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La locura de los otros

por Gallino Fernández, Griselda

“Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
No ves que va la luna rodando por Callao"

Comencemos por un enigma: Bianca. El nombre nos fue sugerido por Lars Linstrom, un joven algo retraído que vive con su hermano y su cuñada en un pequeño pueblo del noroeste de los Estados Unidos.

El film recién comienza. De Lars apenas se nos ha dicho que es un buen muchacho, que concurre regularmente a misa y es muy querido en su comunidad.

Es cierto que Lars está soltero y esta situación inquieta a lo que queda de su familia: Gus, su hermano, casado con Karin, quien está embarazada.

Lars comparte con ellos la antigua propiedad familiar, pero voluntariamente se ha exiliado en el cobertizo del fondo y se resiste férreamente a establecer contacto con ellos.

Esta rutina se reitera hasta que inesperadamente una noche Lars golpea a la puerta de su hermano, pide que también Karin se acerque a la entrada y anuncia a ambos que ha recibido una visita. Aclara que se trata de una chica que contactó a través de Internet, llamada Bianca y que ellos van a ser los primeros en conocerla.

Todo esto nos adentraría hacia un clásico final feliz si no fuese por un solo detalle: Bianca es una muñeca inflable.

Y esto es sólo el comienzo, porque Lars integrará a Bianca no sólo a su familia, sino a sus compañeros de trabajo, a sus amigos y hasta a la Iglesia.

El pueblo se conmoverá profundamente por la llegada de Bianca y todo el mundo tomará partido. Frente a esta situación, habrá quienes manifiesten su intolerancia, quienes se muestren más comprensivos, e inclusive quien apele a la misericordia. Pero en todos los casos, las personas despliegan un saber anticipado sobre la situación.

En términos del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto, pero también bajo el ropaje técnico-psicológico: psicosis esquizofrénica, fetichismo, perversión.

En medio de este despliegue de certezas, aparece alguien que reconoce que no sabe. Esta persona es Dagmar, la médica del pueblo, curiosamente aquella de la que se espera el más autorizado de los saberes.

Dagmar se limita a decir “Bianca está aquí por alguna razón “y su consejo es que le sigan la corriente a Lars, pues la construcción mental de que Bianca es una persona debe deshacerla el mismo. Como éste es muy querido en el pueblo, sus vecinos y compañeros de trabajo mantendrán la ficción.

Bien filmada y mejor actuada, construida sobre la base de planteos movilizadores, a partir de allí la película se constituye en una obra impecable proponiéndonos una mirada sin anestesia sobre las representaciones estigmatizantes de los trastornos psiquiátricos, la reacción social negativa y la exclusión. Y es por esta vía, precisamente, que nos permite pensar el impacto de una experiencia de “desmanicomialización” en los profesionales, en la comunidad y en el sistema de salud en su conjunto.

La película disecciona con precisión a Lars como un sujeto que necesita conocerse, definirse, reconocerse e integrarse, reafirmándose en su “otredad “.

Por otro lado, nos permite reflexionar sobre el abordaje de los trastornos psiquiátricos desde una lógica comunitaria que reivindique la subjetividad.

En lo que respecta a la libertad, la película nos muestra a Lars discrepando, arriesgándose y optando por vivir su “amor” por Bianca sin miramientos por los mandatos sociales en una clara reivindicación de su autonomía.

La intervención de la doctora del pueblo, Dagmar, habilita la disposición de la comunidad para que Lars atraviese su enfermedad sin que ello implique su encierro u ocultamiento.

Si bien la película presenta estas necesidades sociales figuradas en un solo individuo, podemos pensar a Lars como un representante del conjunto de personas que sufren algún trastorno mental.

La película muestra como el hospital psiquiátrico en tanto institución sanitaria por excelencia para tratar la locura se ve reemplazado por el abordaje comunitario. En tanto se trata de un modo de abordaje estructurado por lazos familiares y de comunidad, de cercanía geográfica, podemos pensarlo más que como una organización propiamente dicha, como un modo organizacional de tipo comunitario donde prevalecen estrategias de sobrevivencia a partir de la creación y mantenimiento de una red de recursos que permitan satisfacer las necesidades de Lars.

En cuanto al espacio histórico, político, socio económico y cultural, la película nos propone el desafío de situarnos en un pequeño pueblo del oeste de los EEUU en donde la convergencia de diversos actores sociales en un pequeño escenario geográfico nos permite identificar una multiplicidad de criterios morales y técnicos revelando posiciones contrapuestas frente a la salud mental y su tratamiento. En este sentido, las escenas nos revelan poco a poco el discurso compasivo y sancionador de la iglesia, la mirada paternalista y hasta por momentos repulsiva de la familia, la mano intolerante de los ámbitos laborales y la impulsión subversiva de la médica del pueblo.

El medio ambiente es un espacio de ejercicio de posiciones de poder, la lucha entre la sanción de la locura y su inclusión se negociara insistentemente a lo largo de toda la película, estableciéndose mecanismos de cooperación, alianza y confrontación entre los distintos actores comunitarios.

En cuanto a los aspectos de la práctica psicológica propongo un juego, mucho menos arriesgado que el que Lars afronta y provoca sobre los que le rodean: se trata de tomar la película en el sentido de aquello que aún no es pero podría llegar a ser. Es decir, entender que hay una respuesta comunitaria frente a la locura que aún no puede ir en la línea que vemos en la película pero que nos impulse a empezar a actuar y a relacionarnos creando un espacio y un tiempo en que esto sea posible.

Es por eso, de algún modo, que la intensidad de la esperanza que sentimos al final de la película reside, a mi entender, en la contemplación de una realidad que no es –todavía– pero que podría ser. Porque Lars parece tener muchos más recursos de lo que nuestras mentes estrechas y atrapadas en discursos cerrados. Tal vez estemos más alienados que el propio Lars. Tal vez más locos, locos, locos, amaneciendo en nuestra porteña soledad.



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