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La letra que acompaña las equivocaciones

por Pesino, Carolina

Bajo el título algo trillado y acaramelado, Amor a la Carta (The Lunchbox en la versión original), puede hacernos creer en un primer momento que estamos frente a una novela romántica y facilista, pero en cuanto nos adentramos en la trama advertimos los profundos “condimentos” a los que nos conduce esta historia.

El director y guionista hindú Ritesh Batra, debuta con esta película en la que se narra la historia de dos personajes que comienzan a relacionarse azarosamente cuando una vianda, destinada al marido de Ila, la protagonista femenina, termina por error en la mesa de trabajo de Saajan Fernandes, el protagonista masculino. Ese error resulta la excusa que desencadena el relato de estos seres solitarios que habitan la ciudad de Bombay, en la India, paradójicamente una de las más pobladas del mundo.

La tradición en la ciudad hindú señala que cada día, las mujeres envían las viandas con el almuerzo a sus maridos, utilizando el servicio de los dabbawallahs, hombres encargados de recoger y trasladar diariamente la comida fresca de las portaviandas y luego devolverlas. Esta modalidad es única en el mundo desde hace 120 años y consiste en un complejo servicio de postas de bicicletas, tren y nuevamente bicicleta. Los dabbawallahs heredan el oficio y, pese a que son analfabetos, son prácticamente infalibles. La Universidad de Harvard realizó un estudio en donde determinó que gracias a un sistema de colores y símbolos, sólo se equivocan de destinatario una vez en un millón.

Lo que en un primer momento para Batra iba a ser un documental sobre estos repartidores, terminó siendo una ficción sobre lo impensable: el error de un dabbawallah.

Algo en ese universo mecánico y perfecto tiene que pasar para que nuestra historia cobre vida:

Ila, a contrarreloj, envía la hija a la escuela, se ocupa de los quehaceres domésticos y prepara la comida para su esposo esperando el reconocimiento del mismo con el que tiene una relación fría y distante. Comparte recetas con su tía que vive en el piso superior, hablando por la ventana de la cocina. "Tía, tía", es el llamado de Ila para consultar sobre condimentos que tengan los atributos de hacer que su esposo vuelva a interesarse por ella. La tía le envía, desde el piso superior de los departamentos, las esencias específicas para la conquista a través de una canasta que pende de una soga. En ningún momento durante toda la película vemos a la tía pero sí la escuchamos en el intercambio de conversaciones con la sobrina.

Saajan es un viudo a punto de jubilarse anticipadamente de su trabajo rutinario de oficina desde hace 35 años, comparte, amontonado, su tarea con un grupo de compañeros y recibe puntualmente, como tantos otros, su porción de coliflor a modo de vianda contratada a una empresa especializada en el rubro. Está solo, vive solo y no muestra interés por hablar o entablar relaciones con nadie. Un día, por equivocación, dejan en su escritorio la dabba (vianda) que Ila preparó esperando ilusionada que estas porciones mejoren y reaviven la relación con su esposo. Saajan advierte inmediatamente el exquisito gusto de la comida quedando plenamente satisfecho y sorprendido ante el notorio cambio del sabor y el aroma de su comida diaria. Aún no sabemos que esa vianda cae en manos de quien ¿no? corresponde.

Ila es la que advierte el error, luego de comprobar que su marido no se mostró estimulado por el cambio, envía una nota al desconocido degustador confesando que estaba preparada para su esposo, éste le contesta y comienza así una larga secuela de mensajes que acompañan el ida y vuelta de la vianda. Nuestros personajes van encontrando, a través de este intercambio de cartas, el paliativo de las soledades que los atraviesan.

A pesar de la aparente linealidad de la trama, Amor a la carta despliega un sutil contrapunto entre el casi anacrónico recurso de escribir cartas manuscritas narrando recuerdos, sentimientos y escenas de la vida cotidiana con la modernidad de los mail, watsapp o twitter, muchas veces más impersonales y públicos.

