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Las toxicomanías en tiempos del imperativo de consumo

por Paragis, María Paula

Introducción

El presente artículo propone un análisis del goce en las toxicomanías, entendiendo que el consumo de tóxicos constituye un síntoma de particular importancia en la época actual y que se encuentra íntimamente ligado a las coordenadas de la hipermodernidad, concepto introducido por Gilles Lipovetsky (2002). Éste se define a partir de la decadencia de la categoría de posmodernidad, en tanto nos encontramos en un momento histórico en el cual el mercado ha impuesto su ley, viéndose acompañado por un hiper-individualismo, siendo un tiempo que carece de normativa o regulación y que se da a nivel global. Se trata de un mundo invadido por las nuevas tecnologías y la modificación de la cultura. El autor habla, también, de toxicomanía banalizada (Lipovetsky, 2002), para ubicar una fractura temporal en relación al consumo: hubo una época en la cual había un consumo con sentido, en tanto se encontraba ligado a cierta épica, a un ideal de libertad y de búsqueda de nuevas experiencias; y otra (la actual), carente de sentido. Entendiendo de este modo que la toxicomanía se ha convertido en una forma universal patológica, tratándose de una forma subjetiva generalizada en la actualidad, se intentará aportar una mirada desde el psicoanálisis, sosteniendo una clínica de la singularidad.

Se parte de la premisa de que la sustancia en sí misma no es lo central en la clínica con toxicomanías, sino la relación de cada sujeto con dicha sustancia, el efecto subjetivo que conlleva dicha práctica de consumo para cada quien. Por lo tanto, se intentará romper con la idea que se presenta en el discurso social con respecto al adicto en tanto “conjunto”, ya que desde una mirada psicoanalítica es posible evidenciar que dicho conjunto incluye una serie de cuestiones sumamente diversas en lo que respecta a la subjetividad.

Dado que la discursividad social de un momento histórico construye y representa lo que se llama “subjetividad de la época” (Assef, 2013), se tomará como representativa de la misma la narrativa cinematográfica, realizando un análisis del siguiente conjunto de películas: Trainspotting (Danny Boyle, 1996); Pulp Fiction/Tiempos Violentos (Quentin Tarantino, 1994); Pink Floyd: The Wall (Alan Parker, 1982) y Fear and Loathing in Las Vegas/Pánico y Locura en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998). La elección de los films se basa en dos ejes: por un lado, en todos ellos se aborda explícitamente la temática del consumo de tóxicos, y por otro, corresponden al mismo momento histórico (décadas de los 80 y 90s), lo cual resulta fundamental para el análisis de la subjetividad en la hipermodernidad y las características de la misma.

A través de dicha selección se intentará utilizar al cine como un medio para pensar lo contemporáneo, parafraseando a Alain Badiou [1], en tanto entendemos que la clínica con toxicomanías reviste particular importancia en la actualidad. Por lo tanto, la reflexión propuesta apunta a seguir el pensamiento de Lacan: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues, ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?” [2]

Desarrollo

Hipermodernidad y subjetividad

El concepto de hipermodernidad (Lipovetsky, 2002) permite establecer ciertas coordenadas de la época actual que sirven como herramientas para pensar la clínica. Entendiendo que se trata de un momento histórico en el cual existe una propensión al individualismo y el aislamiento, lo cual es producto de la caída de ideales y represiones, los sujetos se ven arrastrados a un "todo vale". Se presenta una tensión entre lógicas paradojales y contradictorias, en juego permanentemente, en una cultura que combina el exceso y la moderación. La autoridad se rige por la lógica del consumo, en la cual todo puede transformarse en un objeto del mismo, y no por los ideales como ocurría anteriormente.

Teniendo en cuenta que cada época caracteriza y desarrolla un tipo particular de discurso, el cual atraviesa y construye la subjetividad de quienes la viven (Assef, 2013), se evidencia un cambio en los síntomas que presentan los sujetos. Así como asistimos a la caída de los ideales, también existe una pérdida del sentido de los síntomas. "Los síntomas de la época tienen este aspecto de síntomas actuales, de falta de mecanismo psíquico, falta de sentido y se presentan directamente con su cara tóxica" [3].

