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Infidelidad

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Connie y Edward Sumner son una pareja que vive en los suburbios de Nueva York. El es el jefe de una pequeña empresa. Ella, se dedica a su casa, a criar a su hijo de 8 años y a participar de subastas escolares benéficas. La vida se desarrolla dentro de ese pequeño círculo social, donde todo parece mantenerse en armonía.

Un día, estando ella de compras en Manhattan, debido a un fuerte temporal tropieza con un extraño y ambos caen, provocándose ella una leve herida. El extraño ofrece llevar a Connie a su departamento para curar la raspadura. En ese instante, pasa un taxi vacío ante el cual Connie vacila, pero ella decide aceptar la propuesta del extraño. Este, Paul, se presenta como un francés que vive de la compra y venta de libros usados. Connie limpia su herida mientras mantienen una conversación. A los pocos momentos ella le señala que debe volver a su casa y se despiden, pero antes él le entrega un libro de poesía como regalo, y ella lo acepta.
Una vez en casa, Connie le cuenta a Edward el incidente de la tormenta y que un extraño la había ayudado, él le propone agradecerle. Al día siguiente, ella descubre en el libro su número telefónico, entonces vuelve a la ciudad y desde la estación de trenes lo llama con motivo de agradecimiento. Él la invitar a su departamento a tomar un café y ella acepta. Una vez allí, bailan y comienzan a aproximarse cada vez más. Ella se muestra dubitativa sobre cada cosa que hace y finalmente fundamenta que “todo eso es una mala idea” y se retira. Momentos después regresa a buscar su abrigo, y Paul la toma y la besa.

Connie y Paul comienzan a mantener un amorío, planeando recurrentes encuentros. En uno de esos encuentros, Connie toma de su casa un pisapapeles en forma de esfera y se lo regala a Paul. Al poco tiempo Edward comienza a sospechar, le pregunta a Connie si lo sigue amando, pero ella se desentiende de cualquier alusión a su extraño comportamiento.
Uno de esos día, camino al departamento de su amante, se encuentra con dos amigas que la invitan a tomar un café. En la conversación, ellas hablan de “aventuras amorosas” e “infidelidad”. Una de ellas se exclama a favor mientras que la otra condena esta conducta terminantemente alegando que “siempre termina en tragedia”. Connie no emite opinión, simplemente escucha con sorpresa cada una de las voces.

Tiempo después, Edward contrata un detective y descubre la relación que Connie mantiene con su amante, mediante unas fotos que aquel le entrega. Entonces se dirige al departamento de Paul y presentándose como el marido de Connie, entra y comienzan a hablar. Edward encuentra allí el pisapapeles y se muestra muy afectado, ya que explica que él originalmente se lo había regalado a Connie. Edward comienza a sentirse mal y en un aparente repentino momento de rabia usa el pisapapeles para golpear a Paul varias veces en la cabeza. La sangre empieza a brotar de la cabeza de Paul y colapsa en el piso. Edward se muestra desconcertado por unos instantes ante la situación, pero finalmente actúa pronto: esconde el cadáver y oculta toda prueba, manteniendo en secreto este suceso. Para este momento, Connie había decidido terminar su relación con Paul, y se lo comunica dejándole un mensaje en su contestador, desconociendo que para ese entonces él se encontraba muerto. La pareja entonces continúa con su vida, en un intento de regresar a su rutina.

Poco tiempo después, unos detectives se dirigen a la casa del matrimonio para averiguar sobre la desaparición de Paul. Connie dice que solo se encontraron una vez con motivo de comprar unos libros. Más tarde les comunican que encontraron el cadáver de Paul. Connie se ve afectada pero tanto ella como Edward se desentienden de la situación frente a los policías. Ante las preguntas de estos, Connie busca la mirada de Edward, quien logra persuadirlos para que se marchen. En ese momento ambos se encuentran cubriendo sus secretos y en el intento de ocultárselos uno del otro.

Sin embargo, pronto Connie descubre las fotos que Edward aún conservaba y advierte que este tenía conocimiento de su amorío. Pero además, ve que el pisapapeles que ella le había regalado a Paul, está de nuevo en su casa. Edward y Connie se enfrentan. Connie muy acongojada le pregunta a Edward que ha hecho, Edward dolorido confiesa que lo ha matado pero que no quería hacerlo. Le dice que dio todo por esa familia y que ella lo echó a perder, Connie permanece en silencio. Días después ella toma aquel pisapapeles y la base se suelta, dentro se encontraba una pequeña fotografía de ellos dos y su hijo, con una nota de Edward destinada para el “Aniversario Nº 25”, diciendo que ella es la mejor parte de cada día.

