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Psicoanálisis de los colores: El azul es un color cálido

por Gallino Fernández, Griselda

Emma:- ¿Por qué mientes?
Adele: - No miento.
Emma: - Entonces, ¿por qué lloras?
Adele: - No lloro
Emma: -No estés triste por gusto

‘La vida de Adèle’ seduce ya que se trata de una obra que parece responder a una búsqueda en la que el valor de la palabra y de la imagen encuentren su perfecta equivalencia (como si eso fuese posible).

Parte de una premisa ordinaria, convencional y su contenido dramático es incluso esquemático: amor a primera vista, despertar de la sexualidad, pasión física correspondida, convivencia, ruptura y desolación. Sin embargo, ofrece una lección de puesta en escena que es aquello que en definitiva la engrandece: el sexo entre mujeres nunca se ha filmado con tanta intimidad y explicitud como en ‘La vida de Adèle’, con dos largos bloques de sexo que ocupan el corazón de la película y al que a la postre van a dar todas las fugas sentimentales de la relación entre Adèle y Emma, de modo que el contenido emocional de la propuesta lo debemos a la vibración, casi la brutalidad física con que director y actrices, mediante un trabajo sublime (no libre de controversias posteriores), trascienden la superficie de la pantalla.

Se podrá debatir una y mil veces sobre el carácter naturalista o estilizado de las imágenes, sobre el peso específico del cine como arte del simulacro o de la revelación documental, pero lo cierto es que a ese abismo es al que se asoma ‘La vida de Adele’, concentrado en el magnetismo carnal de sus intérpretes.

La estrategia del cine performativo, concediendo mayor tiempo del habitual a cada secuencia y conjurando así una suerte de estado voyeurístico (en torno al sexo, pero también en torno a la relación amorosa y la vida interior de sus personajes), apela a una clase de cine para el que el plano no basta con ser visto, sino que debe ser trascendido. La vibración de la mirada va más allá de la mera complacencia visual, apela al placer físico, sensorial, que no se ciñe solo a la representación del sexo, sino a la sensualidad de los sentidos, especialmente pregnantes en otras dos largas escenas de contenido “gastronómico”.

‘La vida de Adèle’ apela a la conciencia masculina de la belleza de ese cuerpo para ofrecernos una mirada sin filtros, poderosamente contemporánea, del sexo lésbico, como si fueran pinturas clásicas. Sin renunciar a ese placer probablemente perverso que el cine, como arte esencialmente voyeurístico, facilita, el objetivo es tan plausible como perturbador: el amor físico no se diferencia del desagarro interior, el aspecto carnal no puede separarse de los sentimientos. La película logra un pasaje por la pulsión escópica dónde el azul abandona sus gélidas provocaciones hasta acalorarse a tal punto de representar el color de todo lo que deseamos que permanezca, de todo lo que debe durar eternamente, de todas aquellas ideas cuya realización nos hacen subir la fiebre.



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