Un tercer personaje, Shaikh, provee el contraste total, por momentos molesto y gracioso en su ingenuidad. Este personaje que aspira al puesto de Saajan es un joven vital, sonriente y muy conversador, será quien también mueva inesperadamente los cimientos de la resignación de un hombre que se ve ante el ocaso de su vida. Saajan debe entrenarlo en el puesto que está próximo a abandonar pero se resiste sistemáticamente a ello buscando excusas, escapándose o evadiéndolo. Pero el deseo de Shaikh puede más que las resistencias de Saajan y llegan a entablar una relación amistosa inesperada que les permite confesarse historias personales y compartir momentos más allá del ámbito laboral.

El film transcurre en un permanente desencuentro de miradas: la del esposo indiferente que entra a su casa sin reparar en su esposa y sin notar los cambios seductores que ésta le ofrece. Solo a la televisión o a su teléfono dirige la atención. La tía, casi única compañía de Ila, de la que únicamente se escucha su voz durante toda la película y de la que sabemos autodestinada a cuidar y cambiar los pañales de un marido postrado en la cama que solo mira el ventilador de techo que, según ella, debe permanecer girando sin interrupción como garantía para conservar su vida. La hija de Ila que juega al gallito ciego con su muñeca a la que le vendó los ojos denuncia el lugar que ocupa esa madre en la escena deseante. y es quizás el único personaje capaz de mirar directa y efectivamente a su madre cuando ésta toma decisiones, todo lo dice con su mirada, pero no con palabras. El padre de Ila, a punto de morir y también como el tío, confinado en su lecho, del cual vemos su cuerpo yacente pero no su rostro. Y finalmente ambos personajes protagónicos, entre quienes nunca se produce el encuentro físico ni de sus miradas, solo a través de sus cartas, que, junto con la comida, desencadenan la relación amorosa que surge de un error casi impensable de suceder.

Ila está confinada en su casa y destinada, como su madre y su tía a transcurrir sus días presas de la vida que le ofrecen esposos sin miradas. “Las mujeres no tenemos que pedir mucho” le aconseja su madre, para perpetuarse en un lugar de empobrecimiento subjetivo.

Sin embargo, y como consecuencia de esta relación epistolar, algo comienza a cambiar en el transcurso de la película, Saajan confiesa en una de sus cartas: “las cosas no existen si no hay a quien contarlas”.

La mirada comienza a libidinizarse y cobrar sentido. En una de sus cartas a Ila le cuenta que vio unos dibujos en la calle que parecían todos iguales, pero que, recién al acercarse podía ver las diferencias, en uno de ellos se vio a él, y lo compró. Algo de sí mismo comienza a atraerlo y lo lleva a reconocerse, a descubrirse, a encontrarse en algún lugar y posicionarse como alguien singular, a destacarse del montón indiferenciado.

La mirada implica al sujeto y al deseo allí en juego. La mirada es el aporte de la visión integrada al campo del deseo. Todos necesitamos alguien que nos mire para ser reconocidos, necesitamos de otros que nos afirmen en nuestra existencia, ya sea confesando nuestros pecados ante ojos desconocidos o a través de la ausente idealizada como en este caso.

Si miramos es para descubrir algo y está asociado a la búsqueda de un saber sobre uno mismo y sobre el otro, esto es lo que Saajan está descubriendo.En la mirada hay un llamado al Otro. A que el Otro se abra en su deseo, a que haya hendidura.

Poco a poco los personajes se descubren a sí mismos en sus palabras y en las del otro y se animan a soñar.

Ila comienza a preparar la comida que le gusta a Saajan y éste (en un primer momento forzado por la situación), comienza a compartirla con su futuro reemplazante quien también disfruta, sin saberlo, de los sabores de ese amor. Shaikh (el reemplazante), descubre las cartas que acompañan la vianda y, aunque no llega a leerlas, comenta sorprendido que “hoy nadie escribe cartas, solo correos electrónicos o e-mail”.