Desde el psicoanálisis, la subjetividad reviste dos cuestiones fundamentales: las identificaciones y los modos de gozar. Tomando los tres registros de Lacan, podríamos establecer que en cada uno de ellos se juega la subjetividad. En cuanto al registro simbólico, existen en el lenguaje significantes privilegiados (llamados significantes amos o S1), los cuales determinan particularmente al sujeto, ya que son referenciales de esa subjetividad y alrededor de ellos se organizarán todos los otros. Así como también el registro imaginario implica el predominio de la función de la imagen; y el de lo real, que atañe al campo del goce.

Se presenta, entonces, una ascensión de comportamientos disfuncionales, los cuales se proponen la destrucción de todo límite, siendo "preciso ir siempre más allá, conquistar sin cesar nuevos territorios, la ciencia persigue la innovación a todo costo, los medios se tornan cada vez más radicales […]” [4]. Ello resulta la contracara de la hipermodernidad, la cual se caracteriza por su ritmo vertiginoso, extremo, sin límite, siendo totalmente desmesurada.

Trainspotting: Pantalla de la hipermodernidad

El film Trainspotting (Danny Boyle, 1996) está basado en la novela, del mismo nombre, de Irvine Welsh. El título “Trainspotting” hace referencia a un término escocés que significa “buscar una vena para inyectarse droga”. La película transcurre en Edimburgo y narra la vida de cinco jóvenes amigos adictos a la heroína. La misma comienza con uno de sus personajes, Renton, quien oficia de narrador, corriendo por una calle. La voz en off introduce el relato de la siguiente manera:

Elige una vida, elige un empleo, elige una carrera, una familia, una maldita TV grande, elige lavarropas, autos, CDs y abrelatas electrónicos, elige la buena salud y el colesterol bajo, seguro dental, elige las hipotecas a plazo fijo, elige una primera casa, elige a tus amigos, elige la ropa informal, elige un traje de tres piezas comprado en cuotas, y pregúntate quién mierda eres un domingo temprano, elige sentarte en el sofá o mirar programas estupidizantes mientras comes comida chatarra, elige pudrirte en un hogar miserable siendo una vergüenza para los malcriados que has creado para reemplazarte. Elige tu futuro, elige la vida. ¿Por qué querría eso? Elijo no elegir la vida, elijo otra cosa. ¿Las razones? No hay razones. ¿Quién las necesita si hay heroína?

Los dichos de Renton resultan sumamente esclarecedores respecto a las características de la hipermodernidad, en tanto la vida se resume en una lista de objetos y mandatos a cumplir. En esta sociedad se valoran principios tales como la salud, la prevención, el equilibrio, etc., teniendo como contracara la fragilización de los individuos. El consumismo lleva a los sujetos al suicidio, la depresión, la ansiedad; ya que ha teñido sus vidas de duda, incertidumbre, ausencia de garantías y de esperanza. Como respuesta a estas coordenadas de la época, Renton y sus amigos reivindican otro tipo de confianza: confianza en la heroína. Se vislumbra en ellos una característica esencial del verdadero toxicómano: es alguien que rompe absolutamente con el Otro y que posee una certeza de goce respecto de la sustancia. Sabe que eso otorga un goce y no hay pregunta al respecto (Naparstek, 2008). El tóxico funciona así como un paliativo para el malestar que genera el sistema, que deja a ellos mismos como objetos a ser consumidos por una sociedad que los aísla. Les proporciona un placer inmediato y una independencia frente al mundo exterior. Es decir que frente a la caída de lo simbólico, lo que rige en la actualidad es el objeto.

Todo el film constituye un circuito que se cierra en sí mismo y vuelve a comenzar, nunca saliendo del circuito del consumo: Renton intentará dejar la heroína, conseguir dinero para comprarla, recuperarse de una sobredosis, buscará un modo de cambiar su vida, etc. Sin embargo, dichas secuencias no dejan de mostrar únicamente la circulación constante de objetos (en este caso, marginales, prohibidos e ilegales). Resulta sumamente icónica de esta cuestión la escena en la cual Renton se sumerge en un inodoro de un bar, con el fin de encontrar unos supositorios de opio que había defecado. En ella, “el sujeto termina siendo tragado por el objeto” [5].