Connie quema las fotografías de ella y Paul, al tiempo que recuerda la escena en que lo conoce el día de la tormenta, pero luego se ve a ella misma subiéndose a ese taxi vacío en lugar de entrar a su departamento. Le pregunta a Edward que van a hacer. El le propone entregarse, pero Connie se niega y le dice que van a pasar por esto juntos. Edward y Connie intentan seguir adelante con sus vidas juntos, intentando dejar a un lado todo lo ocurrido, algo que evidencian les resulta sumamente difícil.
Una noche, regresando de una fiesta en su auto, se detienen ante un semáforo en rojo que esta frente a una estación de policías. Comienzan a hablar acerca de lo que podrían hacer. Con dificultad, ambos intentan imaginar una nueva vida, en la que abandonan la ciudad y cambian sus nombres. Esta conversación dura algún tiempo, mientras las luces del semáforo cambian varias veces del rojo al verde y viceversa. Pero ellos no avanzan, ni bajan del vehículo. Solo permanecen allí adoloridos, intentando construir algo en su imaginación.

De aquí se desprende, en un principio, una trama que habla de una mujer que comienza un amorío con un extraño con quien luego termina, y que descubre más tarde que este ha muerto. Pero hay algo más, que quién lo ha matado es su marido.

Connie comienza conociendo a este extraño. Ella no lo elige para comenzar una relación, sino que simplemente con él tropieza ese día en que ella decide salir de compras, pero que hechos de Necesidad, en este caso la tormenta, se imponen por encima de toda pretensión de la voluntad humana. Sí a partir de allí, se irán sucediendo distintos hechos que van desplegando otras posibilidades a partir de las diversas decisiones de Connie. Interesará intentar seguir un recorrido de estas, para intentar rastrear algunas singularidades significativas.

Se pueden pensar entonces en distintas secuencias de escenas, con un destacado componente común. Aquí mencionaremos, en primer lugar, el momento en que ella accede a ser auxiliada por el extraño luego que haber caído en la calle, ingresa a su departamento para “curar su herida” rápidamente y retirarse. En la breve conversación que mantienen, vemos que ella habla de su hijo y en esto se presenta en pocas palabras definiendo su rol. Él, en cambio, se muestra como un joven culto, despreocupado, en un plano asimétrico al de ella.

De aquí mismo también vamos a señalar el momento en que ella acepta el regalo que este desconocido le ofrece. Ella se lleva un libro que él ha seleccionado para darle. Ahora se marcha, pero no solo habiendo accedido a obtener cierta asistencia de un extraño, sino además se lleva algo suyo consigo, parte de él y de lo que este representa. De esto se desprende la escena en la que, al día siguiente, descubre en ese libro algunos datos más de este desconocido, el cual a esta altura se puede pensar como algo más que un simple extraño, algo distinto, probablemente no “alguien”, pero sí un referente de algo más. Se vuelve a contactar con él, alude que lo llama para agradecerle, o también puede pensarse que llama para ponerse en contacto con aquella identidad que ella le atribuyó, algo que parece confirmarse en ese mismo momento en que él la invita y ella accede a regresar al departamento. El amorío comienza.

Todas las escenas hasta aquí señaladas se caracterizan por cierta ambivalencia. Ella duda. Continuamente su comportamiento es vacilante. Accede, pero no sabe bien a qué, percibe que algo más está ocurriendo, una aceptación a algo más y en eso, titubea y se retrocede. Pero, con esta característica común de por medio, es que Connie parece no poder resistir a este movimiento de tentación y se deja participar de los juego de seducción por los que este extraño la conduce. Hasta ahí al menos, no parece interrogarse, sino que al contrario, señala constantemente “no puedo hacerlo”, ante cada paso con su amante. Su marido Edward, genera en más de una situación, espacios en lo que brinda a Connie la posibilidad de interrogarse. Ella niega los mismos y se desentiende de esto.

Por último, en este señalamiento de escenas, se hará un especial hincapié en un momento en donde, ya teniendo esta relación con el amante, ella toma de su casa, en apariencia ingenua, un adorno con forma de pisapapeles, ubicado en una repisa junto a otros más, cuyo aparente destino será solo el de ser un regalo para su amante. Esa duda, aparecida en cada momento, en cada accionar con su amante, esa angustia, es algo que no se hace presente en esta última escena mencionada, la cual por ello cobra especial valor en este análisis, como acto entendido con unos fines determinados que se agota en esos mismos objetivos. Sin embargo, luego ella decidirá repentinamente terminar esa relación conforme a los valores del matrimonio y luego de haber “curado su herida”. Pero en este caso, una “herida” más antigua e imperceptible que la que le había ocasionado la tormenta.

