento que Ben tiene, que lo sitúa queriendo, ¿creyendo merecer? para el que su estructura no está preparada. Aunque sorprenda, esto es la pulsión de vida desanudada de los caminos del deseo .
Si de análisis se trata, quizás para Ben, por qué no pensar la posibilidad conjetural de haber hecho de su síntoma un estilo, un modo de vida y más allá de un guión exitoso, inscribirse como barman a la búsqueda de un encuentro placentero con la bebida, leyendo en la palabra barman una nueva metáfora de la petaca.

Cabe destacar a esta altura que, por la vía del silencio, la abstención de la analista que escucha a Sera. Quizás porque sabe que se trata de acompañarla, como si supiera que la relación está condenada, que se va a desgastar y que no deja de ser una oportunidad. No le dice “es una relación que no te conviene” o “no vayas a buscarlo”. Sin hacer apología del encuentro, la sigue como un testigo en sus relatos. Sera, que sale de una relación con un sádico paranoico (a quien no por paranoico dejan de perseguirlo), se encuentra con alguien cuyos deseos no alcanzan para los ideales americanos de familia y prosperidad pero que le permite escuchar que ella puede tener lugar en un hombre. Ella escuchará esta frase, posteriormente, de la boca del taxista –esos psicoanalistas de la calle que a veces agreden pero otras interpretan sin saberlo-, y registra que en su vida efectivamente puede haber algún hombre.

Por eso Sera encuentra en el momento de la despedida con Ben, con coito y muerte incluidos, la oportunidad para hacer el duelo que quizás sirva de metáfora de su fin de análisis: “creo que los dos sabíamos que no teníamos mucho tiempo y yo lo acepté tal como era y no esperé que él cambiara. Y creo que el sintió lo mismo por mí. Me gustaba su drama y él me necesitaba. Yo lo amé, realmente lo amé”. ¿Hay acaso mejor definición para un encuentro amoroso?, ¿no están todos los encuentros amorosos acotados por el tiempo de la vida? ¿puede haber algo más que respetar al otro, su vida, sus decisiones, estar interesado en el drama del otro sin pretender modificarlo? ¿hay algo más que amarse realmente? Ben y Sera logran algo que probablemente los ganadores no consiguen.



NOTAS

[1Vegh, Isidoro, De Guantánamo a Las Vegas, Hospital Evita

Película:Adiós a Las Vegas

Titulo Original:Leaving Las Vegas

Director: Mike Figgis

Año: 1995

Pais: Estados Unidos - Francia

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