En la segunda escena de la película, se ve al grupo de amigos inyectándose heroína. De a uno, van cayendo al suelo en estado de éxtasis. Nuevamente, el narrador con la voz en off explica: “Piensa en tu mejor orgasmo, multiplícalo por mil y aún así no estarás cerca”. A través de esta frase se puede situar cómo el toxicómano prescinde del Otro, en términos de Lacan, ya que busca una operación que no pase por lo simbólico. Es una respuesta a lo real por la vía de lo real (el tóxico). De este modo, prescinde del sexo y encuentra una respuesta libidinal diferente, por lo cual puede aislarse totalmente del Otro social, volviéndose una práctica de carácter autoerótico y unitario. A su vez, se ubica claramente cómo la construcción de la identidad se ha trasladado al ámbito del consumo: las relaciones sociales se constituyen en torno a dicha actividad.

Retomando lo dicho anteriormente, se puede afirmar que la época actual presenta una “toxicomanía generalizada” (Sinatra, 2000) en la que ésta se presenta como un modo único y globalizado, en tanto el consumo es la supuesta y única respuesta al malestar de la cultura. El grupo de jóvenes de la película, particularmente Renton, evidencian el desencanto con respecto a la sociedad y el sistema, mostrando una mirada por momentos un tanto cínica de la vida. Ante esto, se procuran la droga como un modo de afrontar “la infelicidad y el dolor”, según los dichos del protagonista principal. Siguiendo a Lipovetsky, "[...] Después del viaje psicodélico de los años sesenta, símbolo de la contracultura y revuelta, la era de la toxicomanía banalizada, de la depresión sin sueño [...] [6]. Las vidas de estos jóvenes son un espejo de las dos caras de la hipermodernidad: la euforia y la vulnerabilidad. Al no poseer los marcos sociales e ideales que permitirían hacer frente a las desgracias de la existencia, recurren al consumo de heroína como modo de respuesta frente a la desolación de lo real.

Tiempos Violentos: La Sociedad Moda y el encuentro con el Otro sexo

Según Lipovetsky (2004), es posible referirse al tiempo hipermoderno como la "sociedad moda", que se ha expandido durante las décadas del 70 y el 80 a todas las esferas de la vida social, imponiendo las reglas del hiperconsumo y los medios de comunicación masivos, siguiendo la lógica de lo efímero. Es posible ubicar en esta caracterización de la sociedad una paradoja: si bien se tiende a la masificación, en tanto la sociedad de consumo empuja al anonimato, la alienación y el conformismo, por otro lado se genera un movimiento de sentido contrario, hacia la individualización, en la cual impera el hedonismo, el culto al cuerpo y la autonomía. El consumo toma una relevancia subjetiva que antes no tenía, ya no se consume para impresionar a otros sino para experimentar nuevas sensaciones. Como ilustración de este paradigma de consumismo podemos ubicar la película Pulp Fiction (Tiempos Violentos), que fue dirigida por Quentin Tarantino en 1994. La misma ha sido catalogada como un “clásico posmoderno” debido a sus escenarios (íconos de la cultura estadounidense tales como cafeterías, hamburgueserías, pubs, etc); referencias a otras fuentes narrativas, como el cine clásico, la música popular y los comics; y abundancia de referencias y homenajes al cine moderno, mediante el uso de intertextualidades (Assef, 2013). En la historia se entrecruzan personajes marginales, traficantes de droga, ladrones, asesinos a sueldo, sadomasoquistas, policías corruptos y adictos, en el marco del mundo de la mafia de Los Ángeles. A lo largo de todo el film se evidencia el discurso hegemónico de la cultura del hiperconsumo, plagando el relato de objetos representativos de la idiosincrasia estadounidense que saturan la pantalla. En relación a esto, se puede tomar la idea que J. Lacan introduce en “Radiofonía y televisión”, en 1977, cuando indica que advendría el “ascenso al cenit social del objeto llamado petit a” [7], lo cual impacta directamente en la construcción de subjetividad hipermoderna, condicionada de este modo por el empuje al consumo.