Es que aquí el tiempo del avance tecnológico no cuenta, no se trata de un amor de época sino del lugar que ocupa el amor en la escena humana, se trata de un tiempo universal.

“El amor es vacío”, nos dice Lacán cuando trabaja el amor cortés en la Edad Media, para concluir que el amor no pertenece sólo a esa época, sino que es algo que tiene toda la actualidad.

¿Cuál es entonces el condimento puesto por nuestra protagonista en esa comida? ¿Es solo el sabor mágico? ¿Es la manera de prepararlo?

Preparar algo para comer, en el caso de Ila, no es lo mismo que solamente cocinar, equivale también a planear el disfrute del momento de la comida y que el placer no termine con el último bocado sino que continúe con un encantamiento que pueda modificar su rutinaria vida. Y es logrado, pero no con quien ella lo había planeado en un primer momento. Este es, junto con la vianda, la segunda equivocación que llevan a nuestros personajes a encontrarse con sus verdaderos deseos.

Luis Gall nos dice que los amantes suelen aportar en las relaciones humanas la verdadera dimensión de los sentimientos en juego y le dan un exquisito sabor a las comidas. El cocinero nunca podrá controlar las pasiones y siempre las renovará en cada uno de sus platos, en cada una de sus búsquedas, como cada uno de nosotros en cada uno de nuestros actos, a veces más, a veces menos, pero siempre buscando significados, caminos y felicidades, sin mapa, sin mayor guía que nuestro corazón y nuestros afectos…

Sobre el tema de la cocina se ha hecho y se hace mucha literatura pero faltaba el dato científico que asentara el placer de comer y el arte de confeccionar comida con todas sus implicaciones vitales y sensuales.

En la génesis de ciertos ritos, como los cuentos y mitos de libros sagrados, la oralidad se presenta como el punto de inflexión para pensar la subjetividad humana.

Sabemos que el movimiento de ingesta supera el “plato del día” y camina hacia las formas particulares de abordar el vasto campo de la oralidad que descubre el psicoanálisis.

Detrás de cada comida hay una búsqueda de placer que excede el ritual alimenticio. El hambre puede satisfacerse como en el caso de Saajan que no deja nada por comer de esa vianda, pero inmediatamente, vaya a saber qué evocación singular, abre en ese acto un deseo de algo más, algo que reaviva lo dormido, una inquietud que proviene de una memoria fundante que no puede ser saciada solo por el alimento. La memoria de algo perdido.

Es por eso que, retomando el concepto de objeto perdido, como Lacan (1953/1954) lo hizo en el Seminario 5, es solo en el “después” que esa “delicia” se vuelve imposible, porque se ha perdido. Pero lo que no se pierde en nuestra película son las cartas que quedan como lazo testimonial simbólico de esa búsqueda de placer. Fue necesario “escribir” para dar cuenta de que algo se perdió y que a la vez dejó su marca. Parafraseando nuevamente al protagonista: “Las cosas no existen si no hay a quién contarlas”.

En ese sentido, las palabras escritas no son más que disfraces para tapar ese grito solitario que es lo único que les pertenece a ambos.

Estamos aquí frente a un hecho en principio azaroso, el desvío de la vianda, que provoca una situación no prevista.

Ila trata en un principio de enmendar ese error pero no a través del reclamo al dabbawalah que lo había cometido, sino que se apropia de ese error, escribe una carta de descargo al desconocido degustador y termina presa de la misma, presa de las palabras escritas, entendiendo que, la finalidad perseguida se había logrado: ahora hay alguien que la espera a través de sus comidas, alguien que la desea, alguien con quien comunicarse y alguien con quien compartir su soledad, el destinatario “equivocado”. Ya no puede dejar de contestar las cartas como tampoco de preparar las comidas que deleitan a Saajan… y esperar la carta de retorno. El condimento acá no es el que proporciona la tía en su canasta que a diario desciende del piso superior, esa pende de un hilo, sino el lazo creado por ellos mismos, la carta, la palabra, el relato que llega a ser más esperado que la propia comida.