Se pasa entonces a otro tiempo en que conoce lo ocurrido. Con la desaparición de Paul y el pisapapeles nuevamente en la casa se establece: algo anduvo mal. Ella sabía ahora que el extraño que había conocido en la calle estaba muerto y que su marido lo ha matado. No lo ha matado ella, pero no puede no pensar su muerte, como un desencadenamiento de hechos ocurridos a partir de diferentes decisiones que ella ha ido tomando. Y en todo esto, hay algo que parece resonar aún con más fuerza que aquello: su marido ahora es un asesino. Y es en aquel ingenuo regalo que ella le había hecho al amante, en donde le había entregado el arma con la que posteriormente su marido lo asesinaría. Es entonces luego, cuando se desprende la base del pisapapeles, que descubre la nota dentro este y puede sospechar que al haber regalado ese adorno en forma de esfera de cristal, ocurrió algo que excedió en su actuar. Allí se encontraba ese mensaje escondido que su marido había encerrado, como cierta “ilusión” de que esa imagen de la fotografía se mantuviera impoluta en los sucesivos aniversarios. Finalmente, la realidad le está mostrando algo que la interpela, que le hace interrogarse inevitablemente con todo aquello que había evitado preguntarse desde el recorrido que emprende en el momento en que conoce a este extraño.

Ella toma “sin saber” ese objeto entre los otros. Y este parece un azaroso movimiento de haber seleccionado justamente aquella bola, la que dentro tenía aquel mensaje destinado a ser abierto en otras circunstancias, mensaje que encerraba un posible deseo de otra persona, de su marido. Pero, si en los otros adornos había tantos otros mensajes encerrados, o si solo en aquella se escondía esa nota cargada de anhelo, corresponde solamente a una posibilidad, como contracara explícita de un hecho implícito, del que la protagonista no podría desconocer. Y es esto mismo que nos enteramos luego cuando Edward ve el pisapapeles: el regalo ha sido de su marido, y como tal, es portador implícito –y explícito, en este caso– de un mensaje y un “posible deseo”. Mensaje y posible deseo que ella, simbólicamente entrega a su amante.

Tiene la posibilidad entonces de interrogarse realmente. La realidad presentada así le exige, le impone la necesidad de una respuesta. Luego de percatarse que en ese aparente ingenuo acto ocurrió algo más, algo que no había percibido completamente en un comienzo, deberá tomar una posición al respecto. Y es mientras quema las fotografías que recuerda el momento en que conoce a Paul, pero imagina otro desenlace, como en un intento de “corregir” en su imaginación parte del pasado.

Hasta ahí llega entonces su interrogación. O desde ahí responde a la interpelación. No niega el presente, pero tampoco lo afronta responsabilizándose. Pudo llegar a “saberse culpable” de algo más en un fugaz momento, y ahora desde la culpa es que responde, pero desde aquella culpa que actúa como tapón, obstruyendo la posibilidad de dar otro sentido a sus actos. Se culpabiliza entonces ella misma, más por el accionar de su marido que por el suyo. Se mantiene sin un nuevo advenimiento subjetivo. No explora en su deseo, no se interroga más allá de eso.

¿Por qué no responde diferente? Regresamos entonces al momento en que ambos se confrontan, ahora ella sabe que “su perfecto esposo le hizo daño al amante, que lo lastimó”, en donde indicamos que esto parece ser lo que más resuena en ella. Algo en la figura de su marido ha cambiado, la ordenada e impecable imagen no puede sostenerse con este nuevo dato: él ha matado. Y reconocer esto implicaría reconocer también en ella algo más, en principio que ella ha deseado estar con otra persona. Aquí es donde se posibilitaría la emergencia de una pregunta sobre la posición que el sujeto tenía al comienzo. Pero entonces ella es acusada: su marido exclama que él le ha dado todo y ella ha respondido así, “acostándose con un niño”. E inmediatamente se ve avasallada por ese juicio, toma esa culpa. Ante la declaración del marido: “yo no quería matarlo a él, quería matarte a ti”, ella no puede responder, porque entonces ya “se siente” culpable por haberlo hecho, por un deseo que no se ha permito explorar, y en su ausencia de reacción ante esa sentencia parece considerar ella también que esa pena le sería merecida. No se disculpa, pero casi en equivalente, calla y acepta la afirmación como parte de su error, de su “accidente”.