Es posible realizar un recorte del film tomando una de las historias allí relatadas: la historia de Vincent Vega y Mia Wallace. Vincent es un hombre joven que trabaja para Marcellus Wallace, un importante mafioso de Los Angeles. Ha llegado recientemente de Ámsterdam y su jefe le pide que lleve a su nueva esposa, Mia, a cenar y sea una buena compañía para ella durante el tiempo que debe ausentarse. Este requerimiento parece inquietar a Vincent, quien no conoce a la mujer, pero sabe de su atractiva belleza. Uno de sus compañeros le comenta que ha oído que esta muchacha parece haber tenido un encuentro sexual con otro de los empleados de Marcellus, con quien el susodicho mafioso arregló cuentas de un modo sumamente violento. Dadas las coordenadas, Vincent decide comprar tres gramos de heroína antes de buscar a Mia y camino allí consume una cierta cantidad, guardando el resto en su bolsillo. Al llegar, Mia se comunica con él mediante el intercomunicador y le indica que en breves estará lista, que puede servirse un trago mientras espera. Vemos a Mia observando mediante las cámaras de seguridad los movimientos de Vincent, a la par que consume unas líneas de cocaína. Luego se dirigen a un restaurante, de decoración rocanrolera de los años 50 y 60. Allí conversan, Mia se muestra seductora y Vincent irónico, mostrando por momentos cierta incomodidad. En un momento, al quedar en silencio, Mia decide ir al baño a “empolvarse la nariz” (sic). En la escena del baño, se oye un sonido fuerte que parece una aspiración y luego vemos a Mia tocándose la nariz, de lo cual es posible deducir que ha aspirado cocaína nuevamente. A continuación de la secuencia del bar, Mia y Vincent regresan a la casa de Mia. Se los ve distendidos, bailando y riendo luego de haber ganado un concurso de baile en el restaurante. Por un instante se miran en silencio y resulta evidente cierta tensión sexual entre ellos, ante lo cual Vincent decide ir al baño. Mientras él se encuentra allí, reflexionando y hablándose a sí mismo sobre mantener su lealtad a Marcellus, Mia encuentra en el abrigo de Vince una bolsa con heroína. La inhala creyendo que se trataba de cocaína, lo cual le provoca una sobredosis. Al regresar Vincent a la habitación, la encuentra tirada y en un estado calamitoso.

Este recorte del film permite ubicar ciertas cuestiones en relación a la función del tóxico, a la vez que muestra con la sobredosis de Mia el momento en el que el consumo lleva a la desaparición del sujeto. Resulta de gran importancia detenerse en la mirada que cruzan los personajes al llegar a la casa. Para ambos resulta claro que algo ha cambiado, se ha desdibujado el límite entre la esposa del jefe y su empleado, generándose un momento de gran intimidad entre ellos. Ante esto, resulta posible pensar el consumo, tanto en Mia como en Vincent, como un modo de resolver lo real de la angustia. En un principio, para Vincent, quien se ve involucrado en una situación delicada (acompañar a la bella esposa de su jefe); y luego para Mia, al encontrarse atraída por el empleado de su marido, deslizándose por un borde riesgoso antes de romper los límites que los separan. Consumiendo la sustancia, ya sea heroína o cocaína, se produce el efecto, por la vía de lo real, de eliminar la angustia. De este modo, los sujetos se encuentran aboliendo el lugar del Otro, saliéndose del campo del Otro, lo cual los deja librados a un “sin límites”.

Pánico y locura: la caída del Nombre del Padre

Quien haga de sí mismo una bestia, se deshace del dolor de ser un hombre”. Con esta frase del Doctor Samuel Johnson inicia el film de Terry Gilliam (1998), Fear and Loathing in Las Vegas (Pánico y Locura en Las Vegas). La misma es una adaptación del libro “Miedo y asco en Las Vegas” de Hunter Thompson, de 1971. La historia relata el viaje de un periodista, Raoul Duke –alterego de Thompson-, y su abogado, Dr. Gonzo, a la ciudad de Las Vegas. Se dirigen allí con el fin de realizar una crónica sobre una carrera motociclística en el desierto y, posteriormente, cubrirán también una convención de policías sobre la lucha contra el tráfico y consumo de drogas. En su valija llevan una enorme cantidad de drogas de todo tipo: marihuana, mescalina, LSD, cocaína, heroína, popper, éter. Los susodichos eventos no constituyen el foco principal de la película, ya que sus protagonistas se ven inmersos en un frenesí de drogas y alcohol constante y violento, colocando la labor periodística en un segundo plano. La totalidad del film consiste en la visión del personaje de Raoul Duke, la cual se ve severamente alterada debido a la ingesta de tóxicos, por lo cual las escenas están plagadas de alucinaciones y delirios paranoides. Se obtiene esta perspectiva lisérgica mediante diversas herramientas tales como la cámara que se mueve siguiendo los movimientos de los personajes (totalmente narcotizados), el encuadre desordenado, lentes deformantes, filtros de colores y tomas en contrapicado [8].