“Si pudiese decirse que una carta ha llenado su destino después de haber cumplido su función, la ceremonia de devolver las cartas estaría menos en boga como una clausura de la extinción de los juegos de las fiestas del amor”. (Escritos 1 pág 20)

“Si algo puede introducirnos en la dimensión de lo escrito como tal, es el percatarnos de que el significado no tiene nada que ver con los oídos, sino solo con la lectura, la lectura de lo que uno escucha de significante” (J. Lacan Seminario 20)

Podemos inferir dos momentos de estos viajes epistolares:

El primero: lo ubicamos en la primera vianda que es devuelta sin ningún resto de comida. Esto sorprende a Ila y más aún cuando comprende que no la había recibido su esposo. Esto la atrapa mostrándole que el camino para ser deseada no se encuentra por donde lo estaba buscando . Entregó, como Eva a Adán la fruta prohibida, instalando el deseo, y eso les marcaría la vida a ambos, desterrándolos del “paraíso” solitario y repetitivo de sus vidas y confinándolos a la búsqueda eterna de sus deseos más inefables.

El segundo momento muestra el no retorno en el retorno. Ya no hay vuelta atrás para nuestros personajes, algo del deseo se ha instalado que no permite regresar al posicionamiento anterior. Ambos esperan del otro el retorno de las cartas que den un nuevo sentido a sus vidas.

Borges decía que leer y escribir son dos maneras de acceder a la felicidad; no ignoraba el enigma que esa felicidad vela y que remite más profundamente a las oscuras e incognoscibles razones de esclarecer que es lo que hace que un sujeto se dedique a trabajar y ser trabajado por las letras.

En una de las charlas entre Saajan y Shaikh este último pronuncia una frase que se ubica en este contexto para darle sentido a la trama “A veces el tren equivocado te puede llevar a la estación correcta”. En el sentido de lo que es una equivocación, un acto fallido o cualquier formación del inconsciente, lo que denuncia es aquello del orden del deseo reprimido, que solo por la vía del “error” puede manifestarse. El error es lo logrado.

¿Podemos pensar acaso que ese error azaroso funcionó como vehículo para que nuestros personajes dieran un giro a sus vidas que les permitiera encontrarse con sus deseos más genuinos? Un profundo trabajo de subjetivación que se da a través de las cartas muestra cómo la palabra pudo abrir ese camino.

El juego del gallito ciego que denuncia su hija ya no cumple su función. Ila descubre que su marido la engaña y le manifiesta a Saajan su deseo de irse a vivir a Bhután [1]. Ella le propone también que ha llegado el momento de conocerse y convienen un encuentro.

Es entonces donde la mirada vuelve a la escena de nuestro personaje masculino. Mientras se prepara en su casa con mucho esmero para el encuentro, se mira al espejo para el último retoque y se enfrenta con su propia imagen, se ve viejo y deteriorado por el tiempo. Acude a la cita pero solo se sienta a observar a la mujer con la que había compartido todo este tiempo de esperanzas y emociones y no se da a conocer, permanece invisible a los ojos de Ila, simplemente la observa en su belleza y ansiedad por el encuentro hasta que finalmente ella comprende que él no vendrá.

Al día siguiente llega la vianda al escritorio de Saajan pero vacía y él la devuelve con una nota en donde confiesa haber estado en el lugar de la cita pero que no se animó a presentarse. Dice sentirse viejo y no querer arruinar los sueños de ella que es joven. “Nadie compra un billete de lotería caducado”, expresa en su carta.

Es así como decide irse a vivir a otra ciudad, su trabajo ha finalizado y las cartas ya dejaron de escribirse. Sin dirección no hay posibilidad de que ninguna carta llegue a destino. Pero la función de la misma está cumplida.

Sin embargo, al finalizar la película nos encontramos con una Ila y un Saajan distintos, ya no son los mismos, pueden mirar hacia afuera, hacia un futuro. Ellos no se encontraron con el otro que le abrió un nuevo camino pero sí con un destino diferente. El final abierto que nos deja la película trata de situar a dos seres que, más allá de sus realidades han podido cambiar el rumbo de sus vidas signadas hasta entonces por la resignación y la rutina.