Es así como la figura del marido y por consiguiente la suya propia, de alguna forma, pueden seguir siendo sostenidas a costas de desentenderse de su deseo, de no apropiarse de él. Ella permanece al lado de su esposo, pero no en un acto de amor y perdón, ya que desde esta lectura no hay un real reconocimiento de los accionares de cada uno. Sino que al contrario, abandonando toda posibilidad de responsabilidad, tapuja su deseo esta vez hacia el fondo y ahora la culpa de cada uno será compartida. Entonces su marido propone “me entregaré”, a lo que ella responde “no es necesario, pasaremos por esto juntos”. Y por esa vía insiste seguir su vida, con una pesadumbre característica. Y así permanece hasta donde lo vemos, al lado de su marido y vacilante, frente a un camino abierto y un semáforo cambiante que le insinúa las diferentes alternativas, intentando reconstruir, inventar un nuevo deseo, que le permita continuar.

Recapitulando entonces este último recorrido: Algo entra en conflicto cuando este universo particular, soportado en las certidumbres yoicas, se resquebraja. Universo sostenido por ambos, en una realidad armónica que los significa. La presencia del “extraño” es algo desconocido en ese universo, y su intrusión algo no calculado. Pero ella responde desde los valores morales y reordena ese universo desde lo ya conocido, imposibilitando y negándose a la producción de un nuevo sentido. De este modo, lo que ha hecho puede resumirse a una palabra: infidelidad. Y esta respuesta que halla, resuena en su marido en un acto deliberada: suprime al “extraño” eliminando todo rastro de él. Ambos liquidan toda posibilidad de futura resignificación.

Es este regalo, el pisapapeles, que puede ser pensado como una singularidad emitida por el sujeto del deseo inconsciente. Como se señaló anteriormente, mensaje y deseo de alguien más, que ella regala a otra persona. De todos los souvenires acumulados, toma un “recuerdo” y lo entrega al amante, como intercambio de aquel primer regalo que él le había hecho con el libro de poesía, como en un troque de una parte de su vida, por otra. Luego de haber realizado este recorrido en el análisis vemos esta vez una mujer sumergida en un encuadre moral que parece que ha asfixiado su posibilidad de ser. Ella “es madre”, “es esposa”, es una mujer benéfica o por lo menos así muestra definirse a lo largo del film. Pero estos son los roles que ha adquirido de alguna manera y que se esfuerza por mantener dominantes.

Es entonces que esta mujer definida por aquellos roles imperantes, se ve tentada a ubicarse en otro encuadre que no es el del estereotipo de familia que en ese círculo impera, o a relacionarse de otra forma con quien no es el perfecto marido que sostiene la imagen de ella. Pero algo no funciona en esto y ella demuestra no haber estado a la altura de su deseo. No se ubica en otro lugar, solo observa cómo va perdiendo sus roles adquiridos. Entonces termina la relación con el amante, dando el veredicto mediante un mensaje de contestador donde no hay otro que cuestione, en la afán de volver al estado anterior. Insiste en querer reconstruir la imagen de su matrimonio, la imagen de su marido y la suya. Necesita volverse a ligar con aquellos valores e ideales, con ese estereotipo. Imagina una y mil maneras, pero ya no puede. Y se resiste a pensar de forma alternativa. Sigue sosteniendo el mandato moral imperante, aun a costa de su insatisfacción. Prioriza más el deber ser que el ser: su subjetividad en cuanto tal es dejada de lado, dejando leer que parece más fácil cargarse -desde la culpa- con una muerte, un asesinato, a tener que explorar una nueva subjetividad, reconocer una nueva configuración dejando atrás lo ya establecido.

En la escena del café, vemos a una amiga que se permite desear o quizás simplemente fantasear con otra relación, otro hombre, u otra manera de ser mujer. La otra amiga en cambio, censura esa posibilidad tenazmente aludiendo a su propia experiencia pasada, desde donde parece ya determinar el destino trágico de “todo ese tipo de aventuras”. Una vez más, la protagonista se ve en la oscilación de estar tironeada por estos dos ejes. Pero ella escucha y se conmueve ante las palabras de esta última amiga, palabras que parecen encarnar el discurso del lugar particular en que se ubica lo que a la protagonista “le sucede”. La protagonista escucha simplemente y allí yace ella, dormida en los significantes del otro, sin darse lugar a la emergencia de su propia historia, haciendo eco del “destino trágico que toda historia así debe tener”.



NOTAS

Película:Infidelidad

Titulo Original:Unfaithful

Director: Adrian Lyne

Año: 2002

Pais: Estados Unidos

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