El relato sigue la experiencia de estos dos hombres que se dirigen a Las Vegas con la idea de no perder la energía de los años 60 y el sueño del periodismo gonzo, que plantea un abordaje directo de la noticia, llegando al punto de influir en ella, en el cual el periodista se convierte en parte importante de la noticia, siendo un actor más. Este estilo de periodismo caracterizó a Thompson, autor del libro [9]. A la larga descubren que aquello ya no existe y sólo encuentran rechazo e hipocresía por parte de los “buenos americanos”. A su vez, a lo largo de toda la historia la guerra de Vietnam se hace presente, figurando en los televisores que aparecen constantemente, y se traslada a las alucinaciones de Raoul, quien expresa que mediante las drogas se “escondían de la cruda realidad del año 1971”.

Hacia el final de la película, luego de una vorágine de sucesos plagados de droga y alcohol, sumamente violentos, Raoul Duke se despierta en su habitación de hotel, totalmente destrozada y sin recordar qué ha ocurrido. Para reconstruir los hechos recurre a su grabadora, mediante la cual se muestran al espectador en forma totalmente desordenada y confusa (del mismo modo que se le presentan al protagonista) una serie de escenas en las cuales él y su compañero se ven empujados a una caída estrepitosa, desbordante de paranoia y excesos de todo tipo. Luego de esto, se lo ve escribiendo mientras reflexiona lo siguiente: “Ahora estamos programados para sobrevivir. Se acabó la energía vital de los ‘60. Ésa fue la falla mortal de Timothy Leary. Dio tumbos por todo el país, dando sermones de conciencia, sin jamás haber considerado las realidades sombrías que aguardaban a aquellos que lo tomaban en serio. Todos esos ávidos de ácido que creían que la lucidez y la paz se lograban con $3 de droga. Pero nosotros también hemos fracasado. Lo que se desplomó junto con Leary fue el ilusorio estilo de vida que él había ayudado a crear. Una generación de inválidos, de pioneros fracasados que nunca comprendieron la falacia esencial de su cultura: la triste hipótesis de que alguien, o alguna potencia al menos, estuviese velando la luz al final del túnel”. [10]

Con sus dichos, Duke revela el desencanto de las generaciones que vivenciaron el estallido del hippismo en los años 60, evidenciando la caída de aquellos ideales que soportaban sus prácticas y luchas. El personaje lo dice del siguiente modo: “Y eso, creo, era lo principal, esa sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas del mal y de lo viejo. No en una forma mezquina o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía simplemente prevalecería. No tenía sentido pelear, de nuestro lado o del de ellos. Teníamos todo el impulso; estábamos montados en la cresta de una ola alta y hermosa... Y ahora, menos de cinco años después, puedes subir a la cima de una colina empinada en Las Vegas y mirar hacia el Oeste, y si sabes mirar con los ojos adecuados, casi podrás ver el punto hasta donde llegó el agua, ese lugar en el que la ola finalmente rompió y comenzó a retroceder”.

Desde esta óptica, la película de Gilliam permite realizar un contrapunto entre lo que fue el consumo de droga en la época del hippismo (años 60) y el consumo en la etapa posterior, correspondiente al declive de dichos ideales. La primera parece ser una época “donde priman los ideales y hay cierta preponderancia del Nombre del Padre, por eso la droga se ubica […] como posible partenaire. En ese momento la toxicomanía parece ser una respuesta al costado de otras, como algo localizado y puntual” [11]. En ésta, el consumo se anuda un ideal de libertad y una búsqueda de nuevas experiencias. En cambio, posteriormente asistimos a la llamada “caída del Nombre del Padre”, la cual conlleva la toxicomanía generalizada (Sinatra, 2000). Es decir, el tóxico constituye un modo único y globalizado de respuesta frente al malestar que se asienta en la inexistencia del Otro. En dicha época, la actual, “prima el goce del consumo propuesto por el mercado, para todos por igual, […] borrando las diferencias” [12].