Nos encontramos con un Saajan abierto a la mirada y el reconocimiento del otro, que puede conectarse nuevamente con la vida que había quedado suspendida con la muerte de su esposa.

Ila decide abandonar a su marido e irse a vivir con su hija a una ciudad más tranquila. Vende sus joyas y en el relato final en off, aparece la lectura de una última carta a Saajan, en la que repite, entre otras cosas, la frase “A veces el tren equivocado te puede llevar a la estación correcta”. Qué mejor analogía con la frase de Lacán: “Una carta llega siempre a su destino”, Ila está escribiendo su propia carta, la de su propio destino, ella es su propia destinataria. No sabemos si esta última carta llegará a donde cree que fue Saajan luego de jubilarse, lo más importante es que puede leerse a sí misma, a su propio deseo y hacerse responsable del mismo. Ila no se escapa sino que va hacia su propio encuentro.

Saajan en cambio decide regresar luego de abordar el tren que lo mudaría de ciudad. En ese tren se encuentra con ese que creyó ser y no desea. Las manos avejentadas de un anciano sentado al lado suyo le denuncian la diferencia. Sus manos no están tan viejas, todavía tiene esperanza de darle un giro a su vida, de sonreirle a los chicos del barrio. Vuelve para encontrarse.

Ambos se animan a viajar para encontrarse con sus propios deseos, hacia la estación del propio encuentro.

Bibliografia

Lacan, J: El seminario sobre “La Carta Robada” en Escritos 1 Edit. Siglo XXI. Argentina 1988

Lacan, Jacques. "El amor cortés en anamorfosis". Seminario 7. La ética del psicoanálisis 1959-1960. Edit.Paidós, Buenos Aires 1990.

Lacan, J. Seminario 20 Aun Edit. Paidós Buenos Aires 2014
Nasio, J La mirada en psicoanálisis. Edit. Gedisa. Barcelona. España 2001

Wall, L.G.: “Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante” Edit. Siglo XXI. Bs.As.2005

Zimmerman, D: La mirada, paradigma del objeto en psicoanálisis. Edit. Letra Viva, 2009



NOTAS

[1Bhután es uno de los países más pequeños y menos poblados del planeta (al norte de India). En él los valores subjetivos como el bienestar son más relevantes e importantes que los valores objetivos como el consumo. Para medirlo utilizan el método de Felicidad Nacional Bruto (FNB) que consiste en la recolección de memorias del día de trabajo a través de un simple diario.





COMENTARIOS

Mensaje de Carlos Fraiman  » 1ro de noviembre de 2015 » cfraiman@fibertel.com.ar 

Interesante trabajo. La modalidad de envío de comida en encomienda, millones de "tappers" andando por la vida cotidiana, nos muestran una forma más del capitalismo. Es importante señalar el lugar de la mujer en esta forma de vida. Gracias por el artículo, Carolina.



Mensaje de María Laura Napoli  » 31 de octubre de 2015 » marialaura_napoli@yahoo.com.ar 

Tal como sostienen muchos autores, el trabajo atraviesa nuestras vidas de tal modo que puede generar desde lo más desastroso hasta lo más maravilloso, algo que queda demostrado en esta película así como en el original y riguroso análisis que realiza la autora.



Mensaje de Ma Fernanda  » 19 de octubre de 2015 » mfer74ar@yahoo.com 

Muy descriptivo y claro el comentario. Es novedoso el cambio de paradigma al que la película enfrenta a su espectador.

Lo que parecía que iba a desembocar en un amor platónico y en respuesta lógica a las respectivas soledades de sus protagonistas, termina presentando un giro dilemático en las decisiones de sus personajes. Dilema tan real como la vida y que se hace concreto en la película cuando el encuentro que debía darse no se termina concretando. Es aquí, donde dichos protagonistas se colocan de cara a la búsqueda de su propia verdad y se animan a un camino de encuentro consigo mismos. Es en ese camino, que sin quererlo, cada uno es "instrumento" válido para el otro. Ambos tenían la misma búsqueda (y es lo que los une) pero con sorpresa, el destinatario no era la respuesta acertada para su búsqueda.