Una de las características de la globalización es ir contra la fortaleza de los ideales que anteriormente hacían que la gente estableciese lazos sociales fuertes, ya sea ideológicos, religiosos, tradicionales, etc. Como consecuencia de su caducidad se observa la dificultad para establecer este tipo de lazo, llevando a los sujetos a andar sueltos, sin un significante amo (S1) que los amarre y les sirva de referencia. (Naparstek, 2010). Los emblemas se han transformado en significantes vacíos, lo que deja al sujeto desorientado, ante lo cual busca armarse o inventarse un S1 propio, a falta de un Otro que se lo brinde.

El film resulta, entonces, una clara ilustración de los diversos modos en que los sujetos se relacionan con la droga, así como también evidencia el costado más pulsional e indomable de la conducta en la toxicomanía, que empuja a los protagonistas a una satisfacción paradójica, que constantemente los lleva al límite de la autodestrucción.

Construyendo el muro: Confortablemente entumecidos

La película británica Pink Floyd – The Wall, dirigida por Alan Parker en 1982, resulta un relato metafórico conducido íntegramente por canciones de la banda, siendo Roger Waters (vocalista y bajista de Pink Floyd) quien escribió el guión. La misma se centra en la historia de un niño, Floyd, cuyo padre ha fallecido en la Segunda Guerra Mundial y a quien jamás tuvo oportunidad de conocer. El muchacho deviene luego una conflictuada estrella de rock, quien a medida que se suceden las escenas se devela como un sujeto lábil y absorto en su mundo interior. En la evolución del film, vemos cómo el niño se ha criado con una madre sobreprotectora y ha padecido un sistema educativo francamente represivo. Luego, ya adulto, presenta conflictos con su esposa, con quien mantiene una relación de constante ambigüedad y desencuentro, de quien finalmente se separa debido a una infidelidad de ella.

La figura del señor Floyd muestra cómo a lo largo de su vida va construyendo un muro, constituido por ladrillos que son el resultado de cada acontecimiento de su vida y del dolor que le han ido generando la ausencia de su padre; su madre, francamente estragante; su esposa infiel, etc. De este modo, recurre al ensimismamiento, redoblado por el uso de alcohol y la televisión, que le permiten romper el lazo con el Otro. Esta conducta autodestructiva de Floyd se exterioriza en una escena en la cual, luego de un show, regresa a su habitación de hotel junto con una mujer. No le dirige ni una sola palabra, ignora absolutamente su presencia y procede a mirar televisión, ensimismado. A raíz de los constantes intentos de la muchacha de conversar y obtener su atención, reacciona violentamente destruyendo todos los objetos de la habitación.

Entendemos, entonces, que el muro construido por Floyd oficia de metáfora del goce en la toxicomanía. El intento de resolver el malestar por fuera del campo de la palabra le proporciona al toxicómano un placer inmediato y la independencia del mundo exterior, no sólo prescindiendo del Otro del lenguaje sino también del sexo, encontrando otra respuesta libidinal que le permite aislarse totalmente del Otro social. Aquí el consumo funciona como un modo de autosegregación, de ruptura del lazo social, siendo un puro autoerotismo al cual no se anuda sentido alguno. Lacan ubica respecto a la droga que es aquello que “permite romper el matrimonio del cuerpo con el pequeño hace-pipí” [13], es decir que la verdadera toxicomanía consiste en una ruptura con el falo, una satisfacción fuera de la regulación fálica. Esta pérdida de toda medida es la que constituye el exceso en la toxicomanía.

Finalmente, es posible ubicar lo expuesto en algunos fragmentos de una de las canciones que pertenecen al film y al disco The Wall (1979), “Comfortably numb” (“Cómodamente adormecido”). Ella dice: He oído que te sientes deprimido/ Yo puedo aliviar tu dolor/ Y ponerte de pie otra vez, lo cual puede entenderse como una posible función de la droga para este sujeto que se encuentra devastado y que busca incesantemente paliar su sufrimiento. La canción finaliza con una frase que sintetiza la esencia del toxicómano en la época hipermoderna: El niño ha crecido/ El sueño se ha ido/ Y yo me he vuelto/ Cómodamente adormecido.

Conclusión

A lo largo del presente recorrido a través de los diversos films, utilizando al cine como un medio para reflexionar sobre cuestiones que hacen a la clínica con toxicomanías, se ha intentado poner en cuestión aquello que en el discurso social se presenta como el conjunto de “adictos”, el cual en realidad no es más que una ficción, puesto que se homogeneizan subjetividades que de ningún modo deberían superponerse. Considerando el impacto de la hipermodernidad en la construcción de subjetividad y en los síntomas actuales, el psicoanálisis resulta una apuesta que va a contracorriente de lo contemporáneo, intentando sostener una clínica de lo singular. Sosteniendo dicha política, se evaluará caso por caso cómo se dirige el tratamiento para cada sujeto, en tanto de lo que se trata es de cómo cada quien se las arregla con algo del goce. Se trata de elaborar una respuesta distinta, simbólica, para abordar lo real allí donde la respuesta de la época es la de poner un objeto en el lugar de la inexistencia del objeto, intentando colmar un vacío que es irreductible por estructura. No se trata de una clínica donde predomine la sanción moral, la cual des-responsabiliza a los sujetos, desvaneciendo la posibilidad de responder por su goce.

A este respecto, es posible retomar una escena de “Fear and Loathing in Las Vegas”, en la cual los protagonistas asisten a una convención contra el tráfico y consumo de narcóticos. En la misma, hablan sobre “la mente poseída” del adicto y cómo identificarlo, ya que “sus vidas podrían depender de ello”. En sus dichos se evidencia la idea que prima en el imaginario social entendiendo a la droga como la causa de todos los males. Por otro lado, Renton en el film “Trainspotting” conmueve con sus dichos lo que entendemos vulgarmente por “adicción”. Ubica que su madre es una “social y domésticamente aceptable drogadicta”, ya que consume Valium (en grandes dosis y con frecuencia); y por otro lado, sitúa a su compañero Begbie como víctima de “otro tipo de adicción”: aunque este personaje no consume ninguna droga -si bien podría pensarse que tal vez tenga alguna cuestión sintomática en relación al alcohol, ya que en varias escenas se encuentra bebiendo- a lo que Renton se refiere como “adicción” en este caso es a los ataques de ira de este sujeto, los cuales no logra manejar, necesitando imperiosamente una descarga motriz que lo lleva a los más cruentos ataques, que aparentan ser inmotivados para sus compañeros, quienes ven aquellos episodios desatarse a causa de los eventos más nimios.

Dichas viñetas permitirían problematizar sobre qué es lo que consideramos adicción. ¿Acaso lo que define una adicción es la sustancia? ¿Qué hace que determinadas adicciones sean socialmente aceptadas? ¿Qué hacer con estos síntomas que se presentan como el fruto de la época actual? Entonces, de lo que se trata es de poner al analista “en el banquillo”, forzándolo a que se pregunte sobre dichas cuestiones, que renueve su apuesta por el deseo y la responsabilidad subjetiva, haciendo existir el inconsciente, aunque ello implique oponerse al empuje de lo contemporáneo y el consumo.

Bibliografia

Assef, Jorge. La subjetividad hipermoderna. Una lectura de la época desde el cine, la semiótica y el psicoanálisis. Buenos Aires. Grama Ediciones. 2013.

Badiou, Alain. Entrevista publicada en el diario La Nación, 26/10/2003.

Lacan, J. Radiofonía y televisión, Anagrama, Barcelona, 1977.

Lacan, Jacques. “Clausura de las jornadas de carteles de la E.F.P.”, Inédito, 1975.

Lipovetsky, G. Entrevista publicada en “Folha de Sao Paulo”. 14/03/2004

Lipovetsky, G. La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 2002.

Lipovetsky, G. Les temps hypermodernes, Grasset, París, 2004.

Naparstek, Fabián. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Buenos Aires, Grama Ediciones, 2008.

Naparstek, Fabián. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo III. Buenos Aires, Grama Ediciones. 2010.

Sinatra, Ernesto. “La toxicomanía generalizada y el empuje al olvido” en Más allá de las drogas. Plural, Bolivia, 2000.