Por otro lado también rescato el valor de la palabra, escrita por puño y letra del remitente que revaloriza una comunicación real y personalizada con el otro.



Mensaje de Harguindey, María Alicia  » 13 de septiembre de 2015 » lisharguindey@yahoo.com.ar 

Las metáforas culinarias son las preferidas a la hora de hablar del deseo. En el lenguaje popular hasta se utiliza para nombrar partes del cuerpo femenino que son “apetecibles” para los hombres. Freud nos relata un sueño de su hija Anna, quien a los 19 meses, yendo a dormir con hambre debido a una dieta obligada por un atracón de fresas, sueña y profiere en el sueño las palabras que nombran los objetos prohibidos entremezcladas con su nombre propio (homófono): cerezas, fresas, frambuesas. Presenta así su satisfacción, según Lacan en el Seminario 5, “bajo el modo de festín de cosas que pasan los límites justamente de lo que es el objeto natural de la satisfacción de la necesidad”. Otro ejemplo que aborda Freud es tomado del sueño de una de sus pacientes, conocida para nosotros como “la bella carnicera”, quien realiza su deseo de contradecir a Freud contándole un sueño donde no se cumple la satisfacción, puesto que todo sale de manera diferente a como se lo propone y ese salmón que satisfaría el deseo de su amiga no se obtiene, quedando asociado al caviar del que la paciente se priva con tal de mantenerse insatisfecha.
Que las viandas, que llevan un mensaje de deseo, se transformen en palabras que orientan a los protagonistas en sus decisiones… es una de las cosas más lindas de esta película.



Mensaje de   » 31 de agosto de 2015 »  

Mensaje de » 31 de agosto de 2015 »
Estamos ante una historia de amor.La película se narra desde las cartas entre los protagonistas; que comienzan a emerger gracias al error de dirección del deseo inmiscuido en una vianda de comida que le llega a un extraño; quien va a ocupar por contingencia del destino, la posición de la respuesta deseada, en una dialéctica amorosa que hará del equivoco bocado su misterio.
La palabra es protagonista. La historia tiene un tiempo diferente, lo simbólico envuelve a los personajes dándoles soporte para que el amor los implique. De tal manera que tanto él como ella a través de viajes de bocados exquisitos y palabras amorosas; se encuentran ambos en el deseo de ser amados. Pero éste encuentro va a tener coordenadas fuera de lo común. Las miradas especulares no entran en el órden binario. Es decir; en todo el film ellos jamas se miran a los ojos, y ella "Illa", nunca sabrá cual es objetivamente el rostro de su destinatario.
Curiosamente él, ante el encantamiento de los afectos que se despiertan en todo su esplendor por el amor, en una de las escenas poéticas de las tantas que hay en la película; se descubre viéndose en el reflejo en una pintura artística; y decide comprarla. Acontecimiento que es sutilmente relatado por medio de las cartas a Illa. Lo especular del film, se sale de la lógica imaginaria elemental narcisista y binaria, para adentrarse en aquello del orden imaginario que lo soporta y lo hace poesía. Pero que también lo enaltece. Toda la película habla de ésto. El orden simbólico, el lugar de lo sagrado; del Otro con mayúsculas ocupa todas la escenas. Lo epistolar otorga ese rasgo distinto que deja a los personajes marcados por ese amor, por esa verdad, que los posiciona desde éste acto de leerse a los bocados, dejándolos en un final abierto ante sus propias vidas. El film es pura poesía. Quizá sea producto de una cultura donde lo simbólico aún sea protagonista. Victoria Laguzzi.




Película:Amor a la Carta

Titulo Original:The Lunchbox

Director: Ritesh Batra

Año: 2013

Pais: India

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