Taller Crítica de Cine – Comunicación Social UNR. Miércoles 18 de Agosto de 2010. http://taller-criticadecine.blogspot.com.ar/2010/08/panico-y-locura-en-las-vegas.html



NOTAS

[1Badiou, Alain. Entrevista publicada en el diario La Nación, 26/10/2003.

[2Lacan, J. “Función y campo de la palabra y el lenguaje” en Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1988, p. 309.

[3Naparstek, Fabián. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo III. Buenos Aires, Grama Ediciones. 2010, pág. 26.

[4Lipovetsky, G. Entrevista publicada en “Folha de Sao Paulo”. 14/03/2004

[5Assef, Jorge. La subjetividad hipermoderna. Una lectura de la época desde el cine, la semiótica y el psicoanálisis. Buenos Aires. Grama Ediciones. 2013. Página 180.

[6Lipovetsky, G. La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 2002, pág. 219.

[7Lacan, J. Radiofonía y televisión, Anagrama, Barcelona, 1977. Página 75.

[8Taller Crítica de Cine – Comunicación Social UNR. Miércoles 18 de Agosto de 2010. http://taller-criticadecine.blogspot.com.ar/2010/08/panico-y-locura-en-las-vegas.html

[10Timothy Leary fue un escritor y psicólogo creador de la psicoterapia psicodélica. Proponía los beneficios terapéuticos y espirituales del uso de LSD. (Fuente: Wikipedia).

[11Naparstek, F. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Grama Ediciones, Buenos Aires. 2008. Página 26.

[12Ibidem, página 28.

[13Lacan, Jacques. “Clausura de las jornadas de carteles de la E.F.P.”, Inédito, 1975.





COMENTARIOS

Mensaje de federicovillar  » 30 de octubre de 2016 » federicovillar@gmail.com 

Excelente, el mejor articulo que leí en este congreso. Esta idea de "hipermodernidad" la desconocía, y me pareció genial como queda ilustrada con los films seleccionados.
Felicitaciones!



Mensaje de David Goldman  » 30 de octubre de 2016 » davidhgoldman@gmail.com 

Muy buen trabajo y excelente selección de los films.



Mensaje de Gustavo Ramallo  » 30 de octubre de 2016 »  

Felicito a la autora por el artículo.
Me resultó muy interesante el modo de conceptualizar el consumo de tóxicos, entendiéndolo como un síntoma particular de la época actual. Además, el presente artículo me permitió pensar sobre nociones centrales del período que estamos atravesando, como por ejemplo: el mercado, la ley, el hiper-indivudualismo y los diferentes modos de goce del sujeto.
Sin duda estos films muestran como el individuo está aplacado e invadido por las nuevas tecnologías. Se podría identificar a esta nueva época como “El imperio de las imágenes” donde se intentaría aplacar y anular a lo real vigente, produciendo el aplanamiento del sujeto, por ende, consecuencias inevitables en la subjetividad.
El desarrollo de la autora, me hizo reflexionar sobre las conceptualizaciones que propone Jorge Alemán de “neoliberalismo y subjetividad”, donde el autor efectúa el siguiente interrogante: ¿Qué hay en el advenimiento del sujeto en su condición mortal, sexuada y mortal que no pueda ser atrapado por los dispositivos de producción de subjetividades específico del neoliberalismo?
¡Excelente trabajo!



Mensaje de Francisco Reos  » 1ro de septiembre de 2016 » reos.francisco@gmail.com 

Muy buen artículo! Me parece muy interesante la construcción de las reflexiones sobre la hipermodernidad a partir de 4 films emblemáticos. Todo lo que el psicoanálisis ha podido sostener desde su marco teórico sobre el consumo actual muestra la importancia de tener siempre presente la ética que propone para no perderse en los bosques de lo imaginario (y real) de nuestra época.




Película:Trainspotting | Pulp Fiction | Pink Floyd: The Wall | Fear and loathing in Las Vegas

Titulo Original:

Director: Danny Boyle | Quentin Tarantino | Alan Parker | Terry Gilliam

Año: Reino Unido | Estados Unidos | Reino Unido | Estados Unidos

Pais: 1996 | 1994 | 1982 | 1998